En su película Offside, Jafar Panahi cuenta con un bellísimo humor, la historia de un grupo de mujeres futboleras iraníes que son detenidas por disfrazarse de varones para entrar a ver un partido fundamental de su selección camino al Mundial de Alemania 2006. Recién en 2019, después de 40 años, se vendieron las primeras 4.000 entradas para mujeres –el aforo es de 78.000–, en un partido entre Irán y Camboya, en este caso rumbo a Catar 2022.

Martín Barlocco jugó unos diez años al fútbol “con una mano adelante y otra mano atrás”, antes de partir al fútbol iraní. “Estaba para dejar”, dice. “Volví de Colombia, me fui a Deportivo Colonia sin un peso, me fui a River, donde no jugué casi. Ahí me dijeron para ir a Irán, una semana antes de que empezara el campeonato. Me fui porque precisaba la plata. Llegué y habían firmado ya a un arquero brasileño, me tuve que volver y me quedé sin equipo. No entendía nada. Pensé en dejar otra vez. Me puse a entrenar en la Mutual hasta que me llamó el profe [Pablo] Sanguinetti para ir a Rampla. Ya tenía 29 o 30. Me llamaron de nuevo para ir a Irán y me fui: si salía mal, dejaba definitivamente. Pero esta vez llegué y firmé. Y jugué cinco años, hasta que prohibieron contratar arqueros extranjeros y me tuve que venir”.

Jugó en Bargh Shiraz, en Mes Rafsanjan y en Gostaresh Foulad Tabriz: “A veces tenía que tomar dos aviones para llegar a un partido. En Shiraz hacían vino, pero con la religión musulmana se prohibió el alcohol. Estaba cerca de las ruinas de Persépolis. Rafsanjan era un pueblo en el medio del desierto, lo único que había eran plantaciones de pistachos. Y en Tabriz, que era una ciudad frontera con Turquía, hacía mucho frío, había nieve, temperaturas bajo cero. A los partidos va mucha gente –en realidad, todos hombres–”. En el medio de la conversación, el teléfono suena y es Ahmad, un viejo amigo utilero de Mes Rafsanjan. Hay cosas del fútbol que no tienen nada que ver con el idioma. Es como si fuera una cultura propia que se propaga y se extiende en el tiempo, en amistades remotas, en recuerdos de arco. Cuando les cuenta que sigue jugando no lo pueden creer. Le dicen Piremar, que significa hombre viejo en iraní, y se ríen; la risa es lo único que entiendo de los audios que suenan a viva voz sobre la mesa.

También está la vida

Cecilia, la compañera de Martín desde hace una troja de años, quedó embarazada en la vieja Persia. Ya se había acostumbrado a salir a la calle tapada con el velo y con aquellos vestidos largos y sueltos hasta los pies. Veía todos los partidos por la televisión, claro, salvo uno. Habían resuelto que ella viajara a Uruguay para transitar los meses más comprometidos de los nueve que demoraría Camila en salir a ver el mundo. En las horas previas al vuelo, Martín debía atajar de visitante, por lo que le pidieron permiso al club para viajar juntos a la ciudad donde se iba a disputar ese partido, para la mayoría quizás en el olvido. No así para Cecilia y Martín, que esa noche concentraron juntos en el hotel después de un insólito viaje en tren con el equipo. Y que al otro día –en un híbrido cabal entre la película de Panahi y la reciente resolución de permitir entrar a las mujeres a la cancha–, como en el Olímpico del Cerro o el Campus de Maldonado, pudieron saludarse mientras Martín aplaudía los últimos segundos antes del pitazo, y Cecilia hacía lo mismo, por lo pronto, desde algún palco con irreverente custodia. El partido terminó 1 a 0, con victoria visitante. Del estadio al aeropuerto, un abrazo partido en tres, y volver a verse cuando Camila ya esté pidiendo luz. “Cuando nació la nena, arreglé para venir. Al otro día que llegué me pidieron si podía volver porque el arquero suplente tenía un problema de papeles y no podía jugar. Estuve tres días. Me perdí de ver el nacimiento. Llegué un jueves, el viernes jugué y el viernes de noche nació, 11 de noviembre. A los 20 días volví a Uruguay para anotarla, para conocerla, y me volví, no llegué a estar una semana. Recién cuando terminó la primera rueda, ellas pudieron viajar para allá. Es triste, pero no te queda otra; de estas en el fútbol, lamentablemente, hay un montón de historias. Encima, en Irán internet estaba muy restringido y no era como ahora, que hacés una videollamada, era otro mundo”.

