Desde el mundo adulto hay preocupación por la salud mental de nuestros y nuestras jóvenes. No es que la salud mental de los adultos ande mucho mejor, pero en Uruguay las tasas de suicidio en jóvenes lastiman. Sin llegar a ese extremo, investigaciones recientes han arrojado que los y las jóvenes de nuestro país puntúan altísimo en las escalas que miden el malestar psicológico, que en cierta medida mide la incidencia de la depresión y la ansiedad. Más allá de lo acentuado de la problemática en nuestro territorio, el fenómeno es de preocupación en todas partes. Según datos de la Organización Mundial de la Salud y de Unicef, en el mundo, uno de cada siete adolescentes padece algún trastorno de salud mental. Las tasas de prevalencia de ansiedad y depresión en jóvenes, entre otros problemas de salud mental, vienen en aumento tanto a nivel mundial como local.
Por otro lado, desde el mundo adulto también hay preocupación sobre cómo las redes, internet, los celulares, las aplicaciones y toda la tecnología impactan en las niñas, niños, adolescentes y jóvenes. El asunto ha llevado a medidas como las que adoptó Australia a fines de 2024 de prohibir que los menores de 16 años tengan cuentas en redes sociales, que desataron un debate internacional que también se vio reflejado en nuestras páginas, con posturas a favor de la prohibición y otras que bregaban por una mayor educación y acompañamiento para que los jóvenes aprovechen lo mejor de los entornos digitales.
Las dos preocupaciones, la de la salud mental en adolescentes y jóvenes y la de cómo las redes y la vida conectada 24/7 pueden incidir en su bienestar, están en el corazón de un fabuloso artículo de reciente publicación. Titulado algo así como Internet de alta velocidad y bienestar socioemocional en la adolescencia y la juventud, el trabajo lleva la firma de Elisa Failache y Martina Querejeta, del Instituto de Economía (Iecon) de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) de la Universidad de la República, y Karina Colombo, del Iecon y también del Instituto Universitario Europeo, ubicado en Florencia, Italia.
Mediante el análisis de datos sobre el despliegue de la fibra óptica entre 2013 y 2018 en centros urbanos de más de 5.000 habitantes de todo el país, y cruzando esa información con datos acerca de la salud mental de la Encuesta Nacional de Adolescencia y Juventud (ENAJ) de las ediciones 2013 y 2018, las tres investigadoras pudieron ver qué impacto tuvo en jóvenes de entre 15 y 24 años pasar a una internet de mayor velocidad y más ancho de banda, lo que permitió el acceso generalizado a videos, música, streaming y juegos en línea (más aún cuando la fibra óptica tendida por Antel implicó no sólo un aumento enorme de las velocidades de subida y bajada, sino un abaratamiento del megabyte y los planes, lo que permitió navegar más rápido por un costo menor o igual al que se obtenía con el más lento sistema por el cableado de cobre).
Lo que vieron estas tres investigadoras –una vez más aprovechando una particularidad de Uruguay que no se da en otras partes, esto es, el despliegue de fibra por una empresa estatal no con un criterio comercial, sino de abarcar a la mayor parte de la población– es maravilloso por varias razones. Para empezar, porque pone sobre la mesa datos valiosos acerca del acceso a internet (con sus redes, videojuegos y demás) y la salud mental de los jóvenes. Para seguir, porque lo que encuentran es que hay tanto efectos beneficiosos como contraproducentes, lo que implica dejar de lado visiones maniqueas o en blanco y negro. Y para terminar, porque los datos son un estupendo primer paso para diseñar políticas destinadas a cambiar la realidad que en este artículo científico quedan claramente estampadas en blanco sobre negro. Así que, más rápido de lo que baja un video de una hora con un plan de fibra óptica de Antel, nos vamos a la FCEA para conversar con Karina Colombo, Elisa Failache y Martina Querejeta.
Karina Colombo, Elisa Failache y Martina Querejeta.
Foto: Ernesto Ryan
Parándose en hombros de... ¡ellas mismas!
