Hugo Dorrego nació en las entrañas del barrio Villa Española, en una familia de deportistas: “Todos en la familia o jugaron o boxearon”, dice. Los primeros pelotazos fueron con la camiseta del Huracán Villegas, club en el que también jugó su hermano Richard, que arregla un mate que Hugo acaba de desarmar. Toda la vida en el fútbol. El viejo llegó a llevarlos en chiva, “uno en el cuadro, otro en el manillar”. Nunca una excusa a la hora de la práctica, ni la distancia ni la lluvia. Así aprendieron sobre la constancia. Tienen historias de partidos que jugaron juntos y de partidos que jugaron en contra. El equipo del barrio en las finales por el ascenso vuelve a hacer vibrar a los hermanos, Richard en la cancha, Hugo desde la tribuna, luego de haber clasificado con Cerro Largo Fútbol Club a la Copa Libertadores de América. Para ese logro histórico fue necesario que pase un montón de agua abajo del puente: vivir con tres más en un cuarto, perder a un hincha entrañable, ganarle con tiros libres a la vida por arriba de la barrera o por un costado, pero siempre fuerte y con el empeine, como le dijo el Chino Álvaro Recoba.

¿Sos de ir a la cancha a ver a Villa Española, como ahora en las finales?

Cada vez que puedo voy a la cancha. En un momento dejamos de ir un poco con mi hermano porque empezamos a jugar en la B: Cerro Largo, Colonia, Rentistas, Deportivo Maldonado. Pero cuando estuvo en la C, que volvió a jugar, fui todos los partidos. Para la final con Oriental me enteré de que había quedado afuera del banco de Nacional y me fui volando para La Paz. Es que todo está relacionado con Villa Española. Todos en la familia o jugaron o boxearon. Mi viejo jugó en el Villa cuando estaba el parque España, debutó con el Peca Bono en la C. Con mis hermanos, siempre el fútbol. Mi viejo nos llevaba en bicicleta, Richard iba en el cuadro y yo en el manillar. Es por él que estamos en el fútbol, porque nos llevó a todos lados. Nunca hubo una excusa para no llevarnos, y hemos recorrido todas las canchas. Nunca faltamos a un partido, a un entrenamiento, y eso es lo que tenemos ahora que nos mantiene, ninguno de los dos falta a un entrenamiento o a un partido; dormirse, menos, se me cae la cara de vergüenza, y si estoy enfermo voy para que me digan que me vaya. Los dos somos iguales con Richard en ese sentido, porque nos criaron así.

¿Entonces los tres desde chicos atrás de la pelota de fútbol?

Al principio Richard era el único al que no le gustaba. Silvio, el más grande, jugaba en Danubio, y nosotros en Huracán Villegas, siempre juntos, porque nos llevamos menos. Yo fui al Villegas por un vecino, porque ahí jugaba el hijo. A mi padre le preguntaban por Richard, para saber qué categoría era, pero él no quería saber nada. Hasta que un día fue, anda a saber por qué, y descubrimos a un jugador de fútbol. Ahí arrancamos a jugar los dos. Una vez, contra Deportivo Uruguayo, jugaba Richard pero se quedó afuera cambiado comiendo una torta frita. Yo ese día me empecé a sentir mal y el técnico me sacó. Como no había más jugadores lo metieron a Richard, que era dos años más chico; entró, hizo el gol y ganamos 1-0. Después nos fuimos a Nacional juntos, y toda la vida en Nacional, desde preséptima hasta Primera. Fuimos hasta alcanzapelotas con mi hermano en el Parque Central. Me acuerdo de un día que fuimos sólo para ver a Adriano, de Flamengo. Siempre estuvimos con el fútbol, en el baby, en juveniles y en el campeonato del barrio con nuestro cuadro, el Menéndez Pelayo. Venían los del cante, los otros de allá arriba, y armábamos un fútbol en la cancha del Fray Bentos o en la calle nomás. Así estuvimos toda la vida, de la calle pasamos a la cancha.

¿Qué te dio la calle para el fútbol profesional?

