Nació en Buenos Aires en 1942 y emigró a España en 1977, donde reside actualmente.

Fue docente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. Es ensayista, conferencista, autor de libros como El oficio de diseñar, La imagen corporativa, El diseño invisible y La homosexualidad imaginada.

El lunes 30 de agosto se presentó en el salón de actos de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República. “En Buenos Aires tengo un camino andado y eso se refleja en una mayor convocatoria de las conferencias”, dijo ante la llamativa escasez de montevideanos presentes, que apenas superaba el medio centenar. Durante más de 90 minutos expuso su conferencia titulada “Tres niveles de la crítica arquitectónica”.

Primer nivel

“En 1977 yo recién había llegado a Barcelona y la Fundación Miró celebraba un encuentro para constituir la Asociación Internacional de Críticos de Arquitectura. Bruno Zevi fue nombrado presidente y recuerdo que hubo una frase suya que me inquietó mucho: ‘Sueño con la demolición de todos los símbolos del poder’. Evidentemente, lo decía desde un pensamiento liberal de izquierda, humanista, etcétera; yo entendía perfectamente la plataforma ideológica desde la cual él sostenía esta barbaridad, pero a pesar de entenderla y en cierta manera compartirla, no estaba de acuerdo con esa propuesta. La demolición de todos los símbolos de poder significaba prácticamente la destrucción del patrimonio cultural de la humanidad, porque en una gran proporción el patrimonio cultural es obra del poder. En ese evento yo también exponía y sentí que tenía algo para decir: desconocidas las condiciones materiales de existencia (para hablar en términos marxistas) de cualquier producción cultural, la crítica de esa producción no es posible, o es arbitraria, o antojadiza. Con el tiempo seguí trabajando sobre ese tema y, de algún modo, aquella ponencia era la forma larval de ésta”, comenzó diciendo el conferencista.

Sin pelos en la lengua, Chaves aborda el primer nivel de su tipología del discurso crítico denunciando su empobrecimiento, planteando la necesidad de revertir la fama de práctica parasitaria, superflua o culturalmente perniciosa que la crítica se ha ganado, y de recuperar su naturaleza intrínseca a cualquier producción cultural. “El silencio de la crítica legitima ‘el todo vale’, favorece la instauración pasiva de una ideología arquitectónica sistemáticamente pautada y su respectivo modus operandi: la búsqueda compulsiva de la atipicidad. Limitada al fundamento de la demanda mediática, la obra aparece como hito autorreferencial. Prosperan de manera aceleradísima corrientes sorprendentes, alejadas del concepto de arquitectura, en el seno de la arquitectura. Aparecen producciones insólitas, sorprendentes, escalofriantes que dejan absortos y sin discursos a los observadores críticos”.

Chaves introduce así un tema vertebral de su exposición: la arquitectura-espectáculo, definida como instrumento del poder público y privado, como elemento de posicionamiento de marketing institucional y corporativo, con el objetivo de captar el flujo de personas y capitales.

En un primer nivel de abordaje, la crítica teórica intenta desentrañar las condiciones en las que se produce y manifiesta el fenómeno observado, se pregunta por las causas y, cualquiera sea la valoración de ese tipo de arquitectura, permite reconocer una lógica interna anclada en la realidad.

El experto en imagen despacha un artículo de su autoría titulado “Dubai y el escándalo”, asegurando que “si alguien se escandaliza frente a un fenómeno como el de Dubai, significa que no ha entendido nada, que sigue viviendo en los años 30 del siglo pasado, no ha comprendido el modo en que evolucionó la sociedad mundial, se quedó en el capitalismo productivo y piensa en términos de mercado, de demanda. No está pensando en el capitalismo financiero, en el mercado de la oferta, de la pulsión, de la tentación; no está en este mundo, por eso se escandaliza, no conoce las condiciones de existencia de Dubai, no ha hecho una reflexión del contexto socioeconómico y cultural que rodea y da a luz estos fenómenos, que se repiten en todo el mundo. Por eso no me escandalizo y lo considero absolutamente lógico, lo que es paupérrimo no es Dubai sino la sociedad que le ha dado sentido, el meollo de la cuestión es el capitalismo financiero, ése es el origen de la tragedia, el arquitecto hace lo que le piden: cuanto más delirante, mejor; el delirio es programático, no es un capricho del arquitecto”.

Sin ir más lejos, Chaves cita la extensión de Buenos Aires sobre el río como un tratado de esa lógica. “Todos esos edificios están hechos por grandes estrellas de la arquitectura mundial, todos son espectaculares y cada uno representa un logotipo. Para completar el panorama está el puente de [Santiago] Calatrava, como signo de que Buenos Aires forma parte de la red de ciudades del mundo que tienen un puente de Calatrava”.