Generalmente, cuando escuchamos la palabra “economista” lo primero que se nos viene a la cabeza es un ministro o experto hablando de déficit fiscal, flotación del dólar, producto bruto interno y demás. Pero la disciplina aborda otro gran montón de temáticas. ¿Cómo es que Karina, Elisa y Martina terminaron metiéndose en esto de estudiar la relación entre la internet de alta velocidad y el bienestar de jóvenes y adolescentes?
“Por 2020, con Karina empezamos a armar la base de datos del despliegue de la fibra óptica para otro proyecto que buscaba ver efectos del despliegue en niños de 0 a 5 años”, arranca a contar Failache. “Eso implicó cierto desafío, porque la información del despliegue de la fibra a lo largo del tiempo no estaba detallada en la memoria institucional. Tuvimos que pasar a mano mapas del inicio de la fibra que estaban colgados en internet, mezclar eso con datos de Antel y del censo. Fue como armar un puzle que terminó en esta base de despliegue de la fibra”, dice, a su vez, Colombo.
“Después de tener los datos del despliegue ya hechos, pensamos qué otras cuestiones podía ser interesante mirar. En ese momento surgió una convocatoria del BID [Banco Interamericano de Desarrollo] para investigaciones en el Cono Sur sobre jóvenes y adolescentes”, retoma Elisa. En efecto, en 2022 el BID hizo un llamado a proyectos con la consigna “El motor del desarrollo del futuro: ¿qué desafíos enfrentan los jóvenes en el Cono Sur?”.
“Con ese llamado empezamos a pensar la idea de usar la base de datos de la fibra junto con la ENAJ, que por suerte estaba para los períodos en los que fue haciéndose su despliegue”, dice Elisa. “Tuvimos un poco de suerte, porque eso justo ya estaba relevado en el período en que el despliegue de la fibra había cambiado significativamente”, apunta Karina.
A lo que se refiere es a que la ENAJ se había realizado tanto en 2013 como en 2018, lo que les permitía tener un momento con un bajo despliegue de la fibra (para fines de 2012 había llegado a sólo 14% de los hogares con teléfono de línea fija) y otro en el que había alcanzado una gran cobertura (83%).
“Lo contrario de lo que dijo Karina sobre los datos de la fibra, que hubo que reconstruir toda esta memoria institucional, hacer un poco trabajo de hormiga y de data mining, lo que podríamos decir ‘picar piedra’, pasó con los datos de la ENAJ. Ya estaban y eran de calidad. Y además es una encuesta súper potente, porque es representativa de la juventud”, complementa Querejeta.
Así que, gracias en parte a que se pararon en su propio trabajo de sistematizar los datos del despliegue de la fibra, el BID les financió el proyecto. “También tuvimos el apoyo del INJU [Instituto Nacional de la Juventud], que fueron muy generosos en compartirnos la ENAJ y en explicarnos todo lo que necesitáramos. Además, luego de que habíamos obtenido los resultados, estuvieron muy abiertos a usar esto para pensar cosas a futuro. De hecho, ahora estamos trabajando con ellos y con Unicef pensando en algún tipo de intervención enfocada al uso problemático de redes en adolescentes”, señala Elisa.
¿Qué esperaban?
Los resultados que obtuvieron son muy interesantes, en el sentido de que hay de cal y de arena. ¿Pero cuáles eran sus hipótesis? ¿Cuál pensaban que iba a ser el efecto de este despliegue de un mayor ancho de banda y velocidad, con todo lo que eso posibilita en cuanto a compartir y ver imágenes, videos, streaming, videojuegos y demás?
“Lo que nos había incentivado en un principio fue ver el empeoramiento de los indicadores de salud mental en la ENAJ a lo largo del tiempo, justo cuando el acceso a internet había mejorado. Entonces, la pregunta que queríamos responder era si el acceso a internet de alta velocidad tenía algo que ver con eso”, señala Karina.
“Creo que siempre tuvimos la visión de que se podían obtener resultados ambiguos. Eso contrastaba un poco con el otro estudio previo que habíamos hecho con Elisa sobre primera infancia, donde la hipótesis era que los efectos serían, sobre todo, negativos. Al pasar a la adolescencia partíamos de una idea de que no fuera tan así, por lo que no nos sorprendió que hubiera algo positivo y algo negativo”, adelanta.
