El murciélago está de vuelta en el banquillo de los acusados. En realidad, nunca lo abandonó del todo porque lidia desde hace siglos con una inmerecida mala fama en varios frentes, especialmente en Occidente, y no hay relacionista público que pueda enmendar en poco tiempo una reputación deteriorada con tal persistencia.

En la Edad Media se lo relacionaba con brujas y demonios o era sinónimo de malos presagios, una asociación que la literatura y la cultura pop no hicieron mucho por mejorar. Drácula y sus herederos, la imaginería del satanismo, el machacante merchandising de Halloween, la confusión de quienes los ponen en la bolsa de los roedores y hasta las lamentables adaptaciones cinematográficas del Batman de Joel Schumacher sólo ayudaron a agravar la predisposición en contra de este mamífero notable.

Como si este bagaje fuera poco, a finales de 2019 llegó el peor virus para los humanos en los últimos 100 años, una catástrofe que sigue en curso y cuyo origen fue adjudicado al murciélago. No es la primera vez que se lo acusa por su papel en la aparición de una zoonosis, nombre con el que se denomina a las enfermedades causadas por un patógeno que salta de animales a humanos o en sentido inverso. Se lo ha vinculado también con el ébola, la rabia o los virus de Nipah, Hendra y Marburg, además de algunas variantes de Influenza A.

Un buen abogado de murciélagos puede decir mucho en su defensa, como veremos más adelante, pero conviene empezar por recordar que tampoco hay confirmación de que el virus SARS-CoV-2, que desató la actual pandemia, se haya originado en murciélagos. Es una teoría con mucha aceptación, ya que una secuencia de un virus hallado en murciélagos de herradura chinos es muy similar al SARS-CoV-2, pero falta aún identificar el ensamble que pruebe el salto al humano, probablemente a través de un hospedero intermedio.

Hay, sin embargo, suficiente evidencia como para considerar que los murciélagos albergan gran cantidad de virus y que al menos algunos de ellos han saltado entre especies, produciendo lo que se llama “derrame” o spillover en inglés. ¿Por qué aparecen los murciélagos tantas veces asociados a las zoonosis? ¿Significa que son cajas de Pandora llenas de virus, listas para desatar sus calamidades sobre la humanidad, como ocurrió con el nuevo coronavirus? Para responder estas preguntas hay que adentrarse un poco más en el mundo complejo pero fascinante de estos mamíferos.

De acá a la China

“Eso es algo que está en discusión”, dice Germán Botto, biólogo, integrante del Programa para la Conservación de Murciélagos en Uruguay (PCMU) y abogado de quirópteros, sobre la abundancia de virus con potencial zoonótico en sus animales predilectos.

En primer lugar, se encuentran muchos virus en estos animales porque los murciélagos tienen una enorme cantidad de especies (más de 1.300), explica. Son el segundo grupo más diverso de mamíferos, luego de los roedores, a tal punto que acumulan casi un cuarto del total de especies de mamíferos en el mundo. Es lógico que proporcionalmente acumulen una buena cantidad de virus.

En segundo lugar, también se buscan muchos virus en murciélagos, lo que lleva a un sesgo inevitable, una sobrerrepresentación de patógenos en estos animales. Además, al estar cerca del ser humano en términos filogenéticos (son parientes bastante próximos, digamos), es natural que se encuentren virus similares en ambos, como ocurrió al analizar el surgimiento del SARS-CoV-2.

Si dejamos de lado los pormenores de esta discusión y consideramos que efectivamente los murciélagos tienen una alta cantidad de virus, algunos de los cuales saltan entre especies y causan problemas, tampoco faltan explicaciones para este fenómeno.

Más allá de su diversidad, ya mencionada, son animales muy longevos, explica Botto. Pese a su tamaño pequeño y su altísima tasa metabólica, viven muchos años (con registros superiores a los 40 años). Eso significa que conviven con estos virus una gran cantidad de tiempo.

