En setiembre de 2016, el congreso mundial de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), celebrado –apropiadamente– frente a las costas de Hawái, emitió una resolución en la que instaba a todos los estados, así como a organizaciones gubernamentales miembros, a “designar e implementar efectivamente para 2030 al menos 30% de sus aguas nacionales como áreas marinas protegidas [AMP)] y otras medidas de conservación eficaces”.

La resolución, conocida desde entonces como “30x30”, tenía como objetivo crear un “océano totalmente sostenible” al proteger 30% de su superficie de cualquier actividad extractiva del ser humano.

En el texto, la UICN recordaba que “la contaminación, la sobreexplotación, el calentamiento, la acidificación y la pérdida de biodiversidad en los océanos se están produciendo a un ritmo rápido o insostenible” y que “los impactos humanos han alcanzado las regiones polares remotas y las zonas de alta mar”.

La declaración de la UICN generó reacciones diversas en el mundo. Motivó que muchos gobiernos plantearan medidas o proyectos para cumplir la meta (como el anuncio de Estados Unidos tras la asunción de Joe Biden) y fue celebrada por organizaciones conservacionistas, criticada por buena parte de la industria pesquera y respaldada por muchos científicos. Otros, sin embargo, se quedaron intrigados por las características del anuncio y decidieron plantearse otras preguntas.

Entre ellos estaba el biólogo marino Ray Hilborn, catedrático de ciencias acuáticas y pesqueras en la Universidad de Washington y uno de los mayores expertos mundiales en manejo de pesquerías. Dos meses antes de la resolución de la UICN, Hilborn había escrito un editorial en la publicación Nature en el que criticaba la utilidad de tener áreas marinas protegidas fijas con el objetivo de preservar los ecosistemas marinos.

El experto estadounidense recordaba allí que cuando el propósito es evitar la sobreexplotación pesquera o la captura incidental de especies, el manejo y la regulación de las pesquerías pueden ser mucho más efectivos que tener una zona permanentemente protegida. Según su visión, cerrar un área sin suficiente información o sin tener en cuenta los efectos a gran escala podría provocar que la presión pesquera se trasladara a otras zonas y generara efectos aún más perjudiciales.

“Los océanos enfrentan una miríada de problemas, desde el cambio climático a las necesidades nutricionales de una población humana en crecimiento. Para enfrentarlos, conservacionistas y expertos en manejo de pesquerías deben trabajar juntos y responder a los mismos cuerpos gubernamentales”, escribió.

Hilborn no suele huir de la controversia ni ocultar lo que piensa en asuntos de conservación. Tras el estreno del exitoso documental Seaspiracy, de Netflix, que analiza el impacto ambiental de las pesquerías, aseguró que se trata de “un film de propaganda hecho por activistas veganos” y que contiene “más mentiras que una conferencia de Donald Trump”.

La resolución de la UICN sobre las áreas marinas protegidas dividió las aguas –también metafóricamente– entre algunos científicos. A Hilborn el planteo le resultó ilógico y le dio la idea de hacer un estudio que aportara más sustento a sus opiniones divulgadas en Nature. Decidió analizar qué ocurriría con la captura incidental –uno de los objetivos de conservación de la biodiversidad que persigue la UICN– si se cerrara 30% del área de pesca en las pesquerías mundiales. Para lograrlo, hizo entrar en escena a una compatriota.

Navegando aguas extrañas

La bióloga y ecóloga Maite Pons se encontraba haciendo su posdoctorado en Biología Pesquera en la Universidad de Washington cuando Hilborn comenzó a dar forma a su proyecto. Como Pons tenía una amplia experiencia en estrategias de reducción de captura incidental, tanto por su pasaje por la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) como por sus estudios posteriores en Estados Unidos, Hilborn le encomendó liderar la investigación, por lo que terminó siendo la primera autora del artículo que motiva esta nota y que acaba de publicarse en la revista científica PNAS.

“Tenía contactos de muchos investigadores en diferentes países que contaban con la información necesaria para producir este tipo de estudios usando datos reales y no simulados”, explica Pons, ya de regreso en Montevideo. De esta forma, subieron a bordo como coautores otros tres investigadores compatriotas, todos del Laboratorio de Recursos Pelágicos de la Dinara: Andrés Domingo, Sebastián Jiménez y Rodrigo Forselledo.

