Argumento para una película de cinecatástrofe

Casi todos los habitantes de una pequeña localidad amanecen un día urgidos con una diarrea tan intensa como molesta. Pronto el precio de los rollos de papel higiénico se eleva por las nubes. A los pocos días los sufridos habitantes del poblado comienzan a ser aquejados por diversas infecciones. A algunos les afecta el oído, otros son muestrarios vivientes de herpes, los más afortunados pasan con gripe. Corren los años y cuando más o menos ya se estaban acostumbrando a vivir así, con sistemas inmunes desafiados y dedicando gran parte del día a estar sentados en el trono, lo más terrible acontece: personas aún en el esplendor de sus vidas comienzan a morir. Llegar a los 50 es casi un milagro. Un equipo de científicas y científicos venía investigando el asunto. La evidencia que han reunido apunta a que el causante de las diarreas, infecciones y muertes prematuras es un químico presente en la comida que ingieren los habitantes de la pequeña localidad. Para el resto del país donde se encuentra el pequeño poblado lo que sucede es terrible. Pero aún así poco se hace para evitarlo. El pueblo es diezmado. Y entonces la diarrea comienza a manifestarse en cientos de otras localidades. Tarde o temprano los fabricantes del producto químico que está en los alimentos también comienzan a irse por el water.

¿Perecerá la humanidad sepultada en sus propios desechos?

***

Lo que sucede en la película está sucediendo hoy en nuestro país y en muchos otros. Las victimas primeras no son, sin embargo, humanas, sino abejas, insectos polinizadores que además de producir miel prestan múltiples servicios ecosistémicos. La mortandad de las abejas y el colapso de las colmenas es un fenómeno global preocupante. Aquí en Uruguay se pierden entre 20% y 30% de las colmenas al año. El fenómeno no afecta sólo a las que producen miel, sino también a una gran cantidad de insectos polinizadores, entre ellos, abejas nativas, abejorros, avispas, mariposas.

Puede parecer modesto, pero la incansable labor que estos polinizadores realizan al facilitar la reproducción de las plantas es fundamental para el funcionamiento de los ecosistemas. Si ese no es argumento suficiente para tratar de detener esta mortandad de polinizadores, vaya otro dato: sólo en América Latina el aporte de estos insectos al rendimiento de varios cultivos se ha estimado en más de 22.500 millones de dólares al año.

Una de las principales causas de esta debacle de las colmenas, tanto aquí como en el resto del globo, es la exposición a múltiples pesticidas. Está claro: nadie quiere matar a las abejas. Los pesticidas están destinados a eliminar malezas –herbicidas– o insectos –insecticidas– u hongos –fungicidas– que son plaga para los cultivos. Pero las abejas sí se ven afectadas por ellos al recolectar el polen y el néctar en cultivos en los que estos agroquímicos han sido empleados, al beber el agua contaminada por estos o incluso, como permanecen en la superficie de hojas, plantas y demás, también se exponen por contacto directo.

El asunto es que no sólo los agroquímicos no autorizados para su uso, como es el caso del fipronil, que recientemente fue aplicado por la bodega Rosés diezmando decenas de colmenas en Canelones, son los que causan la muerte de las abejas. Varios agroquímicos, aprobados para su aplicación en Uruguay por la Dirección General de Servicios Agrícolas (DGSA) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), también resultan nocivos para las abejas y hay múltiple literatura científica al respecto.

En Uruguay, un equipo de investigadores, liderado por Karina Antúnez, quien ganó en 2017 el premio L’Oréal-Unesco para las mujeres en la ciencia con el proyecto Avances en la investigación de la despoblación de colmenas de abejas melíferas en Uruguay: una mirada a los pesticidas, está estudiando el tema específico de cómo algunos pesticidas afectan a las abejas. Para ello, observa qué pasa con las abejas cuando son expuestas crónicamente, es decir, todos los días, ante distintos agroquímicos, así como con exposiciones agudas, es decir, a una determinada cantidad por una única vez. En particular, estos investigadores estudian qué pasa con la microbiota intestinal de las abejas, la comunidad de bacterias que cumple un rol fundamental en la salud de abejas, humanos y todo organismo con un tracto digestivo, con su sistema inmune y cómo afectan los pesticidas a la supervivencia de las fieles polinizadoras.

