Salir a correr se ha tornado una actividad bastante extendida en las sociedades contemporáneas. Múltiples son los lugares elegidos por las personas para su ejecución, desde abiertos espacios públicos en las ciudades hasta alejados y amplios entornos naturales. En la mayoría de los asentamientos urbanos se pueden ver corredores desde el alba hasta altas horas de la noche y sin que importen demasiado las condiciones meteorológicas. Algunos conocen cuál es “su mejor hora” para salir y pueden hacerlo, otros dependen de las posibilidades que les deja su rutina y encaran en un momento determinado, o bien transitan por todo el espectro de sus posibilidades horarias. Sin embargo, cada corredor conoce “su mejor momento del día” para ello.
A su vez, dentro de los variados sentidos y formas que puede adoptar esta práctica, hay quienes se despliegan en equipo, hay quienes hacen de esto algo solitario, hay quienes se apuntan a carreras urbanas o de trail. En algunos casos el corredor va a competir y en otros simplemente lo vive como una cuestión recreativa. Hay especies más estrictas en cuanto a la preparación y la rutina, y también las hay con tendencias más relajadas y despreocupadas. Encontramos a quienes privilegian fines exclusivamente higiénicos, sociales (distintivos, estéticos), meditativos, o un poco de cada uno.
Sea como fuere, existen móviles específicos en los corredores, en ausencia de los cuales sería inconcebible conducir al cuerpo a realizar esta actividad. Incluso, para algunas personas será siempre un misterio desde donde emana el placer que experimenta alguien al salir a correr. Sin embargo, muchas personas perciben que esta práctica les reporta algún beneficio, sea este inmediato o diferido, y de cualquier naturaleza.
Dado que se trata de una tendencia ya instalada, también podría pensársela como una opción en armonía con el estilo de vida y las condiciones materiales de existencia de ciertos grupos sociales contemporáneos. Teniendo en cuenta esto, considérese la posibilidad de que efectivamente exista y funcione un equilibrio entre la oferta de prácticas deportivas, que en un momento dado se encuentran como posibles en una sociedad, y la demanda de sus individuos. Algo así como un gran mercado. Pero lleguemos sólo hasta allí en esta oportunidad.
Honestamente, en estas pocas líneas preferimos apuntar hacia la intensa experiencia subjetiva del corredor, aunque esto implique soportar por unos minutos el peso de las cuestiones estructurales... Y es que si no, ¿qué hay de esas sensaciones insospechadas de las que el corredor es testigo durante el trote?; ¿qué lugar les asignamos a los registros de actividad mental, emocional y física, así como a sus interrelaciones?; ¿atendemos qué sucede en nosotros a estos niveles tan íntimos mientras ejercitamos nuestro cuerpo? Echemos un corto vistazo al objeto señalado por estas interrogantes, aunque nos resulte escurridizo.
Hay una serie de significados más o menos compartidos por los corredores. Cuando estos son puestos en palabras y mirados por dos ejemplares de esta especie, suelen ser acompañados por puras experiencias. Hay un momento en el que estos conceptos abstractos dejan de serlo y de pronto se encarnan en el cuerpo de cada interlocutor, produciendo inmediatamente que en ambos sobrevenga la misma sensación física. Esto es algo bastante próximo a una comunicación holística, pero, sobre todo, evidencia esa intensidad movilizada durante las sesiones de entrenamiento y demuestra que la actividad realizada no sólo dejó dolores musculares. El recuerdo de esas vivencias es lo que activa y detona esa sensación.
Entre los principios de la conducta que más aparecen en los discursos se encuentra la constancia de seguir adelante cuando todo conspira para frenar, la disciplina, la regularidad, la rectitud (mental, afectiva, moral, espiritual, física), la ligereza, la armonía, el equilibrio entre agilidad/liviandad y fuerza/potencia; una ética contraria a los excesos, la disposición a obtener una recompensa en un tiempo no presente, la asociación entre movimiento y salud, cierta idea de superación de obstáculos y de progreso personal. En suma, todo un tejido de significados entendidos como virtuosos. Sin embargo, también es frecuente que este razonamiento se torne engañoso y funcione como justificativo de que el esfuerzo y el sacrificio tienen mucho sentido. En ocasiones esto lo lleva a uno a considerar seriamente si algunos corredores no estarán pagando alguna deuda en kilómetros y sudor cuando se disponen a salir.
