Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
No sabemos cuándo se difundieron por primera vez mensajes falsos o engañosos para perjudicar a un adversario político, pero caben pocas dudas de que la práctica tiene siglos de antigüedad. Lo que ha aumentado mucho en los últimos tiempos es la facilidad de producirlos en forma verosímil, masiva y anónima.
El Tribunal Superior Electoral de Brasil aprobó anteayer una serie de medidas contra el uso de estas artimañas, y antes 20 grandes empresas tecnológicas se habían comprometido a cooperar para que la llamada inteligencia artificial no se emplee para mentirle a la ciudadanía, pero los riesgos son muy grandes.
Todos los días recibimos mensajes de origen incierto. Muchísima gente cree que su contenido es verdadero sin molestarse en averiguar al respecto, y es muy frecuente que quienes podrían estar interesados en hacerlo no sepan ni cómo empezar.
A su vez, una gran proporción de las personas que reciben esos mensajes los reenvían porque les parecen interesantes o graciosos, porque les causan una indignación que creen justo y necesario multiplicar, porque piensan que les harán “cotizar mejor” en redes sociales o por otros motivos. Esto aumenta la credibilidad para los nuevos receptores porque el remitente deja de ser completamente desconocido. Cuando algo “se viraliza” y parece que “todo el mundo” lo está comentando, el interés aumenta y las dudas sobre la veracidad disminuyen.
Todo esto implica oportunidades de incidir en la formación de opiniones políticas, que se aprovechan sin el menor escrúpulo. Muchas fake news se dirigen a grupos de personas predispuestas a creerlas y propagarlas. Su origen y su alcance son muy difíciles de determinar en algunas vías habituales, como los grupos de Whatsapp o las aplicaciones que borran los mensajes después de cierto tiempo. Las técnicas de deepfake generan imágenes y voces muy convincentes, y otras herramientas permiten, con mínima participación humana, que los mensajes y los comentarios que los aprueban se generen en gran escala.
Incluso comunicaciones políticas de apariencia inocente y que no ocultan su carácter ficticio son problemáticas. Hace una semana, por ejemplo, el senador Juan Sartori difundió en redes sociales un video en el que aparecían imágenes animadas de Wilson Ferreira Aldunate, José Batlle y Ordóñez, Luis Alberto de Herrera, Liber Seregni y José Artigas exhortándolo a competir nuevamente por la postulación del Partido Nacional a la presidencia de la República.
Aunque se utilizaron herramientas tecnológicas para lograr cierto parecido de las caras, las voces y el vocabulario, no hubo deepfake y, por supuesto, es de público conocimiento que se trata de personas fallecidas, pero cabe preguntarse, entre otras cosas, si es válido invocar el prestigio de esas personas en provecho propio, o si sería válido que otro precandidato divulgara un video en el que las mismas cinco figuras dijeran que Sartori es un peligro para la democracia.
Urge avanzar en la prevención inteligente, con especial cuidado de que no se convierta en censura, pero más allá de las normas y de su eficacia, es preciso que la mayor cantidad posible de personas esté dispuesta a cuidarse y cuidar a las demás.
Hasta mañana.