Cuando los problemas ambientales son de todos, termina pasando que no son de nadie. Algo así nos decía Solana González, veterinaria, bióloga e integrante de la organización Julana, dedicada a la educación ambiental y la conservación de la naturaleza.
El asunto refiere, en parte, a lo que se denomina “la tragedia de los bienes comunes”, nombrada así en 1968 por el ecólogo Garrett Hardin en un artículo publicado en la revista Science: si cada uno usa al ambiente, que es de todos, pensando únicamente en su propio provecho, llegamos a un punto trágico en el que ese ambiente se deteriora sin que nadie asuma la parte que le toca por el daño ocasionado. La reflexión de Hardin comenzaba por la carrera nuclear, pero terminaba, como ecólogo que era, refiriendo al ambiente. “La tragedia de los bienes comunes reaparece en los problemas de contaminación”, decía, aclarando que en ese caso “no se trata de extraer algo de los bienes comunes, sino de introducir algo: aguas residuales, desechos químicos, radiactivos y térmicos en el agua; gases nocivos y peligrosos en el aire; y carteles publicitarios molestos y desagradables en la vista”, afirmaba. Para entonces el problema del plástico aún no estaba en la agenda, ya que los primeros trabajos que denuncian su presencia en diversos ecosistemas comenzaron a publicarse en la década de 1970.
Hablando de la polución, Hardin decía que “los cálculos de utilidad” empleados por quienes producen la contaminación son igual de trágicos que los de quienes se apropian de la riqueza que el ambiente de todos provee. “El hombre racional descubre que su parte del coste de los residuos que vierte en los bienes comunes es menor que el coste de purificarlos antes de liberarlos. Dado que esto es cierto para todos, mientras nos comportemos sólo como empresarios independientes, racionales y libres, estamos atrapados en un sistema que 'ensucia nuestro propio nido'”.
Solana iba un poco más allá al referirse justamente a los problemas con los residuos. “Si todos tenemos que reciclar de igual forma, la responsabilidad no es de la empresa que produce eso ni del Estado mediante sus políticas públicas. Vos podés trabajar el reciclado desde el punto de vista tradicional, en el que la culpa y la responsabilidad caen más sobre el ciudadano y el granito de arena que tiene que aportar cada uno, o podés trabajar en un taller en el que se problematice por qué eso está pasando”.
Todo esto tiene mucho que ver con una reciente publicación respecto de los residuos marinos, de los que los plásticos son un problema mundial. Y así como sucede con el cambio climático, la condición global del problema lleva muchas veces a la inacción, al uso de excusas y justificaciones para no hacer a nivel local aquello que sí está bajo nuestra entera responsabilidad.
Titulado _ Epibiontes asociados a la basura marina en playas de Uruguay, posibles indicadores de su origen_, el artículo pretende determinar en qué medida los residuos que hay en nuestras costas oceánicas proceden de nuestro territorio. Los encargados de buchonear el origen anónimo o global de la basura son los organismos que se fijan a ella, que se denominan epibiontes. Cuando los epibiontes callan, nosotros deberíamos hablar fuerte: su ausencia denuncia que lo que anda por nuestros mares más que probablemente procede de aquí.
Firmado por Erika Meerhoff, del Centro de Investigación en Ciencias Ambientales (CICA) del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente (IIBCE), y Ninoshka López y Diamela De Veer, del Centro de Investigación Ambiental del Instituto Smithsonian de Estados Unidos, el trabajo formó parte de una red de muestreos internacionales del proyecto Viajeros del Océano, coordinado por la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad Católica del Norte (Chile) y el Programa MarineGEO del Centro de Investigación Ambiental del Smithsonian.
¿Qué pasó con la basura marina de Uruguay? ¿Es un problema global, y entonces de nadie, o somos aquí responsables en gran medida del estado de nuestras aguas? Pequeños invertebrados, y las investigadoras que los hacen hablar, tienen la respuesta. Así que más rápido de lo que un burócrata balbucea excusas para intentar justificar la mala gestión de los residuos, partimos hacia el Clemente Estable para encontrarnos con Erika Meerhoff.
