En 2010 Uruguay ofreció una recompensa por la captura de un villano extranjero. Al igual que en el Viejo Oeste, cuando se pegaba un cartel con la frase “Se busca vivo o muerto” junto a la cara de un forajido y una cifra tentadora, se distribuyeron afiches en varios departamentos costeros con la imagen del indeseable en cuestión y los detalles del dinero prometido.

¿Cuáles eran los delitos perpetuados por este bandido, para justificar una campaña nacional? Más de los que pueden contar los criminales con los prontuarios más prolíficos del país. Por ejemplo, tenía en su haber numerosas muertes de individuos nativos de nuestra región, se lo acusaba de robo (era responsable de quitarles comida a otros habitantes del entorno) y de boicot (producía daños económicos a pescadores).

Sin embargo, el elusivo delincuente pudo escapar a la persecución y sigue haciendo de las suyas en nuestro territorio. Su nombre es Rapana venosa, aunque como ocurre con casi todos los malhechores, tiene un nombre común que se hizo más popular: caracol rapana.

Que el caracol rapana siga provocando daños en nuestro país, al alimentarse de bivalvos nativos, depredar recursos valiosos para otras especies y amenazar con desequilibrios en la red trófica, no significa que la campaña haya sido un fiasco. Aunque la recompensa ofrecida por la Sección Oceanología de la Facultad de Ciencias (la actual OEM, Oceanografía y Ecología Marina) estaba muy lejos de la que vemos en los westerns (un peso por cada caracol, porque los científicos ganan siempre menos que los sheriffs), se recogieron unos 5.000 caracoles. Nada mal, aunque el objetivo no era eliminar esta especie de nuestras aguas, algo ya imposible en esta etapa de su invasión, sino concientizar al público sobre la presencia de especies exóticas invasoras, una de las principales amenazas para la biodiversidad mundial.

La culpa tampoco es del caracol rapana sino de quien le rasca el caparazón. Originario del este asiático, llegó como tantos polizontes en el agua de lastre de los barcos provenientes de esa zona y simplemente encontró aquí condiciones ventajosas que aprovechó.

Ni siquiera es el invertebrado acuático invasor más complicado o más famoso en nuestro país. El mejillón dorado (Limnoperna fortunei) llegó desde Asia por la misma vía y cometió en nuestro país una oleada de “crímenes” similares, a la que agregó uno más: vandalismo, al obstruir tomas de agua, represas y otras instalaciones. Aunque en nuestro país fue registrado recién en 1991, comenzó su proceso de expansión mundial desde el sudeste chino y Corea a mediados de los años 60.

El talento invasor de estas dos especies las convirtió en una dupla famosa en el país, algo así como los Lennon-McCartney (también expertos en esto de liderar invasiones en los 60) de los invertebrados acuáticos exóticos. Quizá la atención que se les brindó hizo que otra especie de bivalvo asiático pasara relativamente inadvertida, pese a poseer un talento igualmente notable para colonizar nuevos ambientes y causar importantes impactos ambientales y económicos. Es hora de conocer (un poco más) al George Harrison de nuestros invertebrados bentónicos invasores.

Perfil bajo

La almeja asiática (Corbicula fluminea) llegó al Río de la Plata a fines de los 60, del mismo modo que el mejillón dorado y el caracol rapana: con el agua de lastre de los buques. Los barcos transportan aguas de lastre que les permiten mantener el equilibrio mientras no están cargados. Toman esa agua (que puede contener habitantes como los ya mencionados, entre otros) en el puerto de origen y muchas veces la arrojan en destino para cargar nuevamente el buque. O al menos así ocurría frecuentemente antes de que se creara una regulación específica para evitarlo.

En su nuevo ambiente, algunas de estas especies encuentran condiciones favorables para prosperar en forma desmedida, causando perjuicios a los organismos nativos. En el caso de la almeja asiática, se ha registrado que puede provocar desequilibrios en la trama trófica, el ecosistema y producir daños económicos importantes.

