Debería estar en Perú haciendo fotos, pero está en Nueva York, donde hace más de un año lo agarró la pandemia. Cuenta que va a regar la huerta hogareña recién estrenada, él que siempre anda en casa de otros. “A mí la ciudad no me interesa, el mundo del arte no me interesa”, insiste. Mientras está en pausa, el uruguayo Luis Fabini busca fondos para seguir con Cosecha, un proyecto que lo sumerge en un entramado de comunidades desde las alturas de los Andes de Qeros al Valle sagrado, pasando por el cañón del Colca. “Voy muchas veces a los mismo lugares, hasta que tengo lo que estaba buscando. Después voy a seguir seguramente por México; Guatemala, Etiopía, India, Bután, Rumania y Vietnam están en mis planes. En el momento veo qué está pasando, cuándo van a cosechar, y ahí enfilo. Esa es mi columna vertebral”, explica.

“Desde tiempos inmemoriales en la cordillera de los Andes, cada ciclo agrícola es una oportunidad para repetir la serie de movimientos que definen la vida de los agricultores y sus comunidades rurales”, dice a modo de fundamentación. Fabini captura su relación con la tierra, sus herramientas, sus atuendos, sus rituales en torno a la comida, sus festivales de cosechas y celebraciones. “Este conocimiento resiste en los límites de nuestro mundo globalizado, especialmente donde el oxígeno es escaso, completamente al margen de las lógicas del mercado. Estos frágiles sistemas de prácticas sociales, culturales, económicas y simbólicos, en su mayoría poco conocidos y subvalorados, son sin embargo esenciales en la reproducción y preservación de nuestra bioagrodiversidad hoy”.

La idea quedó latente desde aquella cabalgata en Ecuador, en 2015, con un chagra, un gaucho local: “Volviendo de la montaña, yendo al pueblo, me dice: ‘Acá tengo mi chacra, tengo cuatro hectáreas y planté papa, y con esa papa les voy a pagar el colegio a mis hijos’. En 2019 hice tres viajes a Perú ya con la cuestión definida: fotografiar cosechas en comunidades indígenas. Además, estoy ligado a Perú por el ombligo, mi madre es peruana y tengo una cantidad de familia peruana, y para mí eso es importante cuando empiezo un proyecto: mis raíces, es como excavar y eso me motiva más”.

Como trabajos previos de gran aliento, Gauchos y Vaqueros de América, este escarba en los métodos de producción, aunque Fabini lo vincula más a una conexión con la tierra: “Antes era a través del caballo y del ganado, acá es directo con la tierra. El hombre a caballo ve la vida desde un poco más alto, ve el horizonte más lejano. El campesino la camina, con la espalda y las rodillas dobladas, tiene un contacto más íntimo quizás. Eso mueve mi trabajo: el contacto con la naturaleza y qué le pone en conocimiento el ser humano”.

Como añadidura, la experiencia peruana de Fabini, que vivió allí de los cinco a los diez años, en los años 70, “con dos terremotos, Velasco Alvarado, en fin” y donde más grande descubriría la alianza indisoluble de explorar y fotografiar. “Me fui desde Uruguay a dedo con 100 dólares. Me iba a México y terminé en Perú, trabajando como guía de trekking, durante un año, en Cusco y alrededores: el lago Titicaca, cordillera andahuaylas, por el cañón del Colca. Conozco bastante bien toda esa zona de Perú y he vuelto siempre que he podido”.

Fabini dice que las cosechas lo eligen y no al revés, como uno supondría. “Hay más de 4.000 tipos diferentes de papa en Perú y plantan hasta a 4.000 y pico de metros de altura, como vi con los qeros, que es la comunidad que vive más alto en Los Andes. Cada región, así como las mujeres tienen su tipo de sombrero, también tiene su diferente tipo de maíz, su diferente papa”.

Inició el recorrido en cuatro por cuatro hasta que probó hacerlo a pie. “Este proyecto me va a llevar por lo menos dos o tres años: son ocho países, ocho regiones, ocho valles, montañas, poblados. Así como gran parte de Vaqueros lo hice a caballo, esto da para caminarlo, que es toda otra onda; la gente te recibe de diferente manera, el ritmo es otro. Uruguay, diría, es casi bidimensional: es un paisaje abierto, son horizontes lejanos, pampas, penillanuras, el mar a lo lejos, el gaucho, al pan pan y al vino vino, no hay mucha vuelta. Perú es todo lo contrario: es incontenible; donde escarbás hay cuatro o cinco civilizaciones, hay más de 20 etnias conviviendo, es un país complejo, rico, diverso”.