Tejiendo redes de investigación
¿Cómo es que Erika terminó formando parte del proyecto internacional Viajeros del Océano? Todo se remonta al posdoctorado que hizo en la Universidad Católica del Norte, en Chile. “En ese posdoctorado trabajé con una colega uruguaya que actualmente está en el CURE de Rocha. En este grupo de trabajo de la Universidad Católica, uno de los investigadores tenía un proyecto de basura en el océano. En ese marco colaboré como responsable de un muestreo de basura en el océano Pacífico, en concreto entre Chile y la Isla de Pascua”, cuenta Erika. Gracias a ese trabajo, siguieron en comunicación para publicar los resultados y el investigador la puso en contacto con Diamela De Veer, del Smithsonian. “Diamela estaba haciendo este proyecto internacional muestreando residuos en playas y me propuso si me interesaba colaborar muestreando en Uruguay”, dice Erika. “Por supuesto que acepté y trabajé de forma honoraria con ellos”, agrega.
Si bien Erika ya había trabajado con residuos marinos, su línea principal de investigación es otra. “Mi línea de investigación es la conectividad larval de las poblaciones de invertebrados oceánicos. Con esa línea entré a trabajar aquí en el Clemente Estable, con el fin de evaluar el rol funcional de las Áreas Marinas Protegidas de Uruguay en la conectividad poblacional de invertebrados”, dice. Pero de cierta manera estudiar la basura oceánica y sus epibiontes tiene algo que ver con ello. Al igual que las larvas que estudia Erika, la basura se mueve con las corrientes oceánicas y es importante entender cómo se dispersan. Plásticos y larvas son, más allá de diferencias, viajeros del océano.
“Hay una conexión, sí, que es la dispersión en el océano a diferentes escalas. En ambos, los residuos y las larvas de invertebrados, esa dispersión es pasiva con las corrientes. Por otro lado, los epibiontes, que es lo que analizamos aquí si aparecían o no en la basura, son invertebrados. En su etapa adulta estos epibiontes son sésiles, viven fijos a un sustrato, pero en una fase previa de su ciclo de vida son larvas que se desplazan con las corrientes. Por allí esto, entonces, se integra un poco en la línea de investigación a la que me vengo dedicando”, señala Erika.
Los epibiontes y el origen de los residuos marinos
Como parte del proyecto internacional Viajeros del Océano, Erika participó en los muestreos que en 2022 se realizaron en 476 playas de 56 países. “Los objetivos de este trabajo fueron determinar la composición de la basura en tres playas oceánicas de Uruguay, determinar la fuente de origen de esta basura e identificar los epibiontes asociados a ella”, dicen en la publicación. “Para ello, se determinó la flotabilidad y la presencia/ausencia de epibiontes en los ítems recolectados”, agregan.
¿De qué manera la flotabilidad y los epibiontes pueden hablarnos del origen de la basura? De varias. La idea del proyecto internacional es clara: “la flotabilidad positiva y la presencia de epibiontes” serían usados como “indicadores de que estos objetos” habrían sido “transportados por las corrientes oceánicas a la playa”. “Por un lado, nos interesaba ver cuánta de la basura flotaba, ya que eso indica que puede ser arrastrada por las corrientes. Así que a cada objeto que muestreamos le hicimos un test de flotabilidad. Por otro, nos interesaba ver si esos residuos tenían epibiontes, ya que eso sería un indicador de si ese objeto pasó suficiente cantidad de tiempo en el agua como para ser colonizado, y que por tanto, habría llegado a la playa a través de corrientes”, explica Erika.
Le digo que allí se presenta un problema, que el propio trabajo reconoce. Si bien los residuos que flotan y tienen epibiontes nos indican que estuvieron largo tiempo en el agua y que, por tanto, es muy probable que no sean de origen local sino traídos por las corrientes, no podemos decir lo contrario: la basura que flota y no tiene epibiontes no nos dice sin ambigüedad que su origen es local, si bien apunta a un menor tiempo de residencia en el agua.
