Vivimos en un mundo en el que, para muchos, todo lo que importa de nosotros es nuestro dinero. Puede que no tengamos demasiado, pero saben que si suman tu poquito con el mío, muchos poquitos son suficientes. Hay varias formas de lograrlo, algunas más honestas que otras. Entre ellas está la de crear productos que no necesitamos.

Los seres vivos precisamos hidratarnos y para eso alcanza con el agua, ya sea líquida o la que está en distintos alimentos, como frutas, verduras y demás. También necesitamos incorporar nutrientes indispensables para el funcionamiento de nuestro organismo, y, claro está, salvo las plantas, algunos hongos, bacterias y otros microorganismos, precisamos energía, que en líneas generales obtenemos de los hidratos de carbono y, con algún procesamiento extra, de algunas grasas que obtenemos de otros seres vivos. Con una alimentación adecuada y variada –dicho así suena sencillo, pero en este siglo XXI sigue siendo para muchos seres humanos algo terriblemente dificultoso acceder a una alimentación suficiente– no deberíamos necesitar nada para este fin de hacer funcionar nuestros organismos que no estuviera ya en los alimentos. Pero el mercado es el mercado. Y en esa libertad responsable que tienen distintas empresas de llenar las góndolas con productos comestibles que no son alimentos, podemos encontrarnos con las llamadas bebidas energizantes.

Según dice el informe de la Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas en Estudiantes de Enseñanza Media publicado en 2022 por la Junta Nacional de Drogas, “las bebidas que se comercializan bajo la denominación de bebidas energizantes se caracterizan por contener cantidades significativas de cafeína, además de otros componentes como taurina y en algunos casos guaraná, algunas vitaminas y minerales”, además de “considerables cantidades de azúcar, aunque también se conocen variantes que en su lugar contienen edulcorantes”. También allí se señala algo que seguramente no se nos pasó por alto en alguna tanda publicitaria: las bebidas energizantes “suelen ser promocionadas como bebidas que incrementan la resistencia física y la energía, mejoran la concentración y reducen el cansancio”, mostrando una vez más la pasión que le pone la industria alimentaria a la ficción y a prometer lo que no puede cumplir. Aun así, su estrategia parece estar funcionando.

Aunque las bebidas energizantes no sólo no cumplen con las falsas promesas con las que se promocionan –aunque el azúcar en teoría sea fácilmente transformable en energía en nuestros organismos y la cafeína un compuesto que puede estimular el sistema nervioso–, sino que además se viene demostrando que en algunas personas pueden producir desde arritmias cardíacas a alteraciones del sueño, falta de apetito, dolores de cabeza y estómago, hiperactividad o falta de atención, entre otras cosas, su consumo en el mundo, particularmente en jóvenes, viene en aumento. Uruguay no sólo no es una excepción, sino que lo que sucede aquí debiera hacernos abrir los ojos.

Según la mencionada encuesta, entre 2018 y 2021 las bebidas energizantes fueron la “droga” (así la denominan en el trabajo) que más creció entre los jóvenes liceales, pasando de haber sido consumida por 39% de ellos en 2018 a 54% en 2021. ¿Qué tan extendido está su consumo entre nuestras y nuestros adolescentes? Muchísimo: “72% de los adolescentes escolarizados declara que consumió alguna vez en su vida este tipo de bebidas, en tanto 54,4% manifiesta haber tomado durante los últimos 12 meses y 32,2% en los últimos 30 días, lo que la constituye, junto con el alcohol, en la sustancia más consumida por esta población”. Pero hay más datos que llaman la atención.

¿Cuándo comienzan a consumirse? Muy temprano: “Las bebidas energizantes tienen una presencia muy extendida entre los menores de 14 años”, llegando a 54% de los liceales de esa edad. Por lo tanto, el informe dice que “las bebidas energizantes son el tipo de sustancia elegida por los estudiantes de menor edad, quienes, en la mayoría de los casos, no se han iniciado en otros consumos o estos por lo menos no se han extendido todavía, pero que encuentran en este tipo de sustancias un ensayo de consumo de una droga estimulante”.