“En general la literatura ha encontrado sobre todo efectos negativos o se enfoca más sobre ellos. También hay diferencias en los estudios en función de en qué dimensiones o en qué ámbito suceden las cosas”, dice Elisa. “Yo igual, honestamente, no me esperaba encontrar este efecto objetivo”, confiesa entonces.
–¿No? –pregunta sorprendida Karina.
–No –le contesta Elisa, sorprendida con la sorpresa de su colega.
“No es que pensara que iba a ser todo negativo, pero no pensé que iba a ser tan clara la ambigüedad, que fue lo que nos terminó pasando”, amplía entonces Elisa.
Un arduo trabajo de análisis y una variable externa
En el artículo publicado se nota un trabajo complejo para ver cómo la variable de despliegue de la fibra óptica incidió en las dimensiones de salud mental abordadas por la encuesta. No es una tarea tan sencilla como tomar los resultados de la encuesta, tomar el mapa de despliegue, ver cómo se correlacionan las variables y listo.
“En el trabajo tratamos de eliminar todas las sospechas de que lo que vemos no es un tema de endogeneidad, de que los que se sienten más solos o están peor recurren más a internet, sino que hay realmente una relación de causa, de que el acceso a este tipo de internet de alta velocidad es una de las causas de estos síntomas de problemas de salud mental”, apunta Martina.
“En nuestro abordaje lo que más nos ayudó fue que en el despliegue de la fibra teníamos un factor externo a los hogares y a los jóvenes que iba generando un efecto por fuera de las decisiones que ellos toman en el día a día. Y a través de eso es que pudimos ver el efecto de internet”, agrega Karina.
De cierta manera, los lugares donde aún no se había colocado la fibra hacían de grupo de control. El despliegue barrial permitía una cierta homogeneidad socioeconómica. Si una manzana entre una encuesta y otra pasaba a tener fibra óptica, ese era el único cambio.
Despliegue de fibra óptica. Fuente: Colombo y Failache 2022
Adentrándose en aguas turbulentas
Antes de pasar a los resultados de su trabajo, les pregunto qué sienten, con la formación que tienen en ciencias económicas, al estarse metiendo con una dimensión como la del bienestar, y dentro de ella con la salud mental, y más aún con ese fenómeno tan complejo que son los adolescentes. ¿Les dan ganas de salir corriendo a intercambiar con gente de la Facultad de Psicología? ¿Están con las antenas paradas a lo que dice la literatura científica en esos tópicos?
“Nos sentimos doblemente impostoras”, dice entre risas Martina. “De hecho, ahora en la segunda parte del proyecto trabajamos en conjunto con gente de la Facultad de Psicología”, comenta Karina.
“Creo que los economistas se han metido en muchos terrenos de la vida en parte porque a veces hay cierta carencia de herramientas cuantitativas en otras disciplinas. Nosotros vamos absorbiendo todo lo que vemos que podamos aprovechar”, reflexiona Karina. “Creo que esta cosa de meternos en otras disciplinas también está un poco en línea con ver cómo tomamos decisiones, cuál es el costo de oportunidad, toda esa lógica que se usa mucho en economía en realidad es aplicable a muchos aspectos de la vida”, agrega.
“En la clase que doy de Introducción en la Metodología de Investigación tuvimos una discusión sobre la definición del bien interno de la economía, qué aporta la economía y qué se perdería si no hubiera economistas. Y se da ese debate de si el aporte de la herramienta econométrica para entender los problemas es o no un bien interno, más allá de que después lo combinamos con otras cosas. Ese es un tema que no está saldado”, aporta Elisa. “Más allá de que nos sentimos un poco impostoras, nosotras intentamos ser bastante cuidadosas. Buscamos leer lo que las otras disciplinas que estudian el tema más en profundidad dicen al respecto”, enfatiza.
Mi pregunta no iba hacia lo de si se sienten impostoras, sino que me interesaba más la otra parte: si se encuentran leyendo sobre bienestar de los adolescentes y la tecnología, si esto les provoca una curiosidad que expande la disciplina en la que se formaron.
