Como mirar un cielo estrellado o las llamas de una fogata, dejarse ir contemplando el oleaje romper contra la costa es una experiencia apreciada por casi todo ser humano. Si le sumamos sentir los pies desnudos contra la arena, dejarse bañar por el sol –en los horarios en los que no nos achicharra– y la posibilidad de darse un chapuzón refrescante, es sencillo entender por qué nos gustan tanto las playas arenosas.

El problema es que esas playas arenosas, que se extienden por más de dos tercios de las costas libres de hielo del mundo, no están pasando por un buen momento. Se estima que un cuarto de todas las playas arenosas del planeta están bajo seria amenaza de desaparecer.

Es cierto, tendemos a pensar que el mundo es un lugar estático y olvidamos que con tiempo suficiente, de a pocos centímetros al año, un continente entero puede ir en trayectoria hacia otro y, al colisionar, formar una cadena montañosa majestuosa como la del Himalaya. O que cada grano de arena que hay en una playa es roca triturada por el paciente ajetreo del mar. Las costas y playas que vemos hoy no siempre estuvieron allí. Y no siempre lo estarán. Hace apenas unas decenas de miles de años, por ejemplo, nuestras playas estaban varios kilómetros más allá de la línea del mar actual.

Si algo no cambia en este mundo es que cambia. Pero aun así, sobre esos cambios naturales, hay algunos que son provocados por nosotros. En ocasiones precipitamos procesos que ya se venían dando, como las temperaturas del planeta, que ya estaban aumentando, pero hemos acelerado el ritmo de ese calentamiento, entre otras cosas, por la emisión de gases de efecto invernadero. En otros casos, creamos cambios que jamás hubieran sucedido, como inundar de plásticos el aire, la tierra, el mar y la biota. Las playas arenosas no escapan a ello.

Una playa arenosa tiene tres partes que deben estar en buen estado para que el ecosistema que es la playa funcione: las dunas, la arena donde nos sentamos cuando vamos a la playa y lo que se denomina la zona de surf, que es donde las olas rompen y se dan contra la arena de la costa. Las tres conforman la zona litoral activa. Si bien cuando vamos a la playa podemos ignorarlo, en una zona litoral activa sana hay fauna y vegetación.

Investigadores de varias partes, entre los que está Omar Defeo, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), han señalado que las playas arenosas se ven enfrentadas a un fenómeno que denominaron compresión costera. Dos fuerzas opuestas aprietan la playa: por el lado de la tierra, presiona el avance urbano, recreativo e industrial, por el lado del mar, presiona el aumento de su nivel, las tormentas y el oleaje. Comprimidas por tierra y por mar, las playas no tienen a dónde ir.

La consecuencia de este apriete es la erosión de la playa, la pérdida de arena, el angostamiento de ese lugar que tanto valoramos y que no se parece en nada a cualquier cosa que podamos construir pensando en imitarlo. Una playa artificial es como querer que una lamparita led nos produzca la misma sensación que ver la mancha de la Vía Láctea en un cielo nocturno despejado. El caso reciente de lo que está sucediendo en Aguas Dulces, en Rocha, o en la rambla peatonal de Montevideo, clausurada a la altura del hotel Carrasco, están allí para mostrarnos qué tan real es todo esto.

Estando así las cosas, medir la superficie de ese litoral activo de nuestras playas nos proporcionaría información relevante para ver en dónde estamos, cómo estábamos y qué puede pasar con nuestras playas si seguimos haciendo las mismas cosas tal como las venimos haciendo hasta ahora. Ese es justamente el fabuloso aporte que realiza el artículo Estimación del área de playa a través de información satelital de libre acceso: calibración para la costa de Montevideo, Uruguay, publicado recientemente y que lleva la firma del investigador Luis Orlando, del Laboratorio de Ciencias del Mar (Undecimar) de la Facultad de Ciencias de la Udelar.

El artículo pone a disposición de investigadores, gestores, autoridades y público en general una forma muy sencilla, gratuita y abierta para estimar la superficie de arena y vegetación de cualquier playa entre 1984 y el presente, con imágenes satelitales de acceso abierto. Copiando un código –abierto– generado por el propio Luis Orlando en el Google Earth Engine, que requiere registrarse, pero que no tiene costo, se puede ver qué pasa con la superficie de cualquier playa que uno desee. Si todo esto, abierto y accesible para cualquiera, no fuera suficientemente bueno, encima no hay que destinar espacio en el disco duro, porque las imágenes están en Google. Tampoco hay que tener un gran procesador, porque los cálculos sobre las playas que uno define y entrena al algoritmo, los hace también la plataforma online. Pero eso no es todo.

