Como espectadores, ¿qué le pedimos a una película de “piñas y tiros”? En lo personal, primero le pido que cumpla con la promesa de mostrar tiros y piñas. Unas patadas tampoco estarían de más. Pero también quiero que me presenten algún elemento novedoso; que las piñas y los tiros (y patadas) tengan una coreografía original, una forma diferente de ser mostrados o estén en el marco de una narrativa que no haya visto innumerables veces.

La saga de John Wick, por ejemplo, nos mostró qué tan lejos puede llegar un hombre al que le matan a un perro, pero además incluyó una generala increíble en una discoteca, un plano cenital sacado de un videojuego, una persecuta alrededor del Arco de Triunfo y una subida (y bajada) por las escaleras para el recuerdo. Sí, la mayoría son escenas de la cuarta entrega.

Acaba de llegar a las salas de cine Bailarina, el primer spin-off cinematográfico en un universo que tuvo hasta serie de televisión y que sigue insistiendo con una mitología tan complicada que por momentos dan ganas de decir “sí, pasemos hasta la siguiente escena de piñas y tiros”. Por ejemplo, he tenido jaquecas tratando de calcular a cuánto cotizan las monedas de oro que usan las organizaciones secretas de asesinos que se cruzan amistosamente en el lobby de un hotel.

Nuestro canófilo favorito será, esta vez, un ilustre personaje secundario. La historia sigue a una protagonista femenina que (cuándo no) será víctima de una pérdida fatal y se irá preparando para la inevitable venganza. Ana de Armas es Eve Macarro, la bailarina asesina, y su periplo comienza en la niñez, cuando su padre intentó sacarla de una organización secreta de asesinos. Le costó la vida y, para peor, ella terminó metida en otra. Cosas que pasan.

El comienzo de la película tiene un problema: es bastante genérico. La invasión a la casa del señor Macarro tiene la intención de sumar color mediante bombas de humo rosa, pero ni se comparan con el arcoíris explosivo que filmó Matthew Vaughn en una de las escenas finales de Argylle: agente secreto, una película que, con todas sus falencias, se esforzó por dejarnos algún recuerdo.

Volviendo a Bailarina, a los pocos minutos conocemos al villano, interpretado por un Gabriel Byrne con un tintazo violento, y de ahí seguimos a la huérfana Eve a través de su entrenamiento en una academia dirigida por Anjelica Huston que combina danza con violencia. Lo que sigue, entonces, tiene cosas de la Black Widow de Marvel, con esperables momentos de altísima exigencia y compinches que van quedando por el camino.

Así como John Wick es apodado Baba Yaga en las películas y se lo ve como al “Cuco”, Eve se convierte en una Kikimora, jodida con los malos mientras protege a los buenos. Todo para que su primera escena sea en una discoteca (obvio) donde trata de proteger a una joven de quienes intentan hacerle daño. De Armas comienza a mostrar sus dotes para el cine de acción, pero el director Les Wiseman todavía no la lleva a niveles como los que le vimos en Sin tiempo para morir, aquella de James Bond.

Por ahí vuelve a meterse la mitología, que aporta elementos visuales simpáticos, como las operadoras telefónicas y los mensajes en tubos neumáticos, pero que construyen un verosímil tan frágil como una tela de araña, sobre todo cuando nos cuentan que la organización de la que escapó Eve no respeta las reglas, pero que no pueden enfrentarla porque las reglas son necesarias. O algo así. Yo quería mis piñas, tiros y patadas.

Por suerte, más o menos a la mitad de las dos horas de película la cosa empieza a enderezarse y las ideas originales se vuelven el condimento necesario para que Bailarina logre dar sus mejores pasos. Después de usar en demasía toda clase de martillos o herramientas similares, la protagonista se destaca en una escena de acción en la que pelea con granadas.

Es como si en ese punto los realizadores (por fin) se hubieran resignado a que la película tuviera una calificación más familiar, porque además aumenta la violencia y la cantidad de sangre en pantalla. El guion transporta la acción hasta un escenario que solamente describiré como Pueblo Pillo, y se convierte en el mejor hallazgo narrativo de la película, que además nos tiene reservada otra escena donde veremos a muchos dobles de acción corriendo mientras están prendidos fuego (me fascinan las escenas con dobles de acción que corren mientras están prendidos fuego).

Me había pasado con la cuarta de John Wick que los mejores y más originales momentos los encontré en la segunda mitad. No sé si será política de la casa, pero si estás llegando a la hora de Bailarina y todavía no te convence del todo, tenele un poquito de paciencia. Y si tenés ganas de ir al baño, que sea antes de la escena de las granadas.

Bailarina. 125 minutos. En cines.