Cada vez que un cadáver aparece en las costas de La Paloma, Rocha, un equipo de investigadores se encarga de leer las pistas presentes en el cuerpo para entender cómo y por qué llegó hasta allí. Dicho así parece la sinopsis de un CSI La Paloma. O, para titularlo de forma más criolla, una versión rochense de Juntacadáveres, que es la forma en la que los propios investigadores se refieren a sí mismos en broma.
La diferencia principal con CSI es que este equipo no analiza cadáveres humanos ni busca resolver crímenes. Su interés está centrado en los peces y otros organismos marinos que aparecen muertos con frecuencia en La Paloma, donde está su sede, así como en otras playas del país.
El Laboratorio de la Unidad de Gestión Pesquera Atlántica de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) en La Paloma no tiene en realidad como objetivo principal dedicarse a resolver misterios de apariciones de cuerpos en las playas, pero su curiosidad los ha llevado por una línea de investigación que en los últimos años viene ampliando el conocimiento que tenemos sobre los animales que habitan nuestras aguas y, principalmente, sobre el cambio que parece estar produciéndose en ellas.
Gracias a ellos supimos de la llegada a Uruguay del corocoro (Orthopristis ruber), una especie abundante en aguas tropicales y subtropicales de Brasil que supuestamente no debía andar por aquí. O del camarón Farfantepenaeus brasiliensis, especie de interés comercial que parece estar expandiéndose hacia el sur. O del pez malacho (Elops smithi), que se ha establecido por aquí en los últimos tiempos, según muestra la investigación que el equipo está haciendo junto a colegas de Facultad de Ciencias. O de muchísimas otras especies que vienen monitoreando y que están apareciendo por primera vez o con mucha más frecuencia en estas latitudes, síntoma de los cambios que el calentamiento de los océanos está produciendo en la biodiversidad marina de la región.
No están solos. Miles de uruguayos pasean por las orillas del mar todos los días, ya sea por placer, por deporte o por motivos laborales. Por suerte, cada vez son más los que prestan atención a los hallazgos que el mar arroja a veces a la arena. Fruto de esta unión entre la investigación científica y el aporte ciudadano, potenciado por las posibilidades que brinda la tecnología, llega un reporte inesperado para la ictiofauna de Uruguay, quizá el más espectacular hasta ahora de los realizados por el Laboratorio de la Dinara en La Paloma debido al carisma y el colorido de la especie en cuestión.
Un poco de pez francés
Curiosear por la playa y observar con atención puede tener repercusiones impensadas, como demuestra esta historia. En 2017, el pescador artesanal Jorge Luis Bentancor caminaba por la costa de Playa Hermosa, en Maldonado, cuando vio un pez extraño varado en la arena. Le sacó una foto y la envió a algunos conocidos en busca de más datos.
La imagen llegó al teléfono de Fabrizio Scarabino, investigador y docente del Centro Universitario Regional Este de Rocha. Aunque el pez estaba descompuesto y muy seco, Fabrizio se dio cuenta al observar algunas de sus características que se trataba de un pez ángel francés (Pomacanthus paru), una especie emblemática de aguas tropicales y subtropicales, cuyo punto más austral de distribución está a más de mil kilómetros de aguas uruguayas.
Entra en escena entonces el equipo CSI (División Peces). Fabrizio, que en aquel entonces trabajaba en el Laboratorio de la Dinara de Rocha, compartió la foto con el resto del equipo, más precisamente con los biólogos Martín Laporta, Graciela Fabiano y Santiago Silveira. Cuando Martín buscó fotos de ejemplares vivos de la especie, le vino enseguida a la mente Dory, el pez de Buscando a Nemo. No se trataba exactamente de la misma especie, como él mismo aclara, pero su colorido y aspecto llamativos le hicieron recordar el tipo de peces tropicales que aparecen en la película y que difícilmente asociaríamos con nuestro país.
Lograron que el pescador recogiera el ejemplar y se los guardara, pero el pez ángel francés les deparaba aún unas cuantas sorpresas. Para volver el asunto más digno todavía de una serie de suspenso, ese mismo día les llegó la noticia de la aparición de otros dos cadáveres de la misma especie a 200 kilómetros de distancia del primero, en Cabo Polonio. Recibieron la foto de uno de los ejemplares y les contaron que el otro se lo había comido alguien, un giro argumental con el que ni los guionistas de CSI se atreverían.
¡Me matan Limón!