“La basura que es de origen local más claro es la que no flota, está ahí porque quedó ahí”, dice Erika. “Ahora, la basura que flota y no tiene epibiontes, está como en un límite. Podemos decir que vino de cerca y que no estuvo tanto tiempo flotando, o bien que pasó un menor tiempo en el agua, que tiene un origen local”, señala.
¿Cómo incide el tamaño de los residuos en esta colonización por parte de los epibiontes? Quien haya mirado la basura plástica de una playa con atención seguro recuerda haber visto una botella con balanos, unos crustáceos cónicos que parecen un volcán en miniatura, o tal vez con mejillones, moluscos bivalvos negruzcos. Ahora recordar un pedacito de plástico de unos pocos centímetros colonizado por balanos o mejillones ya no es tan frecuente.
“Nosotros no analizamos microplásticos, sino que recolectamos macroplásticos, objetos de 2,5 centímetros para arriba, que es más o menos el tamaño de una tapita de botella. Y ya en esos objetos podés encontrar epibiontes. En lo que sea, los epibiontes aparecen”, dice Erika. Polizontes generalistas, los epibiontes parecen no ser muy selectivos a la hora de elegir a lomo de qué recorrerán los océanos. Tanto da un pedazo de madera, el lomo de un cetáceo o una botella arrojada por la borda de un barco de carga asiático.
Clasificación de materiales encontrados en playa. Foto: gentileza Erika Meerhoff.
Eligiendo playas oceánicas
Para el trabajo realizaron en 2022 muestreos en tres playas oceánicas de Uruguay: José Ignacio, en Maldonado, y Arachania y Valizas, en la costa de Rocha. Uno supone que esto se debió a varios motivos, entre ellos, no incluir el estuario del Río de la Plata de manera de comparar con datos de otros países tomados en playas oceánicas, y, por otro lado, también para evitar el problema de la gran descarga de basura que proporcionan el río Uruguay y el Paraná. Por ejemplo, un trabajo de 2023 liderado por la investigadora Melanie Alencar estimó que en Brasil se generan al año unos 3,44 millones de toneladas métricas de residuos plásticos mal manejados, que las principales vías por las que eso llega al océano Atlántico son la bahía de Guanabara, en Brasil, y el Río de la Plata.
“Dado que el proyecto internacional buscaba ver los patrones a nivel mundial y las corrientes principales involucradas, nuestra idea fue alejarnos un poco del efecto del estuario del Río de la Plata y también de las localidades más urbanizadas. Si hiciéramos los muestreos en zonas costeras urbanas, básicamente la mayor parte de la basura iba a ser local, basura que llega ahí por las descargas, por las personas que van a la playa, los basureros, etcétera”, aclara Erika.
“Tratamos de que fueran playas que estuvieran alejadas de la influencia del estuario, por eso la primera es José Ignacio, y luego escogimos otras dos playas, Arachania y Valizas, de manera que estuvieran todas a unos 50 kilómetros una de otra”, amplía. Son playas que si bien tienen un desarrollo turístico, no son grandes centros poblados, como sería Punta del Este o tal vez La Paloma. “Por otro lado, los muestreos los hicimos en noviembre, cuando aún no hay una alta densidad de turistas. Y aun así, tampoco hicimos el muestreo en las bajadas principales, sino que nos alejábamos un poco para ver qué pasaba un poco más allá de la zona de mayor uso turístico”, señala.
¿Cómo procedieron? “En cada playa se recolectaron aleatoriamente todos los ítems de basura mayores a 2,5 centímetros que se encontraron entre la línea de la última marea y el inicio de la zona de dunas durante 30 minutos de muestreo. En cada recolección participaron dos personas”, detallan en la publicación.
Las playas uruguayas y la basura
¿Qué sucedió entonces con los tres muestreos realizados en nuestras playas? Para empezar, Erika nos tranquiliza: “En Uruguay, por suerte, no estamos tan mal. No somos el país con las playas con mayor cantidad de basura”. Si bien que otros estén peor no es consuelo suficiente para los problemas de contaminación de nuestras playas, algo es algo y hay que reconocerlo.
