“Yo soy como la abeja, libre vuelo, y en pos de otro cariño mi alma va”, decía el tango “Dicha pasada” que, entre otros, cantaron Carlos Gardel o Julio Sosa. Claro, el siglo XX aún no llegaba a su mitad y había muchos otros problemas antes que pensar que, tal vez, las abejas y otros polinizadores en el futuro cercano no andarían tan campechanos por el mundo. Sin embargo, acá estamos, en la segunda década del siglo XXI, enfrentando, además de múltiples problemáticas sociales -como la desigualdad, las guerras y la opresión-, otras de corte ambiental y hasta planetario, como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Y entre todas las formas de vida amenazadas por la manera en que los humanos vivimos en el planeta, las abejas en particular, y los polinizadores en general, no la están pasando nada bien.
Tan mal andan las abejas en el mundo en que vivimos que hoy un tanguero que quisiera actualizar la letra de “Dicha pasada” debería buscar una metáfora más ajustada a la realidad, tal vez algo del tipo: “Yo soy como la multinacional tecnológica, libre vuelo, y en pos de otro cariño mi alma va”. Porque desde hace décadas se viene reportando, principalmente desde el hemisferio norte, datos inquietantes sobre la pérdida de colmenas de la abeja Apis mellifera, esa especie que hemos semidomesticado hace miles de años y que hoy es con la que se produce miel en casi todas partes del globo.
Enfrentados a una disminución de la diversidad de plantas de las que alimentarse, cambios del uso del suelo, la abundancia de agrotóxicos y de otros productos contaminantes, la ciencia viene mostrando que los polinizadores no la están pasando bien. Entre los polinizadores, las abejas melíferas al menos tienen quienes las defiendan, ya que, a diferencia de una mariposa, una mosquita u otros insectos y animales a los que se les presta poca atención, entraron en el juego de la maquinaria productiva. Por tanto, hay múltiples esfuerzos por conocer cómo les va.
De esta manera, desde 2007, en Estados Unidos, la Bee Informed Partnership (BIP), algo así como el Consorcio Apiaro Informado, lleva adelante encuestas nacionales anuales para reportar los porcentajes de pérdidas de colmenas. En Europa, a su vez, la asociación COLOSS (Prevention of Honey Bee Colony Losses, algo así como Prevención de la Pérdida de Colmenas de Abejas Melíferas) se ocupa de hacer lo propio en países de la Comunidad Europea. Para la ciencia poder medir y cuantificar los fenómenos es parte esencial del camino que lleva a comprenderlos y, de ser posible, intervenir en ellos en la dirección deseada.
Claro que aquí en Sudamérica nuestras investigadoras e investigadores vienen siguiendo el tema con atención. No pocos países comenzaron a cuantificar el problema. De hecho, en Uruguay se registra la pérdida de colmenas desde 2013. Aun así, el panorama de América Latina no estaba claro, entre otras cosas, porque para poder sumar lo reportado en cada país, y posteriormente poder comparar los resultados con los de otras regiones, se hacía necesario estandarizar la forma de recopilar los datos.
La publicación en mayo del artículo Primer estudio a gran escala revela importantes pérdidas de colmenas productivas de abejas melíferas y de abejas sin aguijón en América Latina, entonces, nos llena de orgullo y merece varios aplausos. Vaya el primero por lo que se desprende ya del título: se trata de los primeros datos estandarizados reportados para nuestra región (corresponden a los años 2016-2018). El segundo aplauso es, si se quiere, un poco chovinista: el primer movimiento que posibilitó esto de medir de la misma forma la pérdida de colmenas en varios países de América Latina se dio aquí en Uruguay. Fue en 2016 cuando distintos grupos de investigación se reunieron en Colonia, en el predio de La Estanzuela, del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), y crearon Solatina, la Sociedad Latinoamericana de Investigación en Abejas.
Hay un tercer aplauso que la publicación se merece: lo que encontraron refuerza la idea de que para medir las pérdidas de colmenas de abejas y otros polinizadores no alcanza con registrar lo que sucede en el invierno, tal como hacen en Europa. Y encima un cuarto: no sólo replicaron lo hecho en otras partes, sino que, por primera vez, se midió a escala continental la pérdida de otros polinizadores productores de miel. Aun así, no todo son razones para aplaudir.