Su sistema inmune también podría tener que ver con el asunto, ya que parece estar adaptado para tolerar tanto una carga viral alta como los efectos propios de la reacción inmune (parte del daño a un organismo es producido por su sistema al defenderse). Es decir, “pueden vivir con niveles más altos de infección transmitiendo el virus sin sufrir las consecuencias negativas de la enfermedad” cuenta Botto. Esto no significa que sean totalmente inmunes, porque hay murciélagos que mueren por brotes epidémicos. “No son bichos inmortales que van volando y regando virus por el mundo”, acota Germán, para desilusión de Drácula.

A todo esto se suma que son animales gregarios y que viven en contacto muy estrecho, lo que favorece la circulación y transmisión de virus. “Fuera del humano es el mamífero que tiene los tamaños de población más grandes. No hay otros que logren una colonia de 20 millones de individuos. En esa escala tenés a los humanos con Nueva York o los murciélagos Tadarida brasiliensis con la Bracken Cave de Estados Unidos”, aclara el biólogo.

La historia fundacional del nuevo coronavirus, que postula una transmisión de un murciélago a un hospedero intermedio y su posterior salto a seres humanos en un mercado húmedo de Wuhan, puede llevarnos a creer que las zoonosis ocurren sólo en países lejanos y con dudosas prácticas alimentarias o higiénicas. Sin embargo, la emergencia y reemergencia de algunas enfermedades en los últimos años en Uruguay muestran que conocer y entender los virus que nos rodean, así como su interrelación con la actividad humana, es crucial acá y en la China. Como ejemplo, hay otro virus complicado que tiene a los murciélagos como protagonistas.

Lucía Moreira capturando murciélago en red de niebla.

Lucía Moreira capturando murciélago en red de niebla.

No sos vos, soy yo

En marzo de 1966 se produjo el último caso registrado de rabia humana en Uruguay, sufrida por un niño internado en el Pereira Rossell. En 1983, el último de rabia canina. Este virus temido, de un cuadro clínico espeluznante y horrorosamente letal, parecía haber sido desterrado del país. Sin embargo, en octubre de 2007 la rabia reapareció en Uruguay, aunque en otra variante. Se diagnosticó por primera vez en el país rabia paresiante (llamada también paralítica) en bovinos y equinos que habían sido mordidos por murciélagos vampiros infectados.

A los investigadores uruguayos este resurgimiento no los tomó por sorpresa. Antes del brote ya estaba en funcionamiento un proyecto de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República, a cargo de Helena Guarino, que tenía el objetivo de buscar el virus de la rabia en poblaciones de murciélagos, aunque en este caso centrado en los insectívoros que suelen frecuentar ámbitos urbanos. “Ya había idea de que se tenía que estudiar, y considerábamos que era posible encontrarlo”, recuerda Botto. A partir de aquel evento de 2007 se detectó el virus primero en vampiros, murciélagos que se alimentan de sangre, y luego, tal cual preveía el proyecto, en murciélagos insectívoros en varios departamentos, incluido Montevideo. En 2017, por ejemplo, los quirópteros tuvieron nuevamente su momento mediático cuando se detectó un murciélago con rabia en pleno Pocitos.

La culpa de la reaparición de la rabia, sin embargo, no es del murciélago sino del que le rasca el virus. Para Botto, los brotes de la enfermedad en el ganado son efecto de la modificación del ambiente y de los patrones de movimiento de la especie, ambas por causa humana. El incremento de la producción forestal, por ejemplo, pudo haber modificado qué tan en contacto están las colonias y qué tan rápido el virus se dispersa a través de ellas.

Por lo tanto, si sabemos que los murciélagos albergan una buena cantidad de virus, y si tenemos claro que la pérdida de hábitat los fuerza a interactuar con poblaciones humanas y sus animales domésticos, es fácil ver la importancia de conocer qué virus se encuentran en nuestros murciélagos y de qué forma circulan. Eso fue exactamente lo que se propuso la bióloga Lucía Moreira para su tesis de grado, con la colaboración de varios colegas que venían trabajando en una línea similar.

