En cualquier lugar de Uruguay con acceso a ríos, playas oceánicas, arroyos y lagos, asoman en las orillas o en los muelles las cañas infaltables de los pescadores, una imagen tan ubicua y naturalizada que parecen señales antiguas incrustadas en el paisaje. Se las ve incluso en las madrugadas invernales, síntoma de una pasión extendida y persistente en el país cuya fidelidad es comparada a menudo con la que despierta el fútbol.

Ese tipo de pesca recreativa es también una línea indirecta de contacto entre dos mundos muy distintos, el nuestro y otro que dejamos hace cientos de millones de años. Ocultos a los ojos de los transeúntes y espectadores casuales, sin embargo, se desarrolla un tipo de relación muy distinta entre humanos y peces, que no depende de anzuelos con carnadas ni cuenta con la compañía del mate a la espera del pique que tensa la tanza. Existe otra clase de pescadores que ha decidido difuminar las fronteras entre esos dos universos y sumergirse en busca de sus presas. En comparación con los que salen con cañas, calderines y redes no son muchos –quizá unos pocos centenares en Uruguay–, pero su número crece año a año.

Lo que hacen no es una novedad. La pesca con arpón tiene por lo menos 90.000 años de historia, si seguimos las evidencias arqueológicas halladas a orillas del río Semliki en lo que es hoy la República Democrática del Congo. No sabemos si los habitantes antiguos del Semliki se sumergían en el río con sus arpones de hueso para capturar grandes bagres (cuyos restos fosilizados fueron hallados junto a las piezas), ni tampoco en qué momento los seres humanos decidieron aventurarse en ese mundo extraño con armas en las manos por primera vez, pero sí que se trata de una práctica muy antigua que cuenta con una continuación moderna.

Hoy en día se considera como pesca submarina recreativa aquella que se hace debajo de la superficie con algún instrumento de mano, como un arpón, lanza o fusil subacuático, por mencionar los más comunes. Al igual que la pesca recreativa con caña y anzuelo, quienes la practican comen generalmente lo que capturan pero no dependen de ello enteramente para su subsistencia. Hay otras motivaciones tan o más poderosas que la de proveerse alimentos, como la sensación de bienestar, adrenalina y contacto con la naturaleza que suelen reportar quienes la practican.

En el siglo XX, la aparición de nuevas tecnologías y la popularización de los trajes de neopreno le dieron empuje a la versión moderna de esta modalidad, que se fue “formalizando” a través de agrupaciones. En Uruguay, por ejemplo, se fundó en 1957 la Federación Uruguaya de Actividades Subacuáticas (FUAS), que cuenta con la pesca submarina entre sus disciplinas, aunque ya se realizaban torneos de pesca submarina antes de esa fecha.

Todo el crecimiento que experimenta esta actividad no se ha visto suficientemente reflejado en la literatura científica. En comparación con otros métodos de pesca recreativos, sabemos poco sobre sus motivaciones, impactos ecológicos e importancia económica. Eso justamente era lo que desvelaba al biólogo marino Martín Laporta cuando decidió sumergirse a pescar papers, sin arpón en mano, para realizar un trabajo que aclara las aguas en torno a este mundo casi desconocido.

El mundo sumergido

Martín Laporta bucea desde los 14 años, aunque lo hace generalmente con cámara y no arpón en mano, debido a su natural disposición a observar atentamente lo que le rodea. Su fascinación con el mundo oculto bajo la superficie fue alimentada también por el contacto con buzos y pescadores, que lo ayudaron a ver el potencial de conocimiento que hay en estas prácticas con antecedentes tan antiguos y tradicionales.

Por ejemplo, cuando hace casi diez años comenzó a trabajar en la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) en La Paloma, Rocha, demostró interés en las capturas de la pesca artesanal y recreativa, al notar que en ellas solían aparecer especies poco comunes. Entre su entusiasmo, el de algunos colegas y el de los propios pescadores, que arrimaban a la Dinara ejemplares que les resultaban curiosos, se fue armando un programa piloto de seguimiento de las pesquerías recreativas marinas en todas sus modalidades.

“Dados los escasos recursos que tenemos para investigar a nivel de ciencias del mar en Uruguay, me interesó la posibilidad de charlar con los pescadores, de intercambiar y coconstruir conocimientos con ellos, de aplicar una filosofía participativa, colaborativa, transdisciplinar, de respeto mutuo y de conocimiento”, cuenta hoy Martín desde Rocha. De hecho, gracias a ese intercambio entre pescadores y academia, ya se ha reportado científicamente la presencia en nuestras aguas del corocoro, un pez que antes se encontraba sólo en regiones tropicales y subtropicales.