“Sí, totalmente”, responde Elisa. “Cien por ciento. Mi interpretación de esto es que en realidad lo que hicimos es un primer paso, insisto, con una encuesta que ya estaba armada y en la que las preguntas son de referencia internacional. No fue que las inventó el INJU y se les ocurrió meterlas en la ENAJ. Son preguntas estandarizadas que tienen comparabilidad internacional. Nosotras nos apoyamos en eso para desarrollar este trabajo”, aclara Martina.
“Al principio nos metimos más tímidamente en el tema. Pero después sentimos que había una demanda de que alguien agarrara estas encuestas grandes y se pusiera a hacer estudios de este tipo. Como que enseguida encontramos muy buena receptividad, por ejemplo del BID y del INJU. Eso nos inspiró a seguir en este tema”, afirma Karina. Uno también agradece que se hayan metido con estas encuestas y esa cantidad enorme de datos. Nos enriquecemos todos.
“En este segundo proyecto sí vamos a armar preguntas para una encuesta y pensar en una intervención comportamental. Y va a tener una pata de Facultad de Psicología, con la profesora Andrea Gonella, porque obviamente excede lo que nosotras podamos aportar”, sostiene Karina.
También cuentan que, si bien no aparece en este artículo científico, también para el proyecto realizaron grupos focales con adolescentes y jóvenes en los que abordaron el tema desde una perspectiva más cualitativa. “Los grupos los armó y llevó adelante una socióloga, Valentina Torre, que no participó en la parte cuanti. Y si bien las dos partes los fuimos ejecutando separadamente, al final del día los resultados son súper convergentes en las dimensiones de lo positivo y lo negativo, y también en los grupos que se benefician menos de los aspectos positivos de internet. Entonces era como que todo cerraba, somos impostoras, pero de alguna manera le encontramos sustento a lo observado”, señala Martina. “Somos impostoras… pero robustas”, remata Karina.
Ahora sí, vayamos a los resultados.
Efectos en la salud mental de la fibra óptica: la soledad
En el período que analizaron, la fibra trastocó al 83% de los hogares y, por tanto, a esa proporción de la población de jóvenes y adolescentes que estudiaron. En el trabajo reportan cuánto afectaría la fibra óptica si el 100% de los hogares urbanos del país la tuviera instalada como en el porcentaje de 2018.
En la ENAJ la salud mental es abordada en cuatro dimensiones. “Se preguntó a las personas si en los últimos 12 meses se habían sentido (a) solas, (b) tan preocupadas que no podían dormir, o (c) asustadas. Las respuestas posibles eran: nunca, rara vez, a veces, a menudo o siempre. También se les preguntó si (d) se habían sentido tristes o desesperadas durante al menos dos semanas, hasta el punto de no poder llevar adelante sus actividades habituales. Las respuestas posibles eran sí o no”, describen en el artículo sobre las preguntas de la encuesta.
La primera sorpresa del trabajo llega con la primera de estas cuatro dimensiones. “Tener acceso a fibra óptica hasta el hogar en el barrio disminuye la probabilidad de sentirse solo siempre o muy a menudo durante el último año en nueve puntos porcentuales” o de 9%, reportan en el caso de pensar en un 100% de cobertura. Al ir al 83%, que fue la cobertura que había en 2018, ese impacto de la disminución de la soledad fue de 5%. Se trata, como dicen, de un “efecto grande”, ya que la media reportada para ese problema en 2013 fue 5%.
Efectos en la salud mental de la fibra óptica: la preocupación
En el sentimiento de soledad encontraron entonces un efecto positivo. En lo referente a sentirse asustado y desesperado en los últimos 12 meses o triste por más de dos semanas, en el trabajo reportan que no notaron cambios estadísticamente significativos (pese a haber una correlación positiva). En donde la fibra óptica con internet de alta velocidad sí generó impacto fue en la preocupación que experimentan adolescentes y jóvenes.
“Tener acceso a fibra óptica en el hogar aumenta en nueve puntos porcentuales la probabilidad de tener siempre o muy a menudo problemas para dormir por sentir preocupación, lo que indica un empeoramiento de este síntoma de mala salud mental”, reporta el trabajo en referencia al efecto que tendría la fibra si estuviera en todos los hogares. Dado que el impacto negativo en esta dimensión es de la misma magnitud que el positivo en la soledad, al reportar cuánto impactó la fibra realmente en 2018, cuando se había implementado en 83% de los hogares, hablan de un efecto estimado de 5%. Nuevamente, es un “efecto grande”, ya que la media reportada para ese problema en 2013 fue 4%.