“Es verdad que somos un poco buscadores de cadáveres de peces, una especie de investigadores que intentan entender por qué salen esas especies, dar con la fuente de los registros y, si es posible, con el ejemplar mismo. En este caso, al principio se nos ocurrió hacer una nota breve dando cuenta de estos registros”, cuenta Martín desde La Paloma, acompañado por Santiago y Graciela.
Con los dos individuos varados en Polonio, sin embargo, no tuvieron suerte. Sus pesquisas detectivescas quedaron en la nada y el tema se fue postergando. O eso pensaban. Un año después, a Martín le enviaron desde el Polonio la foto de un tiburón gatuzo marcado, especie de la que la Dinara hace un seguimiento. En la misma foto, como un personaje secundario que se cuela en el cuadro o como la pista cuya relevancia sólo un detective nota en una imagen casual, había también un pez ángel francés.
Resultó ser el ejemplar desecado de uno de aquellos dos peces aparecidos en el Polonio, hallazgo que les permitió a su vez rastrear a las personas que se habían comido al otro y obtener más datos de los dos registros.
Envalentonados por esta serie de búsquedas y casualidades, se metieron en una pesquisa que arrojó más resultados de los que esperaban al comienzo, como quedó claro en un reciente artículo que reporta los primeros registros de Pomacanthus paru en Uruguay y que lleva la firma de Martín Laporta, Graciela Fabiano y Santiago Silveira, por la sede de la Dinara en La Paloma, Gastón Manta, por del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y Física de los Océanos de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Nicolás Vidal, por el Laboratorio de Zoología y Vertebrados de la Facultad de Ciencias, y Nazarena Berretta, por el Núcleo Interdisciplinario para Estudios de la Pesca en Uruguay de la Udelar.
Un ángel para tu soledad
El pez ángel francés parecía estar realmente desubicado en Uruguay. Como bien indica el trabajo, su área de distribución reportada va de las aguas tropicales de Florida (Estados Unidos) hasta el sur de Brasil, aunque un ejemplar aislado apareció en el Río de la Plata en 2013, asociado a una llegada puntual de aguas cálidas a la región.
“Es una especie costera que vive en arrecifes rocosos o de coral, que suele aparecer en parejas y que también está asociada a pisos de fango arenoso con algún sustrato duro en el fondo”, explica Martín. Es un pez bastante popular en acuarios y peceras, fama que se entiende al ver su espectacular y colorido aspecto. Suelen desarrollar sociedades simbióticas con peces más grandes, “clientes” a los que limpian los parásitos a cambio de protección (característica que Pixar desperdició, porque habría justificado al menos un pequeño papel en Buscando a Nemo).
“Cuando aparecen estas especies que no están registradas para Uruguay o de las que hay muy pocos datos, en general lo primero que hacemos es revisar bibliografía y ver qué distribución tienen, en qué ambientes viven, etcétera”, aclara Martín. En eso estaban cuando Nazarena Berretta, coautora del trabajo, encontró un cuarto ejemplar en la playa de Los Botes, en La Paloma.
Un patrón comenzaba a delinearse detrás de todos los hallazgos. “Íbamos observando que siempre aparecían en invierno y luego de temporales, lo que nos llevaba a preguntarnos qué estaba pasando”, cuentan Martín, Graciela y Santiago.
En el invierno de 2022 los investigadores se enteraron de la aparición de otros dos individuos en circunstancias parecidas, uno en Playa Grande y otro en Isla de Flores (los dos el mismo día, para seguir con las casualidades). Un año después, entre junio y julio, dieron con otros dos ejemplares de pez ángel francés en Lagomar y en José Ignacio.
La especie parecía empecinada en aportar evidencias al trabajo, porque incluso después de escrito el artículo, cuando ya estaba aceptado para su publicación, se produjo un noveno reporte en mayo de 2024 en Monte Hermosos (Provincia de Buenos Aires), bastante más al sur de lo que venían registrando para la especie hasta el momento (reporte que finalmente no pudieron usar).
En total, el equipo recolectó ocho reportes confirmados de esta especie nunca antes registrada en nuestro país y pudo obtener los especímenes de la mitad de ellos, que aportaron datos valiosos y fueron ingresados a las colecciones del Museo Nacional de Historia Natural y la Facultad de Ciencias.
Sumado a esto tenían el reporte del buzo Daniel Chañ, que en el verano previo al primer varamiento observó dos ejemplares vivos de esta especie nadando en una cueva en La Paloma. Con todas estas evidencias, quedaba claro que la aparición del pez ángel francés en nuestras aguas no era simplemente una casualidad, pero había más de un enigma por responder.
