“¿Qué tiene que primar acá? ¿La participación de todos en una cancha? ¿El objetivo de ganar una copa?”, dice y pregunta Violeta Rebollo, vicepresidenta de la asociación civil Uruguay Celeste Deporte y Diversidad. Sin saberlo, fue la primera voz del ciclo Diversidad y Deporte, ciclo pensado para acompañar los debates sobre la temática, para generar nuevas sensibilidades, para estar con la militancia social, para construir un espacio deportivo que tenga un sentido más amplio en un ámbito en el que pareciera que no se pueden ni pensar esos tema, porque la violencia machista y la homofobia en el deporte se notan un día sí y otro también.

Natalia Maidana, docente de la asignatura Sexualidad y Género en la Licenciatura de Educación Física del Instituto Superior de Educación Física, contó, días después, que institucionalmente hay objetivos claros. “El objetivo es dar una base conceptual para leer la realidad con más elementos, saliendo del patrón de la normalidad, lo sano y lo patológico. Incluir una mirada de la diversidad de las personas y tratar de que esas diferencias que se puedan reconocer no se traduzcan después en desigualdades. Tratar de, a la hora de pensar una propuesta educativa, o incluso de entrenamiento, tener en cuenta esto”, comentó en una entrevista. Educar a quienes educarán es fundamental, algo de lo que habló toda la vida Paulo Freire: “La educación tiene sentido porque el mundo no es necesariamente esto o aquello, porque los seres humanos somos proyectos y al mismo tiempo podemos tener proyectos para el mundo. […] La educación tiene sentido porque, para ser, las mujeres y los hombres necesitan estar siendo”.

Esa es la dirección. Aun así, no desaparece la discriminación. Ha disminuido muchísimo, es cierto. Ya no es aquella discriminación sexual explícita, poco más que militante. La Ley de Matrimonio Igualitario y las discusiones y debates sobre lesbianismo, homosexualidad, transexualidad, diferencias sexuales y demás han sido una acumulación para tener un mejor mundo de la tolerancia (aunque apenas se rasca la cáscara pulula la intolerancia; es imposible desconocer que “torta” o “puto de mierda” son alocuciones corrientes en cualquier cancha, que tal vez ahora no se dicen tanto, pero no faltan los que ponen caras que transmiten eso: son la misma mierda pero con perfume). Entonces Martín opinó: “Una cosa es que la Marcha por la Diversidad convoque tanta gente como sea necesaria para llenar un estadio Centenario, otra es que quienes suelen ir al estadio Centenario le abran la cabeza y el corazón a la diversidad”.

Para visibilizar las historias aparecieron protagonistas. Un punto de inflexión en el mundo del fútbol fue el de Justin Fashanu, inglés de raíces nigerianas que fue el primero en declarar públicamente ser homosexual. Como él son cientos, miles de hombres y mujeres con historias en el silencio o (tantas veces) silenciadas. Cientos y miles “que más que casacas vistieron banderas”. Vistieron, visten y vestirán.

De lo internacional a lo local y surgieron dos casos. Primero el de Wilson Oliver, futbolista uruguayo que decidió abandonar su carrera por la homofobia que sufrió. Hoy, ya lejos del deporte, confiesa que está, en relación con el mundo del fútbol, “desconectado por completo porque no soporto su pensamiento, su lenguaje. Lo de ‘maricón’ o ‘traga sable’ o todos esos chistes que hay en el vestuario no me lo fumo más. Además, es pura hipocresía”.

Natalia Seoane y Analía Tabacchi son jugadoras de Rampla. Son, juntas, una historia que luchó esperanzadamente por sus deseos, sus sueños, por la esperanza. Una historia a la inversa de lo que sucede, tal vez. “Rampla para nosotras es todo porque nos hizo conocernos y ahora formar una familia; ya no somos dos, ahora somos cuatro”, contaron.

Un mes, algunas historias, que buscan ser todos los meses y muchas, muchísimas historias. En Garra tratamos de ocuparnos de la dimensión trascendente de nuestra existencia. Dar voz es nuestra responsabilidad. Porque si no, diría Paulo Freire, hablar de democracia y callar al pueblo es una farsa.