Por tanto, en el artículo sostienen que sus resultados “apuntan a efectos mixtos de internet al reducir la incidencia del sentirse solo, pero aumenta la incidencia de sentirse preocupado” en la misma magnitud.
Atención: los efectos benignos no son parejos
En el trabajo reportan que “el efecto negativo de sentirse preocupado” se da en todos los grupos de jóvenes estudiados, incluso luego de haber realizado análisis “por género, edad, región de residencia y nivel educativo en el hogar”. Lo malo afecta a todos y todas por igual, pero lo bueno...
“Por el contrario, la reducción de la soledad se da mayormente entre los chicos en comparación con las chicas y entre los individuos con menor nivel educativo”, dicen en el artículo. También reportan que “los jóvenes que viven fuera de la capital se ven más afectados negativamente, mostrando también un aumento en la probabilidad de haber sentido miedo y tristeza”. Así las cosas, señalan que sus estimaciones “sobre los efectos del internet de alta velocidad en la salud mental sugieren que las adolescentes y las personas de fuera de la capital se ven ligeramente más afectadas, mientras que no hay diferencias significativas por edad”.
Al tener a las autoras enfrente, es imposible no hablar de estas diferencias encontradas. “No ahondamos mucho más en estos resultados porque no tenemos datos cuantitativos suficientes”, dice con toda lógica Karina. “Una a priori podría sospechar, por lo que se reporta en otros países, que los varones hacen un uso más intensivo de videojuegos y todo ese tipo de cosas que requieren internet de alta velocidad. La idea con el nuevo proyecto es investigar un poco justamente qué uso están haciendo los jóvenes en Uruguay”. También dice que si bien sospechaban que iba a haber efectos diferentes, “por qué los varones tienen este mejor impacto en sentirse solos no es algo que podamos explicar con los datos que trabajamos”.
“Podemos hipotetizar o pensar en base a lo que hemos venido leyendo sobre el tema. Por ejemplo, puede haber un efecto de los roles de género y de los vínculos sociales”, dice Elisa. “Por ejemplo, en la socialización, el acompañamiento, el conversar con otros en las mujeres está mucho más aceptado y entonces las tecnologías no representan un adicional. En los varones hay una cuestión de exteriorizar mucho menos los sentimientos, compartir menos con otros los problemas, entonces capaz que en esa configuración de roles de género, la tecnología o el poder estar en un contacto no directo en donde escriben pero no se ven les genera una mayor libertad para sentirse menos solos. Pero todo eso son más bien hipótesis en base a lo que dice la literatura”, agrega.
“En lo cuali, la parte de los grupos focales, los riesgos de la invasión de la privacidad o el potencial riesgo del acoso sexual en redes surgían como algo negativo que planteaban únicamente las mujeres. Esos temores o esa inhibición a compartir cuestiones para no sentirte invadidas en su privacidad puede llevar a que las adolescentes y jóvenes se beneficien menos de esta reducción de la soledad, de usar las redes para conocer gente nueva o ampliar sus redes de contacto”, aporta Martina. “Así y todo, los datos no nos permiten decir más de lo que decimos. Por eso decimos que esto fue como una primera piedra que despertó motivaciones y que ahora, en esta segunda etapa, la encuesta que hagamos capaz que nos permite decir alguna cuestión adicional en esto de las heterogeneidades”, agrega Martina.
Les pregunto por el efecto de esta reducción de la soledad en los niveles socioeconómicos más bajos. “Eso creo que sí fue más una sorpresa. Ahí no teníamos una hipótesis”, contesta Karina. “En el estudio que habíamos hecho sobre niños pequeños, nos había dado que los de nivel socioeconómico más alto eran los más afectados negativamente, precisamente por el costo de oportunidad de lo que dejan de hacer”, dice un poco contrariada. “Acá el efecto beneficioso en sentirse menos solo se dio sobre todo en los niveles educativos bajos. Puede ser que sean quienes, en ausencia de internet, tengan menos herramientas para ir a otros ámbitos, pero no es algo que salga de estos datos ni que hayamos puesto a prueba”, apunta.