Cinco personajes en busca de tres virus

Más allá de los trabajos mencionados con la rabia, no se sabía prácticamente nada de la diversidad viral en murciélagos de nuestro país. Y no es que falte material para buscar. Tenemos 22 especies de murciélagos registrados en Uruguay y hay al menos 24 familias de virus encontradas en quirópteros.

Para la realización del primer trabajo de detección molecular y caracterización genética de distintos virus en estos animales, 77 murciélagos debieron pasar por un proceso con el que todos estamos ahora familiarizados: un hisopado (en este caso oral). Las muestras se tomaron entre 2013 y 2015 en cinco departamentos (Artigas, Rivera, Maldonado, Rocha, Montevideo) y abarcaron un total de nueve especies de quirópteros.

Lucía Moreira y sus colegas se centraron en la búsqueda de tres familias de virus: los rabdovirus o virus de la rabia (por su potencial zoonótico ya explicado), los neumovirus (que ya se venían estudiando en laboratorio en Uruguay y han sido reportados en murciélagos en otros países) y los herpesvirus (que tienen una alta prevalencia entre estos animales, lo que permitía suponer que serían hallados en una cantidad interesante como para sacar conclusiones).

Antes de despertar el temor de que la próxima pandemia se desate por un incomodísimo supervirus herpes, cortesía de los murciélagos, hay que aclarar algunas cosas de las características de estas familias de virus. Los dos primeros son virus ARN (su material genético es ácido ribonucleico) como el SARS-CoV-2, con una tasa de mutación muy grande y, por lo tanto, más susceptibles de generar variantes que permitan los “saltos” entre especies, como comprobamos lamentablemente con el nuevo coronavirus y su capacidad para adaptarse a las células humanas.

Los herpesvirus, sin embargo, son virus ADN (su material genético es ácido desoxirribonucleico), con una capacidad mayor para corregir los errores en la replicación y, por lo tanto, con tasas de mutación mucho menores. Son más estables, por decirlo de otro modo, y tienen menos capacidad de dar saltos grandes entre especies. El herpesvirus, específicamente, mantuvo su estructura genética en los murciélagos en el transcurso del tiempo, explica Lucía Moreira.

¿Por qué estudiar esta última familia de virus, si no es potencialmente peligrosa? “Primero era interesante saber si había o no, y hacer una caracterización de las secuencias, pero la búsqueda venía con un trasfondo ecológico: usar estas secuencias para conocer la conectividad de los individuos y las colonias”, explica Moreira. En este caso, el propósito era convertir al herpesvirus en un marcador ecológico. Si su estudio permitía sacar conclusiones sobre cómo se conectan los virus entre murciélagos, podía dar pistas también sobre cómo se mueven otros virus que son más peligrosos y que se transmiten por la misma vía (por la saliva, como la rabia).

“Si sabemos que un individuo va a una colonia, adquiere herpes y lo lleva a su colonia, quizá pueda adquirir otro virus que sí tenga potencial dañino para la salud humana, como rabia. Saber eso permite generar estrategias de salud pública y un mejor control”, apunta Moreira.

Germán Botto capturando murciélago en red de niebla.

Germán Botto capturando murciélago en red de niebla.

Usar un virus poco patogénico como este permitiría armar una suerte de “mapa” para ver cómo se contactan las especies, acota Botto. “De este modo, si tengo tal virus, saber para dónde podría ir, si es viable que salte entre distintas especies o se quede sólo en una. Por ejemplo, si hay una colonia en la que conviven varias especies con un murciélago que tiene el virus de la rabia, ¿se transmite entre todas o se queda sólo en una? Usar este virus como marcador podía darnos una idea, y los resultados más interesantes tienen que ver justamente con eso”, agrega el biólogo.