El artículo, que pone números a la situación latinoamericana, fue publicado en la prestigiosa Scientific reports del grupo Nature y está firmado por 59 investigadoras e investigadores de Solatina de Argentina, Colombia, Chile, Brasil, México, Panamá, Puerto Rico, Perú, Cuba y Bolivia, entre los que están por Uruguay Daniela Arredondo, Loreley Castelli y Karina Antúnez, del Laboratorio de Microbiología y Salud de las Abejas del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), Belén Branchiccela y Yamandú Mendoza, de la Sección Apicultura del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), y de la Universidad de la República Enrique Nogueira, de la Unidad Académica de Animales de Granja de la Facultad de Veterinaria, Carmen Rossini, del Laboratorio de Ecología Química de la Facultad de Química y Estela Santos, de la Facultad de Ciencias. Y los números que arroja no son para celebrar demasiado.
Como bien dicen, su estudio “revela una situación alarmante para las abejas melíferas y las abejas nativas sin aguijón en la región”. Así que para hablar más de todo esto, salimos zumbando hacia el IIBCE para conversar una vez más con Karina Antúnez, una de las promotoras de la fundación de Solatina que lleva décadas estudiando a estas criaturitas.
Una innovación promovida desde Uruguay con mirada regional
Tal vez los años me están poniendo cascarrabias. Pero la primera pregunta que le hago a Karina es por qué el trabajo sobre el estado de las abejas en América Latina tiene por primer autor a Fabrice Requier, cuya filiación es la francesa Universidad París-Sacalay. La respuesta es una muestra más de que las publicaciones científicas muchas veces no pueden contar todo lo rico que es el trabajo científico.
“Fabrice se incorporó a Solatina desde el momento uno. Con él, ya en 2016, pensamos y planeamos esto”, cuenta Karina. De hecho, agrega que si bien es francés y hoy está viviendo allá, vivió años en Argentina y que hasta se casó con una argentina. “Tiene el corazón latinoamericano”, asegura Karina, que cuenta que de no haberse complicado la situación en nuestro país hermano, probablemente Fabrice siguiera viviendo allí. Pero no todo se debe a su cercanía y gusto por Latinoamérica.
“Desde 2016, en el primer encuentro que dio lugar a la formación de Solatina, surgió esta idea de empezar a monitorear las pérdidas de colmenas en Latinoamérica. Fabrice Requier tiene un enorme dominio del análisis estadístico de este tipo de datos a gran escala, y lo que yo tengo es la voluntad de trabajar en conjunto y generar conocimiento”, señala Karina, explicando en gran medida por qué él encabeza la lista de autores y ella la cierra. Pero volvamos al chovinismo ya esbozado antes: Solatina es una invención local, y desde ella Karina y Fabrice empujaron, junto con colegas, esta tarea de relevar las pérdidas a nivel latinoamericano.
“Cuando realizamos ese encuentro en 2016, con Ciro Invernizzi, de la Facultad de Ciencias, y Yamandú Mendoza, del INIA, ya habíamos realizado el primer relevamiento de pérdida de colmenas en Uruguay. Fabrice, por su parte, había estado haciendo relevamientos locales en Argentina. Entonces lo primero que hicimos fue ver qué iniciativas había en Latinoamérica sobre el problema”, cuenta. “Si bien había algunas encuestas, todas utilizaban diferentes preguntas, la estadística y la forma de colectar la información era diferente y se hacían en diferentes momentos del año. Por tanto, si bien había algunas aproximaciones locales a la problemática, era muy difícil comparar entre países la información que había”, agrega Karina.
“Lo nuestro no fue una idea superoriginal, sino que nos propusimos hacer algo similar a lo que se venía haciendo en Estados Unidos y Europa desde 2005”, dice, como si uno fuera a dejar que minimice lo que realizaron. ¡Adaptar a la realidad local también es innovar! ¡Y juntar a investigadores de varios países para trabajar en problemáticas regionales siempre suma! Karina ve que no habrá chance de que tome esto como un simple hacer lo que hacen en otros lados. Menos aún cuando lo que vieron lleva a aconsejar a que los popes de la ciencia del hemisferio norte cambien la forma de realizar estos relevamientos. Pero eso viene más adelante.
