“En nuestro país hay una demanda muy escasa de conocimiento, tanto del sector productivo privado como del Estado. Pero eso no se debe a que no se requiera conocimiento en el país, el asunto es de dónde se saca, a quién se le pide y a quién se le compra” decía Judith Sutz en una nota que le hicimos antes de la pandemia.

Entonces estaba preocupada por la falta de demanda de conocimiento científico de nuestra sociedad. Pero no se quedaba allí: también apuntaba a que la generación de esa demanda era algo que había que construir activamente. “No es cierto que la demanda cognitiva está en el aire esperando a que los investigadores elijan qué investigar. La demanda cognitiva es una cosa compleja que hay que detectar y construir. En ciencia es falso que la oferta crea su propia demanda. No es cuestión de hacer ciencia de calidad y, por añadidura, todo lo demás vendrá y seremos ricos y felices para siempre” decía con su lucidez característica.

Luego vino la pandemia. Las demandas de conocimiento diluviaron sobre nuestra comunidad científica. Incluso grupos de investigadoras e investigadores de diversas áreas se adelantaron a la generación de esa demanda. La historia es conocida: antes de la llegada del coronavirus a nuestro país, había ya gente pensando en cómo íbamos a hacer para tener kits de diagnóstico de Sars-Cov-2 en un mundo donde distintos insumos necesarios para ello comenzaban a escasear. La comunidad científica de Uruguay demostró estar a la altura del desafío que enfrentábamos como sociedad. Quedaba patente para qué le sirve a un país tener investigadoras e investigadores.

La esperanza de que la “nueva normalidad” incluyera aprendizajes sobre lo vivido, entre ellos lo bien que le va a un país que genera los espacios para que su comunidad científica realice aportes desde sus campos de competencia, estaba en el aire. Pre pandemia Sutz decía que “una persona con un doctorado reciente, cierta experiencia de trabajo académico y vocación por la investigación debiera encontrar un espacio donde ejercer su creatividad al servicio de los objetivos de la institución en la que se inserta”. Pero la “nueva normalidad” resultó decepcionantemente idéntica a la vieja normalidad. “Uruguay supo resolver problemas complejísimos de manera distinta a como lo hacen los que tienen mucha plata, y lo mostró la pandemia de manera maravillosa, y sin embargo no estamos orgullosos de nosotros mismos” diría Sutz en una nota post pandemia para la revista Lento. Allí hablaba de que tenemos un “imaginario tecnológico desvalorizante”, algo que “además de ser una postura político-cultural, es una postura que no está basada en los hechos, es injusta, invisibiliza razones para el orgullo que deberíamos tener. Eso es muy frustrante”. La frustración de Sutz era un proxy de lo mucho que la académica e investigadora viene luchando justamente para que esa relación entre conocimiento, sociedad y desarrollo sea mucho más virtuosa. Y parte de todo ese esfuerzo es lo que ahora la Universidad de la República (Udelar) reconoce al otorgarle el título de Doctora honoris causa.

Merecido reconocimiento

La propuesta presentada ante la Comisión Asesora de Títulos Honoris Causa de la Universidad de la República de otorgar tal distinción a Judith Sutz argumenta que se lo merece “por sus aportes a la construcción del pensamiento de Ciencia, Tecnología y Sociedad desde la apertura democrática en Uruguay hasta la fecha, actuando fundamentalmente desde la Unidad Académica de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC), que dirigió durante 30 años”.

En otro pasaje de la propuesta presentada, se señala que “cabe destacar su preocupación permanente por aspectos sustantivos del quehacer universitario, tales como: la evaluación académica y, en particular, de la actividad de investigación; el desarrollo equilibrado de la investigación en toda la institución; la promoción de la articulación entre las capacidades de generación de conocimiento y las necesidades del país; y el impulso a la interdisciplina”. También destaca sus reiteradas iniciativas “de interacción con las empresas del Estado para enfrentar acuciantes problemas del país y la promoción de interfases universidad-empresa”, haciendo énfasis particular en “su liderazgo en los estudios de la innovación para la inclusión social”.

