La cronobiología es una ciencia interdisciplinaria que tiene por objeto comprender cómo funciona el reloj biológico que marca el ritmo al que vivimos. En eso, como en tantas otras cosas, moscas, ratones y humanos no somos tan diferentes: células fotosensibles les pasan chismes a los genes que, a su vez, mandan fabricar proteínas, dando lugar así a un cautivante e intrincado mecanismo que lleva la cuenta del paso del tiempo y que le marca el ritmo a nuestra existencia. La obsesión humana por la luz y la oscuridad tiene sus raíces en este ritmo ancestral que en la Tierra dura cerca de 24 horas.
La miríada de asociaciones entre la luz y lo bueno (y entre la oscuridad y lo malo) se debe más bien a un pequeño detalle de nuestro camino evolutivo: si en lugar de primates diurnos dependientes de claves visuales que la luz del día nos permite optimizar hubiéramos sido unos monos nocturnos, tal vez los textos religiosos dirían “hágase la oscuridad” y celebrarían la llegada de la noche. Fuera como fuera, no escaparíamos al mandato generalizado de que la luz incidiría en nuestra actividad. Dormiríamos y andaríamos despiertos en ciclos cercanos a un día, es decir, viviríamos, como vivimos, al son de un ritmo circadiano.
Hubo un tiempo en el que tal vez esta disciplina científica no hubiera despegado como lo hizo. Antes de la iluminación artificial, si bien sería interesante ver cómo los animales y otros seres modulamos nuestro comportamiento y funcionamiento de acuerdo a las horas de luz y oscuridad, las distintas especies, y entre ellas la nuestra, no tendrían más remedio que dejar que la salida y ocultamiento del sol llevaran la voz cantante. Podrían notarse, claro está, variaciones individuales, pero no habría mucho que hacer ante el estelar papel de la estrella más cercana. Sin embargo, al extender con varias invenciones las horas de luz artificial, los humanos generamos un fenómeno nuevo (y que no sólo nos afecta a nosotros): los relojes biológicos, tan finamente calibrados tras varios miles de millones de años de vida en este planeta, tendrían que ingeniárselas para seguir marcando el ritmo aun cuando los patrones de luz y oscuridad cambiaran bruscamente.
Si bien todos tenemos el mismo reloj, hoy apagando o prendiendo luminarias diversas podemos hacer que un día invernal en Montevideo tenga las mismas horas de luz que uno veraniego aquí, o más extremo aún, uno veraniego en Alaska o la Antártida. Y al día siguiente todo podría volver a la cantidad de horas de luz natural (o no). Nuestro reloj biológico tiene que lidiar con eso (y también el de aves, insectos y otros animales que se ven afectados por la iluminación artificial de nuestras ciudades y carreteras). Más aún: las obligaciones de nuestra forma de vida actual nos fuerzan a levantarnos a horas distintas a las que nuestro reloj biológico nos está marcando. Prueba de ello es que tenemos que recurrir a despertadores y alarmas de celulares. Cada vez que suena uno de ellos, probablemente nuestro reloj biológico nos hubiera llevado a dormir un poco más (en ocasiones el reloj biológico nos levanta antes de la hora en la que pusimos la alarma, algo que espero que les suceda a menudo, pero que en mi caso difícilmente ocurre). Otras personas, por sus compromisos sociales (trabajo, estudio, ocio, etcétera), también enfrentan el desafío de tener que rendir y estar activos cuando su reloj les pide irse a la cama. Estudiar entonces los ritmos biológicos ya no es necesario sólo por la mera curiosidad de comprender cómo somos y cómo es el mundo, sino también para ver cómo nuestra forma de vida está tironeando de ese mecanismo, cómo eso nos afecta y cómo podríamos hacer para que esa afectación no sea (tan) perjudicial.