Las áreas marinas protegidas no tienen como único objetivo reducir la pesca incidental, pero esto está dentro de sus propósitos de conservación de la biodiversidad. Por pesca incidental nos referimos a la captura no deseada de organismos marinos, una de las principales amenazas para las poblaciones de muchas especies en el mundo.

Por ejemplo, la búsqueda de totoabas –peces cuya vejiga natatoria se vende muy cara en China– ha colaborado en llevar al borde de la extinción a la vaquita marina (Phocoena sinus), un pequeño cetáceo que sobrevive a duras penas en el golfo de California. Los ejemplos sobran. La pesca de atunes mediante redes de enmalle en el océano Índico fue la responsable de una captura estimada de 4,1 millones de pequeños cetáceos entre 1950 y 2018.

La captura incidental es la mayor amenaza para 11 de los 13 pequeños cetáceos catalogados como críticamente amenazados por la UICN, pero no sólo los cetáceos la sufren: tortugas, aves marinas y tiburones están también entre los animales más afectados. Según un estudio realizado por investigadores de la World Wildlife Fund, la pesca incidental representa 40% del total de capturas en el mundo.

¿Crear áreas marinas fijas o cierres estáticos en los que se impida cualquier actividad extractiva ayudará a resolver este grave problema para la conservación de la biodiversidad? No necesariamente, opina Pons. “Los cierres estáticos pueden ser efectivos para otros propósitos, como conservar determinado ambiente, darle valor cultural o proteger especies que no se mueven, como las asociadas a los arrecifes de coral o el fondo del mar”, aclara.

Por eso mismo, el trabajo del que es coautora se basó en el concepto de “30x30”, pero con un giro adicional a la propuesta de la UICN: analizar qué diferencias habría entre proteger 30% de la zona en un área fija o hacerlo en forma dinámica, cambiando las zonas de veda a través del tiempo y el espacio. Expresado de otro modo, ella y sus colegas compararon lo que ocurriría en varias pesquerías del globo si se aplicaran cierres espaciales (como son las áreas marinas protegidas) o si se implementaran cierres temporales.

¿Cerrá y vamos?

Los cierres fijos pueden consistir en una sola área grande (como el mar de Ross en la Antártida) o muchas áreas pequeñas, pero que no cambian. “Lo que hicimos en el paper fue mover esas distintas áreas año a año sabiendo dónde están los puntos de mayor captura incidental y ver qué ocurriría”, apunta la investigadora.

Para ello, analizaron datos reales de 15 pesquerías del mundo, incluyendo la captura de pez espada y atún en Uruguay. Buscaron tener diversidad de pesquerías en el globo, pero siempre con datos confiables, que aportaran información precisa de captura de la especie objetivo, captura incidental y latitud y longitud donde ocurrieron.

“Es difícil tener esos datos. La captura incidental no suele reportarse en los cuadernos de pesca que entregan los patrones; se precisan observadores científicos a bordo, que es la forma de obtener información con mayor resolución y a nivel de especie”, explica Pons.

Al elegir pesquerías con datos confiables, lograron “parcelar” las zonas de pesca con un diseño de mosaicos y probar con varios modelos para distribuir ese 30% cerrado a la captura. Por ejemplo, desde tener una sola gran zona estática en el centro (lo más parecido a un área marina protegida fija) a tener una zona de mosaico dinámica (el 30% se reparte en áreas más chicas, que van cambiando de lugar a través del tiempo).

Con el modelo dinámico y teniendo los datos de pesca geolocalizados, pudieron elegir cerrar las áreas en las que se minimiza la captura incidental, pero se maximiza la captura de especies objetivo (es decir, se mantiene el objetivo comercial sacrificando lo menos posible a otras especies). Luego, compararon los resultados con lo que ocurriría en caso de mantener sólo una única área fija.

“Analizando las 15 pesquerías descubrimos que con un manejo de área estática, como las clásicas áreas marinas vedadas, la captura incidental podría reducirse 16%. Sin embargo, con un manejo dinámico del océano basado en la pesca incidental observada y cerrando la misma cantidad de área, pero fragmentada en zonas más chicas que se pueden mover año a año, la reducción se incrementa a 57%, con una pérdida mínima o inexistente de la captura de las especies objetivo”, señala el trabajo.