Spoiler alert

Ninguna de las muestras de los hisopados dio positivo para virus de la rabia y neumovirus, pero sí se detectó herpesvirus en casi 70% de los ejemplares.

La ausencia de rabia y neumovirus puede parecer una buena noticia (o mala para los científicos que esperaban obtener nuevas secuencias), pero no significa que estos virus no existan actualmente en los murciélagos uruguayos. Era lo esperable, debido a la baja prevalencia que tienen en poblaciones silvestres (especialmente la rabia) y el tamaño del muestreo. Como se comprenderá, es imposible tener muestras de ADN de toda la población de quirópteros de Uruguay.

Sin embargo, haber encontrado el herpesvirus en tal abundancia, como adelantaron los especialistas, fue efectivamente muy útil. “Encontramos una prevalencia bastante grande dentro de los grupos Beta y Gamma de los herpesvirus. Lo interesante es que se agrupaban según rasgos ecológicos y no por familia”, cuenta Moreira. Es decir, hay especies que comparten refugio, como Tadarida brasiliensis y Myotis, que son distantes taxonómicamente pero tienen la misma diversidad viral. Entre ellas, se produce un intercambio de virus.

Quizá el principal hallazgo fue que el vampiro común (Desmodus rotundus), vector de la rabia, tenía virus de un grupo claramente separado de los demás pese a que en ocasiones comparte refugio con ellos. “Da una cierta seguridad de que hay un aislamiento en la transmisión de vampiros e insectívoros. Creo que es un buen indicador porque de alguna forma marca que hay poco contacto viral entre vampiros y otras especies, por lo menos acá. Son conclusiones preliminares pero interesantes”, apunta Botto.

“Algo relevante del trabajo es que no sólo nos dice que tenemos este repertorio de virus, sino que además nos permite usarlo para entender la historia filogenética y ecológica de las especies que los portan”, agrega.

El trabajo es la primera guía base para profundizar el estudio de la circulación viral de murciélagos en el país, algo que los investigadores ya están haciendo. Ahora, por ejemplo, tienen dos proyectos a la espera de financiación que buscan afinar el uso del herpesvirus como marcador, con el objetivo de que dé datos más precisos. “Lo que estamos tratando de hacer es diseñar y testear un método para mostrar cómo los herpes nos pueden decir qué tantos individuos intercambian virus en las colonias y cómo. Se relaciona con la rabia porque la idea es usar esa información de conectividad de los herpes para modelar numéricamente, y en forma más precisa, cómo se mueve la rabia en poblaciones de vampiros”, señala Botto. Y mejorar esa información, como nos enseñó el brote de rabia de 2007, puede ser fundamental para tomar decisiones informadas que beneficien tanto nuestra salud como la de los murciélagos.

De acusado a acusador

Volviendo a las acusaciones del comienzo, tomarse todo este trabajo para anticipar qué puede ocurrir con los virus de los murciélagos no interpela a los quirópteros sino a nosotros mismos.

“Nosotros somos la preocupación para los murciélagos y no al revés”, cuenta Lucía Moreira, que también integra el PCMU. “Nosotros también tenemos un viroma que alberga una gran cantidad de virus que vamos transmitiendo entre nosotros y a otras especies. Nuestras acciones, como el aumento de la urbanización, la caza ilegal, el comercio y el uso de especies exóticas como animales domésticos, es lo que lleva a esos escenarios en los que hay riesgo de transmisión de virus que no causan ningún problema entre los murciélagos y las especies que los rodean. Si eso se mantiene en el tiempo, puede ocurrir que el virus encuentre una vía de escape para producir esos saltos. No es tan lineal, pero de ese modo puede darse una dinámica en la que en una de esas mutaciones el virus pase a una nueva población y le dé la capacidad de transmitirse en ella, como ocurrió con el nuevo coronavirus”, agrega.