Como percibió que en la pesca recreativa submarina había un mundo de conocimientos y experiencias desaprovechado, comenzó a buscar bibliografía al respecto, hasta que dio con un grupo de especialistas de España dedicados al estudio de esta actividad.

Medusa en La Paloma.
Foto: Martín Laporta

Medusa en La Paloma. Foto: Martín Laporta

De su contacto con ellos surgió un trabajo recientemente publicado que repasa a nivel global lo que sabemos –y especialmente lo que no sabemos– sobre la pesca submarina, parte de la tesis de doctorado que realiza en la Universidad de Santiago de Compostela.

Hay motivos de sobra para interesarse por quienes practican la pesca recreativa submarina, pese a que constituyen menos del 5% del total de los pescadores recreativos en países como España, Dinamarca y Sudáfrica (Martín analiza actualmente los datos de Uruguay para la elaboración de un nuevo artículo). Para empezar, ven bajo el agua a sus potenciales presas, lo que les permite seleccionar directamente lo que pescan. Esto evita la captura incidental que se produce en otras artes de pesca y al mismo tiempo les brinda un panorama amplio del mundo submarino –lo que ven y filman, además de lo que capturan–, un insumo valioso para conocer más sobre la biodiversidad de esos ecosistemas.

En ese sentido, la relación entre el pescador submarino y sus objetivos se acerca mucho más al vínculo natural entre depredador-presa que en otras modalidades de pesca, con estrategias de caza activa similares a las de otros depredadores que habitan el ambiente. Esta característica implica otros aspectos no tan positivos que deben tenerse en cuenta y que repasamos más adelante.

Por lo tanto, es importante saber más sobre esta práctica, sus motivaciones y sus impactos, porque la escasez de conocimiento “puede derivar en malas decisiones de manejo”, señala el artículo. Por ejemplo, falta de regulaciones adecuadas que tengan consecuencias ecológicas negativas o limitaciones excesivas sin fundamentos claros. Recién estamos empezando a descorrer el velo sobre lo que ocurre allí abajo cuando humanos y peces se encuentran.

Buceo invisible

Para Martín Laporta y sus colegas, el trabajo fue más agotador que sumergirse en el océano y sacar a mano una veintena de sargos y meros, ya que debió bucear en los vastísimos repositorios de la literatura científica. Realizaron un análisis sistemático de todos los trabajos revisados por pares sobre esta actividad, proceso en el que fueron descartando aquellos que se desviaban de su objeto de estudio (por ejemplo, la pesca submarina de agua dulce, la comercial y la de subsistencia).

Una vez completado este filtro, se quedaron con 102 trabajos de investigación a nivel global que abarcan el período 1967-2022, cuya información analizaron y dividieron de acuerdo a sus dimensiones ecológicas, sociales y económicas.

Elaboraron también una red de coocurrencia de palabras, que es básicamente un mapa interconectado de los términos que aparecen con más frecuencia en estas investigaciones, para ver en forma más clara los principales temas de interés.

En el aspecto social, encontraron uno que parece lógico: quienes practican la pesca submarina son en promedio más jóvenes que quienes lo hacen desde las orillas o botes con sus cañas. En Sudáfrica el promedio es de 30 años, en Portugal 33 y en España y Jamaica entre 36 y 37 años.

Más interesantes son las diferencias de las motivaciones de quienes se dedican a la pesca submarina, en comparación a las demás modalidades. En varios trabajos se menciona el “contacto con el mar” así como la satisfacción y los beneficios sociales derivados de la experiencia de sumergirse.

De hecho, los pescadores submarinos tienen un término para referirse a esta sensación: “aquaticity”, que no es el nombre de la ciudad de Aquaman o Namor sino una expresión que podría traducirse como “acuaticidad” y que se caracteriza por la sensación de bienestar físico y emocional que produce la inmersión.

La pesca submarina también puede derivar en evoluciones adaptativas, indica el artículo. Un ejemplo de ello es el de los bajau, pescadores seminómades que viven en zonas de Malasia, Filipinas e Indonesia, que llevan miles de años practicando la pesca submarina y parecen haber evolucionado para resistir más tiempo bajo el agua: tienen un bazo de mayor tamaño, una adaptación que les provee de una reserva de glóbulos rojos mayor de lo usual cuando se sumergen (se los puede ver en acción en el episodio 3 de la serie de Netflix Juegos locales).

El aspecto económico de la pesca submarina también está subestudiado y se reduce generalmente a los gastos de equipamiento para esta actividad, sin alusiones a sus contribuciones económicas o sus valores sociales y culturales, concluyen los investigadores en el trabajo.

