Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
La elección de una Convención Constitucional en Chile es un gran acontecimiento, pero si queremos acercarnos a su comprensión debemos ser cuidadosos. Conviene evitar las simplificaciones y la tendencia –frecuente en estos tiempos– a buscar en los hechos la confirmación de lo que ya pensamos.
En las últimas décadas los procesos latinoamericanos de reforma constitucional se suelen asociar con iniciativas de la llamada “izquierda bolivariana”, pero históricamente han sido una característica de casi toda la región, e impulsados por fuerzas muy diversas en lo ideológico.
Varias dictaduras ultraderechistas buscaron darles rango constitucional a la Doctrina de la Seguridad Nacional y a reglas de juego convenientes para sus intereses: entre ellas, con éxito hace 41 años, la que encabezaba Augusto Pinochet en Chile.
La Constitución chilena de 1980 reemplazó a la que se había aprobado mediante un plebiscito en 1925, pero en Chile se pueden realizar reformas constitucionales mediante la votación en el Parlamento, y a aquel texto de 1925 ya se le había hecho una decena cuando Pinochet encabezó el golpe de Estado de 1973.
A su vez, la Constitución pinochetista ha sido reformada medio centenar de veces desde el fin de la dictadura en 1990, y se eliminaron de ella muchas disposiciones grotescas. De todos modos, persisten otras muy controvertidas, que recién ahora podrían modificarse (como la que prioriza la actividad privada y concibe un Estado “subsidiario”), y el texto ignora cuestiones contemporáneas como la de la llamada “agenda de derechos” y la de las nacionalidades indígenas, cuando no obstaculiza directamente su abordaje.
Además, la propuesta de una nueva Constitución será elaborada, como nunca antes en la historia de Chile, por un organismo elegido específicamente para ello, integrado por personas que en muchos casos no serán representantes de partidos. Luego irá a un plebiscito en el que el voto será obligatorio (cosa que no ocurre para elegir gobierno ni ocurrió para formar este organismo), de modo que la relación de fuerzas puede variar.
Por otra parte, el proceso que condujo a esta Convención Constitucional estuvo determinado por circunstancias extraordinarias. La decisión de elegirla surgió de un proceso de protestas sin precedentes desde el retorno de la democracia, asociado con un profundo desprestigio de los partidos. La votación que terminó ayer se produjo en el marco de la pandemia de covid-19 y sus consecuencias sociales, que en los últimos meses han llevado a niveles muy bajos la popularidad del gobierno derechista encabezado por Sebastián Piñera.
Falta mucho para que se redacte un proyecto y se vote, pero si se confirman las tendencias informadas al cierre de esta edición, y la derecha queda con menos de un tercio de los convencionales, no podrá bloquear por sí sola ninguna propuesta.
Será crucial la negociación entre fuerzas de centroizquierda e izquierda que se presentaron desunidas, y que afrontarán ahora el desafío de lograr acuerdos convincentes para la mayoría de la ciudadanía. Pero lo principal es que, por fin, la gente tendrá en sus manos la posibilidad de dejar atrás todas las rémoras de la dictadura.
Hasta mañana.