Para encontrar la entrada hay que pasar el enano de jardín, el primero de muchos objetos que muestran las marcas del tiempo. En el fondo, un avión de metal, con credenciales como para haber sido el juguete predilecto de un infante de un siglo atrás, sirve de escenografía de las primeras fotos del visitante. En una habitación, una máquina de dentista circa 1960, en el baño, una balanza antigua. Cantina Mataojo es un sitio para almorzar o merendar los fines de semana en las sierras de Maldonado entre muebles reunidos con libertad junto a lámparas en cerámica, cuadros y piezas decorativas que uno se llevaría a casa -una casa menos singular, seguramente-, y así está pensado.

Vika Esquivel es la artífice de la transformación de un molino de trigo de 1840, por donde pasaba el cauce del arroyo Maldonado, según relata, en un paraje indatable, al que se llega con reserva previa después de un breve paseo hasta Abra de Perdomo. “El propietario del lugar es Aarón Hojman, que es el dueño de Casa Zinc y del edificio de Café La Farmacia. Es decorador, tiene un anticuario y vivió varios años en el molino. Ahora lo tenía abandonado y como es amigo mío, me mostró el lugar, que me pareció increíble. Me dijo que todo el mundo quería hacer algo ahí, pero nadie lo hacía. Entonces, me puse las pilas y lo armé”, cuenta.

El pueblo giraba en torno a la estación de tren, el molino, el frigorífico. Hoy la cantina, identificada antes como La Dacha (para quienes la busquen en un mapa), no tiene vecinos, aparte de algún casero, y permanece cerrada otra edificación que despierta la curiosidad, justo en frente, que alguna vez fue clínica psiquiátrica. Mataojo parece el único motivo de que los fines de semana la calle se llene de autos estacionados.

“Yo vengo del palo de la publicidad, estuve 15 años, pero en mis comienzos trabajé haciendo las reservas en restaurantes de José Ignacio -La Caracola, Isla de Flores, Bajo el Alma- y cuando decidí mudarme a La Barra me reinventé hacia la gastronomía y emprendí este proyecto”, sigue Esquivel. En sus antecedentes figura otro comedor: Campo Canteen, que montó y mantuvo vivo como parte de una residencia artística en Pueblo Garzón. Con Mataojo empezó en diciembre. Lucrezia Montes de Oca estuvo secundando en Chile a Francis Mallmann y cuando la pandemia la trajo de vuelta, Esquivel la convocó para que se ocupara de la cocina.

Al equipamiento de Hojman y las obras de Diego Haretche sumó las lámparas de Mariana Pascual (@flaquiceramica) y un perchero donde encontrar, por ejemplo, los tejidos de Quiroga-Quiroga. Detrás del mostrador donde se piden los pequeños platos que lista la pizarra (desde morcilla con pera hasta papa asada con huevo mollet, desde un refuerzo de mortadela casera y pepinillos hasta unas croquetas de cordero) Esquivel procuró montar un almacén mínimo que vende parte de los productos que se consumen in situ. Hay entonces para llevar kombucha Karma to Brew, cerveza Pintada (de Pueblo Edén), vermú Rooster, gin Libertad, trabajan con bodega Alto de la Ballena, tienen vinos naturales Nakkal y también LaTita, salsas picantes Fin del Mundo, y si algún caprichoso insiste, hasta despachan las galletas de campo envueltas en papel.

Aun manteniendo los protocolos, corre cierto espíritu comunitario en el servicio, con la intención de que el visitante tome un poco la iniciativa. Así que el menú llega a la mesa (o se va a buscar) en una bandeja “como de colegio” y en una vajilla que en realidad pertenece a Fiume, una marca de upcycling industrial, esto es, reciclaje en aluminio terminado a mano.

Están funcionando únicamente sábados y domingos de 13.00 a 19.00 en dos turnos de hasta 25 personas que acomodan dentro, una burbuja por cuarto, y fuera de acuerdo a las condiciones climáticas. “Pensé que de a poco la gente se iba a ir acercando -porque no estoy en una esquina céntrica, tenés que saber que existe-, pero la verdad es que somos como una novedad y ya el paseo es precioso. Tiene esa cosa excéntrica de que es un molino, que los muebles son un viaje y que la comida es diferente a lo que estás acostumbrado a ver”, dice Esquivel. “Nos encanta que venga gente de la zona porque son los que nos van a mantener abiertos en invierno”, agrega, aunque la verdad es que recibe público que se traslada desde José Ignacio, Punta del Este y Punta Ballena, pero también, en segundo turno, al que reserva desde Montevideo.

El lugar es pet friendly y si llegan niños, algo habitual, la anfitriona les acerca un balde con Legos y algún libro de ¿Dónde está Wally? para que los adultos puedan desligar y entretenerse como en un atípico club social.

Cantina Mataojo queda en Abra de Perdomo (ruta 9, km 129,5, camino Sierra de Carapé, Maldonado) y toman reservas al Whatsapp 098833910.