Aquella noche de 1988 en la que Nacional le ganó a Newell’s en el Centenario y salió campeón de América dicen que en la tribuna Colombes -que era compartida por ambas hinchadas- llovieron botellas. Yo tenía cuatro años y estaba ahí mismo con mi viejo y mi hermano de siete. No llegué a retener ni una imagen en mi memoria, pero puedo afirmar que desde antes de tener uso de razón soy bolso. Ni más ni menos hincha de mi cuadro que cualquier lector de estas líneas.

Y me pegó en el forro de las pelotas que unos tarambanas de Central Español hayan insultado y le hayan tirado una banana al arquero de Progreso Jorge Rodríguez por tener color de piel negro.

El domingo mi cuadro le ganó 3-0 a Cerro en el Parque Central y el lunes los periodistas especializados se la pasaron hablando del muy bonito gol que convirtió Cacique Medina luego de que Nacional hiciera 22 pases seguidos -una rareza para el fútbol doméstico, en el que la ley del pelotazo se impone-.

No pude ir al Parque, lo vi por televisión. Pero quiero reparar en un detalle que pasó desapercibido y que creo que amerita unas líneas más.

Nacional y Cerro salieron juntos a la cancha y -como se hizo en todos los partidos de la fecha- desplegaron una pancarta con la leyenda “No al racismo, no a la discriminación en el fútbol y el deporte”. La gente aplaudió unánimemente, los jugadores también. Y todos contentos…

Minutos antes del arranque y durante varios momentos del partido mucha gente cantó -ya clásicas, lamentablemente- canciones con carga discriminatoria hacia los hinchas cerrenses. Su reproducción sobra.

¿Para qué corno salimos a desplegar honorables pancartas si a la primera de cambio vamos a actuar de modo contrario? ¿Cómo corno es que nadie salió a decir nada? ¿Acaso está tan naturalizado ese tipo de agresión?

Ya va a saltar algún vivo a preguntar “¿Y dónde quedó la cultura nacional?”. Entendamos de una vez que no se trata de culturas, filosofías, eslóganes, campañas de marketing y ni siquiera colores de camisetas. Tampoco se trata de hacer el discurso estigmatizante que predican algunos periodistas cuando insisten en tildar a los barras con el patético mote “los inadaptados de siempre… eh…”.

¿Por qué? Porque quienes cantan son los de las tribunas Abdón Porte, Atilio García y José María Delgado. Porque cuando la gente de Peñarol canta que no se va a olvidar cuando mató a una gallina se prende gente de todas las tribunas del Centenario.

Está todo bien con el folclore, el papel picado, las bengalas y todo eso. Está buenísimo cantar, saltar, bailar y empujar desde la tribuna a los colores de su equipo. Está todo bien con el ingenio en las letras de las canciones, porque en los cánticos de tribuna también hay cierto grado de poesía popular. No se trata de que lleguen las prohibiciones ni los atentados contra la libertad de expresión. Se trata de que seamos conscientes de por qué cantamos.

Me encantaría que todos los uruguayos que se unieron en una causa nacional para defender a Suárez por un supuesto acto de racismo -haya sido o no, en esto no me pongo en lugar de juez- hubiesen reparado en este episodio del domingo o, al menos, en la banana que le tiraron al arquero de Progreso. Porque si no, la vamos a pisar de vuelta.