En todo eso viene trabajando y haciendo grandes aportes desde hace casi una década el Grupo de Investigación de Cronobiología de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República, coordinado por las investigadoras de la Facultad de Ciencias Ana Silva y Bettina Tassino. El escenario que dio el puntapié inicial en este campo para ambas investigadoras fue un viaje a la Antártida. Con motivo de la realización de la primera Escuela de Verano de Investigación Antártica que organizó la Facultad de Ciencias en 2014, ambas, junto a Stefany Horta, Noelia Santana y Rosa Levandovski, publicaron un trabajo que analizó qué pasaba con los estudiantes que participaron ante el drástico aumento de horas de luz que implica ir al continente blanco en verano.
El principal hallazgo, de todas maneras, fue en Montevideo: al realizar las mediciones de los cronotipos, es decir el horario en que preferimos estar activos de acuerdo a nuestros relojes, encontraron que los jóvenes estudiantes eran extremadamente tardíos. Si bien en líneas generales las personas que prefieren estar más activas en la mañana se denominan alondras y a las que prefieren hacerlo más hacia la noche búhos, los estudiantes de la Escuela de Verano eran búhos entre los búhos (trabajos posteriores mostrarían luego que también los adolescentes argentinos, como los de Uruguay, andan en los primeros puestos de cronotipos tardíos del mundo).
Luego de aquel trabajo el grupo siguió investigando y haciendo aportes a la cronobiología. La Antártida, sin embargo, vuelve a ser el marco que hizo posible su más reciente hallazgo. En particular, los datos que generaron con estudiantes que fueron allí en la Escuela de Verano en 2016. El trabajo que acaban de publicar, denominado algo así como La historia de la luz individual importa para lidiar con el verano antártico, es sumamente importante (tanto que fue publicado en Science reports del prestigioso grupo editorial Nature).
Firmado por Julieta Castillo, Ana Silva y Bettina Tassino, las tres del ya mencionado Grupo Cronobiología y las dos últimas también de la Facultad de Ciencias (el Laboratorio de Neurociencias, en el caso de Silva y la Sección Etología, en el caso de Tassino), junto a sus colegas André Tonon y María Paz Hidalgo, del Laboratorio de Cronobiología y Sueño de la Universidad Federal de Río Grande del Sur, Brasil, el artículo es el primero en reportar que el efecto de la luz recibida en la mañana o en la noche, que determina en qué momento comenzaremos a secretar la melatonina, dependerá más que del cronotipo, de la historia de exposición a la luz de cada persona. Y si la historia personal cuenta, entonces hay cosas que podemos hacer para ayudar al reloj biológico a funcionar en el caos al que lo hemos arrastrado. Por tanto, no podemos dejar pasar la oportunidad de hablar con Julieta Castillo, Ana Silva y Bettina Tassino sobre este espectacular trabajo.
Volviendo sobre los propios pasos
El artículo, que se desprende de la tesis de maestría de Julieta, retoma el conjunto de datos obtenidos a partir de los 12 estudiantes que participaron en 2016 de la Escuela de Verano de Investigación Antártica. A los estudiantes se les midió durante diez días en Montevideo en el equinoccio de marzo, cuando los días y las noches en nuestro país tienen una duración similar, tanto su actividad –con un aparato llamado justamente actímetro– como la luz que recibían durante ella, así como su cronotipo y el momento en que se iniciaba su noche biológica, que se estipula a partir de la hora que el organismo comienza a secretar más melatonina al caer los niveles (por su sigla en inglés a eso se le denomina DLMO, inicio de melatonina bajo luz tenue). Se hizo exactamente lo mismo durante los diez días de verano en los que estuvieron en la Antártida, momento en que las horas de luz superan ampliamente a las de oscuridad. Lo que las investigadoras querían ver era qué pasaba con sus relojes biológicos ante una mayor exposición de luz tanto en la mañana como en las horas de luz que el día antártico le ganaba a lo que para nosotros debería ser la noche.
De hecho, ese set de datos y su análisis había sido objeto de un artículo anterior de Ana y Bettina, publicado en 2019 con otros investigadores, que si bien había observado aspectos del mismo fenómeno, no había llegado a las conclusiones a las que llegan ahora. En el reanálisis de los datos Julieta, que durante su tesina de grado se había formado en Porto Alegre justamente en software para analizar los datos de los aparatos que registran la actividad de los estudiantes, fue una de las dos piezas claves de este trabajo. La otra fue encontrar algo que no esperaban.
