Agosto es un mes de conmemoración y memoria para el movimiento estudiantil uruguayo. La muerte de Líber Arce, el 14 de agosto de 1968, marcó un hito en la historia de la militancia social y dio muestras del giro autoritario que se consolidaba en el país.
En otras calles, bastante lejos de la montevideana 18 de Julio, algunos jóvenes -en parte inspirados por esos acontecimientos- comenzaron a manifestarse públicamente y a construir sus propias reivindicaciones.
En efecto, los jóvenes de la zona este de Colonia compartían con aquellos muchachos de Montevideo la idea de que el cambio social era posible y que ellos tendrían un rol importante en la tan anunciada revolución.
Este artículo abordará los caminos que llevaron a los jóvenes colonienses a crear una identidad compartida y una activa militancia sociopolítica.
Las puertas de ingreso a la militancia juvenil fueron variadas, y cada historia de vida de aquellos jóvenes podría explicar, de un modo sui generis, las razones por las cuales decidieron involucrarse en la arena política.
Sin embargo, mediante entrevistas hemos podido resumir en tres puntos estas vías de ingreso a la militancia. Es decir, las primeras incursiones en el ejercicio de pensar sobre la realidad y en las posibles vías de transformación están pautadas por el tránsito en los siguientes ámbitos: la educación, la cuestión obrera y la religión.
Además, en varios de los entrevistados podemos detectar cómo conviven esas experiencias, demostrando, también, las múltiples pertenencias de los individuos y las redes que a partir de estas se desarrollaban.
Los liceos, lugar de encuentro e intercambio
Al igual que en el resto del país, en Colonia la matrícula de secundaria aumentó considerablemente en esos años. Desde 1956 a 1970 la matrícula de secundaria en Montevideo varió de 142.536 a 256.371 y en el interior de 82.713 a 156.975, según se estima en el libro 1960-2010. Medio siglo de historia uruguaya, coordinado por Benjamín Nahum.
Muchos de esos jóvenes fueron los primeros integrantes de sus familias que accedían a la educación media. El encuentro en el liceo fue un hecho transformador en sí mismo. En las aulas y en los pasillos se conversaba de la convulsionada realidad, el conocimiento -como siempre sucede- ampliaba las nociones de mundo y generaba más preguntas.
El liceo Daniel Armand Ugón (DAU), de Colonia Valdense, fue centro de encuentro de estudiantes que llegaban desde distintas localidades, ya que era el único centro de enseñanza secundaria de la zona este del departamento de Colonia que contaba con preparatorios por entonces; el Liceo Departamental de Colonia del Sacramento era la restante institución educativa de ese departamento que ofrecía bachillerato.
En el DAU convivieron estudiantes de Rosario, Juan Lacaze, Nueva Helvecia, la propia Colonia Valdense y zonas aledañas.
Para muchos de esos muchachos los profesores eran guías para entender la realidad de sus comarcas y de lo que sucedía a nivel nacional e internacional. Omar Moreira en Literatura, Alberto Domínguez en Historia y Nelson Corda en Filosofía fueron algunos docentes que marcaron a esa generación.
Corda viajaba desde Montevideo y se quedaba algunos días en casas de los propios estudiantes, lo que, sin duda, favorecía la circulación de información y de los vínculos interpersonales que se fueron tejiendo.
En Rosario funcionaba el Instituto Magisterial, centro en el cual varios estudiantes continuaron los estudios y la militancia.
Más allá de diversas acciones de diversos gremios liceales de la zona en la primera mitad del siglo XX, los hechos que marcaron esta “nueva” militancia se encuentran en los tempranos 60. Según el relato de los actores, la revolución cubana y el ataque a Soledad Barrett, perpetrado el 6 de julio de 1962, fueron dos momentos de definición en que se crearon tendencias de izquierdas y de derechas.
En esos primeros años de discusión las medidas se tomaban en estrecha relación con lo que sucedía en la capital del país. Según relató Fanny, una de nuestras entrevistadas, “ese mundo que estaba tan conmovido llegaba al liceo de Colonia Valdense; eran los mismos 130 kilómetros, pero eran otros”.
Es decir, lo que sucedía en Montevideo, ciudad que estos jóvenes visualizaban como “centro” a nivel político y de militancia social, llegaba, se transmitía, se discutía y marcaba posiciones. Especialmente la Federación de Estudiantes Universitarios de Uruguay (FEUU) era una referencia a comienzos de los 60 para la militancia juvenil de Colonia. En 1962 Fanny fue elegida delegada para participar en un Congreso Nacional de la FEUU. Esa instancia impactó en su lectura de la realidad; allí escuchó discursos que le dieron nuevos argumentos.
En ese mismo año los estudiantes de Valdense y de Juan Lacaze hicieron un paro a causa del atentado a Soledad Barrett. El 28 de julio de 1962, Claridad, periódico de Juan Lacaze, tituló “Estudiantes antifascistas” una noticia sobre el paro del Centro de Estudiantes de Juan Lacaze y expresó: “El Centro de Estudiantes del Liceo Juan Lacaze en asamblea realizada el jueves último [...] acordó adherirse al paro nacional decretado por la FEUU para el día de ayer. Dicho paro, como es de público conocimiento, se realiza en protesta por los atentados nazis-fascistas que se vienen sucediendo en la capital”.