Martín Laporta en La Paloma.
Foto gentileza Martín Laporta

Martín Laporta en La Paloma. Foto gentileza Martín Laporta

Gente con agallas

En cuanto al aspecto ecológico, hay algunas conclusiones interesantes pese a las evidentes lagunas de información. Ocho trabajos analizaron el grado de vulnerabilidad de las especies objetivo de esta pesca y descubrieron que van desde moderadas a altas; lo mismo ocurre con el lugar que ocupan las presas en la cadena alimenticia. “Esto sugiere que los pescadores submarinos se centran mayormente en especies carnívoras de nivel medio a alto en la cadena trófica y con un índice de vulnerabilidad de moderado a alto”, explica el trabajo.

Este patrón debe ser estudiado con más profundidad (chiste no intencionado) para evaluar su efecto en la cadena alimenticia. La reducción de depredadores importantes puede provocar efectos en presas y competidores que a su vez impliquen cambios en los ecosistemas, como un desbalance en la cadena trófica.

Otros trabajos analizados destacan que la pesca submarina es potencialmente menos dañina que otras artes de pesca debido a que no hay captura incidental, no se descartan piezas (las tanzas “perdidas” de las cañas suelen ser un problema para muchas especies), no se usan anzuelos con carnada y se generan menos residuos, pero hay otros factores a tener en cuenta. Uno de ellos es el de los cambios en la conducta de los peces, más precisamente el “comportamiento antidepredador”, como el escape anta la presencia de una amenaza.

Algunas investigaciones muestran que los peces son capaces de diferenciar los pescadores submarinos de aquellos que sólo hacen snorkel y que actúan en consecuencia, iniciando el escape a una distancia mayor. “Estos cambios de comportamiento pueden derivar en costos de energía y tiempo para los individuos y afectar los comportamientos grupales, con posibles repercusiones para estrategias de pesca y conservación”, señala el trabajo.

Por último, los pescadores submarinos pueden ser una gran fuente de conocimiento ecológico sobre los ecosistemas marinos. Desde 2011, las filmaciones que realizan en sus incursiones bajo el agua han sido usadas para investigaciones y tienen potencial para su uso en estudios de comportamiento y ensambles de peces.

Los torneos de pesca submarina que se realizan regularmente son también una buena ocasión para combatir invasiones biológicas, como ocurre en Málaga (España) con el pez león rojo (Pterois volitans), apuntan los autores.

Como suele ocurrir en ciencia, este concienzudo trabajo de revisión plantea más preguntas que respuestas y acierta al mostrar los vacíos que a partir de ahora debemos empezar a llenar. Para Martín, sin embargo, lo mejor del artículo es que brinda una puerta de entrada a un mundo poco explorado y deja flotando esa sensación que tantos de estos pescadores comparten.

La forma del agua

“Uno de los aspectos más importantes, para mí, es que la pesca submarina no sólo te provee de alimento sino que reporta otros beneficios. Para alcanzar ese estado de ‘aquaticity’ del que hablamos, no hay que hacer apnea ni bajar decenas de metros. Podés simplemente sumergirte a pescar y contemplar el movimiento que te rodea, escuchar los sonidos y el latido de tu corazón, largar un poco de aire, observar cómo se mueven las algas, los cardúmenes de peces, los colores, la geografía del fondo, el color que queda en la arena; o sea, toda esa sensibilidad que vas adquiriendo y apreciando, esa entrada al paisaje submarino que, en estos días de estrés y ansiedad que corren, es como un refugio, un rescate y también una inyección de vida”, cuenta Martín.

Se podrá argumentar que el bienestar no corre ciertamente para las especies pescadas, pero del análisis del trabajo queda claro que la caza submarina constituye un porcentaje muy pequeño del total de la pesca recreativa –ni hablar de los métodos industriales– y que ocurre en condiciones más “naturales” que otras artes de pesca.

Para Martín, se está produciendo además un cambio de mentalidad entre quienes se dedican a la pesca submarina, que de a poco pasan de ser un grupo “exclusivamente interesado en la caza de aventura a uno motivado por la apreciación del mar”, tal cual señala el trabajo.

“Esa cultura de ir a buscar el pez más grande está cambiando por el de una persona que al momento de pescar va realmente a contemplar y llenarse de ese estado del que estamos hablando”, aclara Martín. Eso se nota en “el deseo que ellos tienen también de participar en esas instancias, de compartir sus conocimientos, de arrimarlo a la conservación; hay todo un campo para explorar, para desarrollar una actividad sostenible y más amigable que impacte lo mínimo posible en el ecosistema sin tener que dejar de practicarla”, agrega. Para los buscadores de aventuras es también la forma de explorar universos desconocidos al alcance de la mano y acercarse al menos un rato a una modalidad de vida ancestral. Como decía el poeta surrealista Paul Éluard, hay otros mundos, pero están en este.

