Esta es la historia de dos mamíferos subestudiados y de bajo perfil en el Cono Sur. Por un lado, un felino esquivo y del que se sabe poco, quizá el más intrigante entre las especies de gatos que habitan el territorio uruguayo. Por el otro, un naturalista cuya producción científica ha quedado un tanto oscurecida comparada con otros aspectos públicos de su obra, como su incidencia en el devenir histórico de Uruguay.

Ambos se conocieron hace por lo menos 200 años, aunque no podemos precisar una fecha exacta o siquiera las circunstancias en que se produjo el encuentro. Todo lo que nos queda es una breve descripción, suficiente sin embargo para comenzar a reparar una injusticia histórica.

El mayor de los dos mamíferos a los que aludimos es don Dámaso Antonio Larrañaga, hombre de dimensión renacentista que se destacó como político, escritor, artista, arquitecto, sacerdote y naturalista. La historia lo recuerda principalmente por su papel en la gesta artiguista y en el nacimiento del Uruguay independiente, por su labor como religioso y por su participación fundamental en la vida social, política y cultural de la nueva república. Como ejemplos, basta mencionar que fue fundador de la Biblioteca Nacional, impulsor de la primera casa cuna para niños huérfanos del país y autor del primer proyecto de creación de una universidad pública (cuando era senador). Para el interés de esta nota, es más importante recordar que presidió la primera comisión del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), que pudo fundarse gracias en parte a sus aportes y colecciones.

La labor científica de Larrañaga viene experimentando un lento proceso de reivindicación desde hace casi 100 años, cuando se publicaron póstumamente sus Escritos a instancias del doctor Alejandro Gallinal (que fue incluso quien puso el dinero necesario para la impresión).

Aunque parte de los documentos originales se han perdido, los manuscritos rescatados contienen profusas descripciones zoológicas, botánicas, paleontológicas y minerales, clasificadas según los criterios modernos de los naturalistas Carl von Linneo y Antoine de Jussieu (este último principalmente en botánica). Von Linneo fue quien “ordenó” e internacionalizó nuestro conocimiento del mundo natural, al crear la nomenclatura binominal que dio nombre y apellido a los seres vivos del planeta (el primero designa el género y el segundo la especie, por ejemplo, el Homo sapiens que escribe y el que lee este artículo).

El historiador uruguayo Arturo Ardao aseguraba hace 50 años que, como hombre de ciencia, Larrañaga había sido homenajeado en vida por los primeros sabios europeos de su tiempo, pero “aguarda todavía en su país –y en América– la justicia histórica definitiva”. Entre esos sabios europeos con los que intercambió correspondencia y elogios estaban los legendarios naturalistas franceses Georges Cuvier, Etienne Saint-Hilarie y Aimé Bonpland.

Algo similar argumentaban Horacio Arredondo (hijo), Juan Tremoleras y Mario Montoro Guarch, los autores del prólogo de sus póstumos Escritos, en el que lamentaban que la obra de Larrañaga como naturalista hubiera demorado tanto en darse a conocer. De no haber sido así, “la prioridad en el nombre de muchas especies y de algunos géneros hubiera sido para nuestro sabio Larrañaga” y su nombre “hubiera figurado entre los sistemáticos más eminentes de su época, casi único en América”.

Cien años más tarde, dos investigadores uruguayos se encargaron de impartir esta “justicia histórica” al menos con una especie de las tantas detalladas por Larrañaga.

El peludo y el prelado

El otro mamífero protagonista de esta historia es nuestro gato de pajonal, que se caracteriza por sus orejas puntiagudas y pelaje largo. A diferencia de los otros felinos pequeños que habitan el país, usa ambientes abiertos y está muy asociado a nuestros pastizales, en los que se alimenta de aves y roedores.

El gato de pajonal uruguayo también ha pasado por una suerte de reivindicación histórica en los últimos tiempos, que hace poco logró elevar su “estatus”. En 2020, un minucioso trabajo sobre la clasificación de los gatos de pajonal de Sudamérica concluyó que la entidad que vive en nuestros pastizales –abarcando el territorio uruguayo, el sur de Brasil y un pedacito de Corrientes– es una especie en sí misma y no una subespecie como se creía hasta entonces.

El nombre científico que sugirieron los autores de aquel trabajo fue Leopardus munoai, respetando el principio taxonómico que indica que el primer nombre dado a una especie tiene prioridad sobre los posteriores. En este caso, el epíteto munoai venía del nombre Felis colocola munoai que le dio el naturalista uruguayo Alfredo Ximénez en 1961, cuando describió lo que pensó entonces que era una subespecie que vivía en el país (el nombre es un homenaje a su colega fallecido Juan Ignacio Muñoa).

