Cuenta la historia que algunos temas coyunturales, las gestiones diplomáticas, el respaldo político y el económico fueron factores claves para que Uruguay haya sido elegido hace ya más de 90 años como el organizador del primer mundial de fútbol de la FIFA. La tensión bélica en Europa continuaba y en el mundo empezaban los impactos de la crisis de 1929, mientras los uruguayos se habían impuesto como los mejores con la pelota en 1924 y 1928; así fue que un diplomático desde Bruselas comenzó a trabajar en pos de la candidatura y desde Uruguay hubo respaldo, ya que se votó una ley que disponía los fondos para solventar los gastos de las delegaciones y la construcción de un estadio en tiempo récord.
En un congreso de la FIFA, en Barcelona, en 1929, se tomó la decisión final, eligiendo a Uruguay por sobre otras cuatro candidaturas de países europeos. La organización del Mundial de 1930 “fue una iniciativa pública”, ya que entre otras cosas se emitieron bonos de deuda para construir el estadio Centenario, y se puede tomar como “un símbolo del Batllismo, una época que empezaba a terminar”, dijo a Garra el historiador Alejando Giménez Rodríguez –autor del libro La pasión laica. Breve historia del fútbol uruguayo–.
A una escala considerablemente menor, y con un lobby más asociado a los nuevos tiempos sanitarios que vivimos, las autoridades tanto del fútbol uruguayo como del gobierno apuestan por que otra vez sean Uruguay y el Centenario los elegidos, en este caso por la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol). La cita deportiva es la final de la Copa Libertadores prevista para el 20 de noviembre, y la perspectiva optimista es que pueda ser con público en las tribunas, incluyendo hinchas extranjeros.
Jorge Casales, neutral de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), comentó a la diaria que “se está a la espera de una decisión final”, con optimismo en virtud de las conversaciones previas con la Conmebol. Resta que se convoque a una reunión del ejecutivo de la entidad continental –que preside el paraguayo Alejandro Domínguez e integran los titulares de las diez asociaciones nacionales– y Uruguay transmitió que “como van a hacerse obras, es necesario tener una confirmación lo antes posible”, señaló Casales.
Las reformas
En la Comisión Administradora del Field Oficial (CAFO), entidad integrada por la AUF y la Intendencia de Montevideo que administra el Centenario, hubo varias reuniones en las últimas semanas para calibrar las reformas necesarias para recibir el evento. Se debe refaccionar el vestuario visitante –el locatario se hizo nuevo el año pasado–, la zona de palcos y la de prensa en la tribuna América, así como mejorar la red lumínica y el césped como aspectos prioritarios. “Esto para empezar a hacerle una limpieza de cara al Centenario, porque necesita mucho más”, dijo un directivo de CAFO a Garra.
Según Casales, la inversión será de entre un millón y un millón y medio de dólares, de lo que “la mayor parte del dinero saldrá de la Conmebol”. El organismo terceriza la organización del evento y los fondos que vuelca a esos efectos los cobra de las entradas vendidas –en caso de que se realice con público–, pero además se buscarán otras líneas de apoyo y que la AUF ponga dinero “solamente en cosas muy puntuales”, comentó el neutral.
CAFO tiene a la gran mayoría de su personal en el seguro de paro desde que comenzó la pandemia, en virtud de que se juegan partidos sin público –desde hace años ya venía siendo menor la utilización del Centenario– y está cerrado el Museo del Fútbol, pero podría retomar a los trabajadores de mantenimiento para realizar mejoras sanitarias o pintar el escenario. Lo que preocupa, en virtud del cronograma de obras que desataría la elección de Uruguay como sede, es que la selección tiene fijados partidos de local en setiembre y octubre. Para lograr la mejora del césped del Centenario en poco tiempo, se evalúa pedir ayuda a la Conmebol, que puede aportar técnicos extranjeros expertos en el tema.
