En la periferia de Montevideo se respira fútbol. En un barrio tan popular como el Cerro, muchos soñaron con vestir la indumentaria de algún equipo. Algunos pudieron cumplirlo, a otros se les apagó el deseo por no poder dedicarse sólo a jugar, esperando pegar el salto. Tener la posibilidad de que se diera el milagro supone un beneficio, porque en el caso de las mujeres pensarse futbolistas era una “cosa de locos”. Lo curioso es que los prejuicios parecían valer solamente para la formalidad del juego, porque los picaditos en la calle tenían en cada barrio a una niña que rompía todos los esquemas, con la que los varones querían contar siempre en sus equipos.

Sucedió que desde los 70 hasta los 90, o quizás hasta mucho después, los sueños de muchas niñas, adolescentes y mujeres que querían ser futbolistas se apagaron. No ser varón y querer jugar al fútbol era un acto de rebeldía tal que suponía la desgracia para muchas familias.

Contra cualquier rival

Adriana Reyes, más conocida como Poly, se sintió feliz con una pelota en los pies desde que dio sus primeros pasos. Jugar en la calle con sus hermanos y primos era lo que más disfrutaba, aunque tenía una barrera: su padre, a quien no le gustaba verla pelotear debido a su condición de mujer.

Desde siempre anheló jugar en un equipo, por más que lo veía como algo inalcanzable. El deseo hacía fuerza y poco a poco tomaba forma. De tanto visualizarse de short, remera y canilleras, se le dio.

Se volvió jugadora a los 15 años, cuando la mismísima presidenta de Rampla Juniors de ese entonces, Isabel Peña, fue a buscarla a la puerta de su casa, luego de haberla observado jugar en la calle. La audacia de Peña para encontrar a las que mejor movían la pelota le dio al equipo rojiverde las mejores jugadoras de la época, que lograron salir campeonas nueve veces entre 1998 y 2008, incluido un sexenio entre 2001 y 2006, y fueron el primer equipo uruguayo en participar en la Copa Libertadores, en 2009.

Foto del artículo 'La historia de Adriana Reyes, una de las primeras jugadoras de fútbol en AUF'

Foto: Natalia Rovira

Mientras Poly vivía un sueño, su padre se oponía, como suele suceder en las historias de las pioneras: uno de los dos progenitores siempre está en contra. La balanza estaba equilibrada y su mamá no dudó en apoyarla, permitiéndole ir atrás de su pasión. Son contadas las excepciones en las que en esa época la familia completa tomó como natural que las niñas quisieran jugar al fútbol.

33 | El número de carnet de AUF de Adriana Reyes, una de las primeras jugadoras.

“Desde que tengo uso de razón me gusta el fútbol. Me crie con mis hermanos y primos jugando en la calle, pero al llegar a un equipo mi padre no me apoyó, el apoyo estuvo de parte de mi madre”, recuerda Poly, todavía con algo de indignación.

“Mi padre era muy chapado a la antigua, él consideraba que el fútbol era para varones. Y, para colmo de males, era socio de Cerro”, contó. Colgar la casaca ramplense en el patio de su casa era, entonces, toda una odisea. “Fue muy complicado. En ese tiempo jugábamos con la indumentaria de los varones y cada una tenía que llevarla para lavar en su casa; en mi caso, eso era un problema porque tenía que colgar las prendas a escondidas de mi padre”, sostiene.

La odisea

Además de las barreras de género, en el fútbol femenino había otras trancas. Algunas se mantienen hasta la actualidad: las carencias económicas. “Nos apoyaron mucho los socios hinchas; nos compraban los zapatos, las tobilleras, nos pagaban el boleto. Todo salía de nuestros bolsillos, ningún apoyo de los equipos, entonces cuando fuimos a competir a nivel internacional se notó la diferencia abismal”, recuerda.

Nuestras primeras jugadoras de fútbol tuvieron muchos faltantes durante el surgimiento y la consolidación de la rama femenina en Uruguay. Sin embargo, también gozaron de algunas oportunidades que suponen lo normal para cualquier equipo de fútbol masculino formal, pero que actualmente son rarezas que visibilizan las barreras y desigualdades muy latentes. Las pioneras, por ejemplo, jugaron partidos en el estadio Centenario sin que a nadie le sorprendiera. En el fútbol femenino actual fueron contadas las instancias en que futbolistas mujeres pudieron jugar en el principal escenario local y, de hecho, recién en los últimos dos años se disputaron partidos en los estadios principales de cada equipo de primera.

Poly guarda entre sus mejores recuerdos los partidos amistosos en el Centenario contra Canadá y Boca Juniors. Rememora lo mágico que fue pisar el césped del recinto inaugurado en 1930. La emoción fue muy grande, pero lo que importaba era el juego. El espíritu competitivo y la garra charrúa se plantaban en la cancha, pero hacía falta mejorar en un aspecto. “El estado físico es todo y se notaba. Teníamos condiciones técnicas y tácticas, pero al correr nos pasaban por arriba”, dice.