“En esa incursión a la Antártida nosotros pensábamos que la influencia de la luz iba a ser muy poderosa en la noche, es decir, que esa luz que se prolongaba más allá de lo que las personas estaban acostumbradas por su experiencia cotidiana en Montevideo iba a atrasar la fase circadiana, iba a atrasar el reloj de los estudiantes”, cuenta Bettina. “Y la primera horrible sorpresa que tuvimos cuando procesamos los datos de melatonina que indican justamente el inicio de la noche endógena, y que es ese estándar de oro que usamos, que es el DLMO, nos encontramos con que poblacionalmente no había variación entre lo que pasaba en Montevideo y en la Antártida”, agrega. Es decir, al tomar el promedio de la hora en la que la melatonina comenzaba a inundar el torrente sanguíneo –la medían en la saliva en realidad– de los 11 participantes (hubo uno en el que los datos no se registraron bien), no había diferencia entre Montevideo y la Antártida.
Como ya habían indicado en su trabajo anterior: el promedio del DLMO (inicio de la melatonina entre nos) “no fue significativamente diferente”, dándose a las 22:16 en Montevideo y a las 22:01 en la Antártida. “Encontrar que poblacionalmente no había cambio fue realmente muy decepcionante”, confiesa Bettina.
“Este trabajo fue el producto de rompernos la cabeza contra la evidencia. No pasó lo que esperábamos”, dice Ana. “Como he escuchado decir muchas veces, cuando no pasa lo que esperás aparecen cosas que están más buenas. Claro que haber escuchado eso no implica que cuando te toca no te cueste muchísimo. Pero cuando sucede eso es un desafío para pensar fuera de la caja. Cuando vos vas con una predicción y los resultados te pegan en la cara, aparecen cosas que te hacen pensar en situaciones que no son tan evidentes”, agrega.
“Entonces empezamos a ver que lo que pensábamos que no cambiaba, no era tan así. Lo que pasaba era que a algunas personas el DLMO se les atrasaba y a otras se les adelantaba”, cuenta Bettina. Aquello era extraño, porque adelantar la hora en la que comienza la melatonina ante más luz durante lo que sería la noche iba contra lo esperado.
“La luz en la noche atrasa la fase circadiana, pero la luz en la mañana la adelanta. En el paper de 2019 vimos que este cambio en el DLMO individual estaba relacionado con los cronotipos, con las preferencias circadianas de cada una de las personas. Y ahí fue como que le encontramos la primera vuelta”, dice Bettina. Entonces reportaron que en aquellos estudiantes con preferencias circadianas más matutinas, estar expuestos a más la luz en la noche les atrasó su fase y secretaron la melatonina más tarde de lo que lo hacían en Montevideo. En los de preferencias nocturnas, estar expuestos a la luz antártica en la mañana les adelantó la fase circadiana. “Ahí había un juego de luz que estaba bueno para explorar justamente porque hay dos procesos que están ocurriendo en simultáneo”, dice Bettina.
“Entonces, con esos mismos datos que nos quedaron como resonando, en el sentido de que tenía que haber alguna explicación, que algo tenía que estar pasando algo, Julieta tomó la posta e hicimos este reprocesamiento de los datos, más que nada los de la luz, que en ese momento habían sido procesados en una forma muy gruesa”, sostiene Bettina. Y con la magia de los datos de Julieta, apareció otra variante más fina aún que la de los cronotipos para explicar las diferencias observadas. La pregunta relevante que se hacían era definitivamente la misma que en el trabajo anterior: cómo en una misma situación de mayor luz, tanto de día como de noche, en la Antártida, de las 11 personas que se levantaban, desayunaban, almorzaban y cenaban a la misma hora con el estricto régimen militar de la Base Científica Antártica Artigas, que hacían las mismas salidas de campo a la misma hora bajo el mismo Sol, algunas habían atrasado su noche biológica y otras la habían adelantado.
