A Ignacio Galante y Javier Wainstein los une una amistad de muchos años y un fuerte sentimiento de pertenencia al barrio porteño de Parque Chas. Ambos pasaron su niñez y juventud jugando en las típicas calles circulares de esa zona, conocida por sus cuadras laberínticas, casas bajas y veredas tranquilas.

En el corazón de Parque Chas se encuentra el Club S.A.B.E.R., un típico club de barrio con canchita de fútbol, talleres de baile, teatro, patín y canto, entre otras actividades. Funciona desde 1926 sobre la calle Llerena 2727, y supo tener su época de esplendor en décadas pasadas.

En junio de 2020, durante la cuarentena por el covid-19, Ignacio y Javier se preocuparon por el futuro del club y decidieron acercarle una propuesta a la directiva: transformar el antiguo buffet, reavivar el espacio y poner en valor la función social que siempre tuvieron los clubes de barrio. El miedo a la desaparición funcionó como motor.

“Nuestra propuesta nace para defender el club, un espacio que es de todos y no es de nadie, donde conviven muchas actividades, pensamientos y disciplinas al mismo tiempo. Estos espacios necesitan movimiento para que puedan mantenerse. No queremos que el día de mañana se transforme en un edificio”, asegura Ignacio.

Clásico pero agiornado

La idea se comenzó a cocinar cuando, en plena pandemia, se empezaban a habilitar algunos espacios al aire libre. “Fue difícil porque estaba todo cerrado y el club obviamente también. Empezamos con unas mesitas en la vereda. Nos llevó tiempo, fue una construcción día a día”, relata Ignacio.

Javier es chef y psicólogo, pero hasta ese momento estaba más abocado a la psicología. “Cuando Nacho me comentó el proyecto, la idea me convocó desde un principio”, cuenta.

Durante muchos meses Ignacio y Javier pensaron en cómo invitar a la gente del barrio: buscaban una propuesta que combinara costumbres clásicas con otras más actuales, y así conectar generaciones. De a poco fueron transformando el antiguo buffet en un bar que retoma el viejo hábito del vermú, pero acompañado de un menú moderno que incluye tapeo y picadas.

“Quisimos reavivar algo que sucedía en el pasado, cuando la gente se juntaba en el club a charlar con un vermú de por medio, pero también queríamos empezar a convocar gente que no venía al club, gente joven y no tanto”, explica Ignacio.

La estrategia resultó exitosa. Javier cuenta, como ejemplo, que “vino alguien que trajo a su papá de 70 años para mostrarle algo ‘nuevo’, y el papá le dijo: ‘¿Cómo nuevo? Yo venía acá. Di mi primer beso en el salón del club, en un baile de 15 o en un carnaval’”.

Con respecto a los platos, Javier destaca: “Nos alejamos de la lasaña, la milanesa con papas fritas y el filet de merluza. Creamos otra propuesta, más liviana y diferente”. Algunos de los platos más pedidos son los espárragos gratinados con jamón crudo, los alcauciles gratinados con merkén y azúcar, diversas tapas, bruschettas y una variedad de conservas, como porotos, ajíes, tomates secos, morrones y pepinos agridulces. Otra estrella de la casa es la tortilla de papas.

Entre la oferta de postres figuran dos clásicos: flan con dulce de leche, y queso y batata. Además de vermú, sirven gin tonic, Campari, Cynard, Amargo Obrero, cervezas, áperol, vino con soda y hielo y una amplia carta de vinos.

Las mesas se ubican dentro de un salón junto a un piano antiguo y una vitrina en la que se exhiben trofeos de las distintas disciplinas en las que se desempeña el club, como fútbol o patín.

“El piano está afinado y, cuando se toca, generalmente sucede de manera improvisada. Algún cliente de alguna de las mesas, con o sin autorización, se sienta en el piano, toca y es bienvenido”, relata Ignacio.

La ubicación del club, fuera de los circuitos gastronómicos más conocidos y alejado del centro de la ciudad, le da un encanto especial. “Nos gusta la tranquilidad del barrio. Si venís es porque sos del barrio o porque querés venir puntualmente acá”, resalta Ignacio.

Ambos sostienen que el club brinda una atmósfera distinta, particular, en la que conviven muchas actividades al mismo tiempo. “Lo que sentimos nosotros es que entrás y te sentís un poco como en casa, como que te pertenece, te movés con cierta familiaridad y si querés que sea tuyo, es tuyo, pero a la vez no es de nadie. Todo eso genera comunidad y querés defenderlo, cuidarlo, que esté bien. Es todo lo contrario a lo privado”, sintetizan.

El bar funciona de miércoles a sábado de 19.30 hasta las 23.30. Cuando el clima acompaña, se aprovechan también las mesas en la vereda. Allí trabajan 12 personas, y todas son del barrio.

Historia de un resplandor

El club S.A.B.E.R. es la fusión de dos instituciones: la Unión Vecinal Pro-Fomento Agronomía, que se fundó en 1926, y de la Biblioteca Popular El Resplandor en el Abismo, creada por cinco amigos en el fondo de la casa de uno de ellos con el objetivo de “propender a la elevación cultural e intelectual del Pueblo (…) sin distinción de edad, sexo, nacionalidad, creencias y color”.

Desde su fundación, la biblioteca popular nucleó a todos los vecinos y vecinas del barrio ya que, además de organizar reuniones literarias, prestaba libros a los niños y niñas, lo que les permitía cumplir con las lecturas requeridas en las escuelas.

Después de varias peripecias, las dos asociaciones se unieron y se instalaron en el predio actual. Poco tiempo después, en 1936, adoptaron el nombre definitivo: Sociedad Agronomía Biblioteca El Resplandor (S.A.B.E.R.).

A lo largo de los años, el club se consolidó como un bastión del barrio y albergó a los vecinos con sus múltiples actividades y deportes. A su vez, allí se encontraban intelectuales y pensadores de izquierda para brindar charlas y debates abiertos a la comunidad. “Mucha gente viene acá y dice ‘yo escuché por primera vez lo que era el comunismo en el Club’”, asegura Ignacio.

Hoy en día la biblioteca popular cuenta con más de 38.000 libros, además de revistas y diarios. Además, suele ser un punto de encuentro para diferentes actividades culturales. Por allí pasaron representantes de la cultura como Juan Sasturain, Hugo Chumbita, Hernán Brienza, Osvaldo Bayer, León Gieco, Litto Nebbia, Rodolfo García y Alejandro Dolina.

Además, en el club se practica fútbol, patín, taekwondo y kung fu. También funciona un centro de jubilados, se brinda apoyo escolar y se hace teatro, capoeira y canto. A su vez, cuenta con un salón donde festejar comuniones, casamientos y fiestas de quince.

Ignacio resalta que “la mayoría de los clubes de barrio son de la década del 20, 30, o 40. Tenían el objetivo de generar espacios de encuentro, que hubiera fiestas, eventos culturales, deportivos y sociales. La sensación es que todo eso vivió una época de esplendor y que hoy no hay posibilidad de que nazcan o surjan nuevos clubes”. La propuesta del bar por parte de una generación joven quizás simbolice un “pase de posta”, una manera de hacerse cargo del cuidado y la continuidad de este espacio.