En 2021 Karina Antúnez, que investiga en el Laboratorio de Microbiología y Salud de las Abejas del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), y sus colegas del mismo laboratorio, Loreley Castelli, Sofía Balbuena y Pablo Zunino, junto con Belén Branchiccela, de la Sección Apicultura de la Estación La Estanzuela del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), publicaron un trabajo que reportaba los daños que el herbicida glifosato, el más empleado en el mundo y en Uruguay, que causaba alteraciones en la microbiota de la abejas cuando además estas eran estresadas por patógenos, a la vez que acortaba la vida de estos insectos.

En 2022 Balbuena, Castelli, Zunino y Antúnez publicaron otro trabajo que establecía que el imidacloprid, el insecticida neonicotinoides más empleado en nuestro país, también afectaba la microbiota, el sistema inmune y la vida de las abejas. Ahora, Castelli, Branchiccela, Zunino y Antúnez vuelven a aportar valiosa evidencia respecto de cómo las abejas son perjudicadas por otros dos agroquímicos, el herbicida glufosinato de amonio y el insecticida sulfoxaflor, en un artículo que acaba de ser publicado en la revista Science of the Total Environment. Antes de que sea demasiado tarde para nuestros polinizadores, salimos rápidamente al IIBCE a conversar con Loreley Castelli, primera autora del artículo que se origina en su tesis de doctorado en Ciencias Biológicas del Pedeciba, y Karina Antúnez, mezcla de reina de esta colmena de investigación e incansable obrera de la construcción de conocimiento sobre las abejas.

Los plaguicidas: una sucesión complicada

Las abejas producen una gran fascinación en las investigadoras que las estudian. Prueba de ello es la pasión con la que hablan del tema, el libro que publicaron para niñas y niños o que Karina y Loreley accedan sin pestañear al pedido del fotógrafo Alessandro Maradei de colocarse los trajes de apicultor, aun cuando hay más de 30 grados y acaban de llegar de dos extenuantes jornadas de trabajo en campo.

“Cuando empezamos esta línea planteamos de entrada trabajar con estos cuatro agroquímicos. Primero con el glifosato, porque es el pesticida más utilizado en todo el mundo, y después con el imidacloprid por ser el insecticida más usado”, dice Karina cuando se libera del traje y de Maradei. “Pero nos dijimos que no podíamos quedarnos sólo con esos dos que ya son de uso extendido aquí y están establecidos. Nuestra idea era generar información de otros compuestos antes de que se transformen en pesticidas de uso masivo, de manera que esa evidencia generada sirva como insumo para tomar decisiones”, agrega.

Tras reunirse con funcionarios de la sección de apicultura del MGAP y con otros investigadores, como Ciro Invernizzi, pensaron cuáles podían ser los pesticidas más interesantes para evaluar. “De esa charlas surgió trabajar con el glufosinato de amonio y el sulfoxaflor, dos compuestos que ya están aprobados en nuestro país” dice Karina.

Así es. En 2021, según datos de la DGSA, se importaron diez toneladas de sulfoxaflor. No es una gran cantidad. Lo mismo sucede con el glufosinato: en 2021 se importaron 192 toneladas. Es una cifra más grande, pero ni se compara con la cantidad importada de glifosato, el producto al que podría sustituir (6.325 toneladas en 2021). Los datos le dan la razón a Karina: al menos esta vez la evidencia llega antes de que el uso de estos agroquímicos se extienda.

“Con el glifosato y el imidacloprid generamos información pero, si se quiere, llegamos tarde. En este caso, queríamos generar información para tratar de prevenir, de que lo que encontráramos sirviera para decidir recomendaciones de uso”, confirma Karina. La intención de este grupo de investigadoras y sus colegas se refuerza en trabajos realizados por científicos de otras partes. Porque si bien el uso del glufosinato y del sulfoxaflor está en una etapa inicial en Uruguay, en otras partes se comenzó a usar antes y la ciencia también aportó evidencia. Tanto que el glufosinato de amonio fue prohibido en Europa en 2009 debido a “consideraciones toxicológicas”, mientras que el sulfoxaflor fue prohibido en Francia en 2019 al ser clasificado como “altamente tóxico para las abejas”.

Estos dos compuestos son relevantes, porque ambos se proponen como sustitutos de los otros dos que ya estudiaron. Como dicen en el trabajo, “la aparición de malezas resistentes al glifosato ha impulsado su reemplazo por otros pesticidas, incluido el glufosinato de amonio, un herbicida no selectivo con amplio espectro”. Por su parte, dicen que “los neonicotinoides son los insecticidas más utilizados, con aplicaciones a gran escala para la protección de plantas y en productos veterinarios”. El imidacloprid es uno de ellos. “Con la reciente prohibición de los neonicotinoides” en Europa, dice el trabajo que “han sido sustituidos por insecticidas a base de sulfoximinas”, en los que el “sulfoxaflor fue la primera sustancia activa comercial”. ¿Sería el remedio peor que la enfermedad? Aportar evidencia requería mucho trabajo de laboratorio.