Botto, a su lado en la defensa, agrega varios datos no menores. “Hay otro complemento, que es que los murciélagos nos benefician un montón. Gracias a ellos tenemos control de insectos, especialmente para especies en zonas templadas. En otras zonas participan en la regeneración de bosques y en la polinización de especies con valor productivo. Si nos ponemos antropocéntricos, vemos que nos brindan un montón de servicios importantísimos. Y si vamos un paso más allá, si consideramos que es cierto que tienen una mayor cantidad de virus que otras especies, capaz que hay mucho que aprender desde la biomedicina sobre el funcionamiento de su fisiología. Hay mucho para entender. Ni que hablar de su sistema social, el sensorial y otros valores propios del grupo”, concluye. No más preguntas, Su Señoría.

Artículo: “Ecological and Conservation Significance of Herpesvirus Infection in Neotropical Bats”
Publicación: EcoHealth (junio de 2021)
Autores: Lucía Moreira, Germán Botto, Lucía Malta, Adriana Delfraro, Sandra Frabasile

A la caza de nuestros propios coronavirus

Lucía Moreira, Germán Botto y sus colegas están desarrollando otros trabajos vinculados con virus en murciélagos. Algunos esperan financiación, como dijimos, y otros están en pleno proceso. Es interesante que varios de ellos se realizan en colaboración entre distintos institutos, como la Facultad de Ciencias, el Programa para la Conservación de los Murciélagos en Uruguay, el Institut Pasteur, el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable y la Facultad de Medicina. Uno de ellos, por ejemplo, amplía la búsqueda a varios tipos de virus en murciélagos de Uruguay para pintar una escena más cabal de cuál es la diversidad viral que se encuentra en algunas familias de quirópteros compatriotas.

Paralelo a los estudios sobre herpesvirus, Lucía Moreira desarrolla su tesis de maestría con otros virus de especial interés para los humanos. Analiza la presencia de los flavivirus (entre los que se encuentra el dengue) y los alphavirus (entre cuyos integrantes ilustres está el chikungunya). Ya detectó la presencia de algunos que producen enfermedades como encefalitis equinas. Lo interesante es que se trata de virus que se transmiten a través de mosquitos, por lo que “es importante ver el rol que cumplen los murciélagos en la dinámica viral”, aclara.

Encontrar una secuencia viral en un murciélago no significa que el animal sea un reservorio. “Se puede haber comido un mosquito, que es el vector, y por eso dar positivo. El trabajo es ver cuál es el rol, porque es posible que ni siquiera sea un hospedero, sino que, por el contrario, esté controlando la transmisión por comerse al vector”, dice Botto. O sea, una vez más, el villano podría ser en realidad el héroe.

Al mismo tiempo, también comenzaron a estudiar la presencia de coronavirus en nuestros murciélagos. Lo curioso del caso es que este proyecto se planteó antes de la actual pandemia y se inspiró justamente en los estudios que reportaban otros coronavirus de murciélagos como posible origen de pandemias recientes, como el SARS (causado por el SARS-CoV-1) y el MERS (cortesía del MERS-CoV). “Se venía alertando el posible salto de un nuevo coronavirus. De ahí el interés de ver si acá en Uruguay también tenemos la presencia de coronavirus en murciélagos”, cuenta Moreira.

El proyecto fue elegido para financiación por la Agencia Nacional de investigación e Innovación en la misma semana en que se detectaron los primeros casos en Wuhan. Los investigadores leyeron los reportes iniciales mientras esperaban la evaluación, “sin tener idea de lo que iba a explotar después”. La decisión no estuvo para nada influida por los comienzos de la actual pandemia, pero el timing no pudo ser más casual.

Lo irónico es que este proyecto, que busca estudiar la diversidad de coronavirus en murciélagos uruguayos, debió pararse momentáneamente debido al brote de covid-19. “No podíamos salir al campo porque éramos nosotros los bichos de riesgo, que podíamos transmitir a los murciélagos un virus que entre ellos no existe”, dice Botto. Eso, sin dudas, hubiera aumentado la mala fama que ya debemos gozar entre los quirópteros.