“En los países del hemisferio norte se le estaba dando muchísima relevancia a esta problemática, pero en América Latina no porque se decía que acá no se perdían colmenas. Pero en realidad era que la pérdida no se estaba evaluando ni cuantificando”, dice entonces. Pero además, no sólo no se estaba midiendo adecuadamente, sino que había otro hecho que nublaba un poco la visión.
“La FAO lleva un conteo de las colmenas por país. Y si uno veía el número de colmenas por país latinoamericano, se mantenía estable. El asunto es que estas pérdidas de colonias no se ven si sólo te basás en el número de colmenas. Si rascás un poco más profundo, ves que en realidad se pierden”, comenta. “Lo que pasa es que los apicultores hacen un enorme esfuerzo por tratar de dividir las pocas colmenas que les quedan para mantener el número de colmenas. Pero esas colmenas divididas no son ni tan grandes, ni tan productivas, ni tan fuertes como las que tenían antes”, dice Karina. No lo dice, pero atraviesa el aire en toda la nota: estamos hablando aquí de abejas que mueren y de apicultores que hacen malabares para mantener su emprendimiento.
De hecho, ese enmascaramiento del fenómeno que se produce al ver sólo el total de colmenas no se da solamente en América Latina. “Pasa en todos lados, porque el apicultor tiene que sobrevivir. Y entre las cosas que hace para sobrevivir, divide las colmenas que le quedan en cada primavera para mantener su producción. Pero eso cada vez le lleva al apicultor a un mayor esfuerzo, tanto de trabajo como económico, y la actividad es cada vez menos redituable, es menos lo que gana”, señala.
“Digamos que hoy los apicultores son apicultores de corazón, porque aman las abejas y quieren mantener esta actividad, y no lo hacen tanto por el retorno económico que reciben por esto, más aún cuando el precio de la miel depende más del mercado internacional y no tanto del mercado local,”, apunta Karina. En el trabajo dicen que, entre los 20 principales países productores de miel para el mercado internacional, hay siete latinoamericanos, entre ellos, Uruguay. Resulta extraño: estamos en un país relevante para el mercado mundial de miel, pero para los que la producen acá no es un muy buen negocio.
“También sucede que los precios de la miel cambian año a año. Hay años en que el precio está fuerte y la miel se vende a más de tres dólares el kilo. Pero este año el precio está muy bajo, poco más de un dólar el kilo, por lo que hoy no resulta muy rentable. Aun así, Uruguay sigue produciendo mucha miel y tiene muchas colmenas, un poco con la esperanza de que la situación mejore a futuro”, dice. La mejora de los precios las deciden otros. Pero mejorar la salud de las abejas está más a nuestro alcance. Y para ello sirven los porcentajes obtenidos en este trabajo. Ya iremos a ellos.
Muestreando en Latinoamérica
“Nuestra idea era ver qué estaba pasando en Latinoamérica con la pérdida de colmenas para visibilizar la problemática, porque al principio se pensaba que era algo que sólo ocurría en los países del hemisferio norte. Hasta que empezamos a trabajar en el tema y vimos que no, que estaba pasando en todos los países de Latinoamérica también”, señala Karina.
Es que tanto Karina y su grupo, que trabaja en abejas en el IIBCE, como Estela Santos o Ciro Invernizzi, de la Facultad de Ciencias, realizan investigaciones junto con productores. Y en ese trabajo de investigar con apicultores, la pérdida de colmenas era un hecho que podían constatar de primera mano. Por otro lado, la presencia de apicultores en medios denunciando que perdieron colmenas tras fumigaciones es también una triste realidad que lleva a pensar que aquí, en nuestro continente, seguro habría productores perdiendo colmenas.
“Sí, la pérdida de colmenas es algo que ya veíamos, pero ahora queríamos cuantificarla, abordarla de forma estadística y estandarizada en todos los países, tener datos fiables, independientes de nuestra percepción o de las denuncias puntuales de un productor, para poder ponernos en el mapa y comparar qué nos estaba pasando con respecto a otros países en el mundo”, concuerda Karina.