Investigando

Una vez definidos los compuestos que analizarían, se pusieron manos a la obra. “En este estudio, evaluamos el impacto de la exposición crónica y aguda a dosis subletales de glufosinato de amonio y sulfoxaflor en la microbiota intestinal, la inmunidad y la supervivencia de las abejas melíferas”, reportan. Y para ello requerían, obviamente, de abejas, por lo que recolectaron “cuadros con cría sellados de colonias sanas” del apiario experimental del INIA La Estanzuela.

Los cuadros fueron llevados al IIBCE y allí esperaron 24 horas hasta que emergieran las abejas, dejando que se mantuvieran “en contacto con las superficies del marco y otras abejas, para ser inoculadas con la microbiota intestinal normal”. Sí, al igual que nosotros, que adquirimos nuestra microbiota al salir por el canal de parto, por la alimentación y el contacto con nuestros congéneres, también así sucede con las abejas. Luego fueron divididas en dos grandes grupos, uno para cada agroquímico.

En el caso del glufosinato, se dividieron, a su vez, en dos grupos. Las abejas que participaron en el experimento de exposición crónica ingirieron jarabe con dos concentraciones, una de 500 microgramos por mililitro y otra de 50 durante siete días. Ambas están por debajo de la dosis letal 50 del glufosinato, es decir, la dosis que mata a la mitad de las abejas expuestas, que es de más de 600 microgramos por mililitro. El grupo de control de abejas recibió jarabe sin pesticida. En el ensayo de exposición aguda las abejas consumieron una única vez unos 12,5 microgramos de glufosinato diluido en el jarabe (el equivalente a una ingesta en una concentración de 500 microgramos por mililitro).

Algo similar sucedió con los ensayos con sulfoxaflor. Teniendo en cuenta que la dosis letal 50 se considera de 0,146 microgramos por abeja, en el ensayo de exposición crónica las abejas fueron alimentadas durante siete días en cuatro grupos con dosis subletales de 0,015, 0,0075, 0,00375 y 0,0019 microgramos por abeja por día. En el ensayo de exposición aguda, las abejas se dividieron en dos grupos que consumieron una única vez o una dosis subletal de 0,025 o una de 0,0125 microgramos. Los grupos de control consumieron jarabe sin pesticida. Y entonces, todo pronto para ver qué pasaba.

“Hay trabajos que capaz que se dedican al estudio de estos compuestos en la expresión de genes, o en la microbiota o en la supervivencia, pero este en particular es una combinación muy rica en ese sentido, porque analiza los tres aspectos” dice Loreley.

Dosis “subletales”

Como vimos, en todos sus experimentos Loreley, Karina y sus colegas trabajaron con “dosis subletales”, es decir, cantidades del compuesto que están por debajo de la que en estudios de toxicidad se reporta que matan a la mitad de los individuos en 72 horas.

“La forma más corriente de exposición a los pesticidas de las abejas es cuando van a recolectar al campo y se encuentra con polen y néctar contaminado con pequeñas trazas de estos pesticidas, por lo que se deduce que el posible contacto diario de los pesticidas con las abejas se da a dosis subletales, por debajo de la dosis 50”, comenta Loreley, señalando que “la idea es reproducir lo que pasaría en el campo”.

Si leemos el trabajo, spoiler alert, con dosis mucho menores a las reportadas la mitad de las abejas expuestas a ambos pesticidas terminaron muriendo antes que las del grupo de control. “Es que para determinar la dosis letal 50 se hace un ensayo que está estandarizado. Se expone a las abejas y después se cuentan las que murieron en un período máximo de 72 horas. Nosotros contamos la mortalidad durante 30 días, porque nos parece importante no centrarnos solamente en ese plazo, ya que puede haber daños que no se estén viendo en esos primeros tres días”, enfatiza Karina. “De hecho, hay una discusión para tratar de que los ensayos de dosis letal 50 no se hagan solamente a las pocas horas de exposición, sino que se extienda el tiempo de evaluación. Allí seguramente las dosis letales para todos los pesticidas serían más bajas”, dice y uno se imagina las presiones enormes que deben existir para que algo así no suceda.