“En el límite sur de su distribución, donde se alimenta y reside todo el año, esta especie tiene una temperatura media de 18 °C, con rangos que llegan hasta los 24 °. Su óptimo de temperatura está entre los 23 y 28 °C. ¿Qué está haciendo acá con aguas a 15 °C? No debería”, reflexiona Martín. Para responder estas preguntas, llegaba la hora de hacer hablar a los datos.
Tarea fina
Tras corroborar que efectivamente los ejemplares reportados pertenecían a la especie Pomacanthus paru (hay otra especie del mismo género, Pomacanthus arcuatus, en el Atlántico Suroccidental), el equipo de investigadores hizo varios estudios.
Por un lado, analizó el contenido estomacal e intestinal de los dos ejemplares más frescos, con el objetivo de estudiar la dieta de estos peces en nuestras aguas.
Por el otro, apuntó al contexto ambiental. Usando información satelital para la región y también series de datos propias (desde 1996 la Dinara monitorea diariamente la temperatura y salinidad en la costa), pudieron estudiar cuáles eran las condiciones del agua en los veranos previos a los varamientos de estos animales y también en los inviernos de los últimos 25 años. Además, obtuvieron información sobre la ocurrencia de ciclones extratropicales en la región durante los años en que se produjeron los registros.
Ya sólo con el análisis del contenido estomacal, el trabajo logró algo valioso al ampliar lo que se sabía de la especie. Hasta ahora, la bibliografía indicaba que el pez ángel francés come algas, esponjas y ectoparásitos. En uno de los dos ejemplares encontrados en Uruguay, sin embargo, los investigadores hallaron restos de crustáceos y moluscos.
“Pudimos comprobar que esta especie estaba acá, que todavía estaba comiendo, y que además amplió su dieta. No sabemos si comió eso por desesperación o por hábito, pero lo cierto es que lo hizo”, comenta Graciela.
Los resultados más significativos llegaron con el análisis de las condiciones ambientales, que respaldaron el patrón que los investigadores venían observando tanto en esta especie como en otras de distribuciones similares.
“Vimos que todos los registros de varamientos se dieron con la temperatura superficial del mar entre los 11,5 °C y los 15,5 °C, debajo del óptimo para esta especie (15 °C parece ser lo mínimo que tolera). La mayoría ocurrieron pocos días después de ciclones extratropicales, cuando hubo un cambio abrupto tanto en la temperatura superficial del mar como en la salinidad, o después de que se produjeran olas de frío polar atmosféricas que influyeron en las temperaturas del mar”, señala Martín. De estos datos parece quedar claro que estas condiciones son extremas para el pez ángel francés. ¿Pero entonces por qué está acá?
Estás frito, angelito
El trabajo deja claro que la presencia de la especie no es un evento aislado, ya que ha aparecido recurrentemente en diferentes años y lugares de la costa uruguaya.
“Los ejemplares de Pomacanthus paru podrían haber llegado a aguas uruguayas durante los meses de verano, cuando la temperatura superficial del mar es mayor que en otras estaciones”, agrega el trabajo. Además, el análisis del agua en los veranos anteriores a los varamientos muestra que hubo valores de temperaturas por encima de la media, lo que podría haber colaborado en su llegada a estas latitudes.
“Encontramos que en todos esos años previos a los registros de invierno de esta especie tuvimos veranos y otoños con una marcada anomalía positiva de la temperatura superficial del mar, y sostenida durante tres o cuatro meses”, aclara Martín.
Aún así, la travesía del pez ángel para llegar a Uruguay sigue siendo bastante intrigante. “¿Por qué una especie que tiene su límite de distribución 1.200 kilómetros al norte, en la isla de Arboredo, en Santa Catarina, aparece viva en Uruguay —según testimonios— y muerta en invierno? No llegó con la corriente de Nemo. Estuvo durante un cierto tiempo, tuvo que sobrevivir. Y no es una especie con características migratorias. Vaya uno a saber cómo fue arribando, si pasando de arrecife en arrecife, o de parche de roca en roca”, comentan los investigadores.
Si esto fuera efectivamente una película de Pixar, el nudo dramático sería la trampa que el sostenido aumento de la temperatura superficial del mar, seguida de eventos muy fríos, representa para la especie en esta región. Y lo significativo, tal cual indica el artículo, es que esto no está ocurriendo solo con el pez ángel francés. El laboratorio de la Dinara de La Paloma viene recogiendo suficientes evidencias como para sospechar que estas apariciones son un síntoma de cambios más grandes en el planeta y en esta zona, especialmente.