Así que basándose en los cuestionarios del BIP de Estados Unidos y del Coloss de Europa, formularon una encuesta en español y en portugués para aplicar en apicultura y meliponicultura -miel obtenida de abejas nativas de América de la tribu Meliponini, a las que se denomina abejas sin aguijón o meliponas- en dos años consecutivos: de octubre de 2016 a octubre de 2017, y de octubre de 2017 a octubre de 2018 (las encuestas continúan hasta el día de hoy, pero en este trabajo reportan los resultados de estos dos primeros años).
El muestreo abarcó en los dos años a 1.736 apicultores y a 164 meliponicultores de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Panamá, Perú, Puerto Rico y Uruguay. En el trabajo entonces se propusieron abordar cuestiones que son reportadas en las iniciativas del hemisferio norte, como cuantificar la pérdida de colmenas durante el invierno o la relación entre la pérdida de colmenas y la cantidad de colmenas que tiene cada productor. Veamos los principales resultados.
Perdiendo abejas melíferas en Latinoamérica
En el trabajo reportan que, en toda la región, por año, “se perdieron, en promedio, 30,4% de las colmenas de abejas melíferas”. Siempre hablando de Apis mellifera, también informan que “la pérdida promedio anual de colmenas osciló entre 16,2% en México y 47,7% en Colombia”. La publicación, asimismo, aclara que “las pérdidas difirieron significativamente entre países y años tanto para los apicultores como para los meliponicultores”.
Y si bien en el caso de las abejas melíferas notaron que hubo más perdidas en el período 2016-2017, también señalan que consideran “que dos años de datos no son suficientes para inferir patrones temporales”.
Pues bien, ¿cómo nos dejan estos datos respecto de los países del norte? Bueno, para ello tenemos que analizar antes cuándo se mide en otras partes la pérdida de colmenas.
¿Pérdidas en invierno, en verano o anuales?
En el trabajo reportan la pérdida de colmenas en el período de verano, en el de invierno y también anual. Suena lógico. Pero para algunos no tanto. “Lo de medir las pérdidas en invierno y en verano dio lugar a mucha discusión”, confiesa Karina. “Porque tanto en Europa como en el resto del mundo se entiende que las pérdidas mayores de colmenas son las de invierno, porque es cuando no hay recursos, las abejas tienen que sobrevivir con lo que el apicultor les dejó de miel y no pueden ir a recolectar néctar ni polen para hacer más miel en ese momento. Entonces es normal que durante el invierno la colmena se debilite, pierda abejas y se achique. El tema es que en Europa comenzaron a reportar que las colmenas se achican y pierden más abejas de lo que se espera como normal”, contextualiza. Pero la encuesta de Solatina decidió ir un poco más allá.
“Si bien siempre se pensó que para las abejas el invierno era el peor momento del año, igualmente decidimos ver qué pasaba en verano, de manera de poder tener la cuantificación de pérdida anual de colmenas, que es la que más nos interesaba”, señala. Pero para comparar, había que jugar en una cancha que ya estaba marcada. “En Europa, como piensan y proponen que la mortalidad de invierno es la más importante, sólo monitorean la mortalidad en invierno. Entonces si nosotros queremos comparar la pérdida de colmenas latinoamericana con la europea, solamente podemos hacerlo si tenemos esa ventana de tiempo, esos seis meses”, dice.
“Estados Unidos, por otro lado, establece dos ventanas de tiempo, de abril a octubre y de octubre a abril, por lo que tienen datos de las tres mortalidades, la de verano, la de invierno y la anual”, cuenta. Pero si bien Estados Unidos tiene grandes variaciones climáticas, aquí la cosa resultó aún más difícil. “No en todas partes de Latinoamérica hay invierno. En Costa Rica y en otros países hay una estación lluviosa y otra seca. Así que en nuestro trabajo establecimos parámetros de tiempo como forma de comparar, pero fue realmente una discusión muy grande entre nosotros”, confiesa.
“Finalmente logramos ponernos de acuerdo en medir la pérdida de colmenas en los meses que vendrían a corresponder con el período de invierno, por más que en determinado país no hubiera invierno como tal, porque eso era necesario para poder comparar los datos de Latinoamérica con los de Europa, ya que ellos sólo miden la pérdida de colmenas invernal”.
“Comparamos los mismos períodos de tiempo. En 2016, con los datos de 2016 en Europa y Estados Unidos. Y lo mismo en 2017. Eso nos permitió ver una foto, en el mismo momento, que nos mostró cuántas colmenas se están perdiendo acá y allá”, apunta. Así que a eso vamos (aunque luego volveremos a los europeos y su forma de medir la pérdida de colmenas).