Entre otras sedes
El presidente de la AUF, Ignacio Alonso, explicó días atrás a Teledoce que la definición de la Conmebol “se da sobre una base técnica”, donde se evalúan distintos factores, “algunos relativos al estadio, otros de la ciudad o el país”. En tiempos de pandemia, “se sumó el criterio sanitario, y hoy Uruguay tiene inobjetables ventajas”, sostuvo. Esto asociado a la perspectiva de que avance la vacunación de la gran mayoría de la población, se logre inmunidad de rebaño y no surjan otros inconvenientes sanitarios.
Esta lectura hizo que Uruguay “amplíe la candidatura”, comentó Alonso, en referencia a que originalmente la AUF se postuló para recibir las finales de la Copa Libertadores de los años 2022 y 2023 viendo las reformas que necesita el Centenario. En enero pasado, cuando la Conmebol reabrió la lista de posibles sedes, se cambió la decisión tras evaluar que podían cumplirse los requisitos para recibir la final.
Pasaron las semanas y hay indicios de que ya no sería Santiago de Chile la ciudad elegida, candidata natural en virtud de que iba a recibir el encuentro definitivo de la Copa Libertadores 2019, pero días antes la organización canceló la sede debido a las protestas y las movilizaciones que ocurrían en el país. La final pasó a Perú, y el estadio Monumental de Lima fue el primero en recibir un único partido por el título, imitando el formato europeo de la Champions League. El brasileño Gabigol fue la estrella ante 78.500 espectadores, en la victoria 2-1 de Flamengo sobre River Plate.
Ese evento es la referencia mencionada por las autoridades uruguayas, tanto para prever la organización como para calcular posibles ingresos. El neutral Eduardo Ache, expresidente de Nacional, manifestó en Sport 890 que “un número rápido” hace prever unos 20 millones de dólares “por el movimiento grande de gente, en hoteles, por gastos de las delegaciones, periodistas y gente vinculada al fútbol”. En la ecuación también se incluye un aforo reducido de hinchas, aunque aún es incierto el porcentaje de las 60.000 plazas del Centenario que podrán ser ocupadas. Esto se definirá “un tiempo antes teniendo en cuenta la evolución de la pandemia en Uruguay y en los países que intervengan” por los clubes finalistas, explicó Casales.
A finales de 2019, el Ministerio de Turismo peruano presentó el estudio “Perfil de los asistentes a la final de la Copa Libertadores”, donde evaluó los impactos económicos de recibir el partido definitorio. Por ese motivo llegaron a Lima más de 40.000 extranjeros –54% brasileños, 39% argentinos y 7% de otros países–, y uno de cada cinco aprovechó la estadía para hacer turismo por Perú, con una permanencia promedio estimada en 4,5 noches.
El gasto promedio por persona, sin contar el transporte utilizado para llegar a tierras incaicas, fue de 760 dólares. A raíz de la final, la ocupación de los hoteles de entre tres y cinco estrellas en la capital peruana fue de 93%. Casales, neutral de la AUF, señaló que los hinchas que viajan suelen “ser personas de un consumo alto” y la estadía por más días responde a que en general los vuelos hacia el país de destino la jornada previa y posterior a la final están reservados para las delegaciones oficiales. Tomando el gasto promedio en Perú, deberían recibirse unos 26.000 visitantes para alcanzar los 20 millones de dólares proyectados.
AUF y gobierno, buenas migas
El presidente de la AUF dijo que es “un proyecto importante para el país albergar por primera vez una final única de la Copa Libertadores”, y concretarlo sería “un gran logro”. En ese objetivo está también embarcado el gobierno nacional: “Ojalá se dé que el Centenario sea la sede, hay interés de la Secretaría Nacional de Deporte”, dijo el secretario de la Presidencia, Álvaro Delgado.
