Otra vez sufrió con las pulsaciones a tope, enchufado, pegando en los momentos justos y mordiendo en las circunstancias difíciles. Ayer River le puso el pecho a un partido complicadísmo que jugó prolijo, mostrando las cualidades de un plantel joven, al igual que su rival.

Los darseneros lograron un gol al comienzo del partido y dos golazos en el final. Pasaron por diferentes situaciones, pero siempre fueron ganando. La ilusión condena a esos hinchas que disfrutan del momento y sueñan de la misma forma que los protagonistas de esta campaña, los futbolistas, que se fundieron en un abrazo en cada gol y con el pitazo final de Ubriaco estallaron de alegría porque saben lo que costó y lo difícil que fue y será. Pero saben, también, lo cerca que están.

El Parque Roberto, ese apretado escenario que está ubicado en el corazón de Sayago, a la vera de la avenida Millán, es un reducto complicado que a nadie le agrada. Hasta ahí debió trasladarse River Plate para jugar un partido definitorio en esta cancha compleja, con sus mañas. Enfrentar a Racing en su casa es duro. Pero el equipo rojiblanco, que vistió de negro, asumió el partido con altura, con jerarquía. Esas mismas virtudes que muchos comentaban que le hacían falta cuando le igualaron un partido en la hora. Ayer el equipo estuvo enchufado desde el comienzo.

De entrada, el darsenero golpeó fuerte, con un gol que nació en los pies de Hamilton Pereira, ese futbolista que habilita de muy buena forma. Desde la izquierda llegó el centro del tacuaremboense, envenenado con una rosca tremenda, de ésas que queman el corazón del área. Allí estaba el brasileño Gabriel Marques, que conectó con su cabeza el balón y lo colocó contra el palo izquierdo de Gelpi, que no tuvo tiempo de reacción. La dársena depositaba sus primeros pesos del partido a crédito de la esperanza. Los de Almada estaban picantes en ataque. Michael Santos, ese chiquito atrevido, se le colaba por todos lados a la defensa del equipo de Sayago.

El segundo gol se podía olfatear cuando habían pasado pocos minutos desde el primero. A ese River que asediaba y jugaba lindo Racing le pagó con la misma moneda: le robó el balón y encomendó la cruzada hacia el arco rival a los futbolistas que tratan con cariño a la bola. Agustín Gutiérrez y Carlitos Acosta se juntaban y hacían que su equipo se comenzara a acercar al arco de Damián Frascarelli. De este modo generaban infracciones cercanas al área que le permitían ganar por arriba, donde se hacen fuertes los locales. El equipo darsenero retrocedió, pero continuó apostando a Alexander Rosso y Santos, que intentaban recibir alguna pelota larga. En el arco, Frascarelli demostró seguridad en las más bravas: un remate de Gutiérrez y un cabezazo de Ernesto Dudok que estuvo cerca de convertir su primer gol en Primera División. Pero con el correr de los minutos se le fue complicando ante un Racing que trancaba su juego en la mitad de la cancha, con un Carlitos Díaz que es un pilar de este equipo, que marca y hace jugar.

En el complemento, el albiverde continuó apostando a la posesión del balón, y con remates cruzados buscó que alguien metiera la patita para mandarla a guardar. El ex darsenero Leandro Ezquerra, que ingresó en lugar de Dudok, le dio soporte a Gutiérrez, Luis Gorocito y Didí Zabala, que iban a todas como si fuera la última. Presionando a River Plate en la salida y no dejando jugar al rival, Racing estuvo cerca de la igualdad. Ezquerra y Zabala, con dos fierrazos, hicieron suspirar a Frascarelli, que vio perderse el balón muy cerca de su palo derecho dos veces.

Los dos equipos hacían un desgaste tremendo. El partido se jugaba con una intensidad brutal que no daba respiro a los espectadores. La dársena se defendía y guapeaba ante un rival que quería el empate, y sobre el tramo final, luego de un fallido intento de igualdad racinguista, encontró la paz y le colocó el moño al partido. Sebastián Taborda, el primero de los futbolistas que mandó al campo de juego Guillermo Almada, se rompió la garganta gritando un golazo cuando faltaban diez minutos para el final. Bajó una pelota fuera del área, de espaldas al arco. Parecía incómodo, pero pegó una media vuelta tremenda y sacó un latigazo fatal que terminó en el ángulo izquierdo de Gelpi.

River Plate disfrutó los minutos finales, aunque con cautela, continuando con ese estricto orden defensivo afianzado en las impecables actuaciones de Flavio Córdoba y Kily González. La victoria estaba cerca, pero faltaba la frutilla de la torta: un tiro libre en los descuentos era una tentación para la zurda del niño mimado de la casa, Lucas Olaza, que la atornilló contra el mismo palo que Taborda.

Emocionaba ver a ese gurí festejando con sus compañeros; con 19 años, fue vicecampeón mundial sub 20 y se ha confirmado como uno de los protagonistas del campeonato y goleador de su equipo.

Queda una sola fecha, y quizá el camino hacia la definición se alargue un poco más. River está firme, latiendo al mango por la gloria. La oportunidad está; sería una linda recompensa.