En estas fechas que acaban de pasar, si uno expresa que los ruidos de los fuegos artificiales son molestos, habrá quienes estén de acuerdo y quienes no. Ahora, si invoca el daño que les causan a los perros, de inmediato obtendrá en las redes sociales una andanada de likes empáticos. Lejos de entrar en ese debate sobre la pirotecnia y las mascotas, el hecho refleja algo innegable: con probablemente más de 17.000 años de relación con beneficios para ambas partes, humanos y perros forman un combo sólido tanto cultural como evolutivo.
La evidencia existente apunta a que cuando los humanos ingresaron al continente americano, hace entre unos 15.000 y 18.000 años, provenientes de Siberia, trajeron consigo a sus amigos de cuatro patas. De hecho, un trabajo publicado en 2021 apunta a que la primera vez que los antepasados de los lobos grises euroasiáticos (cuya especie se denomina Canis lupus) fueron domesticados por los seres humanos sucedió justamente allí, en Siberia, hace unos 23.000 años. Esos perros domesticados darían lugar a los perros domésticos que hoy conocemos, cuya subespecie se denomina Canis lupus familiaris, dejando en evidencia los cuantiosos cambios que los diferencian de sus hermanos salvajes. Otros investigadores apuntan a que esa primera domesticación de los lobos habría tenido lugar primero en China, acompañando a los humanos luego a Europa y también a Siberia, y las fechas podrían remontarse hasta unos 36.000 años antes del presente.
Claro que aquellos primeros lobos que corrieron aventuras con nuestros antepasados no serían similares a nuestros perros. La domesticación antecedió a los cambios morfológicos de los animales, como el acortamiento del rostro, las modificaciones de sus dientes y el tamaño. La selección llevada a cabo por los humanos –y también en parte por los propios lobos– también fue cambiando el carácter de los animales. Aquellos más dóciles y que se adaptaban mejor a la convivencia con la especie con ínfulas de conquistar el planeta lograron pasar sus genes a las siguientes generaciones con más éxito que los bravucones díscolos.
Volviendo a nuestro continente, los restos más antiguos de perros domésticos americanos se han encontrado en Illinois, Estados Unidos, y datan de unos 10.000 años. En América del Sur los registros arqueológicos de canes domésticos son más modernos, no superando los 5.000 años, y en su mayoría provienen de la región andina, donde vivieron “sociedades horticultoras con mayor grado de sedentarismo y complejidad social que las sociedades cazadoras recolectoras”, según reportaba un trabajo publicado en 2017 por arqueólogos y antropólogos de nuestro país respecto de “cinco perros domésticos recuperados en sitios prehistóricos de las tierras bajas del sureste uruguayo”.
¿Para qué tenían perros los humanos que vivieron en este rincón del planeta varios miles de años antes de que llegaran los europeos tras el error de cálculo de Cristobal Colón? La primera razón que se invoca es la de que los perros serían de gran ayuda para la caza, sobre todo teniendo en cuenta a grupos de cazadores recolectores. La gran mayoría de los perros encontrados en Uruguay aparecieron en cerritos de indios del este del país, zonas de bañados donde cualquier mano –o mandíbula– que ayudara a recuperar las piezas o incluso a encontrarlas o liquidarlas habría sido más que bienvenida. Pero de la misma forma que en las últimas décadas nueva evidencia ha ido cambiando lo que sabemos de los habitantes de estas tierras previo a la llegada de los españoles, la arqueóloga Federica Moreno comentaba en 2017 que ahora sabemos que desde hace unos 2.500 años quienes acá vivían, en distinto grado, “practicaron una economía que integró el manejo y domesticación de plantas como el maíz, los porotos, la calabaza, el boniato y el maní”. Por su parte, los cerritos de indios atestiguan una “fuerte implantación territorial, sedentarismo, lugares formales de inhumación, horticultura y un probable control de animales salvajes”.
En ese contexto de un mayor lazo con el territorio, el rol de los amigos perrunos podría ser mucho más amplio que el de asistentes o aliados en la caza. Habrían ayudado a nuestros antepasados también en tareas de defensa, e incluso podrían haber colaborado a dar cierta protección y auxilio en un incipiente manejo de animales como el venado de campo, en lo que podría tratarse de los primeros pasos de la ganadería en el territorio. Obviamente, hay un uso que no debe quedar escondido en razones utilitarias económicas: “El rol de mascota, de compañía, de compañero, existió siempre”, decía Moreno. Y el enterramiento de perros junto a humanos en cerritos de indios de Uruguay y en otros sitios de América da cuenta de que había una relación simbólica intensa.
Ahora un nuevo trabajo, publicado por Alejandro Acosta, Daniel Loponte y Natacha Buc, investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, no sólo da cuenta de otro resto de perro doméstico precolombino en los humedales del Paraná en el país vecino, sino que describe un uso hasta ahora no reportado para los canes en la región.