La herramienta que Luis Orlando nos proporciona generosamente fue calibrada con datos de playas de Montevideo, y en el trabajo se reporta qué ha venido pasando con la superficie, tanto de arena como de vegetación, de 20 playas de la capital. Las playas, casi como las personas, reaccionan de forma diferente a la compresión costera (en parte porque no todas están igual de afectadas por la urbanización y otros factores antrópicos, en parte por las características de cada una).

Por otro lado, la serie de datos que abarca 35 años no debe leerse linealmente, es decir, comparando cómo estaba una playa en 1984 y cómo estaba en 2019. Es que la ciencia es más que un buen conjunto de datos. Y un trabajo anterior del propio Orlando, junto a otros colegas, mostró que las playas de Montevideo siguen un patrón cíclico de pérdida y acreción de arena en el que distintos factores climáticos inciden. Como decíamos antes, entender nuestro impacto en ciclos que se dan naturalmente es parte de la tarea que tenemos por delante. Y tener datos es crucial para eso. Así que con todo esto en la mochila salimos a conversar, una vez más, con Luis Orlando.

Una herramienta para compartir

La metodología para medir las áreas de arena y de vegetación de las playas que Luis comparte en su trabajo es un gran aporte para sus colegas que trabajan en estos temas, pero también para cualquiera que se interese en las costas, ya que permite ver si las playas están recibiendo o perdiendo arena. Tener esa información a lo largo del tiempo no sólo es útil para ver qué viene sucediendo en playas concretas y qué sucederá, sino más importante aun, para gestionar qué hacer.

“La idea era poner a disposición una herramienta que fuera útil no sólo para colegas, sino también para cualquier persona que tenga interés en medir una playa. Por eso publiqué este artículo en una revista que está en español y en inglés, porque me interesaba que, con un poco de trabajo y leyendo un poquito, cualquiera lo pueda hacer”, dice Luis. “Con esto se genera información valiosa para que cualquier vecino o cualquier interesado pueda ver cómo varía el área de una playa. Y eso además se hace con datos que están disponibles”, agrega.

Apelando a imágenes de los satélites Landsat, de libre acceso, y el código que Luis ahora puso en un repositorio abierto, se puede medir el área de una playa de forma más sencilla que yendo al terreno o que teniendo que analizar fotografías puntuales. Pero además, ver si hay cambios también se facilita. “Para poder ver una variación tenés que medir durante años”, sostiene Luis. “Cuando estás en una playa, evidentemente no podés ir para atrás y medir cómo era antes. Por ejemplo, para hablar de algo actual, uno puede ir a Aguas Dulces y ver la playa hoy, pero yendo hasta allí uno no puede saber cómo era la playa hace 20 años, salvo que cuente con imágenes satelitales o de otro tipo, que por lo general no son estandarizadas”, agrega.

Sucede además que este planeta en el que vivimos para algunas cosas se toma su tiempo. Y ver tendencias requiere muchas veces mirar series largas de datos. Así como una golondrina no hace al verano, una playa más angosta o más amplia en determinados años podría estar reflejando un evento, el Niño fuerte, por decir algo. Más aun si la vemos un único año. Eso es algo que Luis y colegas ya vieron y reportaron en un trabajo de 2019 sobre cómo cambia la superficie de las playas de Montevideo. “Vimos que hay un ciclo de oscilación en la erosión de las playas que es de 27 años, en el que hay etapas casi cada 13 años de erosión y acreción de arena”, señala Luis. En este ciclo, la playa por momentos se retrae o se erosiona, y en otros la arena se deposita y la superficie de la playa crece.

Dado que las playas de Montevideo están casi todas muy urbanizadas, muchas de ellas con una rambla y otras construcciones que endurecieron el sistema dunar, su crecimiento está, si se quiere, limitado. Por ejemplo, por más que acumule arena, la playa Pocitos no puede ir más allá de la rambla. Del otro lado, el mar hace de las suyas. Medir la superficie de la arena, y este trabajo también mide la vegetación de la playa, es medir entonces qué tan bien vienen soportando las playas de Montevideo este doble embate, el de la urbanización desde el lado del continente y el del aumento del nivel del mar, el viento y el oleaje del lado del agua.