“El tipo de basura que más encontramos, como sucede en todas partes, fueron los plásticos. Eso se debe a un tema de abundancia. Los plásticos, por un tema de costos y demás, se impusieron en la industria para usos muy diversos”, enfatiza Erika.
El panorama del plástico fue distinto en las tres playas analizadas, pero en todas fue el principal tipo de residuo. En José Ignacio representaron 76% de los objetos encontrados, mientras que en Arachania fueron el 80% y en Valizas el 95%. “Por otro lado, la gran mayoría de esos plásticos flotaban”, agrega Erika. Sólo se encontraron plásticos que no flotaban en dos playas, siendo 18% del total de residuos encontrados en José Ignacio y el 5% de los de Valizas.
¿Qué pasó con los epibiontes? “La mayoría de los residuos encontrados no los tenían”, comenta Erika. Según las gráficas del trabajo, la frecuencia de materiales plásticos que flotaban con epibiontes anduvo en torno al 20% en Arachania, mientras que en José Ignacio fue de cerca del 12% y en Valizas de cerca del 10%. “En todos los casos se trató de un porcentaje que no era muy elevado”, apunta Erika.
“En Arachania y en José Ignacio se encontraron papeles, y esa evidentemente es basura de origen local”, dice Erika. Es claro: un papel no dura mucho tiempo en el agua. En José Ignacio los papeles representaron 5% del total de los objetos muestreados, mientras que en Arachania fueron el 20%. Atención con estos números, encargados de las limpiezas de las playas (y también cada uno y cada una de los que la disfrutamos). “En José Ignacio, además de plásticos y papeles, se encontraron metales y telas. Y esas telas tenían epibiontes”, sostiene Erika.
El conteo total de objetos con epibiontes, sean plásticos o no, fue de 14% en José Ignacio, 20% en Arachania y 12% en Valizas. Y ya que aquí apreciamos todas las formas de vida, nombrémoslos. “Los epibiontes observados fueron bivalvos mitílidos, briozoos y balanos. De los grupos observados, los briozoos y los balanos son de los más frecuentes en la basura marina”, dice el trabajo. Mejillones, percebes, lapas, gracias por contarnos de dónde viene la basura.
Epibiontes que nos buchonean
“La baja cantidad de epibiontes encontrados lo que nos indicaría es que la mayor proporción de los residuos sería de origen local”, dice Erika. “Esto podría ser una consecuencia de una deficiente gestión de residuos que se deriva de la actividad humana en la región”, dice la publicación. “Por tanto, esa contaminación marina debería ser abordada desde un enfoque de manejo, de educación ambiental y demás”, redondea Erika. Es decir, nada de echarles la culpa a las corrientes marinas, el mundo occidental del consumo, el tiempo loco y la mar en coche. Eso es lo que parecen decirnos los organismos que viajan de polizones en la basura marina.
También hay situaciones, en algunas playas más que en otras, en que la basura no viene de lejos pero tampoco es “nuestra”. “Por ejemplo, estudiantes de UTU en Barra del Chuy me comentaron que a cada rato llegan cosas que se caen de los barcos”, dice Erika sobre ese problema. Hay un ejercicio divertidamente trágico para hacer en familia: ver las etiquetas de varias de las botellas, envases y demás que llegan a las playas. Dependiendo de la zona, buena parte de ellas pueden estar en idiomas que nos son muy ajenos. Pero aun cuando sean arrojadas al mar por embarcaciones de otras nacionalidades, cómo abordar el problema del descarte de residuos de la flota marítima en nuestras aguas es un manejo del que somos enteramente responsables.
“Sí, pero creo que es algo difícil de controlar”, dice sin mucha esperanza Erika, lo que no sorprende. Si no se controla qué sale en los contenedores de nuestros puertos, si no se controla qué, cuánto y quién pesca, el destino de los envases y otro tipo de basura de quienes pasan por nuestras aguas no parece ser algo que de la noche a la mañana pase a ser una prioridad (o, en caso de serla, que pueda efectivamente controlarse).