No todos los casos son iguales. Estos porcentajes surgen del promedio de los 15 ejemplos estudiados y de dos modelos opuestos (hay alternativas intermedias, como tener pequeñas áreas fijas o una gran área que se mueve año a año). Hay pesquerías en las que los cierres dinámicos (como en la pesca de pez espada y atún en Hawái) ofrecen una mejora notable en la reducción de la captura incidental y otras en las que prácticamente no hay diferencia. En algunos ejemplos estudiados, cerrar un área marina para proteger a una especie “dislocaba el esfuerzo de tal manera que resultaba en un incremento en la captura incidental de otras especies”, informa el trabajo.

“Es un poco lógico el resultado, pero por primera vez lo mostramos con datos reales. Las especies se mueven, al menos las que no están asociadas al fondo, y no siempre la mayor concentración de captura incidental está en el mismo lugar”, dice Pons.

“Con estos datos demostramos que poner un área marina protegida fija con la intención de reducir la captura incidental probablemente no tenga el efecto deseado, simplemente porque las flotas pesqueras se mueven, las especies se mueven, y además, debido al cambio climático, es probable que las especies cambien su distribución año a año. Eso hace que los cierres dinámicos sean más efectivos”, agrega.

El pez por la red muere

Pons insiste en que el mensaje principal de estos resultados no es que no deban implementarse las áreas marinas protegidas, sino “llamar la atención a los tomadores de decisiones sobre el hecho de que no necesariamente tener cierres fijos y llegar a esta consigna de 30 por 30 de protección va a cumplir con los objetivos de cada país”. Si lo que se pretende es reducir la captura incidental sin pérdidas económicas “existen otras posibilidades que permiten obtener resultados mucho más efectivos”.

La inquietud de los autores del trabajo se debe a que muchos países apuntan a cumplir con la premisa de cerrar 30% de sus océanos sin ningún tipo de estudio previo. “Hay que plantearse objetivos de acuerdo a lo que se busca. Cerrar algunas áreas puede afectar mucho a los pescadores cuando no hay herramientas suficientes para balancear los objetivos de conservación con los de producción y trabajo en el rubro”, señala Pons.

Los investigadores reconocen que obtuvieron estas cifras bajo la asunción de que hay un conocimiento perfecto de la distribución de las capturas, pero que en la vida real estos modelos se enfrentan a los desafíos de la información inexacta o incompleta, así como a problemas de comunicación o de control de los barcos pesqueros.

“Lo que se necesita para delimitar las áreas son datos, que son difíciles y costosos de obtener. La resolución con la que se obtienen los datos va a determinar la resolución de las áreas que podés cerrar”, dice Pons. Y es ahí donde las aguas se agitan un poco.

De la teoría a la práctica

El área marina protegida fija es menos eficiente para reducir la captura incidental, pero tiene sus ventajas. Sus límites son mucho más fáciles de fiscalizar. “Cuando son áreas más pequeñas y que se mueven necesitás mucho más control, lo que es más difícil”, aclara Pons. Esto no significa que sea imposible. En muchos países se usa una tecnología satelital llamada VMS (Vessel Management System, Sistema de Manejo de Embarcaciones), que permite controlar a los barcos que entran en áreas no permitidas. Este sistema también se utiliza en Uruguay en las flotas pesqueras industriales.

Existe también la autorregulación. Por lo general los pescadores no quieren hacer captura incidental, porque les acarrea pérdida de tiempo o dinero (usualmente los animales son devueltos al agua, vivos, heridos o muertos). En algunos países los pesqueros se comunican entre sí para informar las zonas donde se produce mucha captura incidental, una tarea que les interesa no sólo para evitar la molestia de tener “polizontes” indeseados en sus capturas, sino también para evitar multas (o incluso cierres) por superar la cuota permitida de pesca incidental. Estos cierres dinámicos en tiempo real permiten, entonces, minimizar la cantidad de especies no deseadas que quedan en las redes o los anzuelos.