Esos años permitieron consolidar una identidad compartida que podríamos definir de izquierdas, antifascista y contestataria respecto de prácticas socioculturales y políticas. Esta red juvenil emergió en 1968 y 1969 en manifestaciones públicas, quizá movidos por la coyuntura nacional e internacional mostrando una voz propia, analizando y reclamando por la situación general del país, pero también por problemáticas que les afectaban directamente.
Como explica Gabriela González, las instancias de consolidación son muy importantes para los movimientos sociales: “Si bien los movimientos sociales muchas veces cobran visibilidad al irrumpir en la escena pública, la cara más visible, dichos procesos son siempre la punta de un iceberg y el reflejo de cierta capacidad de organización colectiva que se forja gracias a un trabajo identitario previo”.
El sindicalismo obrero
La organización de los trabajadores en el departamento de Colonia resultó vital para la creación de posiciones de izquierdas y como escuela de lucha gremial. La localidad coloniense que se caracterizó por la organización obrera y su vinculación con grupos de izquierdas fue Juan Lacaze.
Esta ciudad, nacida sobre las orillas del Río de la Plata, se constituyó en torno a sus dos fábricas a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX: la papelera Fábrica Nacional de Papel y la textil Campomar y Soulas. La conformación de la identidad de esa ciudad estuvo estrechamente relacionada con ambas fábricas; y ellas eran un destino casi obligado para los lacazinos a la hora de buscar trabajo.
En la década del 60, los gremios de Juan Lacaze radicalizaron su postura ante la crisis económica y la falta de respuestas, según apunta Francisco Abella en su libro Juan Lacaze: los textiles de Puerto Sauce. Memorias de trabajadores. Esta intensa actividad gremial y el enfrentamiento con las fuerzas represivas fueron ejemplos para muchos jóvenes que comenzaron su militancia por entonces. Las ocupaciones, marchas, ollas populares y conflictos con la Policía a lo largo de la década del 60 marcaron identidades. A su vez, el gremio estudiantil del liceo de Juan Lacaze fue parte del Plenario Sindical local nacido entre 1965 y 1966 espejo de lo que sucedía en Montevideo con la concreción de la Convención Nacional de Trabajadores.
La realidad de los trabajadores de las fábricas sensibilizaba a los jóvenes respecto de los problemas económicos de la época y llevaba a la solidaridad entre los más desprotegidos. Mediante vínculos personales (incluso en otras localidades cercanas) se entenderían los reclamos y la lucha. Cecilia, otra de nuestras entrevistadas, vincula su militancia con la historia de su hermana; dentro de una familia conservadora, su hermana comenzó a plantear nuevas ideas vinculadas con su relación con la fábrica y su formación gremial. Junto a su hermana, Cecilia se unió al Partido Demócrata Cristiano a escondidas de sus padres.
“Defendía a muerte la lucha de los obreros porque ella se sacrificaba, le dolía y la pasó mal en la fábrica. Era muy flaquita, muy delgadita, venía con los brazos doloridos porque trabajaba en la máquina. [...] Ella era la que llevaba la plata a la casa. Mi hermano y yo estudiábamos prácticamente porque ella nos ayudaba [...]”. En la narración de Cecilia se evidencia cierta admiración hacia su hermana, el respeto por el trabajo y la militancia.
“Ver, juzgar, actuar”, el rol de la religión
La llamada Teología de la Liberación se interpretó y expandió de forma importante en esa zona del país. Para muchos jóvenes esa corriente fue la primera puerta hacia la reflexión y la militancia.
La Teología de la Liberación, que surgió tanto en iglesias católicas como protestantes, nació en América Latina, a partir del Concilio Vaticano II y los documentos aprobados por el Consejo Episcopal Latinoamericano en la Conferencia de Medellín.
En términos generales, esta interpretación hacía hincapié en la opción por los sectores más desposeídos de la sociedad a partir de una crítica a la realidad fundada en las ciencias sociales y en la cercanía con barrios marginales de los propios clérigos/pastores.
El rol de la iglesia en la sociedad y la interpretación del mensaje de las escrituras en una nueva clave fue parte de las preocupaciones de varios jóvenes colonienses. En el departamento de Colonia era -y sigue siendo- muy fuerte la presencia de comunidades valdenses que llegaron al país en el siglo XIX.
En la segunda mitad del siglo XX hubo un cambio de actitud en cuanto a la participación de los valdenses en política, con sectores que se involucraron y tomaron postura respecto de la realidad nacional e internacional. Esto condujo a discusiones y quiebres en el seno de las comunidades. En su trabajo Javier Pioli presenta la tesis de que la Iglesia Valdense transitó un período de permeabilidad con relación a la realidad social y política en la etapa previa a la dictadura. Estas rupturas se evidencian en las publicaciones periódicas de las iglesias valdenses del Río de la Plata: Mensajero Valdense y Renacimiento, una publicación específica de los jóvenes de esa comunidad religiosa.