El tema fue tratado cuando el paraguayo Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, visitó el país en marzo, y se reiteró en el comentado asado en el Complejo Celeste del 28 de abril. Ese día llegaron a Uruguay las 50.000 vacunas Sinovac desde China para la Conmebol –se utilizarán para inmunizar a los futbolistas y demás participantes de las competiciones continentales– tras gestiones del gobierno uruguayo, y en señal de respuesta al intercambio político-comercial, Domínguez volvió a visitar el país. Estuvo 14 horas y en la noche participó en el encuentro junto a los jerarcas del gobierno y dirigentes de la AUF.
“Dolió que se haya intentado volcar el sentido de la reunión tratándola de asado”, cuestionó Alonso. Mientras que Ache lamentó que “se ha politizado” el asunto y explicó que “se pidió una mano” al gobierno, como “parte de lo que estamos presentado como país [a la Conmebol] para que nos tengan en cuenta y la balanza caiga de nuestro lado”. Ambos dirigentes de la AUF tienen lazos políticos con los partidos en el gobierno: Alonso es militante blanco y asesoró en materia deportiva a Lacalle Pou en la elección de 2014, mientras que Ache integró el Partido Colorado –fue senador, ministro, presidente de Ancap y compañero de fórmula de Jorge Pacheco Areco–, pero ahora asesora a Cabildo Abierto.
Casales aclaró que hay apoyo del gobierno nacional, “pero no desde el aporte de fondos”, y sostuvo que otro “actor importante” pensando en la final es la Intendencia de Montevideo, porque al elegir la sede se selecciona una ciudad, y la capital uruguaya “va a resaltar en todo el mundo del fútbol”. En los contactos con las autoridades nacionales y departamentales, la AUF solicitó una contemplación: “tener una tramitación rápida” de los permisos necesarios para obras y reformas, así como “ayuda logística” pensando en la organización del evento. Todas estas previsiones marcan el optimismo y la expectativa que reina entre los dirigentes, que están embarcados en una apuesta que busca ganarse al público futbolero y se muestran conformes con el lobby realizado, en el que incluyeron también al gobierno. La idea de recibir la final busca posicionar el nombre de Uruguay –quizás también de sus autoridades– en el plano continental, aunque para defenderla se recurre a números de 2019 que no parecen del todo trasladables a la situación actual, pandemia mediante.
Y precisamente lo sanitario parece quedar soslayado en los discursos, porque mientras se plantea un pronóstico optimista hacia finales de año, el país se posiciona hace semanas arriba en la tabla mundial de muertos por millón de habitantes. Aún queda mucha agua por correr –para recibir la definición de la Copa Libertadores y para controlar la pandemia– y, como suele decirse, en la cancha se verán los pingos, aunque resta saber si será en el césped del Centenario o de otro estadio del continente.
Terceras finales en Montevideo
Desde la primera edición en 1960 hasta 1987, hubo 13 finales de Copa Libertadores que se definieron en un tercer partido en sede neutral, seis con equipos uruguayos como protagonistas. De las restantes siete, cuatro fueron en el Centenario: en 1968 Estudiantes le ganó a Palmeiras; en 1973 Independiente se impuso ante Colo-Colo; cinco años después la victoria fue de Boca contra Cruzeiro; y en 1981 el trofeo se lo quedó Flamengo tras derrotar a Cobreloa. Alejandro Giménez Rodríguez rememoró algunos hechos anecdóticos de esas finales, como que para la de 73 vino Segio Catalán, el arriero chileno con el que se encontraron en la cordillera los sobrevivientes de Los Andes, y vio la derrota de su equipo Colo-Colo. La final del 77 el historiador la presenció en el estadio y recordó la gran concurrencia de hinchas argentinos, aunque como en la mayoría de estos terceros partidos el público era principalmente local. Del 81 tiene en la memoria un hecho insólito, de esos que pinta lo que era la Libertadores “de antes”: el Flamengo de Zico ya tenía abrochada la victoria y en los minutos finales ingresó un jugador con la única misión de “reventar de una patada” a un chileno, lo que consiguió y se fue expulsado.