Su compromiso con tales temáticas fue acompañado también por una “valiosa y voluminosa producción académica” centrada “en las temáticas Ciencia Tecnología e Innovación, especialmente desde el Sur, y sus vínculos con las cambiantes conceptualizaciones del propio concepto de desarrollo”. Según la propuesta elevada al rector y la comisión, firmada por Luis Yarzábal, Ricardo Ehrlich, Enrique Cabaña, Luis Bértola, Gregory Randall y Cecilia Fernández, toda esa producción académica “la coloca como un referente internacional en ese campo, tanto por la coherencia de su trayectoria, como por su propia capacidad innovadora”.

Palabras sentidas

Tras las palabras del Rector de la Udelar, Rodrigo Arim, y de la Pro Rectora de Investigación Cecilia Fernández, llenas de elogios y agradecimientos, tocó el turno de los videos. El primero de colegas y compañeros de ruta, el segundo a cargo de Gregory Randall, quien fundamentó por qué el conjunto de Pro Rectores de Investigación propuso entregarle el honoris causa a Sutz. Ninguno de los dos videos pudo evitar enumerar algunos de los innumerables aciertos como académica de Sutz ni de sus aportes para pensar la ciencia, el conocimiento y el desarrollo como generosa compañera que empujaba el trabajo de cualquier colectivo.

Y entonces sí, la homenajeada tomó la palabra. Se mezclaron pasajes emotivos así como obsequios madurados tras décadas de trabajar concienzudamente en los temas ya señalados. Abriendo el fuego con un sentido “sus palabras me conmueven” hasta “hay una innovación desde el Sur, porque no sólo se innova en los contextos de abundancia de los países altamente industrializados, sino que también se innova, y vaya si se innova, en condiciones de escasez”, todo parecía indicar que el aplauso que había recibido volvería a estallar ni bien terminara de dirigirse a los presentes.

El espacio es tirano y uno debe elegir con qué quedarse. Si en el agradecimiento a Rodrigo Arocena, su compañero de todas las horas, si en su enojo hacia su padre por haberla llevado al primer día de clases en Facultad de Ingeniería –la Judith adolescente no logró entender el profundo orgullo que sentía su padre, trabajador inmigrante de origen judío polaco, al ver que su hija ingresaba a la Universidad de la República– o si en su cuestionamiento a la idea de que la ciencia, la tecnología y la innovación contribuyan al desarrollo tras agregar valor agregado y esperando entonces que se produzca un derrame. “¿No sería más sensato aplicar la innovación a los problemas sociales de manera directa, no cómo único objetivo de la innovación, pero sí como un objetivo válido?” preguntó en una de muestra típica de los temas que siempre la cautivaron.

Aplauso cerrado

Una trayectoria prolongada puede hacer que una persona interactúe con muchas otras. Pero el Paraninfo de la Udelar no estaba colmado por el mero efecto de la acumulación persistente a lo largo del tiempo. Una breve conversación con Judith Sutz casi siempre alcanzó para desear otra. Aguda, original, incisiva, vehemente y siempre propositiva, por más adversidades que estuviera enfrentando la academia, la comunidad científica o el país, buscar a Sutz siempre fue y sigue siendo llevarse una recompensa. O al menos eso es lo que uno intuye o proyecta que le puede estar pasando a los asistentes que de pie la aplauden, llenando la sala de ecos de lo que esta inmensa académica ha cosechado.

Sutz deja entonces la coordinación académica de la CSIC. ¿Se va para la casa? ¡Qué esperanza! Integrante del núcleo multidisciplinario Ciencia, tecnología e innovación para un nuevo desarrollo estará ocupada hasta agosto de 2030 en este grupo que funciona en el Espacio Interdisciplinario de la Udelar. Allí seguirá haciendo sus valiosos aportes para seguir pensando el desarrollo y el papel que juega el conocimiento en él. ¿Qué desarrollo queremos? Al escuchar a Judith uno tiene la sensación de que está más cerca de arañar la respuesta. Porque como dijo citando a uno de sus maestros, Albert Hirschman, se trata de invertir la máxima norteamericana del derecho de la búsqueda de la felicidad por el de la felicidad de la búsqueda. “Llegar hasta aquí para recibir este inmenso honor que la Universidad de la República me hace, es gracias a toda esa gente que me acompañó y que hizo que haya podido ser feliz en ese camino. La búsqueda, claro, no termina”.