“Es una pasión el fútbol, el arco es parte de mi vida. Y en Rocha siento que me quieren. Y si quieren que siga, sigo. Ya ni me acuerdo de la edad que tengo”.

Familia, estudio, fútbol y surf

Cuando volvieron de ese peregrinaje, Camila había cumplido tres años. Martín, tenía en la cabeza algo que una vez, tiempo antes había pensado: vivir en la playa. Cecilia se suponía más citadina, pero hoy en día es la que menos quiere volverse del rincón en el mundo que tienen en La Paloma. Terminaron la cabaña y se fueron a vivir ahí los tres. Martín atajó para Rocha Fútbol Club, para Atenas de San Carlos y para Deportivo Maldonado. Nada volvería a alejarlo del mar. Es que Martín Barlocco reconoce en su vida cuatro pilares: “la familia, donde entran los amigos, el estudio, el fútbol y el surf”. Fue su hermano mayor el que, con una changa en la construcción, le compró la primera tabla, cuando era apenas un gurí y toda la barra de Pinamar, donde se criaron, empezaba a entender el amor por el agua. Quizás haya sido una changa parecida, pero bajo tres palos de hierro, la que Martín hizo para conseguir la primera tabla de Camila, con quien se tiran cada tanto a tomar olas. “El surf es lo que me mantiene la energía. Me rejuvenece. Yo sigo jugando al fútbol porque extraño la cancha. Extraño el ritual del arco. Del mate, de ver el verde. Y el agua también, si estoy varios días sin ir a surfear, por alguna razón u otra, por lo menos tengo que ver el mar. Lo sufro. Hoy, antes de venir a Montevideo, me tiré a nadar, porque no había olas”.

“Es una pasión el fútbol, el arco es parte de mi vida. Y en Rocha siento que me quieren. Y si quieren que siga, sigo. Ya ni me acuerdo de la edad que tengo”.

Martín volvió de Irán, terminó la carrera y se dedicó a jugar en los equipos aledaños. Así, ninguna de sus pasiones estaba lejos. Volvió a vestir la camiseta celeste de Rocha cuando el recordado campeón de 2005 pisó el ostracismo de la C. La pelearon tres años hasta que ascendieron: “Es mi casa. Si sigo jugando es gracias a mis compañeros y a la gente de Rocha. Es una pasión el fútbol, el arco es parte de mi vida. Y en Rocha siento que me quieren. Y si quieren que siga, sigo. Ya ni me acuerdo de la edad que tengo”. En el reciente campeonato de la segunda división supuestamente profesional, el celeste del este peleó hasta la última pelota por zafar de las últimas posiciones que lo condenarían a volver a la bella miseria del amateurismo. “A veces termino los campeonatos cansado mental y físicamente, pero a las dos semanas ya estoy pensando en cuándo voy a volver. Lo que se vive ahí es único. Y más cuando los planteles son buenos, y acá en Rocha siempre tuve planteles de buena gente. Ahora nos estábamos jugando la vida, había presión porque era el futuro de muchos. Pero lo hablamos con los compañeros hasta los últimos momentos, que lo que nos iba a salvar en el fútbol era ser buena gente”.

Clubes de Martín Barlocco

Martín Barlocco nació en Montevideo el 19 de diciembre de 1977. Su debut deportivo fue en Fénix hace 21 años, y después la carrera lo llevó por todos lados. El Tanque, Basáñez, Pumas de Casanare y Deportes Quindío en Colombia, Deportivo Colonia, River, Rampla, y en ese momento comenzó la vida iraní: Bargh Shiraz, Mes Rafsanjan y Gostaresh Foulad Tabriz, para luego volver al paisito y seguir vigente en Rampla, Rocha, Atenas de San Carlos, Deportivo Maldonado y nuevamente Rocha.

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