Historia de luz
“Un breve viaje al verano antártico nos permitió explorar el impacto de un aumento repentino y sincronizado de la exposición a la luz sobre los ritmos de actividad-descanso y los patrones de sueño de 11 estudiantes universitarios uruguayos, y evaluar la importancia de la historia de luz en la determinación del cambio de la fase circadiana individual”, comunica el artículo publicado. Y allí aparece un nuevo y hermoso concepto en las publicaciones de este grupo de investigación: la historia de luz.
“Creo que hacés bien en identificar la historia de luz como la novedad de este artículo. Es algo de lo que no hablábamos hace tres años y es una novedad que está muy sobre la mesa hoy. No importa sólo la luz, sino también cómo es lo que podríamos llamar el estilo de exposición a luz al que estás acostumbrado”, enfatiza Ana.
“Esto de que hace tres años no hablábamos de la historia de luz tiene también que ver con una mirada bastante más enfocada en lo individual”, comenta Bettina. “Hay cosas que las sabemos desde la década de 1950 o 1960, por ejemplo que la fase circadiana se mueve con la luz, que la luz es el principal sincronizador de la fase circadiana, y que la fase circadiana no responde igual a la luz a lo largo del día. La curva de respuesta de fase a la luz está muy bien descrita y sabemos que la luz de la mañana adelanta la fase mientras que la luz de la noche la atrasa”, amplía.
Eso no sólo es sabido, sino que ya está extendido. Prueba de ello es que todos sabemos que las pantallas a la noche nos perjudican el sueño, y por ese motivo celulares y computadoras ofrecen la posibilidad de reducir la luz azul que emiten desde la tardecita en adelante. Pero claro, si hay algo que también sabemos es que en biología lo que se da para algunos no tiene por qué darse igual para todos. “A partir de algunos trabajos de 2019 se empieza a ver que no a todas las personas esto les afecta de la misma manera. Se empieza a ver, por ejemplo, que a los niños y niñas la luz les afecta mucho más que a los adultos. Se empieza a ver que la misma cantidad de luz no afecta a todas las personas por igual, que con la misma cantidad de luz a la noche, a algunas personas les inhibe la melatonina y a otras no”, señala Bettina.
Entran entonces en escena las distintas sensibilidades a la luz relacionadas con la edad, las diferencias individuales y también con nuestra protagonista del día, la historia de luz, los patrones de iluminación de la vida de cada uno.
Una vez más, la idea de la historia de luz comenzó a plantearse en experimentos de laboratorio. “Por ejemplo, uno de los más clásicos es que durante una semana se le pide a un grupo de personas que todo el tiempo use lentes de sol, lo que de alguna manera inhibe su exposición a la luz, mientras que a otras se las expone a luz normal, sin los lentes”, cuenta Bettina. “Luego se ve cómo esas personas reaccionan a un pulso de luz determinado. En este trabajo del ejemplo se veía que personas que estuvieron expuestas a luz tenue reaccionaban distinto que las que estuvieron expuestas a luz brillante. Pero es difícil hacer estos experimentos de historia de luz en condiciones ecológicas, en condiciones de vida cotidiana”, dice Bettina. Y la Antártida, la Escuela de Verano y los estudiantes de Facultad de Ciencias les permitieron justamente eso: ver qué pasaba en condiciones de vida normal, ya que la historia que llevarían al continente blanco era la de sus vidas cotidianas al comenzar el semestre de clases en el marzo montevideano.
“Hay allí un truquito de alguna manera, porque en la Antártida todas las personas están expuestas a la misma luz y todas sus actividades están sincronizadas. Si nosotros en Montevideo hubiéramos tenido a todas las personas sometidas a un mismo régimen, hubieran partido todas de una misma exposición de luz, de una misma historia de luz, y no hubiésemos visto esas diferencias de respuesta en la Antártida”, comenta Julieta.
Cronotipo, historia e individualidades
En el trabajo reportan entonces que lo que más incide en la respuesta que cada uno de los estudiantes tuvo al aumento de las horas de luz por jornada, que implicó más luz en las ventanas sensibles de la fase circadiana de la mañana y de la nochecita, no era sólo el cronotipo, sino la diferencia que había entre la luz que cada uno recibía en esas ventanas en su historia personal (es decir, en Montevideo) y la que habían recibido en la Antártida.