Adelantarse al futuro

“Una de las aplicaciones de esta metodología es analizar las variables climáticas y ver cuáles son las más relevantes en la dinámica de las playas. Eso también permite hacer proyecciones basándose en los posibles escenarios de cambio climático. Con este modelo que hicimos para Montevideo, podríamos tratar de predecir en el futuro el área de las playas ante diversos escenarios”, afirma Luis.

“En el trabajo de 2019 trabajamos a nivel de la costa, pero se puede trabajar en playas individuales y ver específicamente qué variables climáticas afectan a determinada playa y hacer predicciones de cómo va a evolucionar el futuro”, agrega.

Teniendo en cuenta esas variables, no sólo es posible hacerse ideas a 20 o 30 años ante diversos escenarios, sino también ante, por ejemplo, El Niño fuerte que se espera dentro de unos meses. ¿Qué pasará con las playas de Montevideo, o las del resto del país, si El Niño se mantiene fuerte por un par de años? “Sí, para eso también esta información es útil. El Niño y El Niño fuerte estaban asociados con la erosión de las playas, porque son años con más lluvias y tormentas, y eso hace que el oleaje, al ser más fuerte, las erosione”, comenta.

En aquel trabajo de 2019, también decían que el viento del sur, asociado con tormentas, contribuía a la erosión de las playas, mientras que el viento norte tenía un efecto más benigno. “El viento norte, específicamente en Montevideo, lo que hace es bajarle la intensidad al oleaje. Un oleaje más suave es constructivo, la ola suave transporta arena hacia la playa, al tiempo que el viento empuja el agua hacia afuera y eso hace que se pueda secar más la arena. La humedad de la arena es otro factor clave para que se acumule”, cuenta, mostrando que la playa, lejos de ser un lugar tranquilo, es una frontera en la que la tierra y el mar tienen discusiones de diversa intensidad.

Luis Orlando

Luis Orlando

Foto: Alessandro Maradei

Más que una línea

A diferencia de otras metodologías, que miden la línea de la costa y con base en eso estiman, por ejemplo, dónde estará el nivel del mar, la herramienta de Luis mide la superficie del polígono que forman tanto la arena como la de la vegetación que está en ella.

“La medición de la línea de la costa es algo que tiene que ver más con la morfodinámica costera”, explica Luis. “Como yo vengo más del estudio de la ecología de playas, me pareció más importante medir el área total de la playa, ya que el tamaño del ecosistema resume un montón de información. Por ejemplo, el tamaño se asocia con la diversidad y con otro montón de factores”, agrega.

“Incluir la vegetación era también importante, porque la playa no es sólo arena. La vegetación es parte del ecosistema y participa en el ciclo del sedimento, ofrece refugio a especies, es un componente muy importante”, señala. Y el asunto es además relevante por otra cuestión: “También incluir la vegetación implica abarcar la vegetación exótica invasiva, que en playas urbanas suele ser un problema. Para fijar la arena y evitar que vuele hacia la tierra, se han plantado acacias, pinos, garra de león, entre otras cosas”. Tan así es el asunto que hoy quedan pocas playas en el país que no estén rodeadas de pinos, eucaliptos o acacias.

“También medir la vegetación es interesante, porque, por ejemplo, en playas donde baja el área de arena y la de vegetación se mantiene constante o aumenta, quiere decir que cada vez hay menos arena y que el agua está llegando hasta la vegetación, lo cual da cuenta de un proceso erosivo. Más aún cuando el bosque de pinos no está preparado para resistir la acción del mar, a diferencia de la arena o de la vegetación nativa”, señala.

Cuando gracias a las estimaciones de este trabajo vemos entonces que en determinadas playas hay vegetación que aumenta, no debemos festejar de antemano: puede tratarse de vegetación exótica o, peor aún, exótica invasora. “Hay que ir a las fotos de cada playa y ver cuál es la situación. Por ejemplo, en la playa Verde y en la Malvín se ve un aumento fuerte de la vegetación, y en esos dos casos es vegetación invasiva, pinos y acacias, por lo cual podría ser una señal de alerta. Para eso también puede servir la herramienta, para detectar cuándo y cuánto está aumentando la vegetación e ir entonces a ver qué vegetación es”, apunta Luis, anotando otro poroto a las bondades de usar esta herramienta.