Los productos parecen seguir el mismo patrón de abundancia: “En el cañón del Colca, por ejemplo, hay dos tipos de choclo; yo fotografié el que queda al final, y es uno de los cañones más profundos del mundo. Tiene un maíz chiquito, casi como en forma de pera, de varios colores, súper denso, muy arenoso, muy bueno para secar y hacer ese maíz tostado, o para harina. En el Valle Sagrado están las salineras de maras; son precolombinas y las dueñas son dos comunidades, cada familia tiene cinco o seis de estas piletas, hay como 4.000. Tapizan el piso con una madera pesada, mediante un sistema de irrigación las inundan y cuando viene el verano, el sol evapora el agua y queda esa sal rosada increíble”.

Códigos de convivencia

La integración de Fabini en esas sociedades es paulatina hasta que se gana la confianza para tomar fotos de las cosechas. “Las comunidades se autogestionan, tienen asambleas y tienen una palabra en quechua para decir hoy por vos, mañana por mí. Ayni es un concepto de reciprocidad entre las comunidades de los Andes y es una práctica. Entonces, si necesitás ayuda con el caño de irrigación, vamos todos juntos. Además, invita siempre a dar primero y después recibir. Eso yo lo aplico; no pago por mis fotos pero sí viajo con comida y si estoy en camioneta cargo fuego, olla, me gusta cocinar e invito a la gente, a diez o 20 personas, acampo al lado de la casa, se arriman los vecinos, y así voy conectando”.

Cosecha de papa en Cabanaconde, Canyon del Colca, Perú.

Cosecha de papa en Cabanaconde, Canyon del Colca, Perú.

Foto: Luis Fabini

“Viajo con bolsitas de coca, pan, queso; apenas veo gente trabajando en el campo, me acerco, saludo respetuosamente, ofrezco, empezamos a coquear, a hablar, y recién en ese momento presento lo que estoy haciendo y por qué. Siempre tenés que hacerlo: se junta la gente alrededor y ellos deciden sí o no, o qué te van a pedir a cambio. Otra cosa que voy haciendo es levantar toda la gente a dedo, porque los que viven en los pueblos generalmente van de mañana temprano a las chacras que están más arriba, a atender a los animales, a darles agua, a ordeñar, o al trabajo de chacra mismo, y después vuelven para las casas. Algunas quedan lejísimo y termino llevando desde bebés de meses a señoras de 80 años, paro en algún lugar, hago fotos, charlo, comemos queso, comemos pan, nos comunicamos. Y siempre que puedo viajo con un baqueano, una figura fundamental”.

Lo que parece difícil es una oportunidad para una gran foto, asegura. “Así me contacto con mis sujetos, a través de mi intuición, ya sea una roca o un árbol. Ahí inmediatamente viene el tema de la composición y de la luz natural. Nunca uso otra cosa; la luz que esté disponible, y dándole espacio, que la vida entre en el cuadro, no me impongo. Los indígenas tienen estructurada su vida de manera vertical: según la altura, el producto que cosechan. Hay algo salvaje, conectado con la naturaleza, que también lo tiene el gaucho, que me enamora de esta gente. Lo veo en algunos retratos, caras marcadas, dignas, orgullosas de quienes son. No veo límites entre la vida y el arte, en realidad. Y me encanta encontrar arte en la vida de gente que trabaja la tierra. Wade Davis, el antropólogo, llamó a toda esa acumulación de conocimiento la etnósfera”.

En desaparición

Las de Fabini son imágenes que suceden al margen o que están próximas a desaparecer. “El tema es que todo esto se está desintegrando rapidísimo, porque la gente que sigue vistiéndose con una identidad fuerte son las mujeres veteranas, grandes guardianas de lo tradicional, mientras que la gente joven cuando se viste así es de modo más folclórico. Entonces trato de ir a lugares remotos, donde todavía son auténticas, conectadas con un territorio, creadas por una razón”. Algunas muestran rasgos que recuerdan a la obra de Martín Chambi (1891-1973), así que la pregunta es obligada. “Chambi fue el primer fotógrafo indigenista, está presente en todos lados, veo escenas de Chambi mientras estoy viajando. Mi padre en la fotografía es [Henri] Cartier Bresson, pero no siento para nada estar documentando; estoy inmerso en esa situación como un surfista en la ola, atento, casi sin pensar, ahí empezás a encontrar el ritmo. Hay un contraste entre el frío y el calor en la altura y es una luz completamente diferente la luz de la montaña, muchísimo más contrastada. Tenés que ir inventando y acostumbrándote”.

En modo pausa, este fotógrafo nómade cuenta que tenía una exposición de su trabajo Gauchos, en Seúl, programada para octubre, y otra más en Beijing. Detenido en la ciudad, pero analizando posibles formatos, dice que le gustaría mostrar un avance de Cosecha montada en una pared gris, con una luz directa, todo el lugar a oscuras y “que las fotos hablen por sí solas”.