El sábado en el Montevideo urbano estaba divino. Sol y calor invitaban a calzarse un short y una remera. Pero en la zona rural el viento sopla fuerte y con camperita y pantalón este cronista observó cómo en el Complejo Rentistas los bichos colorados soplaron a Cerro con una goleada arrolladora con aires de nocaut.

La necesidad de los puntos, lo importante del partido, se respiraba desde el calentamiento. Los torneos Clausura siempre tienen partidos como éste: atractivos por lo que está en juego, en este caso la permanencia en Primera, aunque los del margen derecho de General Flores ya miran con cariño la Tabla Anual para sacar el pasaporte hacia una posible participación en torneos de Conmebol, cosa que consiguió en su histórica campaña de 1998, a pesar de que después renunció a jugar en lo que sería la última edición del torneo que justamente llevaba el nombre del acrónimo de la Confederación Sudamericana de Fútbol creado como su dirección cablegráfica.

Los villeros, los de la Villa del Cerro, que no tienen vínculo con los habitantes de las llamadas villas miseria de Argentina, salieron al frente guapos y querendones con un juego vertical que tenía como intención pegar rápido. Romário Acuña buscaba escabullirse y Hugo Silveira ganaba con su físico privilegiado en el área de los locales que esperaban y tenían al mercedario, oriundo del club Con los Mismos Colores, Guillermo Reyes como figura.

Carlos Maravilla Grossmüller llevaba los hilos del equipo con su gambeta y asistencias. Sin dudas es un futbolista diferente, al que siempre vale la pena observar más allá de que en este momento el rendimiento de su equipo no es el mejor. Ese frenesí adolescente de Cerro chocó con la madurez de los bicheros, que apostando al toque horizontal, buscando el espacio de a poco y con mucha paciencia se arrimaron al arco del dos veces vicecampeón mundial juvenil Mathías Cubero. Octavio Rivero, el gran protagonista de la tarde, un joven delantero olimareño de 22 años que algunos conocieron jugando en Central Español, avisó primero con un cabezazo que se estrelló en el travesaño. Rentistas tocaba lindo, armaba interesantes combinaciones. En una de estas jugadas, a pocos minutos del final de la primera parte, Guillermo Maidana se la sirvió a Octavio Rivero en la puerta, con el desafío de dos defensas y el golero. Con una gambeta entreverada y extraña los dos zagueros quedaron atrás y Mathías Cubero no pudo con un fierrazo cruzado que se alojó contra el palo izquierdo del arco que da a la ciudad de Las Piedras.

En el complemento las emociones continuaron y encima llegaron los goles. El alto voltaje continuó, Cerro siguió peleándola de forma terca y valiente. Adolfo Barán apostó por mandar a la cancha a Rodrigo Vázquez, reforzar el medio junto a Bazallo y darle lugar a Márquez por la derecha, donde despejó el camino. El Chelo Marcelo Fernández, otro futbolista de esos a los que vale la pena observar cuando agarran el balón con su delicadeza y magia, marcó el segundo gol luego de una asistencia de Octavio Rivero. Pintaba para liquidarse pero Maravilla y el empuje de la gente desde la tribuna incitaban a Cerro a no rendirse. Enseguida Grossmüller, tras una serie de rebotes y el primer descuido de la defensa local, descontó. Nuevamente con esa mesura y control Rentistas golpeó, Rivero, intratable, se metió en el área, dejó al golero en el piso y la atornilló contra un palo con un fierrazo. Cerro probó con cambios pero ya era tarde. Para colmo, el Canario Rodrigo Vázquez, con fortuna, cuando le rebotó una pelota convirtió el cuarto gol que cerró el partido con papel de regalo de goleada.

Rentistas continúa con su librito, una idea de juego firme: saber leer bien los partidos, esperar y sacarles jugo a sus buenos futbolistas. Esta vez le tocó a Octavio.