En la ventana de la mañana, “cuanto mayor era la variación de la exposición lumínica en la Antártida con respecto a Montevideo, más temprano era el DLMO en la Antártida con respecto a Montevideo”, señalan. “Los participantes que mostraron una diferencia muy baja o que incluso estuvieron expuestos a menos luz en la Antártida que en Montevideo exhibieron un retraso de fase circadiano”, agregan a continuación. Misma luz en la ventana matutina con diverso efecto dependiendo del contraste con la historia de luz de cada uno. Lo mismo sucedió en la ventana vespertina.
“En la ventana de retardo de fase, cuanto mayor era la exposición lumínica en la Antártida con respecto a Montevideo, más tardío fue el DLMO en la Antártida con respecto a Montevideo”, sostiene el artículo, agregando que en la noche “los participantes que mostraron poca o ninguna diferencia en la exposición a la luz en la Antártida que en Montevideo exhibieron un avance de fase circadiano”, es decir, comenzaron con la descarga de melatonina antes.
“En el primer intento habíamos visto que había una relación entre el cambio en el DLMO y el cronotipo. Después, y es lo que reportamos en este artículo, terminamos dándonos cuenta de que ese cronotipo condiciona, o por lo menos expresa también una exposición a la luz diferencial”, comenta Bettina. “Las personas que son muy matutinas en su vida cotidiana van a estar expuestas a más luz en la mañana y las personas vespertinas van a estar expuestas a más luz que las matutinas en la noche. Entonces el cronotipo condiciona tu exposición a la luz, o la exposición a la luz está moviendo al cronotipo, ahí hay una cosa que es bastante circular”, enfatiza.
El cronotipo suena como algo más fijo. De hecho, varios de nuestros problemas surgen cuando tenemos un cronotipo tardío –somos búhas o búhos– y debemos enfrentar compromisos sociales temprano en la mañana, o cuando tenemos un cronotipo matutino –somos alondras– y nos enfrentamos a compromisos en los que debemos rendir por la noche. La historia de luz, en cambio, nos deja la sensación de que es algo que varía, de que podemos intervenir y acomodarnos para que la historia que traemos cambie.
“Esto me lleva a pensar que la importancia que le damos al cronotipo es un invento al que tuvimos que recurrir por la vida urbana, por esta vida que nos desincronizó por distintas situaciones, pero entre otras por haber aplanado la historia de luz, por habernos puesto de alguna manera en un curso libre en nuestras vidas normales”, dice Ana.
“Siempre hubo muchos posibles alelos de nuestros genes reloj que nos iban a llevar a tener preferencias más matutinas o más vespertinas. Pero eran como invisibles porque en la vida hasta hace 200 años el factor luz sincronizador le pasaba por arriba a la preferencia o a la dotación genética que cada uno tuviera, porque la luz era universal y para todos igual”, agrega. Lo curioso es que a pesar de todos los líos y cambios que hicimos con la luz artificial, el reloj biológico ancestral todavía sigue siendo funcional. Y entre esos líos que le hicimos al reloj con la luz, aparecen estas diferencias individuales. Hoy no prestarle atención a esas diferencias nos aleja de entender lo que pasa”, reflexiona Ana.
“Me acuerdo que en una de las primeras clases que tuve con Ana y Bettina en el curso previo a ir a la Antártida decían que esta era una de las pocas disciplinas en la que la individualidad es súper importante y en la que mirar una gráfica de una persona es importante y aporta datos. En general, en otros campos, si no tenés una muestra grande para promediar, no podés decir nada. Pero en este caso mirar cada actograma suma, mirar cada cambio es relevante. Todo lo que escribimos después apunta justamente a mirar esa historia individual”, aporta Julieta. “Aun sabiendo esto, de lo importante de lo individual, al inicio fuimos a ver si había diferencias entre Montevideo y la Antártida en lo poblacional, haciendo un promedio”, dice Ana como reprochándose no haberse hecho caso antes.