Ya en 1960 resultaba tenso el enfrentamiento entre colaboradores de estos periódicos, editores y lectores. El tema que inició la discusión en Renacimiento fue el posicionamiento ante la Revolución Cubana. A su vez, estaban presentes en sus páginas las dudas respecto del rol de los cristianos en la transformación de la realidad (2).
Algunos de nuestros entrevistados tuvieron educación católica en el Colegio de Hermanas de Rosario y en la Escuela de los Salesianos en Juan Lacaze que los marcaron fuertemente, pero en sus adolescencias resignificaron esos postulados atravesados por la cuestión del rol del cristiano en la sociedad.
Los cambios en la iglesia eran visibles; por ejemplo, el idioma en el que se daba la misa y la preocupación de la llegada al territorio. Ana María estuvo fuertemente atravesada por esta postura que rompía el paralelismo entre vida religiosa y vida social e intentaba hacerlas dialogar.
Los jóvenes experimentaron esta metodología especialmente mediante el trabajo directo en zonas de mayor marginalidad, intentando desentrañar qué respuestas se podían extraer del Evangelio para aquellas problemáticas. Se resumía como un “ver, juzgar, actuar”; en palabras de Ana María, “que la religión haga parte de la vida”.
Apuntes para la comprensión del movimiento juvenil coloniense
Las experiencias de los jóvenes colonienses no se limitaron a la cuestión estrictamente política. El clima cultural y las redes compartidas daban un lenguaje común a este grupo y se conjugaban con múltiples intereses que se mezclaron con posturas militantes. Esos caminos derivaron en otras formas de militancia y de compromiso.
Si bien llegaron a esta zona del departamento de Colonia las características de la contracultura juvenil de la época, estas convivieron con prácticas tradicionales. Ejemplo de esto fueron las actividades de ocio y recreación de estos jóvenes: desde conciertos y bandas beat hasta bailes en los que sonaban el tango y la milonga.
Las tertulias y guitarreadas convivían con festivales locales en los que se elegía a la reina de la primavera o se hacían concursos de baile. Bibliotecas, cines, teatros, bares, pizzerías, entre otros espacios, eran frecuentemente visitados por los jóvenes.
En las historias de vida y las trayectorias resulta posible visualizar varias de las características reconocidas en esa zona, que se sintetizan en los actores trabajados; a su vez, cada uno le da su impronta personal a ese proceso colectivo.
Hay algunos nudos que se repiten: el comienzo y los fundamentos de la militancia; las dificultades de manifestarse en un espacio donde “todos se conocían” y prevalecían posturas conservadoras; la clarificación de las demandas con el paso del tiempo y, conjuntamente, el aumento de la represión estatal y finalmente, en la mayoría de los casos, el exilio.
La figura de José Carbajal es un buen ejemplo para hacer brevemente un ejercicio. El Sabalero coincide generacionalmente con el grupo trabajado: nació en 1943, de padres obreros, fue a la Escuela Industrial de los Salesianos, en 1957 ingresó al liceo pero luego de un año lo abandonó para comenzar a trabajar como operario textil.
En la década de 1960 terminó el liceo en un improvisado curso nocturno que integró junto a otros compañeros. En esos años la música ya era parte de su vida. Si bien podemos incluirlo dentro del canto popular y de protesta de esos años, sus letras eran “bien de pueblo”, como llamó a su segundo disco.
Al igual que el resto de los muchachos de su generación que vivían en la zona, Carbajal fue parte de lo que significaba “ser joven” en términos globales. Tuvo fuertes vínculos con Montevideo, pero el espacio en el que se desarrolló marcó particularidades en él y en sus canciones.
Para finalizar, este artículo que compartimos en la diaria forma parte de una investigación que se inscribe historiográficamente en el campo de estudio de la historia reciente. Pensar la realidad aquí trabajada en términos de la historiografía nacional, intentar “encajar” en los rótulos e hitos ya conocidos es una tarea infructuosa.
El 68 que conocemos es montevideano y tiene una serie de características propias. Sin caer en localismos cerrados, la historia reciente en escenarios no montevideanos resulta un interesante desafío para matizar algunos postulados y enriquecer una visión global de los procesos, porque, al plural de izquierdas y derechas, también hay que sumarle el componente geográfico.
(1) Gabriela González, “Entre los intersticios de la democracia: las revistas estudiantiles, la Universidad uruguaya en transición y las pujas políticas por los significados de la democracia.” (Chile, Revista de historia social y de las mentalidades, Volumen 22 No2, 2018), 76.
(2) Para ilustrar estos conflictos, se cita un fragmento de la carta de un lector criticando la posición de la editorial en relación a la revolución cubana: “Al aceptar artículos favorables al comunismo cubano, para mí ha dejado de ser lo que siempre fue: revista con instrucción religiosa para mi familia y especialmente para mis hijos, a quienes deseo inculcar ideas sanas (...)” (“Renacimiento”, 5 de diciembre de 1960, 17.
La autora, Estefany Jorcín García, es docente de Historia en Colonia del Sacramento