Pero hay más: las bebidas energizantes, en muchos casos, se consumen junto con alcohol. Como si no fueran ya de por sí un problema, este uso combinado “lleva al enmascaramiento de los efectos de embriaguez del alcohol y a un incremento de la resistencia de su consumo, de forma que el uso simultáneo de estas sustancias aumenta el riesgo de intoxicación con alcohol al permitir mayores ingestas, establecer una falsa sensación de tolerancia a las ingestas y propiciar el mantenimiento de prácticas de consumo excesivo de alcohol”. Bueno, no serán muchos los que hacen eso, podría pensarse. Pero no es así. “Los episodios de abuso con alcohol alcanzan a 77,2% de quienes declaran que han consumido en el último mes alcohol de forma combinada con bebidas energizantes, en tanto desciende a 22,6% entre quienes, habiendo consumido bebidas energizantes en los últimos 30 días, declaran no haberlas combinado con alcohol”, señala el informe.

Es en este contexto que la publicación de un artículo que parte de “la necesidad de introducir políticas para desincentivar el consumo de estas bebidas” merece celebrarse por todo lo alto. Titulado algo así como Las etiquetas de advertencia sobre cafeína pueden aumentar la intención de los adultos jóvenes de comprar bebidas energizantes, el trabajo fue realizado por Gastón Ares, Matías Torres, Leandro Machín y Lucía Antúnez, investigadores e investigadoras de la Universidad de la República tanto del área de Sensometría y Ciencia del Consumidor del Instituto Polo Tecnológico de Pando de la Facultad de Química como del Centro de Investigación Básica en Psicología (CibPsi) de la Facultad de Psicología. Algunos de los autores, así como sus respectivos centros de investigación, estuvieron detrás de la evaluación de la efectividad y pertinencia de que las advertencias sobre exceso de azúcar, sal y grasas en los alimentos fueran vehiculizadas con octógonos negros, mostrando que aquí hay una línea de trabajo no sólo valiosa, sino de suma importancia para quien quiera que pretenda implementar políticas públicas basadas en evidencia sobre la alimentación.

Así que, llenos de energía del placer de estar ante algo de gran importancia –y sin necesidad de consumir ningún preparado–, salimos al encuentro de Gastón Ares, ingeniero de alimentos de la Facultad de Química e investigador genuinamente interesado en la interfaz alimentación-salud pública.

¿Por qué estudiar los energizantes?

Cuando le pregunto cómo surge esto de comenzar a preocuparse por las bebidas energizantes, Gastón señala que aquí, una vez más, “lo interesante es que las construcciones son colectivas” y apunta que la historia de este trabajo “es muy particular”. En el CibPsi, donde es docente, hay una materia que se llama Pasantía en Psicología Experimental. “Los estudiantes de psicología en la primera mitad del año tienen contenidos teóricos, y en la segunda mitad se insertan en una de las líneas del centro”, explica, y agrega que a él la forma en la que le gusta trabajar “es darles a los estudiantes total libertad para que piensen qué quieren hacer que tenga que ver con la toma de decisiones en relación con la alimentación, porque la riqueza de esto está durante todo el proceso”. Y Matías Torres, otro de los autores del artículo ahora publicado, sí que aprovechó esas libertades que da Gastón.

“Matías trajo la idea de trabajar con los energizantes, le había parecido interesante”, dice Gastón. “Como justamente por la etapa en la que están no tienen experiencia en la investigación y toda esa lógica estructurada que implica, lo más difícil siempre es pasar de una idea más abstracta a algo concreto, bajar la idea a un experimento realizable que permita probar una hipótesis de trabajo”, comenta en modo docente. Y eso fue lo que hicieron. “Con Matías, el año pasado, en el contexto de su pasantía, hicimos un trabajo que básicamente era esto mismo, salvo que se realizó sólo entre estudiantes de la facultad. Allí vimos, en líneas generales, los mismos resultados y supimos que había algo interesante para hacer con esto, más aún cuando tanto Argentina como México ya avanzaron en poner una advertencia con determinadas características para la cafeína”, sostiene.

Así que aquella pasantía mutó en algo más ambicioso de forma que abarcara a más personas y permitiera hacer un aporte para las políticas públicas. “Los energizantes son un gran problema a nivel mundial; los países avanzan en poner advertencias, pero no hay mucha evidencia sobre la efectividad de esas advertencias”, apunta Gastón. Y cuando no hay mucha evidencia, nada más energizante que generarla.

