“Estamos atravesados por devenires”, le dice un amigo a otros dos mientras beben un sorbo de vino. Lo dice sin peso, liviano, eterno. “Esa es la vida. Este misterio terrible que es la vida”, continúan y asienten. Y ahí, en esas palabras, no hay llanto ni nostalgias: hay verdad. Y hay, también, una vida ungida en la palabra “acción”. Hacer, hacer y hacer.

Por caso, Tres en la deriva del acto creativo, última película de Pino Solanas estrenada a un año de su fallecimiento, supone el ejercicio de la reflexión, del goce y del legado. Se trata de un documental sobre tres amigos que se conocieron a finales de la década de 1960, en los años de resistencia al general Juan Carlos Onganía, presidente de facto en la República Argentina. Amigos inmensos, amigos vitales, amigos como, ni más ni menos, el realizador Fernando Pino Solanas, el pintor Luis Felipe Yuyo Noé y el actor y dramaturgo Eduardo Tato Pavlosky.

“En primer lugar, esta fue su última película. Fue un proyecto que quería hacer desde hacía mucho tiempo. Era un proyecto de tres amigos para dejar ver su propio legado artístico y abrir las puertas de la cocina de sus propios procesos creativos. Es una película en la que Pino hace un recorrido sobre toda su trayectoria. Es una película de legado”, explica a la diaria Victoria Solanas, hija de Pino y productora del film.

“La película nació de muchas casualidades, a la deriva de su proceso creativo”, reconoce Pino, durante los primeros minutos, en una especie de aviso o disclaimer. Y la acción se echa a andar en la casa de Yuyo, con el pretexto de la llegada de Gaspar Noé (hijo de Felipe) y Juan Solanas (hijo de Pino) a la Argentina. Por allí andan, en el fondo, recién arribados de París, haciendo de camarógrafos, sosteniendo la mirada con admiración. A ellos se le suma Martín Pavlosky (hijo de Tato), que también anduvo en la misma: mezclando compañía con fascinación.

Así, a lo largo del film se desgranan distintos elementos vinculados a eso que, en efecto, los une: el proceso creativo. “Muchas veces, las cosas se me dan porque se me dan. Nunca sé lo que voy a hacer hasta que lo estoy haciendo”, sostiene Yuyo. “Pasa que estoy viejo, no tengo un método”, bromea. Vuelan los sorbos de vino, surgen diferencias y coincidencias entre el cine, la pintura y la actuación.

Brotan reflexiones sobre el caos (“No tiene opuesto”, advierte Yuyo) y surge lo inevitable: las conversaciones sobre las crisis, los personajes complicados, la historia que duele. Los protagonistas de Tres en la deriva del acto creativo, adultos mayores con una obra mayúscula, advierten la política del riesgo y conocen el músculo del trabajo. “Por suerte apareció la computadora. Hay ideas que si no las anotás, mueren”, celebra un Pino vital, lleno de proyectos, pleno de vida.

“Pino hizo mucho. Su obra no solamente es cinematográfica y audiovisual, sino que también escribió mucho. Será cuestión de ir ordenando y viendo todo. Por supuesto que dejó proyectos inconclusos, como todo director de cine activo. Siempre tenía varios proyectos al mismo tiempo. Era una persona que se la pasaba filmando, por lo cual su vida está muy registrada, muy documentada. Andaba siempre con la cámara”, cuenta Victoria, a propósito de esa pulsión provechosa del hacer y del infinito material artístico de su padre.

En el documental asoman ideas sobre la espontaneidad, la imagen y el cuadro. “El cine es sintetizar la realidad dentro del rectángulo”, escupe Solanas como una verdad inclaudicable. Se ven imágenes de Sur y de El exilio de Gardel, dos de sus mejores películas. Se comprime la noción del exilio afuera y del exilio adentro. “El exilio es una marca de fuego”, desliza Juan Solanas, que lo vivió en carne propia cuando su familia encontró cobijo en España y en Francia escapando de los militares.

De esta manera, Tres en la deriva del acto creativo se erige autoconsciente sobre sus ganas de seguir contando. De plantar bandera sobre el pasado y, mucho más, de seguir teniendo un nervio joven, aún en el futuro. “La película tiene muchos valores. Uno de los mayores es su enorme vitalidad, su amor a la vida. De hecho, la película termina con una frase en la que él sintetiza que ‘la manera más efectiva de no jubilarse es teniendo proyectos’. Y mi viejo tuvo proyectos hasta último momento. Nos dejó este legado vital, donde se lo ve activo, generando y aportando”, dice Victoria, recordando a su papá.

A la sazón, esa relación con el mañana, sintetizada en la presencia de los hijos, también se ve en transferencias inconscientes. Tres en la deriva del acto creativo es, también, además de la oportunidad de ver ese guiso de cómo, cuándo, quién y, fundamentalmente, por qué, el regalo de algunos instantes únicos. Como ese en el que Gaspar Noé, el famosísimo director de Irreversible y Enter the Void, dice lo siguiente: “Cuando sos chico, considerás natural la obra de tu padre. De pibes, mi viejo nos dijo que podíamos ser lo que queríamos. Pero que si tomábamos profesiones artísticas, íbamos a ser más felices”.

De pronto, el relato encuentra un tramo sentimental con el padecimiento de Tato Pavlosky. Queda la obra y queda una conversación maravillosa –y seca, y cruda, y necesaria– posoperación del corazón en la que Tato, como siempre, subraya con su rostro lo que afirman sus palabras. “Nos unen la amistad y el compromiso con el país”, agrega Pino, tendiendo un lazo con sus amigos y colegas artistas.

Hay espacio para hablar del teatro, hay calce para emocionarse con despedidas. “La obra de Pino dejó una impronta”, señala Victoria. La voz de Juan Domingo Perón surca la película entera como un rayo. Tres en la deriva del acto creativo es la última película de Pino y, obviamente, en su composición química hay pistas de toda su vida.

Se estrenó en el Festival de Cine de Mar del Plata, se vio en malba.cine, se verá en París y quién sabe dónde más. Es su documental, el que guardó para el final, con el que –tal vez sin pensarlo o tal vez sí, quién sabe– eligió despedirse. “Parte de su legado es concientizar, ser una voz, la voz de los oprimidos y de las grandes causas. Su legado es enorme”, cierra Victoria. Pino falleció el 6 de noviembre de 2020, a sus 84 años, mientras se desempeñaba como delegado permanente de Argentina ante la Unesco. Pino desapareció físicamente, es cierto e inevitable, pero es muy difícil que deje de estar entre nosotros.