¡Qué nervios! Supongo que muy particularmente los partidos con Argentina, y tal vez con Brasil, los sufro al mango. El día arrancó helado, gélido, congelante en La Serena, pero con la calidez en el cuore por la aparición de Milvana, que a tantos floridenses y amigos nos tocó tan de cerca. Seguro que eso le puso luz a la jornada, que en mi acción social arrancó compartiendo el desayuno con un hermano porteño que hasta ayer desconocía la existencia de la cruel y sangrienta dictadura de Augusto Pinochet (¡!). Para completarla, me hablaba de mi mate como si yo fuera un alemán, y me explicaba que ellos (los argentinos) toman. Poco menos me dice que hay clubes que se llaman River Plate y Boca Juniors, y que Buenos Aires está en el Río de la Plata. Y yo, como un duque, le contaba acerca de Artigas, de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de las banderas artiguistas que aún son las de las provincias.

Volví a la habitación, prendí la estufeli, arranqué el matungo y me disparé como un cuete con esta sutil e inédita delantera: “My Sweet Lord”, de George Harrison, “Terapia de murga”, del Negro Rada, “Adiós, Nonino” del inigualable tándem Piazzolla-Pugliese, “Tinta roja”, del gran Gordo Juárez, y la retirada de Contrafarsa de 2003, que si no me equivoco es del actual director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Álvaro García, contador, racinguista y buena gente.

Ahí ya estaba hecho y tecleando duro en mi mirador serenísimo. Estoy en un primer piso; la Ciudad Vieja de La Serena no puede tener edificios de de más de tres pisos y sus fachadas deben estar pintadas en una paleta de colores de estilo colonial. Mañana les contaré más del Diaguita, el hostal donde estoy parando, que queda bien en el medio de esta parte de la ciudad y que, por oficio de sus dueños, es un dechado de hospitalidad. De mi habitación, en la ochava misma de la esquina, salen las banderas de Chile, Uruguay y Argentina.

Como se podrán imaginar, me fui al estadio bien temprano. Atravesé callecitas que estaban preparadas exclusivamente para el mercado argentino: músicos que, como si estuviesen en aquella escena central de Perfume de mujer, en Nueva York o San Francisco, tocaban un sincopadísimo “Por una cabeza”, sin bandoneón ni guitarra; gorritos, bufandas y banderas, tuito albiceleste; y vergonzantes mediotanques con agujero para el carbón, donde vendían choris y bife de chorizo. De nosotros, ni idea. Es más: en sus espacios especializados y de ocasión, las radios sólo hablaban de ellos, e incluso había una que hacía referencia a “los otros”, pero no en sentido despectivo, sino porque simplemente no nos ubicaba. Raro. Pero, al mismo tiempo, lindo para pensar y resignificar esa forma de ser de nuestro imaginario, la que nos hace siempre sabedores de nuestras posibilidades, aunque sin sacar jamás la ingrata chapa de candidato autoproclamado, más allá de que tengamos un buen presente y el más increíble pasado que nos hace poseedores del mejor crédito existente en el mercado: los más ganadores, los primeros, los del medio, los últimos. Es raro, pero creo que eso también hace a aquel concepto, vertido por Óscar Tabárez en el Mundial de Sudáfrica 2011, la “cultura futbolística” del pueblo uruguayo.

Ya en La Portada, con el frío cada vez más intenso del anochecer, otra vez debí cruzarme con un primo argentino. Esta vez era un ejecutivo de la organización y me retó, tal como lo había hecho minutos antes a un indio, porque reclamaba mis pases para la conferencia de prensa y la zona mixta, ese tubo por el que hacen circular a los futbolistas mientras los periodistas, como peones baquianos, tratamos de ponerles el micrófono como si fuese una caravana o una vacuna contra la aftosa. A puro reto, me mandó al rincón, América y Ámsterdam, tan al córner, que si me llega a agarrar el Chino me mete olímpico desde su esquina preferida. Tranquilos, nosotros. De callados, siempre.

Te llevo tatuada en el pecho.