Aunque muy de a poco en Uruguay vamos asumiendo la tan mentada “nueva normalidad”, en el resto del mundo las cosas están bastante bravas. Los espectáculos en general y los cines en particular se cuentan dentro de los más afectados, y la industria cinematográfica ve desesperada como los mayores estrenos de 2020 se van postergando para años próximos uno tras otro, cayendo como fichas de dominó puestas en fila.

Sólo esta semana, se anunció que el estreno de The Batman se postergará hasta 2022 y otro tanto pasó con la nueva adaptación de Dune, que queda para 2021. Si se suman a otras ‒Wonder Woman 1984, Jurassic World Dominion, Black Widow, entre muchas‒ se configura un panorama bastante desolador para los cines que tratan de mantener sus puertas abiertas.

Sin embargo, inesperadas propuestas han encontrado su camino hasta nuestras salas. Películas que quizá nunca se hubieran estrenado en condiciones normales llegan al país, ofreciendo opciones bastante poco comunes para la platea montevideana. Un ejemplo estupendo es la película de ciencia ficción rusa contemporánea bautizada ‒lógicamente‒ Sputnik.

Detrás de la cortina de hierro hay monstruos

En algún punto a finales de los 80, una misión espacial soviética de dos tripulantes está por regresar a la Tierra, cuando pasa... algo. La acción salta unos días más adelante y conocemos a nuestra protagonista: la psiquiatra Tatyana Klimova (estupenda Oksana Akinshina), una doctora que no anda con vueltas y cuya franqueza y falta de tacto político la han puesto en la mira del politburó (cosa muy poco conveniente).

Pero no sólo a las altas esferas del gobierno les ha llamado la atención: el coronel Semiradov (Fedor Bondarchuk) la recluta para que trate a Konstantin Veshnyakov (Pyotr Fyodorov), uno de los dos cosmonautas de la misión, quien aparentemente no recuerda nada de su regreso a nuestra órbita. Lentamente, Tatyana irá conociendo el secreto que guarda el complejo militar y, particularmente, el que se esconde en el cosmonauta, en un medido y sobrio film que combina con talento el horror con la ciencia ficción.

La ciencia ficción es uno de los géneros que mayor producción y desarrollo tuvo tanto en la antigua Unión Soviética como en la Rusia contemporánea. Basta con recordar la intensa labor de los hermanos Boris y Arkady Strugasky ‒Qué difícil es ser Dios, Picnic extraterrestre, Mil millones de años hasta el fin del mundo, entre otras‒ o en tiempos más recientes, el best seller distópico Metro 2033, de Dmitry Glukhovsky (con su estupenda adaptación a videojuego como recomendable compañía). Y ya puestos a hablar específicamente de ciencia ficción rusa en cine, qué más que recordar que otrora la URSS albergó a uno de los mayores maestros de este género ‒y del cine en general‒ como es Andréi Tarkovski, el responsable de Solaris (1972) y Stalker (1979).

Todo esto está presente en Sputnik, así sea como un marco amplio dentro del cual moverse y comprimirse, porque amén de estas menciones y posibles influencias, el universo internacional de la ciencia ficción también tiene una clara incidencia en el argumento de la película.

Sin embargo, y aunque sus referencias quedan claras ‒¿alguien dijo Alien?‒, el mayor logro de la película es proponer un clima, un universo propio, con sus personajes a tono, y mantenerse completamente fiel a él durante toda su duración, ofreciendo lógicamente una buena tanda de sobresaltos acordes al relato, pero también una mirada personal sobre ambos géneros y un cierre con toda altura. 

Horror en Guerra Fría: casi podríamos imaginar el subgénero, uno digno de ser recorrido nuevamente.