Pero además, más allá del aumento del consumo de estas bebidas, Gastón trae a la mesa un tema que es de vital importancia: “Son productos que parecen inofensivos y que tienen un marketing muy intenso con el que te prometen un montón de cosas. Se basan en la idea de que consumir cafeína es algo que todos hacemos y que, por lo tanto, está totalmente validado socialmente. Todos tomamos café; si te estás durmiendo después de almorzar, vas y te tomas un café. Dado que la cafeína es una sustancia que consumimos, el marketing de las bebidas energizantes de cierta forma se apropia de esta idea de que es inofensiva, o más aún, de que tiene efectos positivos. Pero obviamente, una bebida energizante tiene cinco veces más cafeína que un café normal”. Como con muchas cosas, todo es cuestión de grados, cantidades, frecuencia y uso. Y por eso, los energizantes deberían preocuparnos.

Tres líneas de preocupación

Gastón señala que sobre el uso de los energizantes hay tres grandes líneas de preocupación. “Una que tiene que ver con el uso combinado con el alcohol, que baja la percepción de lo que te está causando el alcohol y entonces puede llevar a consumir más alcohol del que consumirías sin ese tipo de estimulación”, comienza a enumerar.

“Por otro lado, hay otros trabajos un poco más recientes que están empezando a mostrar que quienes consumen más bebidas energizantes después pueden tener más consumo de otro tipo de estimulantes o drogas”, señala, y aclara que se trata de correlaciones y no de estudios que demuestren relaciones causales. Pero aun así, más vale estar prevenidos: “Los energizantes serían, desde la perspectiva de estos trabajos, una posible puerta de entrada al consumo de otro tipo de sustancias”, comenta. “Finalmente, hay una tercera línea de preocupación que es la de los efectos en sí mismos del consumo elevado de cafeína”, termina de enumerar.

Gastón Ares.

Gastón Ares.

Foto: Alessandro Maradei

Ya de por sí, en la base de los energizantes está la idea de que requerimos ciertos compuestos para tener una mejor performance en el mundo. Si no estás rindiendo lo que se espera que rindas, hay una solución al problema mediante un producto que podés consumir. Ese tipo de ideas con las que somos constantemente bombardeados está en la base de conductas que pueden resultar bastante problemáticas. “Exacto, ahí es donde aparece como un producto en sí mismo de bastante preocupación a nivel mundial y sobre el que, como sucede casi siempre, la industria va adelante que el resto, sobre todo en la política pública y los aspectos regulatorios”, dispara Gastón.

“Entonces esto de que a nivel internacional está aumentando muchísimo el consumo nos lleva a ver que tenemos un problema y que algo tenemos que hacer, ya sea por los efectos que tienen dosis tan altas de cafeína, el combo con otros componentes, porque también tienen azúcar y edulcorantes, porque tienen un alto uso junto a la ingesta de alcohol y, más a largo plazo, ese potencial efecto en conductas vinculadas con el consumo de otras sustancias. Esos son los tres puntos que marcan un ‘ups, acá algo hay que hacer’”, amplía, enmarcando entonces por qué cuando Matías cayó con su idea el tema los atrapó.

Así que aprovechando su experiencia con los octógonos y cómo afectan la decisión de compra de un producto, decidieron establecer un diseño experimental que les permitiera explorar qué efecto causaría un octógono que tuviera la leyenda “contiene cafeína”.

Testeando advertencias

Como dijo Gastón, tanto México como Argentina tienen en sus regulaciones de etiquetado advertencias sobre el contenido de cafeína, aunque no son octógonos. “En México y en Argentina lo que inicialmente eran octógonos negros con la advertencia de contenido de cafeína terminaron siendo rectángulos negros, que dan una percepción de riesgo mucho menor que los octógonos”, señala Gastón, comentando que casi siempre que un país decide colocar una advertencia en un producto alimenticio, luego comienza una negociación sobre qué tipo de advertencia, qué diseño y demás. En el caso de ambos países, los energizantes finalmente tienen un rectángulo negro que dice: “Contiene cafeína. Evitar en niños/as”.

Aquí, entonces, se propusieron probar el mensaje “contiene cafeína” junto al logo del MSP en un octógono negro de manera que fuera en línea con el etiquetado frontal definido para nuestro país. El resultado que obtuvieron en su trabajo (ver recuadro) es, por un lado, paradójico y, luego de verlo en el artículo, bastante lógico. Lejos de lograr que los participantes prefirieran la lata sin el octógono de cafeína, optaron por aquellas que sí lo tenían.