El interior se pone a tiro
En los materiales suplementarios del trabajo hay datos interesantes sobre el uso de redes en ciudades del interior y la capital. Entre 2013 y 2018, en todas las redes había una diferencia marcada: se usaban más en la capital que en ciudades del interior. Pero en 2018 los porcentajes de uso se equiparan. Incluso en el caso de Snapchat había más uso en las ciudades del interior que en Montevideo. Hay allí un efecto democratizador o, al menos, homogeneizador. La llegada de la fibra óptica hizo que se diluyeran las diferencias.
“Hay algo bueno para contar sobre cómo fue el despliegue de la fibra óptica: que no se hubiera dado de la misma forma por una empresa privada que tuviera como único objetivo el lucro. De haber sido así, se hubiera desplegado sólo en las ciudades o barrios con mayores ingresos o donde había más poder adquisitivo. La colocación de la infraestructura tiene un costo significativo, pero como el objetivo fue llegar a la mayor cantidad de hogares, expandirlo por todo el territorio, eso es lo que se ve después en los datos”, comenta Karina.
“En términos del objetivo del gobierno en ese momento, que era generar inclusión digital y llegar a todos los hogares, es claro que la fibra cumplió. Y eso en un mundo en el cual, más allá de si hacen bien o hacen mal, las tecnologías van a estar ahí, que todo el mundo pueda acceder a la fibra creo que es algo súper importante y que hay que valorar positivamente. Eso aun cuando implica pensar en desafíos para tratar de gestionar los riesgos, que no son menores”, comenta Elisa.
“Creo que el esfuerzo que se hizo está un poco subestimado. Cuando una habla con un uruguayo cualquiera, no se logra valorar lo suficiente esta cuestión de que realmente hubo un esfuerzo de tener fibra a lo largo de todo el país, incluso en localidades chicas. Y eso se ve después en los datos, en la convergencia, tanto de lo bueno como de lo malo”, redondea Karina.
Consumo de sustancias
Hay otro efecto, también negativo, que ven en este despliegue de la fibra: implica un aumento del consumo de marihuana y de alcohol. “Se observa un aumento de 15 puntos porcentuales en la probabilidad autodeclarada de consumo mensual o diario de alcohol y de nueve puntos porcentuales en el de marihuana. Esto coincide con estudios previos que muestran que internet puede exponer a los jóvenes a contenido relacionado con sustancias de sus compañeros, así como a publicidad y contenido mediático que retrata el consumo de sustancias psicoactivas”, señala el trabajo. Los jóvenes y las jóvenes conocen, ven, imitan, prueban. ¿Pero la culpa es de internet o internet representa lo que está afuera, en la vida real?
“Un uso problemático de internet puede estar relacionado con los comportamientos adictivos, que es lo que veíamos también en la revisión de la literatura”, señala Karina. “Se habla de ese hábito, esa necesidad que producen las redes de estar pendiente todo el tiempo”, complementa Elisa. “Puede ser que el uso intensivo de internet disminuya la generación de esta habilidad de autocontrol en los chiquilines”, sostiene Karina. “O puede ser que este sentimiento de angustia o de preocupación que tienen quienes están más conectados sea lo que haga que consuman otras cosas buscando bajar su nivel de preocupación”, complejiza. “Y claro, también está la tercera pata, que es la imitación de comportamientos que ven en otros”, agrega al cóctel.
Martina llega para volver a poner orden: “En el trabajo abrimos todos los paraguas y planteamos las interpretaciones que otros trabajos le han dado a esto. Pero, insisto, los datos no nos permiten ir más allá que decir que hay un efecto positivo en esta dimensión”.
Aun así, el efecto en el consumo es mucho más moderado, ya que los porcentajes de jóvenes que consumieron alcohol relevados en 2012 ya son elevados, y algo similar sucede con la marihuana.
Consultan más
“También vemos en los números que estos jóvenes se acercan más al sistema de salud, por lo menos a nivel primario”, hace notar Karina. “Por más que no vemos un aumento de las consultas al psicólogo o al psiquiatra, sí vemos un aumento de las consultas médicas”, destaca.