La delimitación de las zonas dinámicas también es un desafío. Es mucho más sencillo dejar un área inamovible que cambiar las áreas de veda de acuerdo a la predicción de dónde estarán las especies el año que viene (o el mes que viene, ya que la temporalidad de las modificaciones depende de la información disponible y de cada caso).

Por ejemplo, con los datos recabados en un año los investigadores podrían asumir que el año que viene las características serán similares y con base en esa información delimitar qué áreas cerrar. Otra alternativa es usar modelos de predicción que analicen variables, como identificar si una mayor captura incidental está asociada a determinadas características ambientales (como masas de agua), y de esta forma deducir por dónde se moverán algunas especies.

Para todas estas alternativas se necesitan muchos datos y científicos capacitados que desarrollen estos modelos, reconoce Pons. Y para recabar información se necesita que haya pescadores dispuestos a brindarla con un alto grado de resolución (tanto geográfica como de especies) o la presencia de observadores científicos a bordo de los barcos, lo que tiene un costo alto para las empresas.

A este combo de rastreo satelital, tecnología para compartir datos, modelos de predicción, obtención de información confiable y reforzamiento de vínculos con la comunidad local hay que sumarle los gastos de implementación, análisis de la información y fiscalización. Es un esfuerzo grande, pero podría ser decisivo para colaborar en la sustentabilidad de los océanos. Además, está lejos de ser una quimera. O un kraken, para usar animales mitológicos más cercanos al mar. Muchos países y regiones implementan varias de estas acciones –incluida la obligación de tener 100% de cobertura de observadores científicos–, pero la cosa cambia si nos acercamos a nuestras aguas.

¿Y por casa cómo andamos?

Maite Pons reconoce que en Uruguay hay otros problemas económicos para resolver antes que poner dinero para organizar un esquema de cierres dinámicos. Aunque “las herramientas están”, se necesitan más científicos u observadores científicos en la Dinara, y más personal en barcos y oficinas para implementar estos modelos. En cuanto a la obtención de información por parte de pescadores, en Uruguay no hay incentivos para brindar datos ni sanciones cuando se excede determinada cuota de captura incidental.

Eso no significa que carezcamos de información o de observadores científicos a bordo de nuestra pesquería industrial. El trabajo de Pons, Hilborn y sus colegas es una prueba, ya que los datos de la captura incidental en la pesca de atún y pez espada en nuestras aguas están incluidos en sus análisis y surgieron del Programa Nacional de Observadores a bordo de la flota atunera uruguaya. De todas maneras, los investigadores no divulgaron en el artículo la cifra de especies afectadas o cuáles eran exactamente debido a que consideraron que era información confidencial bajo el capítulo XI del Decreto 115/018.

Resulta extraño, ya que esa situación cambió en abril de 2020, antes de comenzar este artículo, cuando a través de un nuevo decreto el actual gobierno dejó sin efecto algunos artículos de ese decreto, por lo que los autores perfectamente podrían haber incluido esos datos. En el paper, por ejemplo, puede leerse lo siguiente: “Pez espada uruguayo: los datos del programa de observadores de la pesquería de palangre pelágico uruguayo utilizados en este estudio se consideran confidenciales bajo el decreto uruguayo N° 115/018, capítulo XI, por lo que los datos sin procesar no se pueden compartir públicamente. Ante una solicitud razonable de datos de observadores no confidenciales, comuníquese con Andrés Domingo”.

Pese a que nos perdimos la oportunidad de conocer información exacta de primera mano, en líneas generales ya sabemos qué especies son las más afectadas por la captura incidental en la pesca en Uruguay. Tortugas marinas, tiburones y aves están entre ellas. La flota atunera captura accidentalmente especies vulnerables de tiburones, como el sarda (Carcharias taurus) y el tiburón peregrino (Cetorhinus maximus), especies de aves, como el albatros real (Diomedea epomophora), el albatros peregrino (Diomedea exulans) y el petrel (Procellaria aequinoctialis), y tortugas, como la cabezona (Caretta caretta) y la de siete quillas (Dermochelys coriácea).

“En Uruguay hay muchas especies de peces que no son objetivo y lamentablemente se descartan, muchas veces muertas. Captura incidental existe en todas las pesquerías en Uruguay”, apunta Pons. Por citar más ejemplos, tenemos lo que ocurre con la amenazada franciscana (Pontoporia blainvillei) en la pesca de arrastre, o con la tortuga verde (Chelonia mydas) y algunas especies de tiburones en la pesca artesanal.

