La actitud de cierre o protección de nuestras economías sería –por lejos– el peor error que podríamos cometer hoy en países como Uruguay con la intención de encarar nuestras dificultades económicas.
La actitud oficial no sólo revela una perspectiva estática de la realidad, ya que además de ignorar los antecedentes de los tiempos que nacieron en marzo de este año, también quedan fuera del análisis las consecuencias positivas que podría traer al país la aplicación de acciones más comprometidas con el papel a cumplir por el sector público.
El grado de obsecuencia con el peor presidente contemporáneo de una de las grandes potencias no es digno de la línea de esfuerzo que Uruguay ha aportado siempre para evitar la debilidad y –mucho más– la soledad.
Los cambios no caen del cielo, surgen y se concretan haciendo política. Pero esta actividad humana también es practicada con otros fines, orientada según el interés de los sectores políticos.