Aunque un amistoso de selecciones es, de alguna manera, la práctica de los miércoles de los clubes, reviste un perfil de seriedad que le otorga no sólo el protocolo del juego, sino la seriedad y la importancia de lo que pueda pasar. Independientemente de los resultados finales, que siempre importan, y del cambio de banderines, lo que vale de estos partidos son las conclusiones, los ensayos, los fogueos tanto individuales como colectivos. En el caso del partido de ayer entre Austria y Uruguay, esa fea sensación de derrota y de perderlo en el final queda compensada con la buena sensación de equipo y de juego que tuvo el equipo de Óscar Washington Tabárez en algunos momentos del primer tiempo.

Ya se terminaba el partido. Había habido muchos cambios, y la segunda parte había sido bastante anodina. Los austríacos no le encontraban la vuelta a su ataque, mientras que los uruguayos resolvían casi sin inconvenientes las incursiones locales. Pero vino ese tiro libre sobre la banda derecha con la pierna izquierda de Louis Schaub. Iba a ser un centro nomás, y lo fue, pero la pelota fue pasando por unos y otros, que parecían estar jugando a la mancha hielo en la gélida noche austríaca, y finalmente terminó en el fondo de las redes uruguayas.

Faltaban tres minutos para el final, y ya no quedaría mucho para hacer. Si lo que se cuenta acá es eso –el partido y sus acciones–, Austria ganó 2-1. Si se buscan otras devoluciones, se podría decir que, a pesar de la derrota, última, impensada, hay cosas esperanzadoras para cuando los amistosos no sean prácticas, para cuando los partidos sean finales, y eso, lejos de ser conformista, está bueno.

En frío

A los cinco minutos, una mala salida uruguaya que agarró mal parado a Maximiliano Pereira permitió una internada profundísima de los austríacos que, a pesar de la gran tapada inicial de Martín Silva, propició una segunda oportunidad con justísima definición de Marcel Sabitzer, que puso la pelota contra el caño y abrió el marcador. No demoró mucho la reacción de Uruguay: tres minutos después, Edinson Cavani armó una jugada desde la mediacancha, puso un pase en profundidad para Jonathan Urretaviscaya, que por la izquierda puso un centro medido para que el propio Cavani, que venía cargando desde 30 metros atrás, anticipara al golero con un cabezazo limpio a las redes. Fue lindo el gol número 40 del salteño con la celeste.

Un equipo cortito, apretadito y rápido, si lo comparamos con la media de las representaciones nacionales, que progresaba colectivamente con buenas combinaciones y se recomponía con mucha solvencia cuando perdía la pelota. Los movimientos pendulares en la defensa eran los de un equipo que aparentemente entrenara muchas veces, y los ataques en corto-largo generaron dos casi goles de Giorgian de Arrascaeta. En el primero recibió juego desde la banda derecha, pero no pudo acomodarse para definir ante el arquero; el segundo posiblemente alimentará las pantallas de televisión del mundo entero, en esos espacios burlescos de jugadas o acciones fallidas: cuando el futbolista de Cruzeiro de Brasil recibió un tiro de Urretaviscaya, enganchó con un giro en el punto penal y quedó con el arco casi a disposición, pero su remate se estrelló contra el caño de manera increíble. Ni hablemos de la pelota cortada por Rodrigo Bentancur para que el Rayo Urreta, como una exhalación por la derecha, le sirviera un pase-gol a Cavani, que remató fuerte apenas afuera.

Así me gusta

La primera parte se fue con una gratísima sensación para masticar en la helada noche vienesa o en la cálida tarde uruguaya: este equipo intencionalmente creado hace años, desde abajo y con futbolistas que llegaron siendo liceales al Complejo, ha logrado cambiar la matriz de juego: en su etapa de generación, con mediocampistas de quite, traslado y pase, con utilización de las bandas y con la misma aplicación, presencia y entrega en la marca.

No sabemos a los demás, pero a nosotros nos da un goce, y a veces una ligera aceleración del ritmo cardíaco, ver a Matías Vecino, a Federico Valverde y a Rodrigo Bentancur pararse en la cabeza de nuestra área como eje central y mover el juego y la pelota desde allí.

Así no

El segundo tiempo repitió características de juego, con menos prevalencia celeste y tal vez con más intentos austríacos con su fútbol tan tosco como dinámico. Con las variantes –entraron Carlos Pato Sánchez por De Arrascaeta, y Cristhian Stuani por Urretaviscaya–, el planteamiento estratégico de 1 (el arquero también juega, decía siempre el gran Mario Patrón)-4-3-2-1 con el que arrancamos se transformó en un 1-4-4-1 que funcionó bien y que luego pasó a un esquema de 1-4-4-2. El sanducero Maximiliano Gómez entró por Cavani y Nicolás Lodeiro por Valverde. Los austríacos atacaron más, pero la línea defensiva uruguaya estuvo atenta, firme y expeditiva.

Sobre el cierre del partido, en un tiro libre, un centro que parecía no tener demasiadas probabilidades terminó en el arco de Martín Silva y les dio la victoria a los locatarios. Después, Uruguay estuvo otra vez muy cerca del empate, con ataques de Maxi Gómez y Lodeiro, pero no hubo nada que hacerle.

Fue un partido para ganar que terminamos perdiendo, pero ¿qué perdimos? No tanto como lo que ganamos: esa sensación de que hay un colectivo con un gran potencial para ser competitivo y aspirar a avanzar en el Mundial. Y eso está muy bueno. El año que viene les cuento.