Al final del artículo hablan no sólo como investigadoras o personas que hacen ciencia. “Desde nuestro rol como educadoras podemos contribuir a disminuir la contaminación por plástico enfatizando la importancia de reducir el uso de plásticos, especialmente los de un solo uso; fomentar el uso de otros materiales (por ej.: fibras de origen vegetal); reutilizar los materiales y productos; fomentar el uso de envases retornables y el rellenado; y reparar los productos dañados para alargar su vida útil y reciclar los productos cuando sea posible”, dicen. Le pregunto entonces a Erika si además tiene actividad como educadora o si, en cambio, siente que parte de ser investigadora es también ser educadora. “Creo que eso es parte de ser investigadora. Pasa por pensar en qué podemos aportar nosotros, desde lo que hacemos, a la comunidad. Por eso mostramos nuestros resultados en las escuelas y hablamos de la problemática. Desde que ingresé al CICA del Clemente, el año pasado, comencé a dar charlas en escuelas sobre esta problemática en particular y de diversos impactos en los ecosistemas marinos. En esos encuentros, entre otras cosas, compartimos los resultados de estos muestreos y hablamos de la educación ambiental, del manejo y demás”, dice Erika.
“Me parece que es importante llegar a los estudiantes y hacerlos participar. Además de las charlas en escuelas y en colegios, hay cuatro estudiantes del Profesorado de Biología del IPA y de formación docente que están realizando su pasantía acá en el CICA conmigo. Y como este es un tipo de muestreo que se puede hacer en un tiempo corto, y que además pueden replicar con sus propios estudiantes, hablamos bastante del proyecto. Ahora una de las pasantes, que trabaja en un colegio en Malvín, me dijo que para el mes del medioambiente va a hacer una salida a la playa para muestrear residuos. Me sumé encantada. De cierta manera, se va generando eso de ir agrandando el grupo, despertando interés por trabajar en ese tipo de cosas. Además, me interesa destacar que el proyecto recibió reconocimiento de la IOC-Unesco [Comisión Oceanográfica Intergubernamental] y pronto estará como parte de los Proyectos de Ocean Literacy”, enfatiza Erika.
Como bien dice, hay una parte que todos y todas podemos hacer para evitar que los plásticos que consumimos terminen en la playa. Para empezar, reducir su uso. Pero también es cierto que a veces resulta un poco molesto que se le cargue el peso de los problemas ambientales a la gente y poco se exija a otros actores, entre ellos, los que producen, o comercializan, o no reciclan, o no hacen una buena disposición final de los plásticos y demás residuos. Así como las relaciones de poder entre un empleado y el dueño de una fábrica no son simétricas, el poder para terminar este tipo de problemas no reside en partes iguales entre los consumidores, los grandes conglomerados comerciales y los estados.
“La Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar da la base para abordar las fuentes de contaminación. Allí se menciona que los estados deben adoptar las leyes y regulaciones para reducir y controlar la contaminación del ambiente marino por fuentes basadas en el continente. Por otro lado, también existe lo que se llama la enmienda de la Convención de Basilea, que dice que los países importadores podrán aceptar sólo residuos plásticos fáciles de reciclar. No sé hasta qué punto esto se sigue en Uruguay”, comenta.
“Hay varias intendencias, como Montevideo, Canelones o Maldonado, que han implementado plantas de reciclaje. Eso está bueno fomentarlo porque hay mucha gente que no recicla. Que la gente separe los residuos es un tema cultural y que lleva tiempo”, dice entonces.
Divulgar los datos de este tipo de trabajos es también parte del asunto. Como decía Amanda Camillo respecto de los camioneros que tomaban conciencia de la gran exposición que tenían por su trabajo a la radiación ultravioleta, “cuanto más informadas están las personas, más harán por proteger sus derechos”. Y vaya si tenemos derecho a playas y ecosistemas libres de plásticos.
Artículo: Epibiontes asociados a la basura marina en playas de Uruguay, posibles indicadores de su origen
Publicación: Boletín de la Sociedad Zoológica del Uruguay (2025)
Autores: Erika Meerhoff, Ninoshka López y Diamela De Veer.