Quizá no estaríamos donde estamos si no fuera por los pastizales. Literalmente, para muchos investigadores. El cambio climático que llevó a la formación de pastizales abiertos en África colaboró para que nuestros ancestros prosperaran como especie e incluso adquirieran algunas de las características que hoy nos definen. De acuerdo a esta hipótesis, haber bajado de los árboles a la sabana fue el desencadenante de varias adaptaciones que nos hicieron lo que somos: la postura erguida y el desarrollo de habilidades sociales cruciales para la supervivencia en ese ambiente, entre otros aspectos.

Aun relativizando la llamada “hipótesis de la sabana”, que fue debatida en las últimas décadas y dio paso a una visión un poco más matizada, que incluye la incidencia de otros factores en esta notable transformación, es claro que los pastizales han sido esenciales en la evolución, la historia y el devenir del Homo sapiens. Gracias a ellos pudimos domesticar algunos tipos de pastos para sustentar nuestra explosión demográfica y criar el ganado que nos alimentó durante miles de años.

Saber esto hace mucho más terrible nuestra ingratitud hacia ellos. Los pastizales están entre los ecosistemas menos protegidos del mundo, desaparecen a ritmo veloz y sufren un proceso progresivo de degradación, transformación y fragmentación, pese a su importancia en la captura de carbono del planeta, entre muchos otros servicios ecosistémicos. Tienen mucha menos prensa que los bosques incluso en los países donde son el ecosistema dominante. Por ejemplo, en Uruguay, donde están representados ínfimamente en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP).

Muchos ven a los pastizales como tierras de poco provecho, cuya única utilidad es dar alimento a vacas y ovejas, pero en nuestros pastizales viven al menos 222 especies de avess, 55 de mamíferos, 36 de reptiles, cuatro de anfibios y 114 plantas leñosas, según un trabajo de 2020 del ecólogo Alejandro Brazeiro. Si nos animamos a descender entre esos pastos a menudo subestimados, descubrimos otro mundo increíblemente diverso y que, lamentablemente, también está acostumbrado a nuestra ingratitud.

Si los pastizales se merecen unas sentidas disculpas de nuestra parte, las arañas ameritan que nos pongamos de rodillas. Si no fuera suficiente todo el arsenal de maravillas naturales que estamos descubriendo al estudiar su comportamiento, tenemos motivos egoístas de sobra para cuidarlas.

Las arañas ayudan a controlar las pestes de los cultivos, predan sobre insectos que transmiten enfermedades, brindan aportes a la medicina y la ingeniería gracias al estudio de su veneno y sus telarañas, son parte fundamental de los ecosistemas en los que viven y hasta ayudan a mantener saludables las plantas de tu jardín. Sin embargo, están entre los animales más perseguidos, temidos y despreciados en materia de conservación.

Por si fuera poco, en las últimas décadas las arañas han revelado también todo su potencial como indicadores ambientales, actuando a modo de centinelas de la buena salud de varios de los ecosistemas en los que viven y alertándonos de las alteraciones que sufren. Es justamente en este campo donde estas dos entidades ninguneadas –pastizales naturales y arañas– se unen en una historia cuyo final puede resultar provechoso para ambas.

Me extraña, araña

La asociación de arañas y pastizales en un trabajo científico no hubiera sido posible sin la participación de cuatro seres humanos y el timing perfecto con el que decidieron unir fuerzas. Por un lado, el aracnólogo argentino Gabriel Pompozzi y su tutor Miguel Simó, docente de la Sección Entomología de la Facultad de Ciencias; por el otro, los ingenieros agrónomos Oscar Blumetto y Fernanda de Santiago, de la estación Las Brujas del Instituto de Investigación Agropecuaria (INIA).

Pompozzi, que ya venía estudiando arañas asociadas a cultivos, se presentó a una beca de posdoctorado que brindaba una oportunidad para trabajar en sistemas ganaderos. Simó hizo el nexo con Blumetto, investigador en biodiversidad en sistemas productivos que buscaba colaboradores para proyectos basados en las guías LEAP (siglas en inglés para “evaluación ambiental y desempeño ecológico de la ganadería”), impulsadas por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), y el círculo cerró perfecto. ¿Cómo se unen dos mundos en apariencia tan distintos como el arácnido y el agrícola-ganadero? Gracias a las bondades de las arañas.

