Cuando calienta el sol

A las 16.00 del reloj pero las 15.00 de la luz solar por estos lares, se debieron enfrentar por imposición de la televisión Argentina y Brasil para dar inicio a la ronda final del Sudamericano sub 15. La cancha era un infierno: mucho calor y no tanto movimiento. Fue en el segundo tiempo cuando, con el mismo contexto climático, aparecieron los goles. Primero por medio de Roberto Santos, que definió ante la salida de Batalla, el golero argentino, y cuando pocos se lo esperaban llegó el empate tras un remate cruzado de Jonathan Cañete dentro del área. La alegría de la igualad duró pocos segundos, ya que el goleador del campeonato, Mosquito, desniveló nuevamente para Brasil, anticipándose luego de un centro. Mosquito picó una vez más y cambió por gol un penal a los 27 minutos para dejar las cosas 3-1. Una buena pared ofensiva culminada por Sebastián Driussi desencadenó el 2-3 de los argentinos. En los minutos de adición, a los 92, Caio anotó el 4-2. Mañana, también por decisión de la Sport TV, que no encuentra otro resquicio horario para emitir el partido que no sea a las 15.00 de Brasilia, los norteños volverán al sauna solarium del Juan Antonio Lavalleja, esta vez ante Colombia, con quien ya se había cruzado diez días atrás al inicio de la serie, también a las 16.00 pero en Rivera. El juego fue soporífero. Empataron sin goles y ambas delegaciones protestaron airadamente contra la medida de la televisión, que, se sabe, es quien manda.

Todavía no sabían cómo era la cancha del Juan Antonio Lavalleja, aún no conocían los gritos de los trinitarios; habían pasado apenas cinco minutos desde que salieron a la cancha cuando un tiro con mucha intención pero poca potencia, y por tanto presumible escasa efectividad, le hizo sapito a nuestro golero y la pelota se fue al fondo del arco que da definitivamente a las afueras de la Santísima Trinidad de los Porongos. Fue gol de Joao Rodríguez, el segundo de su cosecha en el campeonato.

Aunque son niños, adolescentes, y no hay una sistematización definida y periódica de los desarrollos de sistemas de juego, empezaron a aparecer sobre el terreno de juego ciertos comportamientos colectivos que tenían que ver con las situaciones que se daban, pero también con la forma de sentir la vida, de espejarse en sus mayores. Entonces los nuestros dispararon una pretendida y acelerada madurez, y sin enloquecerse, creyendo en lo que podían hacer, salieron a buscar con tranquilidad el empate, que por lo menos un par de veces pareció llegar por el protagonismo de la dupla ofensiva Gonzalo Latorre-Francis D’Albenas.

Pero los colombianos, aun más inocentes que los nuestros, también trajeron del espejo de sus mayores el toque adormecedor que sobre la media hora de juego había apagado casi la reacción de los celestitos. Sin la pelota no habría juego, no habría ataque, no habría gol y sí casi casi, y aún no hay mucha explicación de lo que no fue, casi llega el segundo colombiano tras una apilada de Montero, que dejó sentado hasta al arquero Facundo Silva pero se terminó cayendo en el área chica cuando estaba a punto de convertir. El colombiano Torres enloquecía a nuestros defensas por izquierda.

El segundo tiempo arrancó con la variante del berlinés Milessi, que entró por Marcio Benítez buscando ensanchar por izquierda ataque y defensa. Incómodos y desacomodados, recién a los diez minutos de la segunda parte se generó la que parecía la mejor jugada uruguaya del partido, pero una mínima inhabilitación de D’Albenas hizo que el gol no subiera al marcador. Un minuto después, desborde de Milessi y centro de la muerte para D’Albenas.

Garay ensayó todas las variantes que pudo, pero no había forma, o sí había y era que D’Albenas repitiera acciones de gol: alguna entraría. Un cabezazo del riverplatense pasó lamiendo el palo. Tras esos ataques, apenas un oasis en la posesión permanente de pelota de los colombianos, los caribeños mantuvieron el control por omisión del rival.

Dos notables atajadas del invicto arquero colombiano Sánchez -cinco partidos sin recibir un gol- sellaron la victoria ante el silencio absoluto de los trinitarios.