Un trabajo del biólogo Christian Clavijo, que realizó años atrás un muestreo de Corbicula fluminea, su prima hermana Corbicula largillierti y las almejas del género Cyanocyclas (parientas de las anteriores pero nativas), reveló que hubo una drástica reducción de las especies nativas desde fines de los 80. Entre los factores que menciona como posibles causantes de la desaparición de las especies autóctonas está justamente la almeja asiática, también llamada “almeja de la buena suerte”, nombre que claramente no fue elegido por los bivalvos locales.

Es curioso, entonces, que la presencia de la almeja asiática en Uruguay haya sido pobremente estudiada en comparación con otros invertebrados invasores más carismáticos. En eso mismo pensaba el biólogo Marcel Rodríguez, de la sección Oceanografía y Ecología Marina del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias, cuando hace ya 20 años decidió hacer su tesis sobre la distribución de esta almeja en los ríos de Uruguay.

Marcel Rodríguez con muestreos.

Marcel Rodríguez con muestreos.

Foto: Marcel Rodríguez

“Si uno se guía por la literatura de otros países, es igual de dañina que el mejillón dorado”, cuenta Rodríguez. En otras partes ha ocasionado daños económicos al obstruir (y reducir la luz en) cañerías de agua y sistemas de refrigeración de represas, aunque hasta el momento esto no se ha visto con frecuencia en Uruguay. Quizá, aclara el investigador, porque su introducción es aún reciente o porque crece junto al mejillón dorado, que se reproduce más rápido y es más visible.

El biólogo Pablo Muniz, docente responsable de la OEM de la Facultad de Ciencias y coautor del trabajo, recuerda que más allá del perjuicio económico no hay que desdeñar el daño ecológico que causa. “Donde tiene comportamientos invasores, que no es en todos los sitios que habita en Uruguay, el impacto es mucho mayor. Puede llegar a ser el único bivalvo con características de filtrador que hay en el ambiente. Es un competidor muy eficaz y termina desplazando a los organismos nativos”, explica.

Esta almeja es, en este sentido, lo que en biología se llama una “estratega r”, pero que en el barrio calificaríamos de “garronera”. “Estos organismos no son buenos competidores o dominantes, pero sacan ventaja del descuido de los otros. Cuando ante alguna presión ambiental los organismos colonizadores experimentan una debilidad o condiciones no propicias, estas especies oportunistas se aprovechan de eso y las llegan a desplazar”, apunta Muniz.

Es además una especie con amplios rangos de tolerancia a sustratos y corrientes, por lo que no habría límites para su expansión en Uruguay. Por eso mismo Marcel Rodríguez, Pablo Muniz, Alejandro Brazeiro y Omar Defeo se propusieron estudiar su alcance y dinámica poblacional por estos lares.

Acá y en la China

Lo que sabíamos en 2001 de las andanzas de la almeja asiática era lo siguiente: se la encontraba en el río Santa Lucía, al que había ingresado desde el Río de la Plata, en el río Negro, superando allí las represas de ese curso de agua, y en la costa uruguaya de la laguna Merín, donde habría llegado desde Laguna de los Patos en Brasil.

Fue en ese año, justamente, cuando los investigadores decidieron analizar la presencia de la almeja en las zonas centro-sur y este del país, evaluando también el efecto en ella de la textura del sedimento, la temperatura, la concentración de oxígeno disuelto, la materia orgánica en suspensión y la salinidad, además de su densidad poblacional, crecimiento y mortalidad.

Primero hicieron entre febrero y junio de 2001 un muestreo piloto en diversos cursos de agua de estas zonas. Cada curso se muestreó al menos en dos puntos (uno en su curso bajo y otro en el medio o superior), excepto en el río Olimar, el Tacuarí y la laguna Merín, en los cuales se realizó uno solo debido a causas logísticas, señala el trabajo.