En la parte cualitativa de la investigación se les hicieron preguntas a los participantes sobre las elecciones que habían tomado. “Cuando elijo una bebida energizante busco una que contenga cafeína”, dijo uno de los que participaron en el estudio. “Todas las bebidas energizantes contienen cafeína”, justificó otro el hecho de no haberse sentido influenciado por el octógono. “Ya sé lo que contiene, el rotulado no tiene ninguna influencia”, contestó otro participante. Le faltó poner: “¡Gracias por avisarme de lejos que tiene cafeína!”.

“Todos sabemos que el azúcar se relaciona con la diabetes y con la obesidad; todos sabemos que el consumo excesivo de azúcar está mal, lo mismo que el de sal”, dice Gastón. Pero en el caso de la cafeína, la cosa es distinta. “La cafeína en sí misma no tiene entre la gente una connotación negativa, es algo que nos estimula. El tema, como siempre, es cuando se consumen dosis tan altas. Uno podría pensar que poner en el octógono ‘exceso de cafeína’ quizá funcionaría mejor”, apunta.

Pero allí podría haber un problema: a diferencia del sodio, el azúcar o las grasas, seguramente no hay una cantidad de cafeína deseable o recomendada para una dieta saludable. ¿Cuánta cafeína debería consumir como máximo una persona de diez, de 30 o de 60 años? La pregunta ya está mal: más que debería el verbo a usarse sería más bien podría. La Autoridad de Seguridad Alimentaria Europea sostiene que unos tres miligramos por kilo por día es la dosis única de cafeína que no supone efectos perjudiciales en adultos y, para el caso de niños y adolescentes, se desaconseja su consumo.

“Lo que está detrás, y lo que creo que es interesante, es la necesidad de empezar a generar conciencia de lo que implican esas dosis altas de cafeína y cuáles son los riesgos asociados. Pero hasta el momento no se ha problematizado, no se ha discutido”, apunta Gastón.

La evidencia científica sobre el efecto de estas bebidas energizantes en la salud de sus consumidores se viene generando, en una carrera que siempre se da de esa misma manera: primero se lanzan los productos al mercado –se trate de una bebida gaseosa, un energizante, un ultraprocesado o un agroquímico– y luego la comunidad científica hace un esfuerzo hercúleo para demostrar los efectos perjudiciales que traen determinados usos. Con suerte, tras la evidencia generada y la resistencia de la industria o de quienes se benefician con su uso, llegan las regulaciones. El trabajo de Matías, Gastón y sus colegas nos adelanta varios pasos: para cuando lleguen las regulaciones a nuestro medio, no pensemos que colocar una advertencia sobre el contenido de cafeína va a ayudarnos mucho si lo que queremos es desincentivar el consumo de las bebidas energizantes.

“Tampoco lo será una leyenda que diga que se evite en la infancia. Eso lo único que hace es que las familias no se lo ofrezcan a sus hijos en la infancia, pero ya cuando sos adolescente quedás fuera de esa medida, entonces tampoco se espera que eso tenga algún efecto en los que consumen estas bebidas”, advierte Gastón.

“Si vamos a ir por esta línea de las advertencias, hay que avanzar con algo que genere una percepción de riesgo, y eso es algo que por ahora no tenemos, al menos con estas experiencias que se están haciendo a nivel regional”, redondea.

Pensando en el futuro y en los adolescentes

Le digo a Gastón que esta es una investigación fantástica. Muestra el no efecto de la advertencia de cafeína, o por lo menos en estas condiciones, desnuda la falta de percepción que tenemos sobre los riesgos de consumir altas dosis de ese estimulante, así como muestra el efecto que tienen las marcas y los logos empleados –la marca Boom con su rayo energético fue preferida a la neutra 3d–, al tiempo que exhibe que el octógono de exceso de azúcar también cumple su rol disuasorio en estas bebidas. Le pregunto entonces si piensan seguir realizando investigaciones sobre los energizantes.

“En realidad, no nos pusimos a pensar todavía en cómo seguir”, confiesa. “Sí creo que es un tema bien interesante para seguir estudiando en un contexto más grande, no solamente en ver si colocar o no la advertencia, sino en entender qué es lo que hay detrás del consumo de este tipo de productos para luego ver cómo se puede desestimular”, afirma. Incluso piensa en un marco más amplio aún.