Segundo nivel

En el segundo nivel de la cascada de razonamientos que propone Chaves, la crítica técnica evalúa si el proyecto se ajusta a los objetivos planeados. El crítico debe medir la calidad de solución de un programa, esté o no de acuerdo con él, analizar la obra y su grado de ajuste, contrastando las metas con el resultado final. Para ello, el conocimiento de las condiciones de existencia de lo criticado (producto de la crítica anterior) es esencial por ser el que permite escoger la combinación de parámetros adecuados para la valoración. Es imposible valorar algo cuyo sentido se desconoce. Y es incorrecto valorar una pieza con parámetros ajenos a su naturaleza.

“No puedo criticar el exprimidor de Philippe Starck porque no exprime bien, por la sencilla razón de que jamás estuvo en su objetivo que exprima. Esto [es lo que] hay que decirles a los racionalistas, no todo exprimidor tiene por función exprimir, ni toda casa es una máquina de habitar”, ejemplifica.

Norberto Chaves asesoró en dos oportunidades a la directora de la Ciudad de la Cultura de Galicia, construida sobre un proyecto del arquitecto Peter Eisenman. “Fue un invento inicial de Manuel Fraga, del Partido Popular (PP), o del franquismo, para decirlo en pocas palabras. Luego vino un gobierno más progresista (entre comillas porque ya no se sabe qué es el progreso) bipartito, que frenó y trató de resignificar la obra, pero con el tiempo se dieron cuenta de que la obra había acogido una inercia descomunal y ya no se podía parar. La obra condicionaba el comportamiento de los gobernantes, desmontarla era más caro que terminarla”.

En este contexto resulta imprescindible comprender las razones de existencia de una obra que causa estupor, aun sabiendo el despliegue presupuestal que implica, descomunal y prácticamente obsceno si se tiene en cuenta las condiciones en las que viven las comunidades gallegas y españolas, agravadas por la crisis económica. “No puedo medir el trabajo de Peter Eisenman en Galicia con una mirada moderna, porque se cae por todos lados, es de una irracionalidad desenfrenada, una estructura arquitectónica desproporcionada para lo que ahí va a ocurrir. Para poder asesorar a los directivos de la Ciudad de la Cultura de Galicia yo tuve que aceptar la existencia de un programa sensacionalista que construye semejante aparato para llamar la atención del mundo y relanzar así Santiago de Compostela y Galicia”.

Tercer nivel

La crítica ideológica da la bienvenida al tercer nivel, en el que Chaves parece sentirse más en su salsa. Ha preparado el terreno. Ha tomado todas las precauciones. Llegó la hora de tomar posición en función de una determinada plataforma de valores.

“En este nivel es frecuente encontrar el puro cuestionamiento de los productos y sus autores con omisión o desconocimiento del origen del encargo y su racionalidad. Una arquitectura culturalmente reprobable no se deslegitima cuestionando la respuesta profesional, sino denunciando las condiciones que han creado su demanda social.

Aquí sí puedo arremeter y decir que si las cosas fueran como deberían ser, ese dinero no iba a parar a esa fantochada, ese despropósito social no se hubiera realizado. Personalmente, considero todo ese tipo de arquitectura como una prueba muy contundente de la decadencia cultural de Occidente, al punto de empezar a no considerarlo arquitectura. Si existe un género, una institución transhistórica que se repite en todas las comunidades humanas, que es la arquitectura como forma simbólica del hábitat, esto ya no forma parte de eso, sino de un sistema de captaciones de masas; son parques temáticos”.

Comprender la verdadera naturaleza del fenómeno es imprescindible para resolver cómo se logra incrustar, en el caso de los museos, por ejemplo, acciones o programas objetivamente culturales, que no sean el simple flujo de turistas, venta de ticket y souvenirs.

“Este desdoblamiento en tres es muy útil para poder, en el tercer nivel, tener argumentos objetivos para decir que me cago en la arquitectura-espectáculo, para mí eso no es arquitectura, aunque reconozco que es sistemáticamente indispensable, no adhiero a eso. Es la condición trágica del ser humano, no estamos de acuerdo con las condiciones en las que vivimos y que sólo nosotros hemos construido. Por eso toda persona crítica es desgarradoramente contradictoria. En esta sociedad hay sólo un tipo de persona que puede ser coherente: son los hijos de puta. Yo considero la incoherencia una virtud. La virtud es la capacidad crítica frente a tu propia condición de esclavo”.