¿Perdemos más o menos colmenas que Estados Unidos y Europa?
En el trabajo reportan que la pérdida de colmenas de abejas melíferas en verano fue de 18,8%, mientras que en el invierno el porcentaje trepó a 20,6%. Con ese numerito entonces pudieron comparar lo que sucede en la región con los europeos y sus mediciones invernales.
Es así que sostienen que la pérdida de colmenas de abejas melíferas durante el invierno “en América Latina fue significativamente mayor que la de Europa (12,5%) y significativamente menor que la de Estados Unidos (40,4%) en esos mismos dos años, ubicando las pérdidas de América Latina entre estas dos regiones”. “Quedamos como a media tabla en esa comparación con lo reportado en el hemisferio norte”, comenta Karina.
Si tanto en Europa como en Estados Unidos el tema genera preocupación, bien haríamos en preocuparnos también en América Latina. Pero aún hay otro dato relevante. Si miramos las pérdidas anuales, pasamos de perder en promedio 21,3% de las colmenas de abejas melíferas a un más llamativo 30,4% que está más cercano de los altos índices de pérdida de Estados Unidos.
En el trabajo lo dicen claramente: las pérdidas superiores al 30% deben preocuparnos. “Los resultados son particularmente alarmantes en países como Colombia, Bolivia y Brasil, con registros de altas tasas de pérdida de colonias (más del 30% de pérdidas anuales) tanto para las abejas melíferas como para las abejas sin aguijón”. Si bien en el artículo no lo destacan, Uruguay debiera también estar “particularmente alarmado”: en estos dos años reportados, perdió en promedio 35,1% de sus colmenas, siendo la pérdida anual de 2016-2017 más grande que la de 2017-2018 (38,2% y 32%, respectivamente).
“En estos dos años Uruguay estuvo por encima del 30%. Pero también sé que hay otros años que está por debajo, entonces tenemos que ser precavidos y saber que hay una variabilidad en estos porcentajes de pérdidas que es la esperada para un sistema biológico en el que hay muchos factores que afectan”, apunta Karina. “Entonces más que hacer hincapié en que en estos dos años la pérdida de colmenas en Uruguay fue de 35%, y luego tener que explicar que no bajó si al año siguiente fue de 27%, prefiero decir que tenemos una pérdida de colmenas que varía año a año en el entorno del 30%”, dice para ahorrarse dolores de cabeza o que se piense que la cosa mejora o empeora debido a una variabilidad que es esperable.
Lo que dice suena lógico. Venimos de una sequía enorme, por ejemplo. Eso debe de haber afectado a las colmenas. O las posteriores inundaciones en varias zonas del país. “Por supuesto. Las inundaciones afectan, las sequías afectan, y entonces todo eso genera una variación anual. Por eso me gusta más hablar de que las pérdidas rondan el 30%. Algunos años un poquito más, algunos un poquito menos”, redondea.
Perdiendo abejas meliponas
“Una cosa extra que tiene esta encuesta, que no se hace ni en Europa ni Estados Unidos, es la estimación de las pérdidas de abejas meliponas, que son abejas nativas que hay en muchos países de Latinoamérica”, apunta Karina. En efecto, ese es un aporte de Solatina a la temática.
Como dice el trabajo, se estimaron las pérdidas de abejas meliponas de productores de Argentina (22 colmenas), Bolivia (12 colmenas), Brasil (82 colmenas), Colombia (24), México (6) y Perú (8). En Uruguay no se contabilizaron porque no es una práctica muy corriente (aunque, como veremos, también estamos dando algunos pasos en la meliponicultura).
Reportan entonces que, en el caso de las meliponas, “la pérdida anual de colmenas osciló entre 14,7% en Perú en 2016-2017 y 65,0% en Bolivia en 2016-2017”. También que el promedio de pérdida anual de meliponas para ambos años fue de 39,63%, un porcentaje aún más alto que el ya alarmante 30,4% de las abejas melíferas. Asimismo, la pérdida promedio de colmenas de abejas sin aguijón nativas para ambos años en todos los países en invierno fue de 39,8%, mientras que la de verano fue de 30,9%.