La playa es un sistema vivo, si se quiere. Allí viven animales, plantas, bacterias y hongos. Es, además, la interfaz donde el mar y el continente hacen sus intercambios. Las playas, por tanto, prestan distintos servicios ecosistémicos. Pero como se trata de sistemas socioecológicos, medir cuánta superficie tiene una playa también incluye no sólo esos servicios ecosistémicos, sino los asociados a la recreación, al goce y al derecho a la naturaleza, e incluso, a recursos económicos.

Hablar de dónde está o estará en un futuro la línea del mar sirve para hacer una nota bonita, pero no nos dice nada de qué les va a pasar a los montevideanos y montevideanas cuando haga calorcito y quieran ir a la playa. ¿Van a tener arena o no? ¿Habrá una playa para que un vendedor ambulante se haga sus mangos? El mayor uso que hacemos de las playas justamente se da en esa franja que está entre la espada y la pared.

“En otro trabajo que forma parte también de mi doctorado estudié el valor de conservación y de recreación que les damos a las playas. La vegetación aumenta el valor de conservación de una playa, en cambio el área de arena se considera como la capacidad de carga para recreación y guarda relación con la cantidad de gente que entra”, dice Luis.

“Justo hoy vi un tuit en que alguien, en otro país, decía que hacer espacios públicos sin sombra hoy era criminal por las olas de calor y por lo que se viene con el cambio climático. Y me parece que la playa es un espacio público en el que en algún momento va a haber que asegurar un refugio y un sombreado”, comenta. Sin embargo, así no es como tendemos a pensar nuestras playas.

“La imagen de las playas de Montevideo es la rambla, la arena y el mar. En ningún momento entra la vegetación. Me parece que se aprecia mucho la vista del mar sin interrupciones. Allí, en esa imagen, en esa percepción, hay que meter la vegetación, tanto por su valor ecológico como por el valor de refugio que puede tener, sobre todo, de cara al futuro. Y ahí hay que hacer hincapié en la vegetación nativa, porque está mejor acoplada a los procesos naturales de la playa. La vegetación exótica, si bien crece más rápido, quiebra esos ciclos y termina favoreciendo la erosión”, apunta Luis.

¿Crecen o se erosionan las playas de Montevideo?

En el material suplementario del artículo, libre para quien quiera descargarlo, está la planilla con toda la información sobre área de arena, vegetación, y ambas sumadas, de 20 playas de Montevideo entre 1984 y 2019. Las playas esteñas son la Ramírez, Pocitos, Buceo, Malvín, Brava, Honda, De los Ingleses, Verde y La Mulata. Las 11 del oeste son la Playa del Cerro, Del Nacional, Santa Catalina, Punta Yeguas grande, Punta Yeguas chica, Pajas Blancas, Juan Torora, La Colorada, Rocha, Mailhos y Punta Espinillo. Uno se pone a mirar y curiosear con la tabla, y lo que ve no es demasiado alentador.

Por ejemplo, en las playas del este, la Ramírez decreció 31% entre 1984 y 2019. A la Brava tampoco le fue muy bien: la superficie de playa disminuyó 19% en el mismo período. La pérdida por encima del 10% también se dio en la de los Ingleses (16%), la Verde (12%) y La Mulata (11%). Raro es el caso de la playa Malvín, que si bien perdió apenas 1% de su superficie, entre 1984 y 2019 vio crecer su vegetación, exótica en su gran mayoría, de manera que la superficie de arena disminuyó 35%.

En las playas del oeste, la que se llevó la peor parte fue la Mailhos, que en el período 1984-2019 perdió 29% de su superficie. Le sigue la playa Del Nacional, con una merma de 17%, la de Santa Catalina (16%), la Del Cerro (15%) y Juan Torora (12%). Las playas Punta Yeguas, tanto la chica como la grande, Punta Espinillo y Pajas Blancas tuvieron pérdidas de superficie que rondaron entre 5% y 7%.