Superlógico
“Entre 2004 y 2022, 32 especies de peces de distribución tropical y subtropical fueron registradas en Uruguay, diez de ellas entre 2014 y 2022. Todos estos reportes y el incremento de la ocurrencia de especies tropicales y subtropicales en la costa atlántica uruguaya y el norte de Argentina pueden estar asociados a una mayor influencia de la Corriente de Brasil en la plataforma continental, con aguas más cálidas como resultado del calentamiento global de los océanos por el cambio climático”, argumenta el trabajo.
El mundo está cambiando y en Uruguay tenemos una posición en primera fila para observar algunas de las evidencias. Frente a nuestras costas se encuentra uno de los “puntos calientes” del planeta, donde el aumento de la temperatura del mar es mayor que el promedio del aumento de la temperatura en los mares a nivel global.
Martín, Graciela y Santiago son cautelosos a la hora de hablar de una “tropicalización” de la fauna, pero no pueden ignorar el patrón que muestran sus estudios y los datos que vienen recogiendo en las últimas décadas.
“Nosotros hace tiempo que buscamos relaciones entre las especies que investigamos y las variables ambientales asociadas a su presencia y su abundancia. Y hay un patrón de ocurrencia de especies raras en nuestras aguas. Y la bibliografía es clara en que hay un aumento de frecuencia e intensidad de períodos cálidos que está produciendo un cambio”, dice Santiago.
Las extensas series temporales de datos tomados y analizados por el laboratorio de la Dinara de La Paloma, junto a los colegas del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y Física de los Océanos de la Facultad de Ciencias, lo respaldan. Por ejemplo, en 25 años se produjo un aumento de un grado en la media de la temperatura superficial del agua.
“Cada vez que aparece una especie de este tipo hacemos de detectives para intentar ver qué ocurrió, y cuando tantas de esas investigaciones te llevan al mismo origen, empezás a pensar que es verdad lo que está ocurriendo con el cambio climático y su influencia en el cambio de distribución de algunas especies”, agrega Santiago.
Los integrantes del equipo están trabajando justamente en eso con los datos que han recabado de muchas especies, con cuidado de evitar sesgos. “Es importante separar esta variabilidad en la distribución de las especies con la variabilidad oceanográfica que puede ocurrir en grandes ciclos y que explica a veces rangos muy amplios de distribución para algunas especies”, dice Graciela. En otras palabras, deben interpretar bien lo que ven para no confundir los efectos del calentamiento global con la variabilidad natural climática. “Pero la investigación científica está demostrando que hay una incidencia del cambio climático en esa variabilidad y nosotros lo estamos viendo con datos propios”, recalca Martín.
¿Se adaptará el pez ángel francés a los inviernos uruguayos y terminará siendo una especie residente, aunque nos parezca más propio de los arrecifes coralinos de los documentales? ¿Tendremos en el futuro próximo ejemplos parecidos, que nos muestren en forma tan llamativa los cambios que la acción humana está ejerciendo sobre el planeta y las especies?
Para contestar estas preguntas fascinantes, que nos dicen también mucho sobre nosotros y nuestro lugar en el mundo, necesitamos más investigación y también más participación ciudadana, como ocurrió en este trabajo.
“El rol de la gente en la construcción del conocimiento y lo que puede aportar al futuro es fundamental. O sea, no somos sólo cuatro o cinco investigadores observando lo que sale del mar. Hay muchas personas involucradas e interesadas, que hacen que pueda ampliarse la información disponible. Y eso es más importante aún en un país en el que el desarrollo de las ciencias marinas es complicado”, concluye Martín.
A veces, caminar por la playa y observar con atención lo que nos rodea nos puede llevar realmente a descubrir algún tesoro de aguas tropicales, como tantos fantaseábamos en la infancia. Hay que saber mirar y luego también interpretar.
Artículo: Occurrence of the subtropical fish Pomacanthus paru (Pomacanthidae, Acanthuriformes) in Uruguay, Southwestern Atlantic
Publicación: Pan-American Journal of Aquatic Sciences (agosto de 2024)
Autores: Martín Laporta, Graciela Fabiano, Santiago Silveira, Gastón Manta, Nicolás Vidal y Nazarena Berretta.