Así que el trabajo no sólo es valioso por ser el primero en estimar la pérdida de colmenas de abejas melíferas de forma estandarizada para América Latina, sino porque es el primer trabajo mundial en estimar la pérdida de abejas que producen miel pero no son la comercial Apis mellifera a escala continental. Y eso es relevante por dos razones.
Por un lado, porque lo que observan es que el fenómeno de pérdida de colmenas tiene una magnitud similar para ambas abejas: “Curiosamente, al combinar datos de apicultores por año y país y compararlos con datos combinados de meliponicultores de la misma manera, no encontramos diferencias entre las abejas sin aguijón y las abejas melíferas”, señalan. Por tanto, las mismas pérdidas de colmenas de abejas se está dando también en otras abejas nativas. Y de allí se desprende el otro gran avance que aporta este trabajo.
Ver que la pérdida de colmenas no sólo afecta a las abejas comerciales que producen miel nos muestra que esta mortandad podría estar también afectando a muchísimos otros polinizadores. “Sí, exactamente. Tanto en Estados Unidos como en Europa miden las pérdidas en Apis mellifera. Aquí fuimos un poco más lejos”, comenta Karina.
Por otro lado, en el trabajo se nos muestra que aquí en América ya veníamos haciendo miel con las meliponas desde mucho antes de que llegaran los europeos: “Los mayas de la Península de Yucatán, norte de Guatemala y Belice, entre otras culturas antiguas, utilizaron esta práctica hace más de 1.400 años”, sostienen.
“Sí, y es una tradición que se ha mantenido. Hoy muchas comunidades rurales viven de la producción de este tipo de miel”, acota Karina. “No es una práctica muy expandida en Uruguay, si bien hay algunos meliponicultores que están queriendo empezar la actividad en el norte y hay un meliponario en San José”, sostiene. ¿Meliponario en San José? Seguro detrás está Estela Santos, investigadora de la Facultad de Ciencias, coautora de este trabajo y apicultora maragata. “Así es. Estela hizo mucha fuerza para que se generara ese meliponario”, dice.
“Si bien no es una actividad muy conocida y muy desarrollada acá, sí lo es en otros países, sobre todo en México, donde muchas comunidades rurales viven, entre otras cosas, de la producción de este tipo de miel”, complementa Karina. “El ciclo de vida de estas abejas es diferente. Producen mucho menos miel, pero es muchísimo más cara, y como tiene muy buenas propiedades es como un elixir”.
Para colmo, esas abejas nos podrían ayudar a producir cervezas bajas en calorías, ya que, como vimos en otra nota, una levadura de la microbiota de las meliponas se está explorando para obtener esas cervezas.
Abriéndole los ojos a Europa desde el sur
Este tipo de trabajos que reportan las pérdidas de colmenas no explican qué está pasando, sino que más bien lo cuantifican. Aun así, llama un poco la atención que los europeos hagan énfasis en el invierno, algo más relacionado con lo climático, cuando si a uno lo apuran, pondría primero problemas ambientales para explicar el colapso de los polinizadores.
¿Cuándo pecoran más las abejas, cuándo están más expuestas a agroquímicos que sabemos que les hacen daño? Uno diría que cuando hay flores y pasan más tiempo volando de acá para allá. Si la causa son los agroquímicos, los cambios de uso del suelo u otro fenómeno ambiental, ¿por qué medir sólo lo que sucede en el invierno, que es cuando están más guardadas? Las respuestas en ciencia nunca son tan unidimensionales
“Los patógenos tienden a afectar más a las abejas durante el invierno. Por ejemplo el Varroa destructor es un ácaro que afecta a las abejas principalmente en invierno. Por ello, en otoño se aplica un tratamiento acaricida para dejar que la colmena pase el invierno sin ácaros. Pero a veces no se hace este tratamiento, o a veces se hace tarde, entonces la colmena tiene muchos ácaros y patógenos que tienden a manifestarse más en invierno y que son otra de las causas importantes de pérdida de colmenas”, explica Karina.
Perfecto. En invierno las abejas pasan por un momento de mayor susceptibilidad a los patógenos. Pero mirar qué pasa sólo en invierno es también privilegiar una causa que tiene que ver con ese encierro, o con algo climático, y no mirar otras cosas que pueden estar incidiendo. La propia forma de obtener los datos -ver cuántas colmenas se pierden en invierno- incide en el fenómeno observado.