Miguel Simó.

Miguel Simó.

Foto: Federico Gutiérrez

“Muchas especies de arañas son muy fieles al tipo de hábitat y de alimentación, pero sobre todo son sensibles a cambios, y eso es lo que nos permite evaluar si están sufriendo algún tipo de efecto negativo en el ambiente”, cuenta Simó. Que sean tan sensibles a lo que ocurre en los ambientes que habitan y al mismo tiempo tan abundantes las vuelve buenos modelos para estudios ecológicos.

Conociendo tanto los buenos antecedentes de las arañas como bioindicadores como el deterioro que vienen sufriendo nuestros pastizales naturales debido a la expansión de la frontera agrícola, el sobrepastoreo y la forestación, los investigadores diseñaron un experimento con dos objetivos: primero, evaluar qué efecto tienen en las comunidades de arañas los cambios en el uso del suelo de los sistemas ganaderos uruguayos; segundo, describir la comunidad de arañas presentes en pastizales naturales, identificando especies prioritarias para la conservación e indicadores ambientales potenciales.

El rey grass

Para evaluar el efecto de las pasturas en la comunidad de arañas, los investigadores debieron realizar su trabajo en dos ambientes ganaderos bien distintos: los pastizales naturales y los sustituidos por pasturas. Contaban con herramientas teóricas para anticiparse a algunos de los resultados: por ejemplo, la hipótesis de heterogeneidad de hábitat, que sugiere que un sistema más heterogéneo ofrece más posibilidades de explotar recursos y por ende una comunidad de arañas más diversa. Ergo, es más probable que la sustitución de un hábitat diverso por otro más homogéneo afecte negativamente a la abundancia, composición y riqueza de la comunidad arácnida. Comprobarlo era ya otra historia y llevó un año de muestreos, además de un detallado análisis posterior que debió lidiar también con las dificultades de la pandemia.

El estudio se llevó a cabo en tres estancias dedicadas a la producción ganadera, ubicadas en Durazno, Flores y Rivera, que cuentan con al menos 70% de pastizales naturales y 30% de campos sustituidos por pasturas (en este caso, ryegrass). En cada estancia seleccionaron una parcela de referencia para los dos ambientes, analizaron la composición de especies herbáceas (en pasturas cultivadas fue fácil porque hay una sola) y midieron la vegetación para estimar una intensidad de pastoreo similar.

Luego, colectaron arañas en forma sistemática en las parcelas de los dos ambientes, usando trampas de caída y también una sopla-aspiradora de jardín adaptada, un aparato curioso que incluía el uso de una malla de cancán pero que resultó muy eficiente. “El objetivo era tener una buena idea de la comunidad de arañas. En este caso, las trampas eran útiles para las arañas que viven en el suelo y la aspiradora para las que viven en la vegetación”, explica Pompozzi.

Usando estas dos técnicas, se reveló la riqueza de un mundo oculto, de una abundancia y una diversidad que sorprendieron al propio Pompozzi. “Hice trabajos en lugares similares y nunca obtuve números tan altos”, cuenta. Recolectaron un total de 8.859 ejemplares de 29 familias distintas de arañas. Considerando sólo los adultos –los juveniles no se contabilizaron en el estudio de diversidad–, se identificaron 89 especies o morfoespecies de 23 familias, ya que no siempre fue posible identificar con “nombre y apellido” taxonómico a los ejemplares.

Aunque este panorama parezca abundante, rico y diverso, la frase puede resultar tan engañosa como el eslogan de un tenedor libre. Depende del sitio que uno elija. Tal cual habían previsto los investigadores, hubo notorias disparidades entre la comunidad arácnida de los pastizales naturales y la de las pasturas. “Las diferencias entre ambientes fueron impresionantes”, asegura Pompozzi.

