Los Juegos Olímpicos son uno de los mayores eventos a nivel mundial y una de sus virtudes es hablar el idioma universal del deporte sin ceñirse a una disciplina determinada, a diferencia de los mundiales de fútbol que no necesariamente despiertan el mismo interés en cada país. Otro atractivo que poseen los eventos mediáticos que concitan la atención del planeta es la cobertura que hacen las grandes cadenas internacionales, que aprovechan la ocasión para enseñar los más recientes avances tecnológicos al gran público.

Esto último, conjugado con los atletas que baten sus marcas y la variedad de disciplinas que integran el evento con reglas que suelen ser desconocidas para buena parte del público, cimentan una estética de la sorpresa a la transmisión de los Juegos Olímpicos, especialmente cuando la cobertura proviene de señales internacionales que más allá de exhibir sus catálogos de novedades tecnológicas también disponen de una selección de periodistas acorde con el objetivo de la transmisión.

Es así que la cadena ESPN suele alternar a sus comentaristas en función de las especialidades, más allá de la presencia excesiva de Enrique Wolff o algún otro ex futbolista durante coberturas que no se ajustan a sus saberes. No obstante, dicha señal tiende a facilitar el seguimiento de las alternativas del juego, además de conocer las reglas básicas de las competencias y cierta caracterización de los deportistas.

De ese modo, el público tiene la oportunidad de estructurar su opinión a partir de los datos que brindan los periodistas y el medio contribuye a formar al televidente no aficionado a estas disciplinas, lo que muchas veces es vital para atrapar su atención. Del mismo modo que los boliches de Garzón hervían en presagios y apuestas* aunque sus parroquianos distaban de ser especialistas en ciclismo, porque detrás de todo esto aparece la esencia del juego. Tras los desfiles inaugurales, las cámaras captando hasta lo invisible y los estadios desmontables, aparece el fin del juego, capaz de abstraer -al público y los deportistas- de la realidad mediante cierto potencial hipnótico conectado con lo lúdico.

Alinear los contenidos de una transmisión para exhibir la esencia del juego y procurar la información necesaria que concentre al público en la competencia es lo mínimo exigible a la cobertura de un evento tan masivo. Sin embargo, este modelo de transmisión dista mucho de los criterios aplicados en Uruguay para cubrir eventos de esta índole y no necesariamente se relaciona a los recursos económicos de los medios locales.

No es costoso que los comunicadores que participan en las coberturas conozcan la fisonomía de los atletas uruguayos, las reglas básicas de aquellas disciplinas que transmiten y el perfil de los candidatos a ganar las competencias más destacadas, o cuando menos, aquellas que deben cubrir periodísticamente. Incide cierto analfabetismo digital por parte de algunos comunicadores que no manejan mínimamente las herramientas informáticas como para hacer pesquisas en Google que les permitan brindar aquellos datos que el público desconoce. Podrían contar algo más que el modo de sobrevivir en Londres, como si eso fuese lo importante del evento, sin relegar la nota de color, pero buscándola en los efectos de estos Juegos Olímpicos, y no recurriendo a experiencias tan íntimas y personales como colarse a los estadios o fotocopiar acreditaciones.

Esto parece aún más paradójico pues proviene de los mismos comunicadores que derrochan su verborragia reaccionaria para pedir que endurezcan las medidas represivas, pero cuando viajan de corresponsales terminan compartiendo algunas conductas con “los inadaptados de siempre” para quienes piden mayores castigos.

Entretanto, hablan de Inglaterra como un “país en serio” y elogian los mismos controles británicos que luego procuran gambetear. O critican “la cabecita” de los deportistas que no alcanzaron a superar su mejor marca, como si para estos atletas no fuese suficiente sacrificio entrenar de forma amateur para llegar a competir en los Juegos Olímpicos, que ahora también deben padecer críticas sobre su estado psicológico. Lugares comunes, lógicas en piloto automático ajenas al análisis del juego y absolutamente emparentadas con el dato estadístico que arrojó la competencia, sin reparar en la función didáctica que podrían desarrollar en su rol de comunicadores. Cabe destacar que no solamente existen sectores dentro del periodismo deportivo que parecen descreer de toda función educativa, también hay comunicadores y ejecutivos que integran los medios vernáculos y llevan su mano al revólver cada vez que escuchan la palabra “formación” asociada a los objetivos de esas ondas del Estado que administran desde hace tanto tiempo.

  • Fragmento de “El viento en la cara”, de Fernando Cabrera.