La calle hace que no le tengas miedo a nada, la calle te saca todos los miedos. El primer partido que jugué por la Copa Libertadores fue en Nacional contra Toluca. Era la primera vez que sacaban la bandera gigante, había una euforia tremenda. Fue mi debut en la Copa, todos me hablaban para que estuviera tranquilo, pero yo estaba tranquilo, escuchaba todo lo que me decían, pero estaba bien. El Chino [Álvaro Recoba] me dijo: “Si vos no hacés lo que sabés te vas a enloquecer. Y pegale al arco, siempre pegale al arco”. En el segundo tiempo salí para que entrara él. Inolvidable.

Foto del artículo 'De la calle a la cancha: Con Hugo Dorrego, futbolista de Cerro Largo Fútbol Club'

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¿Ahí puliste la pegada?

Siempre le pegué fuerte, de chico hasta sacaba del arco. Siempre tuve fuerza y me gusta pegarle fuerte, después de grande lo fui perfeccionando. Cuando llegué a la primera de Nacional estaba el Chino Recoba. Yo miraba todo lo que hacía. Antes del Chino yo le pegaba distinto, le pegaba con rosca. Cuando empecé a ver que el Chino le pegaba de empeine, fuerte con el empeine, intenté copiarle. Él me decía cómo poner el pie. Al tiempo empecé a encontrarle la vuelta. Ahora desde cualquier lado de la cancha le pego fuerte y con el empeine. Y lo sigo practicando todos los días. Y todos los días tengo lío con el equipier por la ropa, por las pelotas. Pero me han aguantado, se quedan los goleros, se quedan todos. Es que en 2017 hice unos cuantos goles de tiro libre, entonces vieron que funciona. Hice más goles que ahora, incluso.

¿En esa época se enfrentaron con Richard?

Sí, me acuerdo de que un día contra Rentistas iba a patear un penal y sentí que alguien le gritaba al golero: “¡Le pega fuerte al medio!”. Le reconocí la voz y me di cuenta de que era Richard. “¡Callate, alcahuete!”, le grité yo. Pero el arquero no le hizo caso, y yo no cambio los penales: le pegué al medio y él voló para un costado. Gol. ¿Cómo no le va a hacer caso si es mi hermano?

¿Cómo ha sido el camino hasta la Copa Libertadores?

Cuando llegué a Cerro Largo viví en la casa de Andrés Ferreira, el cocinero. Vivíamos cuatro en la misma habitación: [Washington] Aguerre, Esteban González, que ahora está en Progreso, y Rodrigo Pollero. Ahí estuve como seis meses. Comíamos todos los días en la casa, era un crack. Tenía diabetes, le amputaron la pierna y le dijeron que no podía viajar más con los jugadores, que tenía riesgo de perder la otra pierna, o incluso de morir, y él dijo: “Si me voy a morir, me voy a morir con los jugadores”. Cuando lo operaron por segunda vez, falleció. Lo enterraron en Isidoro Noblía, cerca de Aceguá. Qué triste fue ese día. Lo enterraron con toda la familia, y ahí estuvimos en el hospital y en el entierro. Después de todo eso vino el ascenso. Este año arrancamos soñando con quedarnos en Primera, y terminamos clasificando a la Copa. Nos armamos para pelear quedarnos en Primera. Yo creo que la clave es el grupo. En grupos anteriores entendí que cuando la cosa está mal se pudre todo, pero cuando hay un grupo fuerte, un ambiente de familia, con los que trabajan, con los que se arriman, se empieza a generar otra confianza. Y la gente en Cerro Largo encima acompaña, tira para adelante. Terminábamos de jugar y pasábamos a buscar el cordero por una carnicería o por la otra, porque nos regalaban, o venía uno y ofrecía un cordero y en la semana lo hacíamos. Así todas las semanas, a veces en un quincho donde vivían unos jugadores, y si no después de la práctica, en el complejo, poníamos un mensaje para que llevaran platos y campero nomás. Muy parecido al barrio. Lo único que faltaba eran las tumbas, los timbales y la plena, que es más de barrio montevideano. Más como acá, que se junta la gente y se arma fuego en la calle nomás, porque somos todos primos, si no son primos son todos amigos.