Al biólogo Juan Andrés Martínez-Lanfranco y al zoólogo Enrique González, encargado del Departamento de Mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), les hizo ruido que a nivel internacional se usara este nombre científico para definir a nuestro gato de pajonal. Había un motivo simple: el primero en describir a este animal casi endémico de nuestro territorio fue justamente Larrañaga, en los Escritos ya mencionados que se publicaron 75 años después de su muerte.

¿Por qué entonces no se adjudicó el nombre usado por el sacerdote? Para responder eso, hay que reconstruir la pesquisa detectivesca que realizaron Martínez-Lanfranco y González, que incluyó un análisis bibliográfico y la revisión de los ejemplares de la especie guardados en el MNHN.

“En sus Escritos, Larrañaga describió esta especie con el nombre fasciatus, dentro del género Felis. Durante casi 50 años nadie aludió a él. Quizá por desconocimiento, cuando Ximénez describe a Felis colocola munoai como una entidad diferente a la que se encontraba del lado argentino no cita a Larrañaga. Luego, cuando participa en 1972 en la confección de la Lista Sistemática de los Mamíferos de Uruguay, una referencia muy importante porque con criterio moderno enumera los mamíferos de Uruguay, plantea que el epíteto de Larrañaga es sinónimo de Felis pajeros de Argentina”, aclara Martínez-Lanfranco.

¿Qué significa esto? Que para 1972 Ximénez ya había descubierto la referencia de Larrañaga, pero no usó el nombre propuesto por el sacerdote porque consideró que simplemente estaba reproduciendo la descripción y medidas del gato de pajonal argentino, hecha anteriormente por el naturalista español Félix de Azara, y no reconociendo una nueva entidad. González y Martínez-Lanfranco se propusieron entonces demostrar que fue Larrañaga el primero en describir para la ciencia la especie de gato de pajonal que habita en nuestro territorio y resolver oficialmente el dilema de su nomenclatura.

Detectives de taxones

La clave para desenredar este intríngulis taxonómico está en la descripción que hizo Larrañaga del gato de pajonal. En ella, escrita en latín, cita efectivamente las medidas aportadas por Azara pero agrega una serie de características distintivas, entre las que incluye sus patas de color claro con bandas canela (las del gato, no las de Azara). También menciona que tiene la costumbre de introducirse en los bosques.

“Es decir, hay varios detalles en su descripción que son importantes y no están discutidos en el trabajo de Ximénez. El propio nombre fasciatus se refiere a algo que tiene manchas en forma de bandas. Y es porque para Larrañaga los especímenes que vio en Uruguay se diferenciaban de los de Azara por las patas barradas. Azara es muy claro en que los que él vio no tenían esta característica. Por lo tanto, que Ximénez haya dicho que lo de Larrañaga es un sinónimo de lo de Azara, sin haber hecho la discusión en el contexto de toda la descripción que brindó, nos parece incompleto”, sostiene Martínez-Lanfranco.

En su trabajo, los investigadores usan varios argumentos para respaldar sus conclusiones. Por ejemplo, mencionan que en su descripción Azara aclara que el gato de pajonal se encuentra en ambos lados del Río de la Plata, en alusión a poblaciones que hoy se reconocen como de dos especies diferentes, mientras que Larrañaga fue explícito al mencionar que la especie que estaba identificando era del Uruguay y no genérica del Río de la Plata. Agregan también que mientras Azara asegura que este felino evita las áreas boscosas, para Larrañaga también usaba los bosques, en claro contraste con el anterior. “Esto quizá se deba a que las pampas uruguayas son más arboladas que las argentinas. Clarifica que Larrañaga no confundía ejemplares sino que refería a una entidad diferente, que se atribuía a Uruguay”, señala Martínez-Lanfranco.

Larrañaga describe incluso la coloración más vívida del pelaje, típica de la especie de nuestro territorio, y usa el adjetivo “canela” en contraste con el “canela claro” que menciona Azara.

En su afán por no dejar cabos sueltos, los investigadores hicieron también una revisión de los ejemplares de la especie disponibles en el MNHN. Una de las características que tiene el gato de pajonal uruguayo es la coloración negra de los talones. Como Larrañaga no menciona este detalle, podría interpretarse que describió los ejemplares del lado argentino, ya mencionados por Azara.

“Al revisar los ejemplares, vimos que hay bastante variación respecto de ese carácter. No todos lo tienen tan marcado. Bien podría ser que Larrañaga viera especímenes con la coloración más clarita y no le llamara la atención lo de los talones. De hecho, Azara vio ejemplares de los dos lados del Río de la Plata, observó tanto pajeros como fasciatus, pero tampoco incluyó en sus notas nada de esta coloración. Que Larrañaga haya pasado por alto esto no es justificativo para decir que se confundió con los ejemplares de Azara”, asegura Martínez-Lanfranco.