Perros del Plata y el Paraná
“En este trabajo se presenta un nuevo registro de perro prehispánico recuperado en el sitio arqueológico Cerro Lutz, ubicado en el humedal del Paraná inferior”, comienza diciendo el trabajo de los tres investigadores del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano de Buenos Aires. Señalan también que “en el extremo meridional sudamericano, el registro prehispánico de Canis lupus familiaris ha sido confirmado en al menos 24 depósitos arqueológicos” con fechas que van entre los 2.400 y los 900 años antes del presente. De esos 24 registros de perros domésticos preconquista, siete pertenecen a Uruguay, siendo cinco de localidades de Rocha, uno de Río Negro y otro de Soriano.
A esta lista de registros, los investigadores argentinos suman ahora uno más que, hasta el momento, se había escurrido como un zorro nocturno. De hecho, los investigadores reportan que el fémur que ahora proponen pertenecía a un perro doméstico, en 2010 se había identificado como de un “mamífero mediano”. Tras compararse con los fémures de varios mamíferos medianos de la zona, se estableció que pertenecería a la familia de los cánidos. Dado que en la zona había tres posibles candidatos, los zorros que aún viven allí y en nuestro país conocidos como zorro de monte (Cerdocyon thous) y zorro gris (Lycalopex griseus), y el extinto cánido Dusicyon avus –el aguará guazú (Chrysocyon brachyurus) es mucho más grande por lo que se descartó que el fémur pudiera pertenecer a él– en este trabajo Acosta, Loponte y Buc, comparar el material con fémures de los tres zorros y con los de dos perros prehispánicos casi completos, uno encontrado en el mismo lugar, Cerro Lutz en Argentina, y el otro el ejemplar del sitio CH2D01-II de San Miguel, Rocha, depositado en el Museo Nacional de Antropología.
Tras las comparaciones morfológicas, los científicos argentinos afirman que “el fémur corresponde a un individuo de talla mediana” de perro doméstico, “de similares características al primer ejemplar hallado en Cerro Lutz y al recuperado en el sitio CH2D01-II en Uruguay”. También afirman que “los zorros locales siguen siendo más pequeños en relación con los perros identificados en la región, como ya ha sido advertido en otros elementos óseos”. Los perros del sitio argentino tendrían una “altura en la cruz de aproximadamente 47 cm y un peso promedio de unos 16 kg”, lo que los hace similares a los Canis lupus familiaris precolombinos “recuperados en el sur de Brasil, en el este de Uruguay y en la cuenca inferior del río Uruguay”.
De hecho, los datos que obtienen reafirman lo sostenido en un trabajo reciente de los también autores de este artículo Loponte y Acosta, que sugieren la hipótesis de “la existencia de un único morfotipo en el área”, un perro de “tamaño mediano” (ver recuadro).
Tecnología perruna
Lo más importante del trabajo publicado por Alejandro Acosta, Daniel Loponte y Natacha Buc no viene dado por la identificación de un nuevo resto de perro doméstico para la zona del Paraná, sino por lo que el propio hueso revela.
“Sabemos que a lo largo de su historia los perros fueron usados para diferentes actividades, por ejemplo: cinegéticas, alimenticias, compañía, protección, defensa, transporte y/o carga y rituales, entre las más conocidas”, sostienen en su artículo. “A su vez, la multiplicidad de funciones que los seres humanos les asignaron posibilitaron la generación de una amplia gama de conductas sociales y simbólicas, entre ellas las relacionadas con las prácticas mortuorias”, agregan. Sin embargo, lo que encontraron en el fémur de Cerro Lutz se trataría de uno de los usos de los perros menos conocidos.
Es que el trozo de fémur que encontraron presenta un “aserrado perimetral”, es decir, que ha sido trabajado intencionalmente por los humanos. “En el área de estudio es habitual encontrar metapodios [huesos de las extremidades] aserrados en su extremo distal, que han sido interpretados como descarte del proceso de manufactura, probablemente de puntas ahuecadas”, señalan, por lo que conjeturan que ese mismo procedimiento pudo “ser aplicado para el caso del fémur aquí analizado, cuyo cilindro diafisiario habría sido posiblemente utilizado para confeccionar una punta ahuecada”. ¿Qué tan raro es eso? Bastante.
“En el área de estudio los dientes tanto de los perros como de otras especies han sido utilizados para la elaboración de pendientes, considerados parte del sistema tecnológico utilizado para comunicar información o mensajes sociales relacionados con la esfera simbólica e ideológica de los grupos humanos”, exponen los investigadores. El colmillo colgado de un carnívoro tendría entonces su función. Sin embargo, el uso de un hueso de perro doméstico “con fines tecnológicos” como parecería ser el de la elaboración de una punta hueca, es llamativo.
