Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
El jueves de la semana pasada, Pedro Bordaberry y otros cuatro futuros legisladores de su lista 10, correspondiente al sector Vamos Uruguay, visitaron al presidente electo Yamandú Orsi, para intercambiar sobre los temas que consideran prioritarios en el próximo período de gobierno. El mismo día comenzaron las críticas a ese encuentro desde los sectores que integraron un sublema con Andrés Ojeda.
Ayer, el líder de Vamos Uruguay comentó que discutir su derecho a reunirse con quien le parezca sin “pedir permiso” le parecía “una pelotudez”, y exhortó a sus compañeros de partido a hablar “de los temas importantes, de qué es lo que vamos a hacer, cómo vamos a trabajar, cómo vamos a ir para adelante”. También fustigó, sin atribuirla a nadie en particular, la estrategia de “chiquitismo político” que plantea: “No hagas olas, quedate quieto, oponete al Frente Amplio [FA]”, y afirmó que él no va a ser “una oveja más que va hacia allá al grito de alguno”. Este es, más allá de los incidentes y los adjetivos, el centro de la cuestión.
Cuando asuma el Parlamento electo el 27 de octubre, el FA tendrá mayoría en el Senado, pero le faltarán dos votos para aprobar leyes en la Cámara de Representantes, donde deberá procurarlos entre 51 diputados de otros cinco lemas. Ningún dirigente de los partidos que hoy participan en el gobierno dice que haya que negar esos votos en forma sistemática, pero hay diferentes opiniones sobre la forma en que conviene negociar.
En el Partido Nacional (PN) predomina la idea de que quienes apoyaron a Álvaro Delgado en el balotaje se relacionen con el FA como un bloque. Así el nacionalismo, como socio mayor de la Coalición Republicana (CR), podría regular en función de sus propios intereses cuándo y en qué temas conviene acompañar las iniciativas frenteamplistas, reclamar que se modifiquen o bloquearlas. Sin embargo, es muy poco probable que esto suceda.
Si los partidos del oficialismo saliente hubieran formado en estos cinco años por lo menos un organismo de coordinación, ese sería el escenario natural para discutir las relaciones futuras con el gobierno frenteamplista, pero sucede que no lo formaron, y cada dirigente atiende su juego.
El PN tiene obviamente una jefatura política, ejercida por Luis Lacalle Pou y reconocida por todos los sectores con representación parlamentaria. En el PC la situación es muy distinta.
Ojeda ganó en junio de este año unas internas muy fragmentadas y realizó luego acuerdos para las elecciones nacionales, mientras que Bordaberry hacía lo mismo sin haber competido en junio. El sublema del primero logró 56% de los votos, pero el del segundo obtuvo 15 de 22 legisladores. Ojeda no es el jefe político de Bordaberry, y nada indica que este comparta su proclamada admiración por Lacalle Pou, cuya gestión presidencial fue cuestionada duramente por el líder de Vamos Uruguay en varias ocasiones.
Nadie puede atribuirle a Bordaberry una gran simpatía por el FA; lo que está en juego es el futuro de las relaciones de poder entre dirigentes, sectores y partidos del oficialismo saliente, muy importantes no sólo para el próximo gobierno del FA, sino también –y sobre todo– para los intereses del país.
Hasta mañana.