El gobierno y la oposición han exhibido hasta ahora importantes diferencias. Se verifican principalmente desde la perspectiva ideológica, pero no se limitan a ella. También se perciben con claridad cuando se pone el foco en la concepción misma de la política y la actitud para encararla y practicarla.

Así, no debería ser secreto para nadie que al repasar la conducta de los actores políticos pertenecientes a la coalición oficialista por un lado, y al Frente Amplio por otro, se perciben diferentes posturas y acciones para buscar y encontrar, ya no cambios en la visión ideológica de la sociedad, sino coincidencias que permitan asignar a algunas materias la estatura de cuestiones de Estado.

Entre los factores que inhiben el encuentro de tales coincidencias se encuentra la percepción de riesgo de los protagonistas. Algunos consideran que los malos resultados de experiencias de acuerdos conducen a fracasos políticos que aconsejan no ingresar en un terreno peligroso. Otros, entre los que me cuento, consideramos que el principal riesgo que corre un gobierno no es equivocarse sino dejarse llevar por una corriente que –por diversas razones internas o externas– aparece como atributo fundamental de la realidad en que vivimos. Como se suele decir: hacer la plancha.

En pocas palabras, la actitud de evitar ese supuesto riesgo conduce a la ausencia de rumbo, a la parálisis, y a la explicación de las dificultades que no nos animamos a enfrentar.

Si fuéramos capaces de superar este escollo, estoy seguro de que se incrementarían las posibilidades de coincidir y fortalecer la realización de transformaciones que el país necesita indiscutiblemente, como las que esperan en el campo de la educación, la salud, la vivienda, el ambiente y la seguridad pública.

El gran desafío que debemos enfrentar entonces quienes estamos convencidos de que un campo de coincidencias existe en cantidad y en calidad y de que además es preciso correr los riesgos que haya que enfrentar, es el de cultivar las posibilidades de encuentro, con mucho estudio, mucha paciencia y mucha militancia.

Como dije antes, no es esta una propuesta de eliminación de diferencias entre gobierno y oposición. Las tenemos y muy marcadas. Sin ir más lejos, el enfrentamiento político que mantenemos en torno a la ley de urgente consideración es el ejemplo más destacado al respecto. Sólo que en lugar de opacar, atenuar o incluso eliminar el sentimiento de disposición a buscar vetas de acumulación política con el adversario, lo valoriza aún más.

Quizá un buen punto de partida para este trabajo complicado sea el de repasar las principales señas de identidad de la izquierda, que pueden ayudar mucho a la definición de materias y transformaciones a encarar con un criterio nacional y popular, conceptos inseparables como las caras de una moneda. Es que la izquierda se ha caracterizado siempre por su sentimiento popular, que no debe ser ni confundido ni asimilado al llamado populismo. En cambio, ese atributo alude a las grandes mayorías, a los que trabajan y viven de su esfuerzo, a los que crean e innovan, se sienten compartiendo un destino común con base en sus aspiraciones y conviven más allá de sus diferencias, compartiendo logros y frustraciones.

En cuanto a nuestro espíritu nacional, su principal significado es el de percibir como una nación la diversidad creativa conformada por las grandes mayorías aludidas antes. Al mismo tiempo, esta definición nos permite apreciar la trayectoria histórica de la izquierda como un verdadero proceso de desarrollo cultural durante el cual hemos aprendido a compartir valores y a comprender la necesidad de superar a las tendencias corporativas.

En nuestra conducta política –sea en el análisis de la realidad como en la toma de decisiones– sentimos apego al rigor. Optamos por la profundidad y no por la superficialidad y la actitud fácil. Preferimos estudiar, acumular información y evaluarla. No nos gusta la autocomplacencia.

Luchamos por la honestidad y no sólo en su significado material sino también desde una perspectiva intelectual, sabiendo que las derrotas que podamos sufrir desde ambos ámbitos se encuentran entre las peores que puede sufrir la izquierda. Por eso alzamos las banderas de la transparencia en la acción y en el pensamiento.