Algunas playas, sin embargo, aumentaron su superficie si comparamos 1984 con 2019. Es el caso en el este de la playa Pocitos, que creció 23%, la Buceo y la Honda, que aumentaron ambas 7%. En el oeste la única que registró un aumento de su superficie comparando estos dos años fue la playa Rocha, que creció 29%.

Teniendo en cuenta el trabajo anterior de Luis y colegas, hay que tener cuidado al comparar estos datos así en bruto entre los dos años extremos de la serie de datos, ya que hay oscilaciones entre pérdida y acreción de arena debidas a ciclos afectados por el clima. “Como la dinámica esa es compleja, depende del clima, depende de intervenciones y cosas que pasan en la playa, está bien decir que perdimos determinado porcentaje de arena, pero la tendencia no es tan segura”, afirma Luis.

Para muestra de que cada playa es un mundo, vayan algunos ejemplos. La playa Ramírez, la que más ha perdido superficie al comparar 1984 y 2019 en el este de Montevideo, al ver la gráfica, muestra oscilaciones. Tuvo sus dos picos más bajos de arena en 1993 y 2014, y los más altos en 1990, 1994 y 2003. La vegetación en ella es casi inexistente (las cercas con vegetación de allí son tan pequeñas que no entran en el pixel de satélite de 15x15 metros).

Por su parte, la playa que más perdió superficie al comparar 1984 y 2019 en el oeste de Montevideo fue la Mailhos. Aquí fuimos un poco más perezosos y tomamos los datos de superficie de arena y vegetación cada cinco años (si bajan la planilla con datos pueden verlo año a año, les juro que es muy entretenido). En ella la trayectoria de la vegetación y de la arena danzan un baile en el que cuando una aumenta la otra disminuye. La arena tuvo sus picos más altos en 1994 y 2010, mientras que la vegetación lo tuvo en 2004. Aun así, a partir de 2009, tanto la vegetación como la arena ceden, haciendo caer también el total de superficie de la playa.

En el otro extremo están las playas Pocitos y Rocha, que al comparar 1984 y 2019 registraron crecimientos de superficie mayores al 20%. Pero al ver qué pasó con Pocitos cada cinco años, podemos ver que en 2019 la arena era apenas 60% de la que había en 1989 o similar a la que había en 2009. El punto más bajo, tomado cada cinco años, se ubica en 1999. En la playa Rocha del oeste de la capital se produce la danza entre vegetación y arena: si bien hoy la arena ocupa menos superficie que en 1984, hacia 1994 la vegetación dio un salto grande, de manera que su crecimiento enmascara de cierta manera una pérdida de la zona de la arena a manos de vegetación exótica invasora, lo que a la larga podría ser malo para la playa. Algo similar parece estar sucediendo en la playa Malvín.

¿Que nos dicen todas estas gráficas? Bueno, eso es justamente lo que queda por hacerse con esta herramienta. Los datos están allí. También recordemos que estamos comparando playas antropizadas con playas antropizadas. No es que en 1984 las playas de Montevideo fueran prístinas. La rambla ya estaba allí y el uso de la playa era entonces similar al que podemos pensar hoy.

“Pero también hay un crecimiento de la ciudad que no es nada despreciable, que influye directamente, por ejemplo, a través de las escorrentías de los pluviales. Eso sale directo a las playas y son fuente de alteración”, agrega Luis. “Si pensás desde 1984 hasta ahora lo que creció Montevideo y lo que creció en términos de la población que tiene saneamiento pluvial debe ser bastante. Todo eso son impactos, la presión de la urbanización está ahí”, afirma.

Uno de los resultados más importantes que arrojará el censo parece ser que seremos más o menos la misma cantidad de gente, pero concentrada más aún en las ciudades. “El censo de 2013 ya daba que 93% de la población de Uruguay era urbana. Y si no recuerdo mal, más de la mitad de la población se concentraba en los departamentos costeros”, comenta Luis.

“A esa presión de la urbanización, hay que sumar todo el cambio en el uso de la tierra y, sobre todo, el uso intensivo en las cuencas, que termina afectando de una manera u otra las costas”, señala. “Si uno se fija en estos resultados, que están un poco sin tratar, en las playas del oeste de Montevideo hay una dinámica y en las del este hay otra. Al oeste se registran picos más extremos, pero aun así todas las playas parecen estar más suavizadas en esas variaciones. En cambio, en el este, más urbanizado, parece que las oscilaciones del área de las playas son un poco más fuertes. Eso podría ser interesante para ver el efecto de la urbanización”, conjetura.