“Es muy difícil en el campo evaluar qué es lo que mata a las abejas. Cuando hay una intoxicación y hay mortalidad, como le pasó recientemente a este grupo de apicultores de Canelones, que llegan y encuentran cientos de colmenas despobladas con las abejas muertas alrededor, que allí pasó algo es notorio”, prosigue Karina. “Lo que nosotros estamos estudiando con esto es un fenómeno mucho más sutil. Aquí vemos mortalidades que pueden pasar desapercibidas, porque las dosis son menores, porque las causan productos que están habilitados, y entonces no es que el apicultor llega al campo y ve su colmena completamente despoblada. Sin embargo, sí hay una disminución de la longevidad de sus abejas. Y si bien la despoblación es más lenta, la colmena se termina muriendo”, explica.

“Nosotros vamos a eso, a no mirar solamente las grandes mortandades, sino a ver los efectos que pueden estar teniendo en bajas dosis que pueden pasar desapercibidos y que, tal vez por ser más sutiles, se pueden atribuir a otras causas”, resume.

Afectando la microbiota

En el trabajo reportan que “la exposición crónica a una dosis subletal de glufosinato de amonio durante siete días redujo significativamente el número de células de la microbiota intestinal. La exposición aguda generó el mismo efecto”.

En el otro caso, reportan que “la exposición crónica a dosis subletales de sulfoxaflor durante siete días aumentó significativamente el número de bacterias dentro de la microbiota intestinal” y que eso “alteró la composición de la microbiota”. Porque no siempre más es más. Una microbiota saludable es una comunidad en la que diversos grupos están representados. Cuando se altera esa comunidad se produce una disbiosis, algunos microorganismos desaparecen y su lugar es tomado por otros que pueden alterar el equilibrio de esa microbiota y comprometer la salud del holobionte, la entidad que todos los animales somos y que comprende a la totalidad de las células de nuestro cuerpo y de toda la microbiota que vive en él.

“Cuando miramos qué bacterias aumentaban, no eran las que forman parte del núcleo que tiene funciones importantes, sino que eran bacterias secundarias oportunistas, que cuando se produce la disbiosis aprovechan el nicho y se reproducen”, comenta Karina. “Que se afecte la microbiota no es un parámetro que tú medías en el campo, pero si se altera la microbiota quiere decir que estos plaguicidas también afectan otras cosas”, agrega Loreley.

Afectando la inmunidad

En el trabajo lo dicen al pasar, pero es algo tan maravillo que vale la pena que nos detengamos un momento en ello. “Además de la inmunidad individual, las abejas poseen inmunidad social, un mecanismo de defensa colectivo que se origina en la cooperación entre individuos”, dice el artículo.

“Por ejemplo, producen glucosa oxidasa para la esterilización de alimentos y de la colonia”. Esa enzima convierte un tipo de glucosa en ácido y en peróxido de hidrógeno, la popular agua oxigenada que utilizamos para desinfectar. “Las propiedades antisépticas del peróxido de hidrógeno pueden prevenir el crecimiento de bacterias y hongos”, continúa el trabajo. Es decir, las abejas generan su propio antiséptico con el que van esterilizando el alimento así como cada rincón de la colmena.

“La inmunidad social de las abejas es algo fantástico”, coincide Karina. En el genoma de la abeja, en comparación con otros insectos, se ha reducido mucho la cantidad de genes vinculados a la inmunidad. Una de las explicaciones es que las abejas desarrollaron mecanismos de inmunidad social para sobreponerse a la infección de diferentes plagas y patógenos. Tienen comportamientos que las ayudan a defenderse y no dependen tanto de una defensa inmune individual”, explica.

Abeja pecorando en vara dorada.  (IIBCE)

Abeja pecorando en vara dorada. (IIBCE)

Foto: Marcelo Casacuberta

“Las abejas tienen lo que se llama fiebre social. Se acumulan en un sitio, aumentan la temperatura, y generan un ambiente inhóspito para, por ejemplo, hongos patógenos. También detectan crías o larvas que están infectadas o muertas y las sacan de la colmena, evitando así que se conviertan en un foco de infección”, amplía Loreley.

“La producción de glucosa oxidasas entra en eso. La abeja la produce en las glándulas hipofaringeas, se secreta a la jalea real y a la miel, que es el alimento de las próximas generaciones. Entonces con eso no solamente están protegiendo a las abejas que hay en ese momento en la colmena, sino también a las crías que van a nacer”, comenta Karina. Y toda esa maravilla de la evolución viene a ser arruinada por un pesticida.