Pons cree que con los datos de pesca de arrastre y la información de observadores de Uruguay podrían plantearse algunos cierres dinámicos para mejorar esta situación. De hecho, ya se implementan algunos en nuestras aguas, aunque no destinados a prevenir la captura incidental, sino a proteger a especies objetivo, como juveniles de merluza, áreas de veda que se determinan en conjunto con Argentina en el Río de la Plata.

La del 30

Si faltaran pruebas de que la discusión en Uruguay se da a otra escala, bastaría recordar que mientras parte del mundo discute si la mejor solución es proteger en forma fija 30% de los mares, Uruguay analiza una propuesta para ampliar a 10% su zona marítima nacional protegida (12.800 kilómetros cuadrados entre la Isla de Lobos y Cabo Polonio, en Rocha). Océanos Sanos, la organización que elaboró la propuesta, le planteó en 2020 al presidente Luis Lacalle Pou crear un área que abarque 30% de los mares uruguayos, pero según el semanario Búsqueda el mandatario sugirió primero comenzar por un área más chica e intentar ir más adelante hacia la cifra sugerida por la UICN.

Para Pons, si se plantea proteger 10% de los océanos uruguayos “tendría que analizarse cómo se va a hacer, cuáles son los objetivos y cómo afectará a la pesca”. “A veces se cierra un área y los pescadores se mueven a otra, y si no hay datos suficientes puede aumentar allí la captura incidental. Lo que se necesita son datos, objetivos claros y ver cómo cumplir con esos objetivos con la información que hay en el momento”, advierte.

Así como las áreas protegidas terrestres suscitaron un debate arduo entre expertos en conservación a nivel mundial, que se dividieron en si era más conveniente tener grandes zonas bajo protección o pequeñas reservas (polémica conocida por las siglas en inglés SLOSS, de single large or several small), la conservación marina también se parapeta a grandes rasgos detrás de dos escuelas. Están quienes prefieren los cierres dinámicos y los que se inclinan por las áreas marinas protegidas fijas. Según Pons, “ahora se está levantando más la bandera por los cierres dinámicos porque hay muchos más estudios que muestran que son más efectivos”.

Habrá que ver si a la hora de tomar una decisión Uruguay se decanta por alguna de estas opciones o simplemente sigue como hasta ahora, manteniendo bajo protección un porcentaje insignificante de su zona marítima: menos de 0,5%.

Artículo: “Trade-offs between bycatch and target catches in static versus dynamic fishery closures”
Publicación: Proceedings of the National Academy of Sciences (enero de 2022)
Autores: Maite Pons, Jordan Watson, Daniel Ovando, Sandra Andraka, Stephanie Brodie, Andrés Domingo, Mark Fitchett, Rodrigo Forselledo, Martin Hall, Elliott Hazen, Jason Jannot, Miguel Herrera, Sebastián Jiménez, David Kaplan, Sven Kerwath, Jon López, Jon McVeigh, Lucas Pacheco, Liliana Rendon, Kate Richerson, Rodrigo Sant’Ana, Rishi Sharma, James Smith, Kayleigh Somers y Ray Hilborn

Áreas marinas protegidas en Uruguay

  • En área Cabo Polonio: 21.167 hectáreas (y otras 4.653 terrestres).
  • En área Laguna de Rocha: 10.273 hectáreas (y otras 24.022 terrestres).
  • En área Cerro Verde: 7.284 hectáreas (y otras 1.684 terrestres).
  • En área Laguna Garzón: 27.332 hectáreas (y otras 9.596 terrestres).
  • En área Humedales del Santa Lucia: 29.623 hectáreas (y otras 56.894 terrestres).
  • En área Isla de Flores: 5.749 hectáreas.

Total de la superficie marina de las áreas protegidas: 101.428 hectáreas.

Total de la superficie terrestre de las áreas protegidas: 232.374 hectáreas.

Total de área marina de Uruguay: 20.800.000 hectáreas aproximadamente.

Porcentaje de área marina protegida: 0,48% aproximadamente.