“Lo que sobresale es que, a pesar de la sucinta descripción de fasciatus, el naturalista claramente distinguía entre el pajero y los especímenes que usó para describir el fasciatus de Uruguay. En suma, Larrañaga hizo sin dudas observaciones morfológicas y geográficas que son más apropiadas a la descripción y distribución de Leopardus munoai y no de Leopardus pajeros”, resalta el trabajo.

Para ser claros, Larrañaga fue un adelantado, como en tantas otras cosas. Fue el primero en describir esta especie endémica de la región uruguayense, y por lo tanto su nombramiento es el más antiguo y el que tiene prioridad según el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica. Para terminar de consolidar este cambio, sin embargo, hacía falta una formalidad.

Retrato de Larrañaga publiado por El Indiscreto.
Foto: Inmagen de Anáforas (FIC)

Retrato de Larrañaga publiado por El Indiscreto. Foto: Inmagen de Anáforas (FIC)

¿Y este tipo?

Azara y Larrañaga fueron sin dudas dos pioneros del naturalismo en la región que compartieron talentos e intereses (entre ellos la amistad de Artigas), pero en su época no existía la exigencia de designar holotipos, que son los ejemplares con los que se describe una especie. Por lo tanto, no sabemos cuál fue el espécimen (o los especímenes) que Larrañaga usó para realizar sus observaciones, o qué fue de él. ¿Se lo proporcionó alguien? ¿Se lo encontró en alguno de sus viajes? ¿Se lo dio el mismísimo José Gervasio Artigas cuando lo recibió en Paysandú? Cualquier especulación es válida, porque lamentablemente sus diarios no mencionan datos adicionales a la breve descripción en latín de sus Escritos. Como en tantas pesquisas detectivescas, sin embargo, se necesita un cuerpo como evidencia para cerrar el caso.

Para formalizar el nombre proporcionado por Larrañaga, Martínez-Lanfranco y González debieron elegir un “neotipo”, que es el ejemplar que se selecciona para la descripción de una especie cuando el holotipo fue destruido o no fue designado, como ocurre aquí.

En este caso, el honor correspondió al ejemplar 2432 del MNHN, colectado en la estancia Cristóbal en Conchillas, Colonia. “Hubiera sido ideal definir un neotipo que supiéramos que fue examinado por Larrañaga, pero en estas condiciones no era posible. Buscamos entonces un ejemplar que estuviera idealmente del lado este del Uruguay (cerca del que Ximénez usó para describir su munoai) con un cráneo en buen estado, completo y con piel asociada. Intentamos que fuera representativo o con criterios prácticos para poder examinarlo”, explica Martínez-Lanfranco.

“Sugerimos formalmente que el fasciatus de Larrañaga sea el nombre aplicado al gato de pajonal uruguayo. Dado nuestro entendimiento actual de la diversidad taxonómica del gato de pajonal, debería ser usado en la combinación del binomio Leopardus fasciatus (Larrañaga, 1923)”, indica el trabajo.

“Como corolario de esta propuesta taxonómica, consideramos Leopardus munoai (Ximénez 1961) como sinónimo júnior de Leopardus fasciatus. Finalmente, sugerimos el uso del siguiente nombre vernacular para Leopardus fasciatus: gato de pajonal de Larrañaga”, concluye.

Por lo tanto, luego de dos siglos de nomenclatura y taxonomía agitadas, nuestro gato de pajonal ha sido rebautizado nuevamente, esta vez haciendo justicia al primer naturalista nacido en la región. No es la primera vez que se usa el epíteto fasciatus en la bibliografía, ya que Miguel Klappenbach –a quien los autores mencionan como iniciador de la “resurrección taxonómica” de Larrañaga– fue el primero en hacerlo en un artículo de 1997, pero sin fundamentarlo ni formalizarlo en la comunidad científica internacional. Habrá que acostumbrarse ahora a llamar a este huidizo felino como gato de pajonal de Larrañaga, quizá la primera de varias reivindicaciones que aguardan al famoso naturalista.

Qué binomio

Para Martínez-Lanfranco, esta es una reivindicación que responde a varias motivaciones. La primera es “hacer lo correcto”, ya que “hay un código y este es el nombre que aplica bajo sus reglas”. “Estaba la proposición de Klappenbach de resucitar este nombre y lo usábamos a veces en la literatura local, pero a nivel internacional no estaba reconocido”, aclara.