Es curioso, pero en el artículo, cuando hablan de las limitaciones del trabajo, sostienen que una es no tener un número muy grande de casos (solo analizaron datos de 11 estudiantes). Pero el asunto es que cuando se están mirando rasgos individuales, ese número no sería tan importante (aunque un número pequeño podría haber hecho que su muestra fuera muy distinta).
“Sí, si justo hubiéramos tenido tres personas más que eran vespertinas y veíamos un cambio general, que tendería a que se adelantaran sus fases, era un resultado más esperable y hubiésemos trabajado por ese lado perdiéndonos de ver esto de cómo incide la historia personal”, coincide Julieta. “Tuvimos mucha suerte con los participantes que reclutamos. Si todos hubieran tenido una historia de luz pareja, este trabajo no existía. Y como acaba de decir Julieta, si hubiéramos visto un cambio significativo del DLMO promedio, nos hubiéramos quedado con la historia corta, con decir que cuando te vas a la Antártida te importa más la luz de la mañana o más la de la tardecita, y eso hubiera estado mal. A pesar de que en este trabajo hay pocos participantes y que parece menos ambicioso, tuvo la oportunidad de mostrar una tendencia que depende del individuo y que nos muestra que hacer promedios no es siempre la mejor opción”, complementa Ana.
Un trabajo que nos permite pensar y actuar
Si bien el cronotipo es flexible, lábil o plástico, nos hace pensar en algo que ya viene dado. La historia personal, en cambio, es algo que cada uno escribe. Y es justo ahí donde este trabajo aumenta su, ya de por sí, gran valor.
“Lo que es relevante a partir de pensar en la historia de luz es que ahora sí aparecen posibilidades de predicción. Eso saca este aporte del modelo cool de la Antártida, del estudio particular, de los pocos participantes, y lo lleva a otro terreno”, señala Ana. “Sería algo así como, dime tu estilo de exposición a la luz, dime tu cronotipo, y te voy a decir cuál va a ser el desfasaje que tenga tu comienzo de noche biológica, tu fase circadiana, frente a determinado cambio ambiental. Ese es el mensaje más general y para mí más sustantivo del trabajo”, agrega con felicidad reflejada en el rostro.
Las derivaciones de lo que dice son fascinantes. “Ahora si hay una persona de cronotipo nocturno, un búho, que se va a someter a un cambio ambiental que implique una distinta exposición a la luz a la que está acostumbrada, la más relevante va a ser la que reciba en la mañana. En cambio, si hay una persona matutina, muy alondra, que se va a someter a un cambio de la luz que recibe, la más importante va a ser la luz de la noche. Eso le puede pasar a una persona que viaje, no ya sólo a la Antártida, sino a cualquier parte, a Moscú, por ejemplo. El jet lag que sufra será distinto y cómo va a acomodar su fase dependerá de lo que le pasaba antes, no sólo por su cronotipo, que ya sabemos que tiene cosas biológicas, genéticas y presiones sociales, sino también por su estilo de estar expuesta a la luz”, prosigue Ana.
Este grupo de cronobiología no sólo ha trabajado con estudiantes universitarios en la Antártida, sino también con estudiantes de liceo que asisten a distintos turnos, e incluso con estudiantes de danza que tienen clase bien temprano en la mañana o bien entrada la noche. Así que pensemos en estudiantes. Si uno tiene un niño que sabemos que tendrá que cambiar de turno en la escuela, o una adolescente que deberá cambiar el turno en el liceo, o un adulto que deberá hacer cambios en sus horarios universitarios, podrá hacer que esos cambios sean menos contraproducentes preparando su historia de luz previa. Si en marzo la criatura que va de tarde a la escuela pasará a ir de mañana, hay cosas que pueden hacerse antes de que llegue marzo. O los viajes podrían comenzar antes tratando de acompasar la historia de luz personal con la luz a la que uno se expondrá al llegar.