“A diferencia del material dentario, el aprovechamiento de elementos del poscráneo como materia prima, tanto de C. l. familiaris como de otros carnívoros, parece haber sido una conducta poco frecuente, siendo realmente escasas las referencias, ya sea de sitios arqueológicos generados por cazadores-recolectores o por otras sociedades”, sostienen en la publicación, al tiempo que reconocen que “los soportes óseos utilizados para la confección de artefactos” en la región “provienen fundamentalmente de los cérvidos” como el venado de campo (Ozotoceros bezoarticus) y “secundariamente de Lama guanicoe”, es decir, el guanaco.
“Las evidencias de aserrado perimetral observadas en el fémur indican que los huesos de los perros también fueron utilizados como materia prima, probablemente para la producción de instrumentos”, argumentan. “La utilización de este tipo de soporte y taxón constituye hasta ahora un rasgo único dentro de la tecnología ósea desarrollada por los grupos cazadores-recolectores que ocuparon el sitio Cerro Lutz durante el Holoceno tardío”. Haciendo una comparación torpe, dado el lugar que ocupaba la tecnología de proyectiles en aquel entonces, es como si hoy en alguna parte alguien empleara alguna parte de los perros para fabricar celulares.
A futuro
El trabajo de Alejandro Acosta, Daniel Loponte y Natacha Buc no ahonda más en qué nos dice este hallazgo de un hueso de perro doméstico empleado para la confección de herramientas sobre nuestra relación con ellos. Sin embargo, abre una puerta grande, tanto para interrogantes como para futuras investigaciones.
Dado el rol que les damos a los perros desde hace milenios, uno se pregunta cómo fue que sus huesos terminaron siendo parte de la tecnología ósea. ¿Tras la muerte de su perro un cazador pensó que hacer una punta de proyectil con sus restos sería una forma de seguir saliendo a cazar juntos? ¿O tal vez sólo vio en el perro una fuente de materia prima? ¿Acaso así como los investigadores confundieron el fémur de este perro doméstico con el de otros cánidos de la zona, quien lo encontró y se puso a trabajarlo habría ignorado que se trataba de un hueso de perro? ¿De saberlo lo hubiera empleado igual para hacer una herramienta o habría ciertos aspectos simbólicos y culturales que se lo habrían impedido? ¿Acaso eso cambia si en lugar de ser el perro de uno es el perro de otra persona o tal vez de otro grupo? ¿Se trata esto de un hecho aislado y poco frecuente o era algo extendido que hasta ahora no habíamos podido saber?
Una vez más, como en muchos artículos científicos, el nuevo conocimiento viene junto a nuevas interrogantes. Ese trabajo, sin lugar a dudas, agrega nuevos elementos a la ya compleja y rica relación que humanos y perros llevamos en este planeta desde el día que cruzamos miradas y nos dijimos que cooperando nos iba a ir mejor que compitiendo cada uno por la suya.
Artículo: “Nuevo registro de Canis lupus familiaris prehispánico en el humedal del Paraná inferior con evidencias de aserrado perimetral”
Publicación: Boletim do Museu Paraense Emílio Goeldi. Ciências Humanas (2021)
Autores: Alejandro Acosta, Daniel Loponte, Natacha Buc
Los perros del sur
Dos de los autores del presente trabajo, Daniel Loponte y Alejandro Acosta, son también los dos primeros autores del artículo “Los perros precolombinos más australes de las Américas: fenotipo, cronología, dieta y genética”, publicado también durante 2021 en la revista Environmental Archaeology.
Allí los autores afirman que “el registro arqueológico muestra la presencia de perros de tamaño mediano con cráneos mesocefálicos en el sureste de América del Sur, desde al menos fines del tercer milenio antes del presente hasta tiempos históricos, a lo largo de 700 km desde el sur de Brasil hasta los humedales del río Paraná en Argentina”. En su análisis proponen que “estos perros, asociados con complejos cazadores-recolectores, no parecen haber sido producto de un intercambio con sociedades andinas como sugerían las teorías anteriores, sino más bien de un proceso de reproducción local, probablemente reflejando la descendencia de una población fundadora introducida en el área al menos antes del tercer milenio antes del presente”.
Al analizar la dieta de los perros mediante las relaciones isotópicas, comunican que los perros presentan “un patrón omnívoro, resultado de un nicho amplio y oportunista, que no se superpone con el de los humanos”. También reportan que “poco después de la introducción de los perros europeos, fueron asimilados rápidamente por los perros introducidos”. También reportan que “el análisis filogenético ilustra el linaje materno de estos perros precolombinos y modernos, ambos pertenecientes al haplogrupo A, lo que indica una ancestría común”.