Vistas hoy las cuatro entregas de la saga protagonizada por John Wick, ese asesino a sueldo que vuelve de su retiro interpretado por un Keanu Reeves en estado de gracia, es difícil recordar que, en su origen, todo fue por un perro.

Así es: como en aquel sketch repetido hasta el hartazgo por Olmedo y Portales en el programa No toca botón, la anécdota original no podía más de sencilla: unos malandras le entraban a la casa al tipo, rompían todo, le daban tremenda paliza, lo robaban, etcétera, pero la cosa se ponía espesa cuando le tocaban al Bobby, su mascota.

Así, John Wick salía de su retiro –de su letargo– y masacraba mafiosos a mansalva, motivado por vengar a su perro antes que cualquier otra cosa. Pero no es esa premisa la que se desarrolló en las siguientes películas (lindo sería: a perro muerto por entrega), sino que el gran potencial de la saga John Wick surgió de un universo de asesinos coordinados por una “mesa” que regía sus destinos, con sus códigos y reglas (algo tramposas, variables de película a película), pero que tenía como gran espacio común los hoteles que oficiaban de santuarios, a la usanza de las iglesias en siglos pasados, donde no se podía cometer ninguna acción violenta. Era allí donde los asesinos encontraban su tiempo de descanso, intercambio y dispersión, y estos hoteles, descubriríamos, estaban desperdigados por todo el mundo, pero el principal –al menos para la narrativa protagonizada por John Wick– era El Continental de Nueva York.

En estos tiempos en que todo es carne de franquicia y conceptos como spin off vuelan por el aire al instante (y en las mesas de los productores, me imagino) no extrañó a nadie que ante el éxito de su saga principal se buscara ordeñar todavía más esa teta que era John Wick, y el espacio en común, el hotel, era probablemente el mejor lugar para empezar. Por eso, llega esta miniserie que bucea en el pasado de Winston Scott, el gerente del hotel, y en el del propio lugar, pero ambientado ahora en una explosiva década de 1970.

Winston (ahora interpretado por Colin Woodell) es traído a prepo desde Londres por el actual gerente del Continental, Cormac O’Connor (Mel Gibson como el carismático villano de la función) porque su hermano Frankie (Ben Robson) les ha robado la prensa con la que acuñan las monedas de oro que son pieza fundamental para el funcionamiento de todo este universo de asesinos.

Winston no tiene idea de qué está haciendo su hermano desde hace años –es más, ni siquiera conoce nada de cómo funciona el Continental o los asesinos–, pero pronto deberá hacerse cargo de la situación, a medida que quede enfrentado con Cormac en una guerra sin cuartel. Deberá reclutar a un equipo entre veteranos de Vietnam compañeros de su hermano (Hubert Point-Du Jour y Adam Shapiro), maestros de artes marciales (Jessica Allain) y francotiradores veteranos que necesitan lentes de aumento (el secundario de oro de la miniserie, interpretado por un genial Ray McKinnon).

No serán los únicos involucrados en el entuerto. La Policía (que no suele figurar nunca en los relatos de John Wick) también dirá presente, encarnada por KD (Mishel Prada) una detective con asuntos personales para resolver y su superior, Mayhew (el camaleónico Jeremy Bobb). Habrá también, obviamente, asesinos como para repartir (con particular destaque para una pareja de siniestros mellizos) y un barril de pólvora pronto para explotar en este relato súper entretenido de venganza que funciona al nivel de la mejor de las películas originales.

Reluce la propia exploración en el pasado de Winston y del propio hotel, pero todo se destaca por el clima setentero (que recuerda a los mejores momentos de The Deuce), la blaxploitation, las artes marciales, las muchas muertes gore, la tremenda banda sonora y, por encima de todo, la gran diversión que propone constantemente. Acaso lo único llamativo es el formato: tres episodios que funcionan como películas de hora y media enganchadas, largas para maratonear y dudosas a la hora de pararlas en algún momento, pero es un pero menor y que probablemente no moleste a la mayoría de los espectadores.

The Continental. Tres capítulos de 90 minutos. En Prime Video.