“Encontramos un aumento de la probabilidad de tener una consulta médica de seis puntos porcentuales en el último año”, reportan en el trabajo. Así y todo, se trata de un “efecto moderado”, ya que la media de consultas en 2013 era de 86%.
“Podemos aprovechar el acercamiento de los jóvenes al nivel primario de atención para abordar estos temas. No necesariamente hay que esperar a llegar a la consulta del psicólogo o del psiquiatra por problemas de salud mental para valorar un potencial uso problemático de internet”, remarca Karina.
Les digo que tras mirar los datos de las consultas a médicos, que aumentaron en el período, la primera mutualista que ponga un Departamento de Higiene de Redes e Internet aprovecharía un nicho importante. Porque, ya veremos, todo se trata de estimular hábitos saludables.
¿Y entonces?
El trabajo publicado pone sobre la mesa datos valiosos sobre lo que está pasando. La idea no es salir a desinstalar la fibra óptica, ya que el mundo parece ir en otro sentido. Lo que sí podemos hacer es intervenir a la luz de lo que las investigadoras reportan. ¿Qué incentivamos? ¿Qué no? Y hay allí varias patas, está la de la educación, la del sistema de salud, la de la crianza y apoyo de madres y padres y la de la atención que hay que dedicar a los jóvenes. ¿Es el camino que emprende Australia, el de prohibir las redes a jóvenes, el ideal vistos estos resultados mixtos que observaron?
“Hay una respuesta que tengo, más allá de este tema puntual, que es que no podés ser negacionista. Internet existe, llegó a todo el territorio, llegó a toda la gente. Las redes sociales están. El tema es cómo convivís con eso y cómo generás, como con todas las dimensiones de la vida, hábitos saludables. Las redes son una dimensión más de nuestra vida cotidiana, no sólo de los jóvenes, también de los adultos y de cómo los adultos nos relacionamos con el resto de la gente”, reflexiona Martina.
“El tema es en qué medida desde la familia, desde la educación, desde todos los ámbitos, se generan esos hábitos saludables para aprovechar los beneficios que tienen. Porque eso sí es algo que vemos en este trabajo, hay una pata buena y una pata mala. Y eso nos interpela en cómo se pueden aprovechar al máximo los beneficios que tienen minimizando los riesgos que también tienen, cómo se diseñan intervenciones en los ámbitos educativos o en las propias familias, o en los sistemas de salud, para minimizar los riesgos y maximizar los beneficios que existen”, sigue Martina. “En la adolescencia es donde emergen la mayoría de los trastornos de salud. Pero, así como los primeros tres años de vida, la adolescencia también es una ventana de oportunidad clave para hacer intervenciones que tengan efectos duraderos”, redondea.
“Por otro lado, la mirada prohibicionista en general, pero en particular en esto de las redes e internet, implica dejar a adolescentes y jóvenes en una situación en la cual pasan muchas cosas que pueden ser peligrosas y que pueden producir angustia, en un marco de que están haciendo algo que en realidad no deberían estar haciendo”, agrega Elisa. “Entonces, en vez de poder conversar, discutir, preguntar o compartir con otros, los llevamos hacia ese lugar de que mejor no hacerlo por el reproche o la censura de que están haciendo algo que no deberían estar haciendo. Por ejemplo, que no puedan comentar que les llegó un mensaje de acoso cuando no deberían haber estado mirando el celular”, ejemplifica.
“Dejar a las redes del lado del tabú puede empujarlos a hacer como que esas cosas no pasan cuando pueden estar expuestos. Y eso puede ser muy riesgoso. Hay cosas con las que es más fácil lidiar, pero hay otras que realmente pueden ser preocupantes y angustiantes, como el caso del acoso y el abuso. Poner ahí la cuestión prohibicionista sobre la mesa creo que puede ser peligroso en ese sentido”, redondea Elisa.
“Otra cosa es dejar que usen o no el celular en la clase. Eso ya es un resorte del sistema educativo y de cómo lidian con la dinámica pedagógica de la clase. Pero sí lo que veíamos es que los jóvenes resaltan muchas cosas positivas, como el acceso a información, a vincularse con gente más lejos o de otro lugar, el ocio, el entretenimiento. Es innegable que esto ha traído cosas positivas, por lo que la idea de borrarlo de la faz del planeta es una visión un poco extrema, de ir hacia atrás y negar lo que hay”, dice a su vez Karina.