Artículo: A global review of marine recreational spearfishing
Publicación: Reviews in Fish Biology and Fishers (agosto de 2023)
Autores: Valerio Sbragaglia, Robert Arlinghaus, Daniel Blumstein, Hugo Diogo, Vinicius Giglio, Ana Gordoa, Fraser Januchowski, Martín Laporta, Steven Lindfield, Josep Lloret, Bruce Mann, Daryl McPhee, José Nunes, Pablo Pita, Mafalda Rangel, Kennedy Rhoades, Leonardo Venerus y Sebastián Villasante

La pesca submarina en Uruguay

A veces la pesca submarina en Uruguay se realiza a metros de los turistas, que ven una boya asomar en el agua sin saber que señala que hay pescadores sumergidos en acción. Los lugares preferidos están asociados a restingas, arrecifes rocosos y algunos lugares artificiales, como escolleras. Entre los sitios populares se encuentran la isla Gorriti, la isla de Lobos, las islas del Cabo Polonio, José Ignacio, la playa Zanja Honda, la restinga de la isla de La Tuna y la escollera del puerto en La Paloma, por mencionar sólo algunos. En esas afloraciones rocosas es donde encuentran algunas de sus especies predilectas, como los sargos y meros.

Diego Torrens tiene 52 años y pesca con esta modalidad desde hace al menos 30. 80% de las capturas de la pesca submarina en Uruguay son sargos, aclara, aunque también salen corvinas, lenguados, meros, lisas y otras especies. Su principal motivación es la pasión por la pesca, pero resalta la “emoción continua” en un medio como el marino, que “siempre depara sorpresas”. Por ejemplo, “la captura (o no) de una pieza mayor, el encuentro con alguna especie distinta, el ser testigos y poder ver el comportamiento de los peces y demás animales marinos o tener un encuentro inesperado con algunos de ellos”.

El equipamiento completo para practicar la pesca submarina cuesta alrededor de 1.000 dólares e incluye traje, botas y guantes de neopreno, aletas, máscara y snorkel, cinto y plomos para poder sumergirse y la arbaleta o arpón, además de elementos de seguridad y señalización como la boya junto a su bandera indicativa, cabos y accesorios menores.

No existe en Uruguay una regulación específica para la pesca submarina que limite la cantidad de capturas por pescador, especie y época del año, “como sí la hay en otros países donde el deporte es más masivo y hay otros intereses socioeconómicos vinculados a la extracción de los recursos marinos”, explica Diego. Las excepciones son las áreas protegidas que tienen planes de manejo que prohíben expresamente la actividad, como ocurre en Cerro Verde en Rocha, aunque el colectivo lamenta que no se los haya integrado en las discusiones previas.

Sin embargo, Diego considera que en Uruguay sí juega la conciencia de cada pescador. “Por lo general el pescador submarino tiene un gran respeto al mar, sabe qué es ‘ético’ pescar y qué no”, aclara. “Hay especies que no son objetivos de un pescador submarino respetuoso del medio; quien tiene conocimiento del deporte y experiencia en esto es el primero que se preocupa por el cuidado del medio marino y su fauna. No es nuestro medio pero nos sentimos parte de él cuando estamos tanto dentro del mar como afuera”, asegura Diego.

Además de respeto al mar, otro factor decisivo de la pesca submarina es el “conocimiento de los límites propios, físicos y mentales”, ya que se desarrolla en apnea y depende por lo tanto de la capacidad de retener el oxígeno necesario para sumergirse el tiempo suficiente para pescar. Ninguna captura, resalta Diego, vale el riesgo de sobrepasar esos límites.

“Por lo general nuestro colectivo es de apreciar la naturaleza desde antes de practicar la pesca submarina. Dentro de la admiración a la naturaleza y de su vida marina es que nos acoplamos a ella con este deporte”, cuenta, y agrega que es justamente la forma de respetar el mar la que asegura la práctica.

“Soy pescador desde que era un niño muy pequeño, con aparejo en mano. He visto el mar horas y horas antes de poder meterme en él para descubrir una parte muy chiquita de su comportamiento. Es muy difícil a veces para los que crecimos admirando a Jacques Cousteau explicar lo que sentimos cuando nos sumergimos y logramos nuestra primera captura, que nos remonta a nuestros instintos más antiguos; es una rara sensación que, si llega a lo más profundo de uno, ya sabe que seguirá formando parte del mar y seguirá admirando la naturaleza como parte de ella”, concluye.