Esta es una deuda conmigo, aunque tal vez a ustedes les valga un pesito. Hace dos años, más o menos, murió David Berman, pero ese mismo día también había muerto otro músico, así que, por constricciones de tiempo y espacio, tuve que escribir sobre el segundo. Era lo que había que hacer por mandato periodístico, y además el uruguayo era un hombre muy querido. Me lo había cruzado varias veces y alguna vez lo escuché tocar, creo. Pero ese día yo me sentía triste por ese que nunca había visto de cerca y sin embargo me acompañaba en muchas caminatas desde algún lugar entre los dos auriculares.

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David Berman fue los Silver Jews. Al principio eran una banda con Stephen Malkmus y Bob Nostanovich, dos compañeros de la universidad que después se fueron para dedicarse en serio a los exitosísimos Pavement (y Malkmus, luego, a una carrera solista que sigue hasta ahora; a él sí lo vimos de cerca en la sala Zitarrosa, a principios de siglo). Así que Berman quedó más o menos solo con el nombre de la banda y sus grabaciones en baja fidelidad, la declamación cansina y las letras ocurrentes.

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Berman es, sobre todo, un verso genial. “En 1984 me internaron por aproximarme a la perfección” (no, en inglés no suena mejor; es puro significado). Ese verso abre “Random Rules”, el primer tema del disco American Waters, de 1998. Ahora traduzco el resto de la letra, pero créanme, tiene destellos de genialidad y un significado incierto, inquietante, y sobre todo, personal. A diferencia de Bob Dylan –referencia inevitable en esto de los poetas rockeros torrenciales–, Berman armó una identidad definida en lugar de la voz homérica, casi suprahumana del Nobel de Literatura. Berman es alguien que padece y a la vez es ingenioso. “Random Rules”, por caso, dispara por lo menos dos significados: puede querer decir “reglas azarosas” o “el azar manda” (el contexto lleva al segundo).

Uno de los discos tributo que salieron casi enseguida de la muerte de Berman se llamaba “Aproximándose a la perfección”.

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Un tipo musicalizó un poema de Gregory Corso y a ninguno de sus amigos les gustó, excepto a uno que comentó que parecía algo de los Silver Jews, y el tipo no se olvidó nunca de esas palabras.

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Berman, conviene aclarar, se mató. Depresión, etcétera; no vamos a entrar en historias clínicas, y además todo está en Wikipedia. Pero hay dos cosas que consignar porque aportan al mito de “Random Rules”. Una, que su padre se había hecho millonario como abogado de tabacaleras (me lo imagino como el protagonista de Thank you for Smoking / Gracias por fumar, la película de Jason Reitman) y esa historia familiar lo atormentaba.

La otra es que Berman sacó un disco, unas pocas semanas antes de morir, bajo el nombre Purple Mountains, y su tema más difundido repetía, en un moderado tono optimista: “All my happiness is gone” (se fue toda mi felicidad).

Cuando murió, Berman tenía 52 años. En 1984, entonces, tenía 17.

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Ahora sí, la canción:

En 1984 me internaron por acercarme a la perfección
Atravesaba Europa molestando y tuvieron que hacer una corrección
En ese lugar donde la pantalla infrarroja se cruza con el gusanito verde
Lo hacen para que no te tiemblen las manos cuando te las hacen temblar

Se qué a ustedes les gusta bailar en ronda
Todo tan democrático y cool
Pero, baby, no hay guía
Cuando manda el azar

Aviso que mucho de lo que digo acá lo leí en baños de hombres
Por ahí crucé los rubicones equivocados y caminé los pasillos que no
Pero nada puede cambiar el hecho de que compartimos una cama
Por eso me dio tanto miedo cuando te diste vuelta y me dijiste:

Te parecés a alguien
A alguien que me hizo bien y mal
Sí, te parecés a alguien que conozco

Le pregunté al pintor por qué coloreaba de negro los caminos
Me dijo: “Steve, porque la gente se va
Y no hay ruta que la traiga de vuelta”
Así que si no querés, prometo no quedarme
Pero antes de irme te tengo que preguntar por esa franja pálida en tu dedo anular

Nadie tiene que vivir dos vidas
Ahora sabés que mi segundo nombre es mal y bien
Querida, tenemos dos vidas para dar esta noche
Para esta noche.