“Los jóvenes, si bien aprecian lo positivo, también tienen muchas ganas de contarte los desafíos que tienen. Hay que apoyarlos. Prohibir es lo más fácil, lo más difícil es apoyarlos para ver cómo usar la herramienta para los mejores fines. Intentemos acompañarlos”, convoca entonces Karina.
“En ese sentido, desde el INJU, trabajando en conjunto con la Administración Nacional de Educación Pública, el Ministerio de Salud Pública y Unicef, el programa Ni silencio ni tabú ha tratado de entrar a todos los centros educativos para poner el tema sobre la mesa y crear ámbitos de conversación y discusión de cuáles son los problemas que aquejan en términos de salud mental a los jóvenes. Este es otro tema más sobre el cual deberíamos incentivar para que los jóvenes hablen de cuáles son los desafíos que ellos sienten e intentar acompañar y tratar de generar hábitos saludables. Dedicar energías desde los adultos para ayudar a los jóvenes a navegar en este mundo”, remata Karina.
Claves de esta investigación
- La investigación se propuso estudiar “cómo la conectividad a internet de alta velocidad ha afectado el bienestar mental en la adolescencia y la juventud en un país latinoamericano utilizando medidas autoinformadas de salud mental”.
- Para ello recurrieron a datos sobre el despliegue de fibra óptica de Antel entre 2013 y 2018 en ciudades de 5.000 o más habitantes de todo el territorio. Dado que la política fue llevar la fibra a todos los hogares sin importar factores socioeconómicos, esta es una variable “externa” que cambió y atravesó a todos los jóvenes.
- Los datos sobre salud mental de jóvenes de entre 14 y 25 años se tomaron de la Encuesta Nacional de Adolescencia y Juventud realizada en 2013 (a dos años del comienzo de la instalación, cuando abarcaba a 30% de los hogares) y 2018 (cuando alcanzó al 83% de los hogares). Se midió si se sentían solos, preocupados, con miedo o tristes, y si habían recurrido al médico, psiquiatra o psicólogo. Se trata de una encuesta nacional y representativa. En 2013 abarcó a 2.217 jóvenes de entre 15 y 24 años y en 2018, a 2.371.
- Mediante análisis varios estudiaron cómo el despliegue de la fibra y su acceso a mayor velocidad de internet afectó la dimensión de la salud mental de jóvenes y adolescentes. El principal resultado es que encontraron “efectos mixtos”.
- Reportan que en el período 2013-2018 la fibra óptica implicó “una disminución de cinco puntos porcentuales en la probabilidad del sentimiento de soledad y un aumento de la misma magnitud en la probabilidad de sentir preocupación”, medida en problemas para dormir a la noche por sentirse así.
- Ese es un efecto grande, ya que en 2013 la media de sentirse solo fue de 5% para todos los jóvenes y la de sentirse preocupado alcanzó 4%.
- También señalan que “la reducción de la soledad autoinformada constituye un resultado novedoso, ya que no había sido explorado previamente en la literatura”.
- También observaron que el despliegue de la fibra aumentó la probabilidad de consumo de alcohol (12%) y marihuana (7%).
- El trabajo reporta que en el período adolescentes y jóvenes aumentaron 11% la consulta a médicos, sin notarse sin embargo un aumento en la consulta a psicólogos o psiquiatras. Es un efecto moderado, ya que en 2013 ya lo hacía 86% de los jóvenes.
- Para finalizar, si bien los efectos negativos de la fibra en la preocupación fueron generales, el efecto positivo en la soledad se produjo más en varones y más en jóvenes de niveles socioeconómicos bajos que altos.
- Concluyen que sus hallazgos “ilustran las complejidades de la accesibilidad a internet, donde el uso de nuevas tecnologías genera tanto beneficios como riesgos que también dependen de las características previas”.
Artículo: “High-speed internet and socioemotional wellbeing in adolescence and youth”
Publicación: Journal of Population Economics (febrero de 2025)
Autores: Karina Colombo, Elisa Failache y Martina Querejeta.