De todas maneras, en relación a la delicada cuestión del sacrificio, suelen ser infinitamente más reiterados los testimonios acerca de circuitos exigentes y difíciles que el individuo se autoimpone y en los que la regla es el gozo. Aun estando copiosamente marcados por avasallantes lapsos de pesadumbre, el corredor sigue adelante y termina palpando un sabor delicioso desde cada célula de su cuerpo, no sin experimentar un poco de dolor físico, pero de ningún modo a costa de sufrimiento. Conforme se adentra en esta práctica, el corredor desarrolla una misteriosa inclinación que lo lleva a exponerse a propósito a este desafío. Para algunos, esto adquiere un toque hasta gracioso. No faltan aquellos que se pintan una sonrisa o liberan una carcajada al llegar a la imaginaria línea de meta.
De estos invisibles y silenciosos registros están colmados los parques, las calles, los canteros, las llanuras y los cerros. Pero también es un espectáculo accesible al observador interesado en las prácticas corporales. Uno casi puede visualizar la constancia en el rostro y los gestos de un corredor, decidiendo soportar su fatiga y no frenando hasta llegar al final manteniendo el ritmo. Ve la rectitud cuando súbitamente se yergue la postura en plena zancada. Alguien piensa en la potencia, acelera el paso y realiza una técnica impecable en el desplazamiento. Se piensa virtuoso y saca pecho. Piensa en liviandad, ligereza, agilidad y mueve sus brazos, improvisa movimientos felinos durante la carrera. En resumen, pudiera ser que la performance sea una síntesis material de los significados.
Así, lo anterior abre la posibilidad de convertir esto en una práctica de conocimiento. Uno puede jugar a mirar sus propios significados e incluso edificar un sistema coherente con ellos, para luego afirmarlo en la práctica. Se trata de un ejercicio que se renueva en cada oportunidad y que puede ser transformado en una verdadera expedición hacia la propia experiencia.
Insisto en que hay un espacio en esta práctica de correr que es pura y exclusivamente individual. Que por más que se planifique realizar un circuito de forma colectiva o en pareja, hay una porción de la experiencia del propio corredor que es infranqueable desde afuera y que es intransferible. Todo aficionado lo ha experimentado, sobre todo los fondistas. Más tarde o más temprano, es uno con uno mismo y el trayecto a transitar.
Observemos al respecto la frecuente comparación que se establece entre el running y lo que comúnmente entendemos hoy por meditación en nuestras sociedades occidentales. Esta relación parece evidente, pero no lo es tanto. En apariencia uno nota la exigencia física, la carga de actividad a la que uno somete al cuerpo, pero al mismo tiempo se lo está hermanando con la contemplación pasiva... ¿Cómo puede ser? Pero es que tanto la meditación convencional como el running son vividos por los propios actores en numerosos casos como ejercicios espirituales con una centralidad muy importante de la contemplación. Por más que suene paradójico, detrás del visible esfuerzo físico yace el individuo, quieto, atestiguando su experiencia.
Finalmente, es bueno que todo corredor también esté vigilante de no irse al extremo y convertirse en lo que se conoce como “corredor febril”. Es decir, quien lo vive como una obsesión personal y piensa que es la manera en la que todos deberían vivir. Empero, esto resulta realmente inofensivo al lado de transformar la actividad en una variante de exorcismo de la culpa, como fue referido más arriba. Mucha gente experimenta culpa por sus hábitos y suele pagarlo en cuotas de sufrimiento en forma de ejercicio físico. Así, pudiera ser que en ocasiones se esté encubriendo un tributo: “Ya está, ya cumplí”, pensará alguien al completar la rutina semanal. Aunque suene fuerte, esto es equivalente a pagar la ofrenda por el pecado, al modo de los tiempos de Moisés. Se trata de una enfermedad más difícil de tratar que la fiebre del corredor.
Lejos de esto, estas líneas pretenden invitar a explorar el infinito de posibilidades que se abre en toda práctica corporal. Como me dijo al pasar alguien que transitó por el atletismo en su juventud, aunque no llegó a explotar todo su potencial: “Correr es libertad”.
Ignacio Cáceres es licenciado en sociología y forma parte del grupo de estudios sociales del deporte del Instituto Superior de Educación Física (ISEF). Está interesado en el desarrollo de la investigación sobre running desde una perspectiva social.