El domingo 10 de noviembre de 2019, La Foca daba un recital en el barrio Malvín. No era su primera vez en el teatro del Centro Cultural La Experimental. El lugar había sido elegido para volver a celebrar el festival Bola de Nieve, y como otras veces, además de música en vivo de nuevos y viejos artistas, hubo charlas al sol en la vereda y, de noche, adentro y con entrada libre, un patio de comidas con tortas, refuerzos, cervezas y gaseosas, todo a muy buen precio. Ese día La Foca se subió al escenario y unas 50 personas, sentadas en butacas, en penumbras, escucharon por primera vez algunas canciones que terminarían siendo parte de Los nuevos recuerdos vendrán, su nuevo álbum, editado en marzo de este año.

Cada trabajo de este grupo remite siempre, en algún sentido, a otra parte de su universo y de su historia. Con este, por ejemplo, recordé la vez que se sumaron a un concierto a beneficio del Planetario Municipal, y cómo después evoqué las estrellas, o el cielo cerrado y ficticio del propio planetario, cuando escuché sus canciones. Se podría atribuir esta propiedad de su sonido a cierta fidelidad a un estilo, pero no sería suficiente. El efecto, cada vez más indeleble, se explica por una previsión artesanal y un macerado que puede durar años.

Para esta ocasión, y en medio de la pandemia, el grupo eligió como productor artístico a Fabrizio Rossi Giordano (integrante de Mux y Alucinaciones en Familia, productor de decenas de discos y sonidista de incontables shows) y le dio las llaves de su sonoridad; un permiso que rara vez se le concede a alguien que no esté conectado a esta familia.

Fabrizio, además, se encargó de la mezcla y la grabación, y participó con su voz, al igual que Federico Morosini, Francisco Trujillo, Diego Andrada y Gonzalo Saavedra.

El argentino Juan Stewart, pariente cercano, fue el responsable de la masterización del disco.

Quedó escrito en su página de bandcamp: “Los nuevos recuerdos vendrán es nuestro octavo disco. Hecho con el mismo amor que el primero. Dedicado a la memoria de Alejandro Torre”. En la foto de la portada se puede ver a tres amigos en ropa de balneario, caminando sin apuros y sin planes. La amistad de Alejandro (artista del sonido y humorista, fallecido en marzo de 2021) con La Foca comenzó muchos años antes de que este grupo de músicos encontrara un nombre para su banda de rock, cerca de la playa, compartiendo veranos enteros, bobeando e imaginando proyectos a contrapelo, con maña y mucha práctica, para tratar de emular con música momentos de intensidad emocional y belleza que vivieron juntos.

Ya no son tan pocos los que conocen la historia y, aunque el cantante sigue augurando lluvia antes de cada actuación, algo fue cambiando mientras recorrían una infinidad de boliches efímeros. Al principio el grupo resultaba una especie no tan rara pero marginal: una joya difícil de descubrir dentro del panorama del rock subterráneo en Montevideo. Algo especial pasó cuando sacaron Ceres y Venus (2016): eran los mismos, haciendo las más oscuras de las canciones playeras, pero en su avanzar de épica invertida habían encontrado una luz que llamaría la atención a muchos más. En La fórmula (2019) decidieron confiar en ese rumbo y, sin moverse, ampliaron sus horizontes con la poesía rota de Federico González y el antojadizo sonido de la guitarra de Gustavo Compagnone.

Los nuevos recuerdos vendrán suena como el final de esta trilogía, y su mayor mérito es haber sabido expresar con notas musicales la contundencia de un último capítulo tan predecible como inesperado. “Millones” tiene un brillo cegador y un comienzo de vuelta a empezar furioso. Enseguida, con “El rayo”, suenan igual que siempre. El campo abierto en los límites rítmicos de Diego Lorenzo (bajo) y Ruben Larrosa (batería) habilita una de sus clásicas melodías de amaneceres de apariencia inofensiva. Con Karen Halthy, invitada a cantar, se permiten un remanso en “Terremoto”, con uno de sus clásicos valses eléctricos. El disco propone luego un segundo comienzo, y un punto de partida diferente.

Por raro que parezca, nunca los habíamos escuchado tan tristes como en “¿Uno o dos?”. Para el texto de la milagrosa “Mi bien eterno” (tal vez tampoco los habíamos escuchado nunca tan relajados), González probó una nueva forma de escritura, menos tachada y contenida, algo que podría salir de los garabatos de Daniel Johnston o de los delirios de Stephin Merritt. En esos pocos minutos se respira una sensación de libertad sin caos; Compagnone se queda tranqui en un arreglo simpático y circular de su guitarra, y Lorenzo se permite su juego de bajo ochentero.

Es raro que todo parezca nuevo después de tanto tiempo.

Casi al final del disco, con su guitarra acústica, González canta: “El color de algunas hojas que jamás aprenderé a decir, que tan sólo recordaré en cada otoño que me toque vivir”.

Los nuevos recuerdos vendrán. De La Foca. UltraPop, 2022. Disponible en plataformas.