“Hemos realizado actividades en conjunto entre Solatina y Coloss. Hicimos un workshop específico de monitoreo de pérdida de colmenas en el que comparamos la situación en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, y discutimos los resultados. Allí salió el tema de las pérdidas de colmenas en verano. Pero ellos no lo quieren incorporar a sus encuestas y siguen sólo registrando la pérdida durante el invierno”, cuenta Karina.
Qué forma extraña de analizar un fenómeno, dice uno luego de leer cómo se hicieron las cosas aquí en Latinoamérica. Alcanza con ver que en estos dos años de muestreo Argentina tuvo mayores pérdidas de colmenas en verano (22,1% en 2016-2017 y 13,8% en 2017-2018) que en invierno (20,9% en 2016-2017 y 11,9% en 2017-2018), Brasil en verano de 2016-2017 perdió 27% de las colmenas, mientras que en el invierno de ese año sólo perdió 23,2%, y en Chile en el verano de 2016-2017 se perdieron más colmenas que en invierno del mismo año (28,7% contra 21%).
Para colmo, eso no se registró sólo aquí: “Se observaron resultados similares en Estados Unidos, donde las pérdidas en verano alcanzaron o incluso superaron las pérdidas en invierno”, dice el artículo, que suma además el caso de Sudáfrica, donde en verano se perdieron hasta 46% de las colmenas. Es como que Europa se estuviera perdiendo parte de la película.
“Creemos que sí. De hecho, uno de los planteos de nuestro paper es la importancia de que las pérdidas se monitoreen todo el año. Es algo que ya habíamos visto en Uruguay en aquel primer relevamiento de pérdidas de colmenas realizado en 2013”, complementa Karina.
“Por ello una de las conclusiones del estudio es que si se monitorea solamente un período te estás perdiendo la otra parte. A nosotros, más aún con estos datos que ahora publicamos y que muestran un panorama más amplio y comparable, nos parece importante que se contabilicen las pérdidas anuales”, sostiene.
La ciencia latinoamericana entonces no sólo se pone al día al ver la pérdida de colmenas de abejas melíferas a escala regional con una metodología estandarizada y que permite comparar con otras regiones, sino que además hace dos grandes aportes. Por un lado, se suma a la evidencia ya reportada en Estados Unidos de que hay que registrar las pérdidas también en verano, o tomar como indicador más objetivo la pérdida anual, ayudando a hacerle un dos a uno a los tozudos europeos. Por otro, es la primera vez que se mide la pérdida de otro tipo de abejas que hacen miel, en ese caso, las meliponas, en toda una región. Así que una vez más, la ciencia del sur tiene motivos para sentirse y hacernos sentir orgullosos y orgullosas.
Artículo: First large-scale study reveals important losses of managed honey bee and stingless bee colonies in Latin America
Publicación: Scientific reports (mayo de 2024)
Autores: Fabrice Requier, Malena Leyton, Carolina Morales, Lucas Garibaldi, Agostina Giacobino, Martín Porrini, Juan Rosso, Rodrigo Velarde, Andrea Aignasse, Patricia Aldea, Mariana Allasino, Daniela Arredondo, Carina Audisio, Natalia Bulacio, Marina Basualdo, Belén Branchiccela, Rafael Calderón, Loreley Castelli, Dayson Castilhos, Francisca Contreras, Adriana Correa, Fabiana Oliveira, Diego Silva, Grecia de Groot, Andrés Delgado, Hermógenes Fernández, Breno Freitas, Alberto Galindo, Nancy García, Paula Garrido, Tugrul Giray, Lionel Segui, Lucas Landi, Daniel Malusá, Silvia Martínez, Pablo Moja, Ana Molineri, Pablo Müller, Enrique Nogueira, Adriana Pacini, María Palacio, Guiomar Parra, Alejandro Parra, Kátia Peres, Eleazar Pérez, Carmen Soares, Francisco Reynaldi, Anais Rodríguez, Carmen Rossini, Milton Sánchez, Estela Santos, Alejandra Scannapieco, Yamandú Mendoza, José Tapia, Andrés Vargas, Blandina Felipe, Lorena Vieli, Carlos Yadró y Karina Antúnez.