“Sí, exactamente. Si tenés un hijo que está por empezar un turno matutino, tal vez sería una buena idea que vaya a hacer baby futbol de mañana antes de que cambie de turno. Eso lo va a empezar a enfasar con el cambio que se le avecina porque va a estar al sol a las 10 de la mañana”, sostiene Ana.
“Está bueno pensar en esa capacidad predictiva”, coincide Bettina. “Si tenés un búho que va a empezar a ir al liceo de mañana, hay formas de hacer que eso funcione mejor, básicamente incorporando más luz en la mañana, porque eso le va a modificar su sincronización del reloj a distintas condiciones de luz y de alguna manera también le va a mover el cronotipo”, agrega.
“Volviendo a la Antártida, esto que encontramos también podría ayudar a atenuar los efectos que pueda tener el fotoperíodo extremo al que se someten las personas allí. En este caso, en el que fueron por una semana, no sería el foco principal, pero sería algo a tener en cuenta en las personas que se quedan mucho tiempo y esa luz puede generar efectos adversos”, señala Julieta.
La historia de luz nos condiciona. Y es algo sobre lo que tenemos cierta capacidad de incidir. Las puertas que se abren son muchísimas. Y una vez más, la Antártida y nuestra ciencia están allí haciendo girar el pestillo y mostrando que hay un futuro mejor si le prestamos un poquito más de atención a la evidencia.
Artículo: Individual light history matters to deal with theAntarctic summer
Publicación: Scientific Reports (julio de 2023)
Autores: Julieta Castillo, André Tonon, María Paz Hidalgo, Ana Silva y Bettina Tassino.
¡Primer artículo y derecho a Nature!
Este artículo es especial no sólo por lo que reporta. En particular para Julieta: no sólo es la primera autora sino que hay otros condimentos.
“Imponente. Primer artículo, de primera autora y en Nature. El asunto ahora es superar esto, ¿no?”, comenta riendo Bettina. Yo también la felicito y quiero saber cómo lo vive.
“Fue increíble. Me acuerdo clarito cuando recién estábamos empezando a hablar del artículo con Ana y Bettina, en pandemia y por Zoom. Bettina en un momento, al ver lo que teníamos, hizo como un silencio y me dice que esto era para un Scientific Reports. Yo me pregunté qué era eso, qué significaba”, recuerda Julieta. Así que lo googleó rápidamente y vio que se trataba de una publicación de la prestigiosa revista Nature. “Era mi primera vez, y nunca había estado cerca de un ambiente de publicación, entonces era como, bueno, si ellas dicen que es un Scientific Reports, lo mandamos a Scientific Reports. Pero claro, de ahí a que lo acepten era otra cosa. Yo confié mucho en Ana y Bettina, pero estaba nerviosa”, dice emocionada Julieta.
“Pocas veces nos ha pasado esto de decir que vamos a apuntar a una publicación y saliera allí. Más allá de eso, la revisión fue ardua y difícil”, cuenta Bettina. Tuvieron tres rondas de revisión, así que el artículo fue y vino con correcciones cuatro veces.
“Siempre pasa cuando recibís una revisión de un paper que primero te recontraenojás, te decís que no entendieron nada, te frustrás, te decís que te están haciendo todas esas observaciones porque sos de Uruguay... pero después cuando te calmás y empezás a mirar y lees bien el trabajo, te das cuenta que son cosas que de verdad no se entendían, de verdad faltaban, que de verdad lo que te están diciendo va a mejorar el artículo. Fue una revisión exhaustiva pero fue un proceso súper lindo”, confiesa satisfecha Bettina.
“Eso es algo también que fui aprendiendo hasta ayer, más o menos, que le mandé la última versión de mi tesis a Bettina. Una le manda un escrito de cinco hojas y lo recibe con mil comentarios, y ella te dice que le encantó cómo viene. Una va aprendiendo a procesar eso, ve el archivo lleno de comentarios, ella que te dice que le encantó... al principio una como que no entiende nada, si le gustó por qué tantos comentarios. Ahora lo vivo como parte del proceso, ir mandando y esperando que cada vez tenga menos comentarios e ir aprendiendo en cada paso”, cuenta Julieta.