Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Uno de los temas legislativos pendientes es el vinculado con el endeudamiento de las personas físicas, que se ubica en niveles preocupantes y, si bien atraviesa toda la sociedad, tiene efectos especialmente graves para la población con menores ingresos.

La adopción de medidas al respecto plantea dificultades complejas, pero es claro que el problema existe y que, además de intentar resolverlo o por lo menos aminorarlo, es muy importante –y bastante más sencillo– esforzarse por prevenirlo.

El sobreendeudamiento de las personas tiene un conjunto de causas. Entre ellas está, obviamente, la necesidad, y también, no tan obviamente, las fallas estatales en el control y la represión de la usura y de la publicidad engañosa sobre ofertas de préstamo, pero otro de los motivos indudables es el desconocimiento sobre aspectos básicos de los sistemas de crédito y sobre los riesgos que pueden implicar utilizarlos.

Por eso, y por varias otras razones, es una muy buena noticia que la Administración Nacional de Educación Pública haya firmado un convenio con el Banco Central a fin de que las escuelas y liceos avancen, en forma gradual, hacia la integración en sus cursos de la educación financiera. Además, la noticia es una oportunidad para recordar un par de cuestiones vinculadas con este tipo de contenidos y con la educación en general.

La primera es que educar no significa adoctrinar en ningún sentido, y mucho menos que el gobierno de turno diseñe los programas de estudio, la formación docente y los sistemas de inspección para asegurarse de que le inculquen al alumnado ciertos puntos de vista ideológicos sobre los temas que se tratan en clase.

Los objetivos de la educación financiera son, como en el caso de cualquier otro contenido curricular, lograr por un lado que las personas que estudian descubran y conozcan datos básicos, y por otro que desarrollen, en progresiva y adecuada a cada tramo de edad, posiciones racionales y críticas ante esos datos, a partir de la consideración de posiciones distintas y de su discusión.

No se trata, por lo tanto, de amaestrar a niños y adolescentes para que veneren el sistema financiero y hagan sólo lo que a este le conviene, pero tampoco de enfilarlos ideológicamente hacia un rechazo de ese sistema y de las instituciones que lo integran. Se trata nada más y nada menos que de ayudarlos a que sepan más, piensen mejor y tengan una existencia más libre.

La segunda cuestión tiene que ver con el cuestionamiento de lo que el brasileño Paulo Freire llamó –valga la redundancia en este caso particular– la “educación bancaria”, aludiendo a la concepción y las prácticas que tratan a quienes aprenden como un recipiente pasivo, en el que quienes enseñan “depositan” el conocimiento.

La educación financiera no sólo debe servir para que “los que saben” transmitan una serie de contenidos, sino también para que quienes ejercen la docencia aprendan. En este caso, a conocer cuáles son las concepciones, las prácticas y los problemas de otras personas, y así ampliar y mejorar su comprensión del mundo.

Hasta mañana.