“Eso está enmarcado también en una línea que tenemos, en la que hemos estado trabajando con el efecto de la publicidad en adolescentes. La adolescencia es una etapa muy particular, en la que las acciones en general de promoción de la alimentación saludable no son muy frecuentes”, comenta. “Es una etapa de la vida que ha sido muy descuidada, en la que tenemos problemas que ya vienen de la infancia y problemas que se acentúan por las características de la toma de decisiones en ese momento”, señala Gastón. “Es una edad donde la percepción de riesgo disminuye, donde hay como un atractivo hacia todo lo que sean conductas riesgosas, donde se privilegia la gratificación sobre las potenciales consecuencias futuras y donde además hay una gran influencia de las normas sociales y la publicidad. Y ahí, de nuevo, las bebidas energizantes parecen más inofensivas que el alcohol, entonces se estarían consumiendo muy temprano. Ahí hay mucho para intentar entender”, señala.

“También estamos interesados en cocrear, es decir, en ver cómo los adolescentes piensan que se puede desestimular el consumo de estas bebidas. Creo que ahí hay también un terreno muy interesante para desarrollar”, sostiene. Ya hicieron una experiencia al respecto sobre cómo se podría estimular hábitos más saludables. “Lo que nos dijeron eran cosas súper interesantes, incluso para regular o disminuir el efecto de la publicidad. Incluso las políticas públicas recomendadas surgen de ellos. En estos encuentros surgen algunas cosas como, por ejemplo, que se incluya a un influencer que en vez de que te promocione la chatarra, te promocione otro tipo de cosas. Siempre hay una riqueza en trabajar con aquellos a quienes se dirigen los mensajes”.

Bien. Nuestros adolescentes están consumiendo bebidas energizantes y ese consumo ha crecido. Con ellas ingresan a sus cuerpos altas dosis de azúcar y cafeína. El mercado se sale con la suya y les hace creer que los productos que les ofrecen son buenos. Nuestra ciencia ya tomó nota.

Claves de esta investigación

  • El consumo de bebidas energizantes viene en aumento en el mundo entero y creció de forma alarmante en Uruguay, especialmente en adolescentes y jóvenes.
  • La investigación se propuso explorar si el etiquetado frontal con un octógono de advertencia de contenido de cafeína podría disuadir de comprar bebidas energizantes a adultos jóvenes de entre 18 y 30 años.
  • Para ello, entre junio y julio de 2023 se reclutaron por redes sociales 255 personas de esa edad mediante un anuncio que, acompañando a una imagen de una lata de energizante, decía: “Participa en nuestro nuevo estudio. Si consumes bebidas energizantes, haz clic en el enlace”.
  • A los participantes se les mostraban dos latas de bebida energizante diseñadas con tres variables de dos niveles: con o sin octógono de advertencia de cafeína, con o sin octógono de exceso de azúcar y de dos marcas distintas, 3D y Boom, buscando en ese último caso, con el nombre y el diseño del logo con un rayo, “generar asociaciones con la energía”.
  • El estudio incluyó una parte cuantitativa –ver cómo respondía la intención de compra de acuerdo a las advertencias y la marca en pares de latas que los participantes debían elegir–, así como una parte cualitativa en la que contestaban determinadas preguntas sobre el octógono de cafeína.
  • Referente a la marca, reportaron que Boom se asoció en mayor medida que 3D con la energía o el “efecto café”, y más participantes contestaron que estaban de acuerdo con que esa marca les “daría energía”. También al contrastar qué factores incidían más en la intención de compra entre un diseño y otro de lata, reportan que “Boom aumentó la intención de compra respecto de 3D”.
  • El octógono negro con la leyenda “contiene cafeína” también “aumentó la intención de compra” de los participantes respecto de las latas que no lo tenían (quitando el efecto de la marca).
  • El octógono con exceso de azúcar, el mismo que ya figura en distintos alimentos, en cambio, sí implicó “una menor intención de compra” del producto respecto de las presentaciones que no lo tenían.
  • Por todo eso concluyen que el octógono frontal con la expresión “Contiene cafeína” “aumentó la probabilidad de elección en comparación con la condición sin advertencia”, por lo que parecería “actuar como un motivador de elección al resaltar los productos que contienen cafeína”.
  • También señalan que la frase “Contiene cafeína” podría no resultar efectiva porque “puede no haber aumentado el riesgo percibido” de consumir ese producto, de manera que proponen que “podrían ser necesarias etiquetas de advertencia que transmitan más claramente las posibles consecuencias negativas para la salud del consumo de cafeína”.

Artículo: Caffeine warning labels may increase young adults’ intention to purchase energy drinks
Publicación: Food Quality and Preference (setiembre de 2023)
Autores: Gastón Ares, Matías Torres, Leandro Machín y Lucía Antúnez.