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Foto: Natalia Rovira

Las uruguayas eran buenas con la pelota y en su distribución en el campo, pero estaban muy lejos de poner en el mismo nivel de importancia al entrenamiento físico. “Los primeros seis años en Rampla estuvieron marcados por buenos directores técnicos: Oribe Álvarez y Juan Carlos Borteiro. En la selección tuvimos a Aníbal Gutiérrez Ponce, que colaboraba mucho con las jugadoras con boletos y otros viáticos. Practicamos en el estadio Charrúa. También recuerdo a mi último técnico, Julio Penino”, cuenta Poly.

De las instancias más importantes en la cancha recuerda los clásicos. La volante completa, de ida y vuelta, supo transpirar la camiseta en partidos muy importantes; además de los de la selección estaban aquellos partidos de alta rivalidad. Si bien el mayor rival era Nacional, tal como evidenciaron varias de las pioneras, los partidos más exigidos eran contra Amazonas. “Con Amazonas se picaba. Eran clásicos de verdad porque eran un equipo bravo. Yo soy muy temperamental, visceral, es todo o nada, y con ellas había rispideces”, recuerda.

Por amor y nada más

Mientras sostiene una revista que la muestra en portada, en una foto de los premios Últimas Noticias, “reconociendo a la mejor jugadora de Rampla del año 91”, Poly nos cuenta que además del fútbol 11, con Rampla también participaban en campeonatos de fútbol cinco y siete. Era común en la época jugar varias modalidades con el mismo equipo.

El sueño tomó tal forma que de no pensarse como jugadora formal pasó a representar a Uruguay en el exterior. Viajó a Mar del Plata con la selección a jugar un Sudamericano, con Rampla jugó la Copa Libertadores en Brasil y también conoció Perú, aunque ya lesionada.

Adriana Reyes jugó hasta el 2000, cuando se lesionó a los 30 años y tuvo que someterse a dos operaciones. Su médico, Daniel Rienzi, le dijo: “Vas a tener que colgar los zapatos, no podés jugar más”. Tiene contraindicado andar en bicicleta, subir escaleras y, por supuesto, correr. Pero ella no quería alejarse de su pasión, entonces, después de un tiempo, jugó un campeonato con Cerro hasta que se desvinculó por completo, porque de la única forma en que quiere vivir el fútbol es con los zapatos puestos.

“Lo que amo es jugar y como no puedo, no seguí vinculada, como otras compañeras que hicieron el curso de técnico o algo por el estilo”, cuenta.

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Foto: Natalia Rovira

Para Poly el fútbol femenino se diferencia del masculino por una gran particularidad: la gran mayoría de los futbolistas varones con condiciones juegan porque es una actividad remunerada, de lo contrario no todos lo harían; en cambio, con las mujeres sucede lo contrario. “Es su trabajo [de los hombres], tienen sueldo. Si no les pagaran, la mayoría no estaría jugando. En nuestro caso es al revés: es pura vocación y amor a la pelota”, considera, e insiste en que si pudiera seguiría jugando porque le “gusta de alma”, al igual que a las demás.

“Para el fútbol local estamos bárbaras, ganamos, goleamos, etcétera, pero cuando van afuera se encuentran con otra realidad, al igual que nos pasaba a nosotras. Tiene que cambiar la cabeza de las autoridades; si no apoyan, no se nota abajo”.

Militante de la pasión

“Cuando vino Isabel [Peña] a hablar conmigo fue como tocar el cielo con las manos. Nosotras no teníamos sociedad médica, una compañera se lesionó y se tuvo que costear la operación; eso sigue pasando. Las mismas futbolistas pagan por jugar, o se costean la ropa en muchos casos”, agregó.

“Hace 20 años que dejé de jugar, y veo que no hay mucho apoyo. Para el fútbol local estamos bárbaras, ganamos, goleamos, etcétera, pero cuando van afuera se encuentran con otra realidad, al igual que nos pasaba a nosotras. Tiene que cambiar la cabeza de las autoridades: si no apoyan, no se nota abajo. Hay muchas chicas con muchas condiciones, pero trabajan y estudian además de jugar”, finalizó.

El fútbol formó parte de la vida de Poly, por lo que quiso compartir la pasión con su familia y le transmitió su gusto por la pelota a su sobrino. “Ahora tiene los mejores recuerdos de la tía Poly que lo llevaba de mascota a la cancha. Su hijo juega en Progreso y siempre me dice: “Qué bueno sería que estuvieras jugando”.

Muestra su carnet de AUF número 33, una foto con Enzo Francescoli y Paolo Montero durante una entrega de los premios Últimas Noticias y varios otros tesoros que evidencian una hermosa carrera, llena de logros y conquistas, la carrera de una de las formadoras de nuestro fútbol femenino uruguayo.