Una vez procesada esta información, el estudio se centró en la cuenca del río Santa Lucía, con muestreos realizados entre junio de 2001 y setiembre de 2002 en cinco sitios: Barra del Santa Lucía, ciudad de Santa Lucía, Paso Pache, Florida y San Ramón. En cada lugar se consideraron a su vez tres subsitios: la orilla, el canal y el banco de arena, y se tomaron cuatro repeticiones en cada uno para determinar la densidad poblacional.

¿Cuál fue el resultado? De un total de 18 puntos distribuidos en las cuencas del río Negro, la laguna Merín y el río Santa Lucía, C. fluminea estuvo presente en el 50%. El mayor valor de densidad poblacional alcanzado fue de 1.073 individuos por m² en febrero de 2002 para Florida, mientras que el menor fue de seis individuos por m² en noviembre de 2001 para Santiago Vázquez. “La mitad de los sitios relevados fueron colonizados por C. fluminea, lo cual demuestra la gravedad de la invasión”, señalan los autores en el trabajo.

Ahijuna por el repecho vienen llegando ya las almejas

La almeja asiática es como un turista exigente pero fiel. Le gusta ir donde hay mucha arena y con ciertas condiciones. “Tiene que haber determinado tipo de arena. Arenas medias y mezcladas con un poco de fango es lo que más les gusta, donde más se juntan y se reproducen mejor”, dice Rodríguez. El estudio reveló que es esperable que esta almeja esté presente cuando la arena supera el 65,9% del sedimento y cuando hay más de 8,6 miligramos por litro de concentración de materia orgánica en suspensión.

“Hubiera deseado que esta almeja estuviera en menos lugares, pero va a terminar ocupando todo, salvo las zonas de mayor salinidad del Río de la Plata. En el resto, donde haya arena tarde o temprano va a llegar”, se resigna Marcel Rodríguez, al ser consultado si los resultados le parecían sorprendentes.

La C. fluminea también se siente muy cómoda con nuestras aguas templadas. Su óptimo de temperatura se ubica alrededor de 25°C y le resultan letales los valores superiores a 34-32°C e inferiores a 2°C, cifras que prácticamente nunca se dan en Uruguay. Como se ve, están a gusto y sólo se espera que sigan extendiéndose.

Lo están haciendo incluso a contracorriente, gracias a la ayudita que les proporcionamos. Por un lado, está la mediación de peces que depredan sobre ella, que les permiten desplazarse hasta 1,2 kilómetros aguas arriba por año sin intervención humana, según datos citados por los investigadores. Por otro, los pescadores la usan como carnada y colaboran también en su rápida dispersión.

Los datos obtenidos por el trabajo concuerdan con la descripción de la llegada de la especie a la región. En su invasión a nuestro país, la almeja asiática habría ingresado por el río Uruguay y avanzado aguas arriba del río Negro, superando las represas de Palmar, Baygorria y Rincón del Bonete, hasta llegar al menos al kilómetro 329. “También habría proseguido su avance por la costa del Río de la Plata, llegando hasta la desembocadura del río Santa Lucía, el que, a su vez, habría sido invadido”, detallan los autores.

Su afán conquistador se detendría antes de llegar a Montevideo, como si fuera Oribe en plena Guerra Grande, pero no por la férrea resistencia de sus habitantes, sino porque no tolera los niveles de salinidad que se registran con frecuencia frente a la capital.

Almeja asiática registrada en Colonia.

Almeja asiática registrada en Colonia.

Foto: Rafael Tossi (naturalistauy)

Para peor, estos son los datos que tenemos de hace 20 años. Sabemos que la situación empeoró en este lapso. Según explica Rodríguez, en estos años ha visto las almejas asiáticas en lugares donde su trabajo no las detectó; siguieron avanzando y lograron pasar más represas. “En Colonia hay registros de mochuelos (bagres de mar) con la panza llena de C. fluminea, y sabemos que antes no había. Otras especies se han adaptado a comerlas, lo que sólo ayuda a que se desparramen todavía más”, aclara.