En los pastizales naturales encontraron unas 82 especies y en las pasturas sólo 57, con comunidades de arañas muy diferentes. “Los resultados indicaron que el disturbio y la homogeneización del ambiente de pasturas cultivadas afectaban a varias especies de arañas y no permitía que se establecieran allí”, agrega Pompozzi. En resumen, la abundancia, la diversidad y la riqueza estaban sólo del lado de los pastizales naturales.

Pompozzi colectando arañas.
Foto: gentileza Miguel Simó

Pompozzi colectando arañas. Foto: gentileza Miguel Simó

Además, acota Blumetto, estas diferencias se debían exclusivamente a la pérdida de diversidad y cambio estructural de las especies herbáceas, ya que en estos campos no había incidencia de uso de insecticidas, algo que sí influye en otro tipo de cultivos.

¿Por qué estas diferencias? “Puede explicarse por la complejidad ambiental, que beneficia la presencia de las arañas al ofrecer más microhábitats y refugios. Además, los hábitats con vegetación diversa, como los pastizales naturales, proveen más recursos para las arañas y sus presas potenciales”, indica el trabajo.

Es posible, sin embargo, triunfar en ese ambiente modificado. Unas pocas especies generalistas o con mucha plasticidad prosperaron y dominaron las pasturas. Por ejemplo, las licósidas (arañas lobo) y las linífidas, que suelen ser pioneras en la colonización de nuevos ambientes, fueron abundantes en las pasturas cultivadas. Otras especies menos plásticas o que necesitan un determinado tipo de plantas para sobrevivir no tuvieron tanta suerte.

Índice arácnido

El estudio aporta un ladrillito más al muro de evidencias que muestra la importancia de los pastizales naturales en el mantenimiento de la biodiversidad global, pero además proporciona una lista de posibles arañas bioindicadoras para este ambiente, con implicaciones prácticas.

Tras realizar un análisis estadístico de la composición de especies pudieron determinar cuáles aportaban más a la diferenciación de cada ambiente. De este modo, Glenognatha lacteovittata, Oxyopes salticus y Alpaida versicolor fueron seleccionadas como indicadores de las pasturas cultivadas, capaces de tolerar bien el cambio de ambiente e incluso de beneficiarse gracias a él. El asunto se vuelve más interesante al observar las potenciales arañas indicadores de los pastizales naturales; es decir, aquellas arañas que podrían ser útiles para revelar el estado de salud de este ecosistema castigado.

Los investigadores seleccionaron dos candidatas especialistas de hábitat y muy afectadas por el cambio de uso del suelo, pero la más común (y por lo tanto la que podría ser mejor indicador) no pudo ser identificada a nivel de especie. “Llama la atención que una especie tan común no esté identificada con nombre, pero pasa con este grupo de arañas, de la familia Hahniidae, de la que no se sabe mucho taxonómicamente a nivel regional”, explica Pompozzi.

Como aclara Simó, el trabajo no sólo descubrió una excelente candidata para figurar como indicadora ambiental de los pastizales naturales (la otra es Thymoites puer) sino que posiblemente halló una especie nueva para la ciencia. “Estos relevamientos de arañas tienen ese otro plus que es descubrir especies nuevas. Evidentemente en este trabajo hay un remanente de potenciales especies a describir, que sólo figuran como morfoespecies”, dice Simó. Tendrá que venir una etapa nueva en la que se procese este material y se aborde el necesario trabajo taxonómico, pero esa es otra tela para cortar. La cuestión más relevante para este estudio no es quién es esta araña, sino qué es lo que nos puede contar.

Los investigadores hacen hincapié en la importancia de agregar nuevas especies a esta lista de potenciales bioindicadoras de los pastizales, que consideran “una herramienta importante para que organismos gubernamentales [el Ministerio de Medio Ambiente y el Sistema Nacional de Áreas Protegidas] monitoreen y tomen decisiones sobre áreas protegidas de conservación en Uruguay”.