En el trabajo reportan que el glufosinato intercede con la producción de las enzimas glucosa oxidasas que son las que crearán el sanitizante que protege a la colmena. “Eso estaría disminuyendo este mecanismo de defensa social importante”, comenta Karina.

En el caso del sulfoxaflor, observaron otras alteraciones que dañan al sistema inmune. “El sulfoxaflor afectó la producción de lisozimas y de la himenoptaecina. La expresión de himenoptaecina aumenta en las abejas expuestas al sulfoxaflor, mientras que la de lisozimas se reduce. Esa es una señal de que ese insecticida está afectando la expresión de genes que se sabe que son característicos para la defensa de las abejas”, explica Loreley.

Acortando vidas

Los dos agroquímicos, aplicados tanto en pequeñas dosis durante varios días o mediante una única exposición, afectaron la microbiota y alteraron la expresión de compuestos generados por el sistema inmune de las abejas. Pero eso no fue todo. “Ambos pesticidas acortaron la supervivencia de las abejas y aumentaron su riesgo de muerte”, señalan en el artículo.

Como ya nos había dicho Karina en una nota previa, una abeja en estas condiciones de laboratorio puede llegar a vivir unos 30 días. En este trabajo, las abejas del grupo de control, es decir, aquellas que sólo bebieron jarabe y nunca se expusieron a los pesticidas, se redujeron a la mitad hacia el día 23 en algunos experimentos y hacia 18 en otros. Podríamos decir que ese fue el promedio de vida en estos casos. ¿Qué pasó con las que fueron expuestas tanto crónica como en forma aguda al glufosinato y al sulfoxaflor? Nada bueno.

Si las abejas vivieron unos 23 días en promedio, y ya que son hembras, tomemos la esperanza de vida de las mujeres en Uruguay (la de los hombres es menor), burdamente podemos pasar esos 23 días a términos humanos y decir que las abejas sin exposición a pesticidas vivieron unos 80 años humano.

En el trabajo reportan que “el tiempo letal 50 se estimó en 10 y 11 días para las abejas tratadas con 500 y 50 microgramos por mililitro de glufosinato de amonio respectivamente”. La exposición crónica a bajas dosis implicó entonces que las abejas, que debieron haber vivido al menos 80 años, murieron a los 35 años en el caso de la dosis mayor y a los 38 en el caso de la dosis menor. ¡Las abejas expuestas a bajas dosis de glufosinato no alcanzaron a vivir la mitad de sus vidas!

La suerte de las que se expusieron de forma aguda a la dosis de 500 microgramos por mililitro de glufosinato una única vez fue apenas mejor: la mitad murieron hacia el día 17. En años humano vivieron hasta los 59. ¿Andaría usted, querido lector o querida lectora, con tranquilidad por la vida sabiendo que en su alimento hay un químico que le va a hacer estirar la pata a los 59 años?

En el caso del sulfoxaflor, las cosas fueron también poco alentadoras. En este experimento las abejas que no fueron expuestas al agroquímico alcanzaron en promedio a vivir hasta los 18 días. Así que 18 días pasan a ser los 80 años humano. ¿Qué pasó?

Las abejas que recibieron la dosis crónica de 0,125 microgramos de sulfoxaflor por litro de jarabe vivieron 17 días. Nada mal, en lugar de 80 llegaron a los 75. Ya las que recibieron crónicamente 0,25 microgramos vivieron 14 días, es decir, unos 62 años humano. Luego las que recibieron 0,5 microgramos de sulfoxaflor vivieron en promedio 13 días, es decir, apenas 57 años humano, mientras que las que recibieron 1 microgramo la quedaron al séptimo día, es decir, vivieron sólo 31 años humano.

Pero hubo más: “la exposición oral aguda a sulfoxaflor también disminuyó significativamente la supervivencia de las abejas melíferas en comparación con el grupo de control”, reportan.

En este caso, las abejas del grupo de control vivieron 23 días, así que ese será nuestro estándar humano para fijar los 80 años. Las abejas que recibieron el pesticida en una dosis única de 0,5 microgramos por litro de jarabe vivieron en promedio 17 días, es decir, llegaron a los 59 años. Las que recibieron la dosis de 1 microgramo de sulfoxaflor apenas llegaron a los 15 días, es decir, vivieron 52 años humano. Nuevamente, si hubiera un tóxico en nuestros alimentos que nos hiciera morir antes de los 60 años por haberlo ingerido en una única cena, ¿seguiríamos tan campantes promoviendo su uso?

