Cuando hace seis meses la diaria dialogó con Daian, el técnico en cinematografía que invirtió una considerable suma de dinero para reabrir el cine que se encontraba cerrado desde 1979, contaba que no se trataba exactamente de cumplir un sueño sino más bien de un proyecto cultural para el barrio, para la comunidad.
Esta vez nos recibió en la sala de máquinas mientras desarmaba una cinta con tráilers, pasándola de un carretel grande a varios pequeños. Estaba en una habitación repleta de películas que, según cuenta Daian, son de colección, ya que las que se exhiben son alquiladas a las distribuidoras y luego devueltas.
Cuestión de identidad
Al consultar al propietario del Grand Prix sobre la venta del Cine-Teatro Plaza a la iglesia pentecostal Dios es Amor, sostuvo que hace años circulaba la versión de que la sala no era redituable y que sus dueños la habían puesto a la venta porque no la podían mantener. “Creo que el gobierno tendría que hacerse cargo a tiempo de esos locales, para no perder la identidad de nuestra ciudad. Éste es uno de los últimos gigantes que van quedando. Es una lástima que se pierda”, opinó Daian.
La sala no cuenta con publicidad ni mayores medios de difusión más que el boca a boca, y se suma gente que viene “porque recuerda el cine”, en referencia a la nostalgia que atrae a aficionados que seguramente conocieron la sala original. Por otra parte, consideró que si bien fueron muchos los vecinos que felicitaron la iniciativa de la reapertura, no fueron tantos los que se acercaron a la hora de cortar boletos.
El cine funcionó con la actividad esperada en vacaciones de julio, en agosto y setiembre, según cuenta el propietario, pero luego la concurrencia de espectadores se vio reducida. Actualmente el Grand Prix se toma vacaciones junto con los escolares y volverá a abrir el 7 de marzo con la película Oz. El verano será aprovechado para hacer mantenimiento de la sala, las butacas y una tertulia que se encuentra en construcción. El cine funciona con una sola empleada, la boletera, mientras que Daian oficia de operador y va a la sala de proyección a cambiar la cinta cada una hora. “El espectador no se da cuenta”, sostiene, y asegura que es muy cuidadoso en esa tarea. Las cintas vienen de una hora, por lo que cada película requiere, en casi todos los casos, al menos un cambio. Y es que el disfrute del cine propio no pasa sólo por las ganancias, sino en su caso por trabajarlo, desde cambiar la cinta, hacer de operador y ayudar en boletería hasta realizar el mantenimiento en verano.
Carrera con obstáculos
Sin contar las deudas, préstamos y demás cuestiones financieras previstas en semejante emprendimiento a cargo de una sola persona, hoy las dificultades que reconoce el propietario están relacionadas directamente con las distribuidoras y los avances tecnológicos.
Daian debe lidiar con las distribuidoras para conseguir los estrenos, ya que éstas le exigen cubrir al menos el costo de la copia y un margen de ganancia. “Si vendés poco no te dan los últimos estrenos […] y yo tengo que tener el estreno porque tengo una sola pantalla”, expresó. Explicó que el costo de la copia de una película de 35 mm es de aproximadamente 2.000 dólares, por lo que la distribuidora exige cubrir al menos ese monto. Pero en el caso de este cine de barrio, “muchas veces no puedo asegurar esos valores, entonces te dan el estreno pero 20 o 30 días después”, especificó. Las distribuidoras no cobran un monto fijo por el alquiler de cada cinta, sino que se llevan el 50% de la recaudación bruta de dicha película.
Según el entrevistado, esta dificultad ya no existirá con la reconversión digital, ya que las distribuidoras reducirían considerablemente el costo de base de alquiler, logrando así tener los estrenos en tiempo y forma. Consultada sobre este aspecto, la coordinadora de Cinemateca, María José Santacreu, no considera que los montos vayan a reducirse considerablemente, ya que el valor del alquiler está dado por el derecho a exhibición y no por la copia. “Pero además, hay una estrategia comercial que no necesariamente incluye el cine de barrio”, expresó refiriéndose a que cada circuito comercial tiene su lógica, donde además distribuidoras y exhibidoras coinciden. Por lo tanto, las posibilidades de un cine independiente de conseguir un estreno no están dadas exclusivamente por una cuestión de costos.
Por otra parte, el pasaje de los 35 mm al cine digital representa hoy una de las principales preo- cupaciones para este proyecto calificado por varios como “quijotesco”. “Abrí con la tecnología anterior y deposité confianza en organismos que iban a apoyar y no apoyaron”, dijo a la diaria el propietario del Grand Prix cuando se le consultó sobre la previsibilidad de este avance tecnológico, que implica una inversión aproximada de 100.000 dólares y que, según Daian, en cuestión de un año y medio ya será la norma y dejará a los 35 mm en el pasado. Según él, esta situación se traslada también a otros cines independientes, no así en las cadenas de cine comercial, que ya cuentan con la tecnología requerida.
Santacreu indicó que en el caso de Cinemateca la situación es diferente porque no sólo se exhiben películas de estreno, sino básicamente de archivo. Sin embargo, asegura que los nuevos formatos están trayendo problemas cuando se trata de festivales y estrenos. Con cuatro salas, para Cinemateca resulta inviable realizar la inversión para contar con proyectores digitales. A su vez, deberían generarse salas híbridas que permitan exhibir películas en todos los formatos.
“Es un problema que vamos a tener que enfrentar y se agrava porque nosotros guardamos las películas”, lo que desencadena muchas otras cuestiones, sostuvo. Migrar un archivo fílmico con 18.000 películas a un formato que quizá en diez años ya no exista más es uno de ellos, y según Santacreu es una discusión que está sobre la mesa en los archivos del mundo, ya que “lo que está en juego es la memoria de los países”.
Al menos por ahora, el Grand Prix seguirá exhibiendo con la tecnología que cuenta y Daian continuará subiendo gustosamente las estrechas escaleras que lo conducen a la sala de máquinas a cambiar la cinta cada una hora.