Aportamos al coraje y a la valentía para defender nuestras ideas. Queremos firmeza en el apoyo a ellas, desterrando los cálculos menores y renunciamientos que pueden llegar a distorsionar por completo nuestra conducta política. Queremos que la convicción y los principios derroten siempre a la tentación y a los acomodos.

El compañerismo y la solidaridad tienen que ser siempre atributos de la izquierda. Para transitar por el siempre difícil terreno de la política y el poder se necesitan valores, ideales, un proyecto estratégico, un rumbo, manejo de los instrumentos fundamentales para la toma de decisiones, pero también son imprescindibles el respeto y el cariño a los compañeros. Por un lado, estas actitudes se fortalecen al apoyarse en los pilares característicos de la política y el poder. Y simultáneamente ayudan enormemente cuando se trata de abordar con tolerancia y comprensión las diferencias que surgen en el ámbito de dichos pilares.

Con estas señas de identidad hicimos política desde el primer día de los 51 años que hoy está cumpliendo el Frente Amplio, la mayor creación de la izquierda en la historia política del país.

Estas señas de identidad nos conducen naturalmente a otra actitud esencial para encarar el estudio y el conocimiento de la realidad social, así como para tomar decisiones políticas tendientes a alterarla. Me refiero a la humanidad, que es el atributo que –a mi juicio– debe impregnar todo el proceso de diseño político y de administración del poder. No puede confundirse esta afirmación con una propuesta de renuncia o abandono de lo que suele llamarse con imprecisión el área “técnica” de la política. Al contrario, partiendo del carácter humano de las ciencias sociales se trata de que no limitemos nuestro trabajo a la elaboración de decisiones que se apoyan en los instrumentos que proporciona dicha área, sino que los abordemos con la convicción de que nuestro trabajo no puede limitarse al análisis de estadísticas y gráficos y sólo será cabalmente integral si hacemos nuestros los sufrimientos, las aspiraciones, las frustraciones y los logros de aquellos con los que compartimos la aventura de la vida.

Con estas señas de identidad, inspiradas en el inmenso legado que nos dejó Liber Seregni, es que procuramos hacer política al servicio –ante todo– de la nación que conformamos todos, la comunidad espiritual, como apuntaba con acierto Wilson Ferreira Aldunate. Con estas señas de identidad hicimos política desde el primer día de los 51 años que hoy está cumpliendo el Frente Amplio, la mayor creación de la izquierda en la historia política del país.

Importa señalar que el proyecto al que apuntan estos rasgos identitarios no es lo que se suele llamar “modelo”. Es que no tenemos –no podemos tener– respuestas preconcebidas a todas las preguntas posibles. Es un rumbo, una orientación, con lineamientos estratégicos como el crecimiento inclusivo, la promoción y la protección de los derechos humanos, la apertura del país al mundo –y no sólo en el ámbito comercial–, la apuesta a la excelencia apoyada en un gran compromiso con la ciencia, el conocimiento y la incorporación de sus resultados a las diversas actividades que conforman la realidad social del país.

Siguiendo esta orientación, es preciso avanzar paso a paso, sabiendo que cada uno de ellos importa porque posibilita el siguiente. Todos son necesarios. Los atajos son tentadores pero pueden ser traicioneros.

Tengo la esperanza de que estas reflexiones que hoy comparto con los lectores constituyan una modesta contribución para que valoremos como se debe la importancia de lograr acuerdos entre quienes pensamos distinto sin renunciar al debate sobre nuestras diferencias.

Tenemos una base institucional fuerte y de calidad, así como un sistema de partidos políticos que ha acumulado una larga y rica experiencia. Nos conocemos a partir de las señales de identidad del tipo de las que he comentado en esta columna. Pero seguimos sin abordar algunas reformas profundas que el país requiere hace tiempo. No hay excusa posible para seguir postergándolas y que la adicción al análisis y la política de corto plazo eliminen el espacio que debe tener el futuro estructural.

El país tiene planteados muchos desafíos. No tengamos dudas de que uno de los principales consiste en construir entre todos una clara y decidida voluntad de abordar las decisiones que nos permitan avanzar en aquellos ámbitos y materias en los que los acuerdos sean posibles.