¿Y entonces?

Luis hace disponible esta herramienta y la utiliza para poner en números qué viene pasando con la superficie de 20 playas. En muchas de ellas, hay una pérdida de superficie de arena, lo cual es un problema ambiental, ecológico, social, de gestión y todo lo que queramos sumarle. La pregunta entonces es qué hacer con toda esta información. No creo que Luis tenga la respuesta, pero igual le pregunto. ¿Qué hacemos con esto? ¿Qué hacemos con nuestras playas?

“Primero, me parece un buen punto de partida que realmente esa pregunta que vos hacés se la hagan en los lugares en los que se la tienen que hacer, que es donde se gestionan las playas”, empieza Luis. “Las playas son una fuente de ingresos a nivel nacional nada despreciable. Si no recuerdo mal, se estima que el ingreso por las playas está arriba de los 1.000 millones de dólares. El primer paso es realmente hacerse esa pregunta a nivel de país y de intendencias. ¿Qué vamos a hacer? Porque toda la evidencia y todas las trayectorias dicen que las playas se van a erosionar y, al mismo tiempo, que vamos a necesitar más que nunca los servicios ecosistémicos que dan las playas. Me parece que eso es lo suficientemente valioso en términos sociales, económicos y ecológicos para que haya una estrategia nacional, o tal vez departamental, que considere todos esos factores”, conjetura.

“El primer paso es realmente hacerse estas preguntas reconociendo la situación. Hay un montón de información, hay un montón de herramientas, hay grupos sociales y de voluntarios que están trabajando. Sin embargo, como la playa es en esencia un espacio de libertad, no hay una estrategia coordinada, porque al fin y al cabo cada uno hace lo que quiere”, dice con cierta amargura.

“Capaz que lo que le falta a todo el sistema de gestión es un poco más de sentido de urgencia y de entender que, en realidad, el diferencial que pueden ofrecer las playas de Uruguay son los servicios ecosistémicos. Es decir, no es sólo la playa, sino toda la experiencia de estar ahí en contacto con la naturaleza, sobre todo, pensando en el turismo que viene de afuera”, agrega Luis.

En ciencia hacerse la pregunta es tanto o más importante que la respuesta. Con datos como los que aporta la herramienta disponibilizada por Luis, podemos ayudarnos a trazar en el mapa dónde estamos y ver en dónde podemos estar. Ahora, el qué hacemos tenemos que construirlo entre todas y todos. La erosión de nuestras costas es también una medida patente de aquello que no estamos haciendo.

Artículo: Estimación del área de playa a través de información satelital de libre acceso: calibración para la costa de Montevideo, Uruguay
Publicación: Boletín de Investigaciones Marinas y Costeras (julio 2023)
Autor: Luis Orlando

No es todo cambio climático

Para uno es muy evidente, pero los mensajes a veces no son muy claros. El cambio climático es un factor más entre varios que explican lo que está pasando con la pérdida de playas arenosas en todo el mundo.

Pensar que la playa Ramírez perdió parte de su área de arena debido al cambio climático primero parece, no sólo no ser científicamente acertado, sino que además es muy paralizador para las acciones que deberíamos tomar a nivel local. ¿Hacemos bien en pensar que el problema de nuestras playas es el cambio climático?

“No, claro que no, esa es la solución fácil. Eso es buscar una excusa, algo que está más allá de nuestro control, y decir que es el culpable de todo. En los sistemas costeros se habla de una triple amenaza. Está, sí, el cambio climático, porque los ecosistemas costeros están ahí en la línea de batalla contra los efectos de ese fenómeno. Pero también están la urbanización y el uso intensivo de los recursos. Por ejemplo, la extracción de arena es un problema mundial. La sobrepesca es otro. El problema de la erosión que viene de que se talaron los montes originales para hacer leña o carbón o espacio para la urbanización y se sustituyeron por plantas exóticas. Hay cosas como esas que sucedieron y siguen sucediendo y que, como la urbanización, son 100% nuestra responsabilidad. Entonces escudarse sólo en el cambio climático no tiene nada de sentido”, dice Luis.

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