¿Qué hacemos con esta evidencia?

Los dos agroquímicos, uno señalado como sucesor del glifosato y otro como la alternativa al imidacloprid, resultan ser también extremadamente perjudiciales para las abejas. La evidencia está sobre la mesa.

“Estábamos esperando que saliera este paper, porque si bien este estudio lo terminamos hace tiempo, que esté publicado nos da mucho más confianza, porque los ensayos han sido aceptados por la comunidad científica internacional”, comenta Karina, que adelanta que están haciendo un informe para presentar al Ministerio de Ambiente y al de Ganadería Agricultura y Pesca con la idea de que lo que encontraron sea tenido en cuenta a la hora de regular los pesticidas o de hacer recomendaciones.

“Me parece importante que la gente conozca los efectos que estos dos pesticidas pueden tener en las abejas y que el problema se visibilice”, lanza Karina. “Este no es un problema sólo de los apicultores, las abejas son importantes para la producción de alimentos y para los ecosistemas. Entonces que esto no quede restringido a que el apicultor produce menos miel o se le mueren las colmenas, sino que se entienda que estos agroquímicos afectan la vida en la Tierra, nos afectan a todos”, reflexiona.

“Nosotros estamos viendo cómo afectan estos pesticidas a las abejas, pero sabemos que en realidad hay otras especies que conviven con ellas, incluso estamos nosotros en ese ambiente y esto de alguna manera nos tiene que estar afectando a todos”, agrega Loreley.

Como acostumbra decir este grupo de grandes investigadoras e investigadores, las abejas son los insectos que tienen quién los defienda. Pero allá fuera, en nuestros campos, hay mucho más que abejas. Y aunque cada vez sea menos, aún queda mucha gente. Eso sin contar que el campo llega todos los días a la ciudad en forma de frutas, hortalizas, verduras, leche, carne y otros alimentos.

Pensando en voz alta: lo mejor, sobre la base de esta evidencia, es que se vaya por el camino de Europa con el glufosinato y por el de Francia con el sulfoxaflor, es decir, que se prohiba su uso. Otra línea podría pasar por tener guías de aplicación más estrictas, con zonas de restricción... “o avisar con cierto tiempo para que el apicultor pueda tomar recaudos. Tiene que haber más diálogo entre la apicultura y la agricultura”, propone Karina.

“Lo ideal sería buscar otras estrategias para suplir el uso de estos pesticidas, otras formas de producción”, dice Loreley. Les pregunto si en Europa, que prohibieron el glufosinato de amonio y hay resistencias para el uso del glifosato, encontraron un herbicida amigable con los polinizadores. “Creo que la solución pasa más por dejar de usar productos químicos e ir hacia otro tipo de estrategias. Por ejemplo, aquí hay un plan nacional de agroecología. Hay que producir de una forma más amigable con el ambiente”, responde Karina.

Teníamos dos productos que eran nocivos. Se pensó en dos agroquímicos sustitutos, pero resulta que también son perjudiciales. Parece ser que no es con más de estos productos químicos que vamos a solucionar el problema. Podemos tener buenos rendimientos de un cultivo, ¿pero cuáles son los costos, medidos en colmenas, en el ambiente y en la salud? Por otro lado, ya hay emprendimientos e investigación que han demostrado que no por aplicar más agroquímicos se produce más. Algo hay que cambiar si no queremos que el tonto argumento para una película de cinecatástrofe del principio sea superado por la que se nos viene. Las abejas nos están avisando. Nuestra ciencia también.

Artículo: Insights into the effects of sublethal doses of pesticides glufosinate-ammonium and sulfoxaflor on honey bee health
Publicación: Science of the Total Environment (enero de 2023)
Autores: Loreley Castelli, Belén Branchiccela, Pablo Zunino y Karina Antúnez

Artículo: Impact of Chronic Exposure to Sublethal Doses of Glyphosate on Honey Bee Immunity, Gut Microbiota and Infection by Pathogens
Publicación: Microorganisms: (abril 2021)
Autores: Loreley Castelli, Sofía Balbuena, Belén Branchiccela, Pablo Zunino, Joanito Liberti, Philipp Engel y Karina Antúnez

Artículo: Effect of Chronic Exposure to Sublethal Doses of Imidacloprid and Nosema ceranae on Immunity, Gut Microbiota, and Survival of Africanized Honey Bees
Publicación: Microbial Ecology (abril 2022)
Autores: Sofía Balbuena, Loreley Castelli, Pablo Zunino y Karina Antúnez.