En otros tiempos, el ministro del Interior estaba muy volcado hacia la actividad política general, con algo de “jefe de gabinete”. Luego pasó a centrarse en la conducción de la Policía. De todos modos, después de la dictadura esa responsabilidad les fue confiada casi siempre a dirigentes partidarios de alto nivel, que también fueron aspirantes o candidatos formales a la presidencia de la República, como Luis Hierro López, Guillermo Stirling, Juan Andrés Ramírez, Jorge Larrañaga y el actual titular, Luis Alberto Heber.

Durante los tres gobiernos consecutivos del Frente Amplio (FA) se cumplió lo primero, pero no lo segundo. Eduardo Bonomi, ocupante del cargo durante diez de esos 15 años y ministro de Trabajo y Seguridad Social en los otros cinco (con breves paréntesis en tiempos de campaña electoral), fue sin duda una figura de peso dentro del Movimiento de Participación Popular (MPP) y del FA, pero en su sector siempre hubo otras con mayor ascendencia. No cultivó el histrionismo frecuente entre los exguerrilleros que pasaron a comandar el MPP ni jugó sus cartas para pasar a un nivel superior de liderazgo.

Era un tipo de dirigente más común en la izquierda del siglo pasado que en la del actual, que concebía su desempeño personal en función de lo colectivo y trabajaba duro para lograr diagnósticos, planificación y resultados en las áreas que se le encomendaban.

En Trabajo y Seguridad Social lideró a partir de una línea de acuerdo frenteamplista para restablecer y potenciar la negociación colectiva, debilitada durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle y el segundo de Julio María Sanguinetti. Fue la cara visible de ese proceso y resolvió en forma tan eficaz como sensata numerosas dificultades.

En Interior, las orientaciones dentro del FA no eran ni llegaron a ser nunca unánimes. La asunción de Bonomi implicó cambios en relación con las gestiones frenteamplistas anteriores, tanto en terrenos en los que logró avances reconocidos por toda la fuerza política (como la incorporación de avances tecnológicos o el fortalecimiento de las tareas preventivas de inteligencia) como en otros en los que fue cuestionado desde esta (como sucedió por su énfasis en los “megaoperativos”, o por su asimilación de algunos criterios de funcionamiento interno y de actuación que, para parte del FA, se alejaron de los principios izquierdistas tradicionales).

Se apoyó en oficiales de indudable capacidad, con mentalidad moderna en lo referido a la investigación y alejados de prácticas corruptas demasiado frecuentes durante décadas, pero esto también implicó pactar con concepciones de la seguridad y la convivencia social fuertemente (o excesivamente) policiales. Llegaron a formularse planes con una visión más amplia e integral, pero luego quedaron bastante de lado.

Por ese camino, el cambio de mentalidad de los funcionarios fue parcial; más de una vieja práctica resurgió cuando el actual gobierno apartó a los jerarcas de confianza de Bonomi. En todo caso, lo que este logró fue mucho, aunque una fuerte prédica opositora haya instalado, en gran parte de la población, sentimientos de rechazo y odio hacia él. Con perspectiva histórica, sus aportes son innegables.