La segunda es la claridad. “Para hablar en la misma lengua es importante referirse a los taxones por el nombre correcto. Hasta ahora no se había hecho el ejercicio de estudiarlo y comunicarlo, pero no podemos referirnos a una misma entidad de dos formas diferentes”, agrega.

La tercera es histórica. “Obviamente esto tiene su folclore para nosotros. Muchos de esos nombres propuestos por Larrañaga quedaron en la oscuridad por no haberse publicado en su momento. De haber sido así, sin dudas la historia de los nombres de muchas especies habría sido diferente, así que tiene también el componente de reivindicar la obra de un personaje del cual se conoce poco, al que no se le reconoce todo lo estudioso y diverso que fue”, apunta.

Larrañaga “era un ejemplo de aquellos naturalistas de la época que sabían de un montón de cosas diferentes y que hoy ya no existen; no lo voy a comparar con Charles Darwin o Alexander von Humboldt, pero sí era uno de esos personajes con una amplitud de conocimientos típica de otro tiempo”, reflexiona Martínez-Lanfranco, que agrega que más allá de que Larrañaga fue un personaje bien importante para el país, como zoólogo es imposible obviar que hay una parte de su obra que permanece aún subvalorada.

“Entonces, si bien está bueno corregir y clarificar por el hecho en sí, es una propuesta taxonómica que tiene este folclore adicional de reivindicar a nuestro primer naturalista y de realzar la figura de Larrañaga en el saber popular y la identidad nacional, en este caso en relación a una especie endémica de la zona”, explica.

Por eso mismo es que los investigadores no propusieron un nombre común con base en características físicas, como hubiera sido “gato de pajonal barrado”, y eligieron con intencionalidad histórica el nombre “gato de pajonal de Larrañaga”. Una forma adicional de cuidar su legado es garantizar la supervivencia de la especie, un tema más peliagudo que cualquier discusión sobre nomenclaturas.

Gato encerrado

Todavía hay muchas incógnitas sobre el gato de pajonal, nomenclaturas aparte. “Este trabajo clarifica el nombre disponible más antiguo para una entidad amenazada de extinción. A pesar de la claridad que logramos acerca de la identidad del gato de Larrañaga, la probabilidad de su supervivencia a largo plazo está lejos de tener esta certeza”, lamentan los autores en las conclusiones del trabajo.

Es poco lo que se conoce de esta especie, pero los investigadores tienen claro que se encuentra actualmente en peligro de extinción. Su dependencia de los pastizales, uno de los ecosistemas más amenazados de la región, no permite mirar el futuro con gran optimismo a no ser que se revierta la tendencia actual. “A su destino poco le importa el nombre. Es una especie que ocupa el ambiente que más se sustituye y se pierde en la región, con remanentes que están poco conectados. Eso hace que su viabilidad poblacional a largo plazo esté comprometida, si se considera el número estimado de ejemplares y el hábitat disponible”, se lamenta Martínez-Lanfranco.

Un trabajo sobre el gato de pajonal publicado en 2021, del que González y Martínez-Lanfranco fueron coautores, analizó las zonas con más adecuabilidad ambiental en su rango de distribución y, dentro de ellas, su conexión, grado de protección y riesgo de modificación. Las conclusiones fueron alarmantes. “Diría que el gato de pajonal tiene un riesgo de extinción elevado a mediano y largo plazo”, reflexionaba entonces el biólogo al comentar el trabajo.

Si tomamos a Uruguay como un territorio aislado, se podría considerar al gato de pajonal en peligro crítico (siguiendo las categorías de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Como nuestra población de gatos de pajonal de Larrañaga tiene conexión con la que habita en Río Grande do Sul (Brasil), la categoría baja a en peligro, lo que tampoco es un gran consuelo.

Teniendo en cuenta justamente esta conexión, el trabajo afirmaba que hay una “urgente necesidad de un enfoque internacional para garantizar la supervivencia a largo plazo de este felino elusivo”.

Dámaso Antonio Larrañaga poco podía sospechar, a comienzos del siglo XIX, que la especie que observó con tan buen ojo estaría en tales apuros un par de siglos después. Mucho menos que aquel felino portaría alguna vez su nombre, pero la asociación quizá ayude hoy a que las autoridades presten más atención a su destino y actúen con más premura que la demostrada con los casi desaparecidos manuscritos del sacerdote. Se puede resucitar la taxonomía de un gran naturalista, pero no a un felino extinto.

Artículo: “The oldest available name for the pampas cat of the Uruguayan Savannah ecoregion is Leopardus fasciatus (Larrañaga 1923)”
Publicación: Therya (agosto 2022)
Autores: Juan Andrés Martínez-Lanfranco y Enrique González.