La conclusión del trabajo tiene justamente un tono algo sombrío: “Se espera que la especie siga avanzando en los cursos de agua en los que ya se encuentra e invada todos los que se conectan con ellos, hasta encontrar condiciones granulométricas desfavorables. En particular, se predice que el río Yi y sus afluentes, en los cuales no se registró presencia de C. fluminea, serán ocupados al menos hasta la zona de Durazno”. También dicen que “de igual modo, se espera que la distribución continúe extendiéndose en la cuenca de la laguna Merín, ocupando los ríos Tacuarí y Olimar”.

La paciencia, virtud oriental

Hay otros motivos para preocuparse por la invasión efectiva de esta almeja, aunque por ahora sean potenciales. “Estos organismos son filtradores, comen fitoplancton”, explica Muniz. Por lo tanto, cuando se registra una presencia masiva de cianobacterias en los cursos de agua en los que la especie está presente, podría ocurrir algo similar al fenómeno de la marea roja. Es decir, que estas almejas se vuelvan tóxicas para el consumo y que eso se traslade al ser humano a través de la cadena alimenticia. Por ejemplo, si consumimos peces que a su vez se alimentaron de almejas tóxicas.

En el trabajo, los investigadores señalan también que la capacidad de expansión de la C. fluminea es “sumamente preocupante, ya que algunos de los cursos y cuerpos de agua amenazados son de gran importancia socioeconómica, dado que se usan como fuente de agua para riego y consumo humano”.

El problema en este caso no es sólo que obstruyan tuberías de los sistemas de potabilización, sino también que podrían contaminar el agua en casos extremos, apunta Rodríguez. Por ejemplo, si se produce una mortalidad masiva de las almejas en los lugares donde se extrae el agua.

En cuanto a lo productivo, C. fluminea puede también provocar perjuicios a la industria arenera, ya que se encuentra en cantidades importantes en lugares donde se extrae sedimento (como Paso Pache). La presencia de esta almeja obliga a un proceso adicional de limpieza del material que es costoso y muchas veces no redituable, aclara Muniz.

Sin embargo, tanto Rodríguez como Muniz coinciden en que a esta altura las medidas que se tomen para reducir la presencia de esta almeja no serán del todo efectivas. Fomentar la extracción manual mediante alguna clase de incentivo o pedir a los pescadores que no usen esta especie como carnada puede ayudar, pero no resuelve el problema. “Tarde o temprano va a terminar ocupando todo”, se lamentan. Malas noticias para los cazarrecompensas de invertebrados acuáticos: difícilmente veremos carteles con la foto de la almeja asiática y la leyenda “Se busca viva o muerta”.

Para hacer algo efectivo precisaríamos retroceder más de 50 años en el tiempo, a las épocas en que no había una conciencia global sobre la peligrosidad de las invasiones biológicas y estos organismos comenzaban a dispersarse en forma acelerada gracias a la globalización y el transporte interoceánico.

Eso no significa que haya que descuidar la fiscalización del protocolo para descarga de agua de lastre, que en Uruguay rige desde 1997. Teóricamente, los comandantes de los barcos deben tirar el agua de lastre en mar abierto, cuya salinidad mata a varios de estos organismos, y cargar agua “más local”. “Lo que falta hoy es un control. No hay técnicos suficientes que muestreen para comprobar si realmente se cumple la normativa y si los barcos pueden deslastrar o no en el destino (en el puerto)”, aclara Muniz.

Un control más estricto no va a resolver los problemas ocasionados por el caracol rapana, el mejillón dorado o la almeja asiática, ya cómodamente instalados en nuestros ríos y estuarios, pero quizá evite la llegada de nuevos aventureros de aguas lejanas. O impida que los periodistas del futuro lamenten en 40 o 50 años la falta de información y conciencia que había ya bien entrado el siglo XXI.

Artículo: “Distribución y dinámica poblacional de la almeja asiática Corbicula fluminea (Bivalvia, Corbiculidae) en ríos de Uruguay”.
Publicación: Ecología Austral 31, 328-342 (2021).
Autores: Marcel Rodríguez, Pablo Muniz, Alejandro Brazeiro y Omar Defeo.