Decirlo es más fácil que hacerlo. Como bien apunta Simó, uno de los aspectos más difíciles de proponer especies indicadoras no es la selección en sí, sino lograr que luego se use ese conocimiento para prácticas efectivas de conservación. “En el mundo se implementa desde hace años el uso de arañas como bioindicadoras, pero en Uruguay queda mucho camino por recorrer. Las arañas no están valoradas en su debido lugar para el uso de conservación de ambientes. Lo que tratamos de hacer es lo que nos corresponde: generar el conocimiento posible para que en algún momento, a través de otros colectivos e instituciones, se use para eso”, asegura.

Blumetto en pastizal.
Foto gentileza INIA Las Brujas

Blumetto en pastizal. Foto gentileza INIA Las Brujas

Como ya dijimos al comienzo, no sólo los pastizales están ninguneados y en segundo plano en materia de conservación. Las arañas también. Además de prender una luz de alerta sobre este ambiente, el trabajo aporta también el valor de sumar información y proponer nuevos integrantes a la lista de arácnidos prioritarios para la conservación en Uruguay.

Conserve si quiere ganar

En el relevamiento, los investigadores registraron la presencia de varias especies consideradas prioritarias para la conservación de acuerdo a las listas locales, desde la curiosa Aglaoctenus lagotis, que construye telas en el pasto (toda una rareza en una araña lobo) a Mesabolivar tandilicus, especialista pampeana que tiene en Uruguay el límite norte de su distribución.

Pero su inventario permite además agregar tres especies prioritarias nuevas, que se suman a la lista de 81 especies que surge de los trabajos sucesivos de los biólogos Soledad Ghione y Álvaro Laborda. Una de ellas es Sanogasta tenuis, especie súper adaptada a los pastizales pampeanos (se adhiere como un ninja al envés de las hojas) registrada por primera vez en Uruguay en este trabajo. Otra es Actinopus uruguayense, recientemente descrita para la ciencia, endémica del Uruguay y que caza con el singular método de hacer una trampilla en el piso para sus incautas presas. La tercera es Losdolobus nelsoni (nombre que parece más propio de una comedia de la calle Corrientes de los años 80), recientemente reportada en Uruguay y con muy pocos registros en el país.

Las tres fueron halladas solamente en pastizales naturales, lo que las convierte también en potenciales bioindicadoras y candidatas para planes de manejo y conservación de este hábitat. Por lo tanto, el trabajo no sólo es un aporte a la supervivencia de los pastizales naturales sino también al conocimiento de nuestra fauna de invertebrados y su conservación. Una pata rasca la otra. Si cuidamos nuestra comunidad de arañas de pastizales, ayudamos a conservar este ecosistema tan castigado; si cuidamos los pastizales naturales, colaboramos en proteger nuestra comunidad de arañas.

Para lograr esto no sólo hay que convencer a los tomadores de decisiones. También hay que generar una alianza inesperada entre dos especies industriosas y que se alimentan gracias a nuestros campos: las arañas de pastizales y los productores ganaderos.

Dos productores se balanceaban...

“Todo esto que decimos no tiene la más mínima discusión entre gente que trabaja en conservación, pero en el mundo agropecuario hay que defenderlo. Algo que nos pueden preguntar es: ¿por qué gastar recursos de los productores en estudiar arañas?”, cuenta Blumetto. Un argumento que él usa para defender estos estudios es resaltar que la ganadería, si bien tiene impacto ambiental como cualquier otra actividad humana, es un gran reservorio de biodiversidad al lado de cualquier otra actividad agropecuaria. “Pero para poder decir eso hay que documentarlo, publicarlo”, insiste, y mostrar que las arañas pueden actuar como “luces amarillas ambientales” de los cambios de uso del suelo.

En un país con incidencia muy limitada de las áreas protegidas, “pasa a ser fundamental el rol que cumple la actividad agropecuaria, que ocupa casi todo el territorio, en la conservación”, agrega. Según Blumetto, el sector agropecuario a veces pregunta también por qué debe aportar a la conservación, además de cumplir su rol productor.

