Último minuto del partido. Un centro al área, donde hay un mundo de gente. En medio del entrevero, la pierna derecha giró en media vuelta, acompañada del cuerpo del espigado y joven experimentado Bruno Montelongo, que la colocó contra el palo izquierdo del Gallego Berbia, que la miró entrar al fondo del arco del terraplén donde los hinchas se devoraban las uñas esperando ese gol. Mañoso y enredado, ese toque del futbolista que se formó jugando a la sombra del Hospital de Clínicas, en la vieja cancha de baby del club Belgrano. Miramar Misiones había trabajado de forma ordenada y sacrificada por ese punto que conservó durante 89 minutos ante uno de los equipos que pelean por la punta del torneo, y a pesar de no haber brillado como en anteriores presentaciones, buscó el gol por diversas vías.

Un sol tremendo, de ésos que sólo se disfrutan una tarde de domingo, invitaba a hacerse presente en el corazón del Prado. Con humito de chorizo de la parrilla que está apostada contra el banderín del córner, arrancó un partido para observar pelando gajo a gajo de mandarina, bajo los árboles de la tribuna local, donde había bastante gente que se acomodaba en los viejos asientos de cemento. Leandro Rodríguez, ese delantero con el que Almada cuenta desde hace rato, y uno más nuevo en el equipo, Diego Casas, se pegaban al Bicho Techera, que por la banda derecha desbordaba e intentaba vulnerar a una sólida defensa del equipo del Parque Batlle. El gol no estaba cerca: el muro de los monos era fuerte. En la mitad del campo, Miramar no dejaba crecer a los rojiblancos: un Marcelo Broli enorme en la mitad del campo con sus quites les arrancaba aplausos a esos dos hinchas del cebrita que todos los partidos juegan el propio, siguiendo el recorrido de la pelota pegados al alambrado. En ataque el conjunto dirigido por el Tiburón Duarte no aprovechó de la mejor manera; de todos modos, el solitario Federico Ramos hizo que les sacaran un par de amarillas a defensas rivales.

Parejo, cada uno con sus virtudes y limitaciones, el primer tiempo terminó sin goles, destino por el que el partido se encaminaba hasta que llegó el agónico gol darsenero.

River fue acorralando a Miramar. Lo cercó por arriba (aunque extrañaba a Taborda) y por abajo (con la ausencia del lírico Hamilton Pereira). Techera desbordó, el Kily las peinó todas, pero el corpulento Carlitos Rodríguez y Luis Maldonado estaban muy fuertes en la zaga. El Gallego Berbia no dejaba pasar una. La desesperación aumentaba en la tribuna local, pero los monos no le sacaron jugo a la defensa darsenera, que quedaba regalada. Los cambios le dieron un poco de aire y renovación a River, que por constancia y no por fuerza terminó ganando un partido con muchísima dificultad.

La dársena se mantiene como uno de los principales animadores de un torneo en el que todos los partidos se pueden complicar, pero para seguir prendido hay que ganar, aunque sea en la hora y en un enredo.