Justo en la época fuerte para las sierras, de abril a mayo, los establecimientos turísticos estaban necesariamente cerrados a causa de la pandemia. “Pensamos que no íbamos a tener un buen año. Sin embargo, fue todo lo contrario. La gente luego respondió, sobre todo, por el tema de estar al aire libre”, cuenta Alberto Vignale, quien desde hace 16 años opera el parque Salto del Penitente. “Al depender del Ministerio de Turismo y de la Intendencia, nos pidieron que clausuráramos la entrada con candado, y hasta que no nos notificaron la nueva normativa, permaneció cerrado tres meses. Y fue muy llamativo, porque normalmente en esta época no trabajamos bien, por el frío y una cantidad de circunstancias; las vacaciones de julio, por ejemplo, para nosotros no existían, porque la gente se iba para otros lugares. Pero este año hubo un cambio de 180 grados y ahora, por suerte, se está trabajando muy bien, con turismo interno”, agrega, asombrado de que muchos llegaran por primera vez hasta el lugar.

“En 2002 la familia Ferber Muñoz tuvo el gesto de donar el Salto del Penitente. Ellos eran los propietarios del terreno y del salto de agua, y le habían abierto una portera para poder ingresar; eso era de toda la vida. Luego se lo cedieron a la Intendencia de Lavalleja, que junto con el Ministerio de Turismo hizo una licitación, y la ganamos. Estamos desde agosto de 2004. Acá no había nada. El Ministerio, junto con la Facultad de Arquitectura, hizo un concurso”. Empezaron con el proyecto de parador y después le fueron anexando una oferta de deportes aventura ‒tirolesa, rappel, escalada, cabalgatas, senderismo a pie y en bicicleta‒, más la opción de alojarse, ya sea en los refugios o en la zona de campamento. “Hay dos refugios, con capacidad para unas 70 camas. El concepto no es como un hostel ni un hotel tradicional, es un híbrido: tenés las habitaciones, que no compartís con gente que no sea de tu entorno, pero sí compartís en el piso de abajo un salón comedor, la cocina y los baños”, explica. La disposición es de camas o cuchetas, con la opción de pagar por las sábanas o llevarse el sobre de dormir.

“Hay un público más que interesante de extranjeros, con buen poder adquisitivo, que está creciendo, pero todos viven en Maldonado. Son los que siguen viniendo. Después están los brasileños que bajan en verano desde Rio Grande a Punta del Este y Colonia, esos son los que van llegando y por curiosidad entran al Penitente o a Villa Serrana”. Ese perfil de visitante consiste mayoritariamente en personas jubiladas pero “sorprendentemente activas”, reconoce el operador, “que tienen el espíritu de salir a caminar, de hacer deporte, de integrarse a la naturaleza”.

En contraparte, los locales son básicamente grupos familiares, “que no esperaban encontrarse con esos servicios y con un paisaje tan lindo. Es el uruguayo al que normalmente le parecía que para vacacionar se tenía que ir a otro lado, y lo interno no lo motivaba”.

Vignale considera que tienen precios razonables, a la vez que “el uruguayo ha cambiado mucho. Obviamente que sigue viniendo el de la vianda, que no quiere gastar un peso, o de repente es una familia grande y compra todo en el supermercado. Después están los otros, que salen a disfrutar y consumen los productos locales. Tenemos además un quiosco, porque la idea es atender a todo público, para el que quiera comer algo económico al paso, panchos o milanesas, entre 130 y 70 pesos”.

De plaga a plato

Los más jugados, o con más tiempo para sentarse a contemplar el vuelo de los urubúes sobre la cascada, se animan a probar el jabalí. “Es un producto que piden cada vez más. La gente tomó confianza, porque se le da toda la seguridad en cuanto a las cocciones, que son lentas, es una carne bien trabajada, además de que fuimos logrando, con veterinarios especializados, el producto adecuado. Está llena de jabalíes la zona; de una plaga hicimos un plato. Los productores agropecuarios, agradecidos, porque bajás la cantidad de depredadores. Por otro lado, para el que lo consume, es algo novedoso y una carne muy magra, algo que hoy en día se mira mucho”, señala. 30% de los platos que venden allí son jabalí, estima, en sus diferentes opciones: croquetas, milanesa, strogonoff, confitado. Es el producto estrella de la casa, al que se puede acceder desde 350 a 470 pesos.

A raíz del coronavirus, el horario de acceso fue recortado. Actualmente están abiertos de 10.00 a 18.00. “En general la gente está sensible y muy comprensiva; ha colaborado con la situación. En eso, miro a otros países y me siento orgulloso”.

El flujo de público es bien distinto entre semana y fin de semana. En el primer caso, antes estaba desierto, y ahora todos los días tienen gente que se está cuidando pero con ganas de una escapada rápida. Pueden ser entre 100 y 120 personas diariamente, contra las cuatro o cinco previos a la pandemia.

La capacidad locativa se redujo a la mitad; aparte, se cortaron algunos acuerdos con los que contaban: “Trabajamos mucho con colegios, liceos, INAU, una propuesta estudiantil que este año quedó totalmente afuera del circuito. Teníamos prácticamente todo vendido en febrero y no quedó nadie. Si bien estábamos muy desanimados, la sorpresa fue la respuesta del público local”, recalca Vignale.

Tanto en el Penitente como en el Ventorrillo de la Buena Vista ‒un clásico de Villa Serrana con el que trabajan en sinergia, ya que la esposa de Vignale, Claudia Fernández, lo administra desde 2011‒ conviene reservar con un mes de antelación: el alojamiento está prácticamente tomado hasta mitad de noviembre. El verano, que nunca fue movido, con la playa como principal competencia, por ahora es una incógnita.