“Es una pregunta con varias respuestas. Desde el punto de vista ético, porque todos tendríamos que aportar a eso. Desde el punto de vista del país, porque los productores agropecuarios ocupan el noventa y pico por ciento del territorio, por lo que prácticamente no hay más remedio; están administrando de hecho la conservación. Pero otro punto interesante es que hay que tratar de que eso sea reconocido”, dice.

Thymoites puer bajo la lupa.
Foto: gentileza Miguel Simó

Thymoites puer bajo la lupa. Foto: gentileza Miguel Simó

En otras palabras, conservar la biodiversidad en los pastizales en los que producen, incluyendo la comunidad de arañas, debería venir acompañado de un reconocimiento económico o una certificación que permita acceder a mercados con un valor adicional. “La biodiversidad viene muy rezagada en estos temas, pero esta clase de trabajos muestran que estos sistemas tienen aportes importantes y que si queremos que los sigan teniendo hay que buscar incentivos”, opina Blumetto. “Es cierto que hay que convencer a los productores, pero mantener la biodiversidad al mismo tiempo que se produce es un valor en sí mismo en un territorio como Uruguay”, acota Simó.

Blumetto asegura que si bien es un trabajo de décadas, existe ya una demanda de algunos consumidores internacionales que buscan productos amigables con el medioambiente que estén verificados. Y en ese sentido el cuidado de la biodiversidad es un elemento diferenciador de la ganadería extensiva uruguaya respecto del resto del mundo y de otros ecosistemas.

Los pastizales naturales son el soporte para la producción nacional desde hace casi 400 años, pero todos los esfuerzos de desarrollo tecnológico se han centrado en sustituirlos, algo que para Blumetto tiene una explicación: no tienen el mismo atractivo comercial que los bosques. “Nadie te patrocina el mantenimiento de un pastizal natural, no le vendés nada a nadie con eso. Pero estamos en medio de un esfuerzo por revalorizar ese componente, y cada vez hay más datos que muestran su relevancia”, dice.

Nuestros pastizales naturales no se conservan prístinos hoy en día, pero siguen brindando una buena oportunidad para mantener o mejorar las condiciones ambientales sin renunciar a la productividad, algo que no ocurre con las selvas tropicales, por ejemplo.

“Tenemos un margen todavía. Si yo renuncio a una productividad muy intensa, puedo lograr un valor adicional en el mercado que no es una meta imposible, algo que la industria de la carne debe trabajar más. Pero además hoy podemos esperar un aumento de hasta 20% de productividad sólo por mejorar el manejo de pastizales, sin sustituir nada”, insiste Blumetto.

Tal cual cuenta Pompozzi, lo que ocurre del otro lado del charco funciona bien como advertencia. “Yo vengo del sur de Buenos Aires y en toda esa zona los pastizales naturales se han perdido en gran parte. Todo está dominado por campos de trigo, maíz o soja. En Uruguay todavía se está a tiempo de preservar los pastizales o hacer un uso más sustentable para que no se pierdan todas las especies que viven allí. En los últimos tiempos he visto que se están empezando a reemplazar por forestaciones, algo muy notorio, por lo que es bueno que los tomadores de decisiones puedan actuar cuanto antes para proteger ese ambiente y que no se piense en ellos simplemente como sitios a los que les faltan árboles”, dice.

Como centinelas de ese ambiente, las arañas pueden cumplir un rol importante en esta batalla. Ya demostraron ser beneficiosas para la agricultura al depredar las pestes que amenazan a los cultivos y ahora podrían convertirse en un símbolo de la conservación para la ganadería extensiva. Nadie pide que las incluyan en el logo de la Asociación Rural del Uruguay, pero proteger sus hogares es una buena manera de empezar a reconocerles los servicios prestados.

Artículo: “Livestock systems preserving natural grasslands are biodiversity reservoirs that promote spiders’ conservation”
Publicación: Journal of Insect Conservation (mayo 2022)
Autores: Gabriel Pompozzi, Fernanda de Santiago, Oscar Blumetto y Miguel Simó.